Bárcena, Félix de. Paredes de Nava (Palencia) s. m. s. XVI – Monasterio de Armenteira (Pontevedra), 1643. Monje cisterciense (OCist.), abad, místico.
Ingresó muy joven en Oseira (Orense), de donde fue nombrado abad la primera vez en 1629, lo que supone grandes méritos personales, por ser una abadía de las más destacadas de la Orden, para la que se escogían los sujetos más sobresalientes en virtud y letras. Bien pronto lo demostró por las grandes obras emprendidas en orden a engrandecer la casa. Aunque no fueran tan llamativas en el primer trienio, una tiene en su haber que sublima su memoria a un nivel encumbrado, al demostrar un patriotismo fuera de serie. Dice la crónica que se distinguió por sus continuas limosnas a cuantos pobres acudían a las puertas del monasterio, pero lo que mayor fama le dio fue su contribución a los intereses de España, puesto que antes de terminar el trienio, la comunidad contribuyó a dotar parte de una compañía de soldados con destino a Flandes.
El Rey pidió a los monasterios de Galicia que ayudaran a sufragar los gastos de la guerra, y los monjes de Oseira, dando pruebas de acendrado patriotismo, decidieron cooperar de la manera que explica Peralta, el historiador de la casa, casi contemporáneo a los hechos: “Pidió su Magestad a los monasterios que en él ay de Religión, y se hallauan con jurisdicciones, ayudasen a la expedición, leuantando alguna de entre sus vasallos. Tratáronlo entre si los prelados y determinaron de formar una compañía de cien hombres que pusieron a su costa en la embarcación, armados y vestidos. Ninguna entró en la armada que la pudiese llegar a competir, assi en aliño como en lo bien dispuesto de las personas. Aún dura en aquella plaza memoria de la compañía de la Orden la llamaron. No sé si fueron veinte y quatro o treinta los soldados que le cupieron a Ossera”. Tal vez por esta generosa contribución a la llamada del Rey, mereció fray Félix ser llamado Padre de la Patria.
Al cesar en el cargo en Oseira, fue nombrado para regir la abadía de Armenteira, monasterio fundación de san Ero, en el cual siguió trabajando también con denodado empeño. De allí pasó a regentar la pequeña abadía de La Franqueira, que en realidad era presidencia, en razón de ser casa de pocos monjes, cuya misión principal consistía en cuidar del afamado santuario mariano del mismo nombre, célebre en Galicia y Portugal. La labor en esta casa estaba centrada en el apostolado mariano, muy del agrado del abad y de todos los hijos de san Bernardo. Al finalizar el tiempo señalado, le costó arrancarse de los pies de aquella Virgen tan venerada de tantos pueblos. Era el año 1638 cuando fue destinado por segunda vez a Oseira, su casa de profesión. Con razón los monjes, que conocían bien sus virtudes y dinamismo insistieron en que volviera de nuevo a gobernarles. No se equivocaron, porque bien pronto lo iba a demostrar. Nada mejor que volver de nuevo a Peralta, historiador que es muy posible llegara a conocerlo cuando era muchacho.
En el segundo año de su gobierno (1639), “con ánimo grande —de nuevo apunta Peralta— emprendió el edificio más soberbio que tenemos y que puede competir con los mayores de España. La portada de la Iglesia en que trabajó tanto, que dejó acabada fachada entera, y de la torre a mano izquierda hasta las primeras ventanas. Casi por imposible lo juzgará quien lo viere, pero ello fue así”. Aunque diga el historiador que dejó acabada la fachada, no es exacto, pues no le dio tiempo a terminarla en dos años y se encargaría de completar la obra fray Simón Rojo, sucesor suyo, hasta dejarla primorosa, con dos torres gemelas que se hallan hoy en perfecto estado, formando ángulo recto con la grandiosa fachada del monasterio. Lo más asombroso está en que habiendo hecho una obra tan colosal, y habiendo dejado materiales para continuarla su sucesor, además de otras obras no poco importantes, el gasto invertido en todas ellas fue de 94.966 reales. Igualmente hace resaltar la paz octaviana que reinaba en la comunidad, compuesta por cien monjes aproximadamente. Esto indica el buen gobierno y cómo cada cual estaba en su sitio cumpliendo con esmero su deber.
Cuando terminó su segundo gobierno en Oseira, tan efectivo, lo trasladaron otra vez a la abadía de Armenteira, donde continuó desplegando su actividad. Pero los continuos trabajos y el desgaste físico habían minado de tal suerte su salud que se sentía muy debilitado y falleció en el segundo año de su trienio. Es conocido que cuando, le llegó la hora, “falleció santamente entre transportes de santa alegría, cosa que no debe extrañar a nadie por ser un alma que toda su vida la dedicó a servir a Dios, a conseguir vivir el ideal monástico, y a derrochar favores en favor de sus semejantes”.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Madrid, ms., s. f., cód. 15 B.
T. Peralta, Fundación, antigüedad, progresos del imperial monasterio de Oseira, Madrid, Melchor Álvarez, 1677, págs. 324-338; D. Yáñez Neira, “Palentinos ilustres en la orden del Císter”, en Boletín de la Institución Tello Téllez de Meneses, 61 (1990), págs. 193-197; “El Monasterio de Oseira cumplió ochocientos cincuenta años”, en Archivos Leoneses, 85-86 (1989), págs. 213 y 215.
Damián Yáñez Neira, OCSO