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Diego Antonio de Mora

Biografía

Mora, Diego Antonio de. Granada, 30.XI.1658 – 16.I.1729. Escultor.

Bautizado en la parroquia de San Matías de Granada, Diego de Mora nació predestinado al ejercicio de la escultura como séptimo hijo del escultor y arquitecto de retablos mallorquín Bernardo de Mora y nieto del escultor y retablista granadino Cecilio López. El matrimonio formado por Bernardo de Mora y Damiana López Criado y Mena se trasladó en 1647 desde Baza (donde en 1642 nació su primogénito, José, el más famoso artista de la dinastía) hasta Granada, donde vería la luz Diego, cuando su hermano contaba ya dieciséis años. Por tanto, su formación transcurrió en el taller familiar, primero en la collación de San Matías, después (desde 1660) en la calle de Cuchilleros en la parroquia de Santa Ana y a partir de 1670 junto al Convento de Santa Isabel la Real en la parroquia de San Miguel en el Albaicín, en la que permanecería hasta el final de sus días al heredar la casa de su padre.

Tras la marcha de Pedro de Mena a Málaga en 1658 y la muerte de Alonso Cano en 1667, el taller de los Mora se convirtió en referencia artística para la plástica granadina. Éste es el ambiente que conoció Diego en su niñez y juventud, medio artístico fuertemente impactado por una dilatada tradición de imaginería devocional en madera policromada, por la honda huella del racionero Cano y por la profunda personalidad de su hermano José. De hecho, las pocas obras conocidas de este escultor revelan de modo evidente una línea estética de clara filiación de taller, por lo que cabe suponer otras obras hasta ahora desconocidas, camufladas en un abundante conjunto de esculturas anónimas de estrecha relación estilística. En el taller trabajaban su padre, Bernardo de Mora el Viejo, y su hermano José, incorporándose en la década de 1670 su hermano Bernardo de Mora el Joven (1655-1702) y el propio Diego. Tuvo otros dos hermanos, desaparecidos con poco más de veinte años de edad, de los que Raimundo (1646-1667) fue colegial del Sacromonte, mientras que Cecilio (1649-1671) pudo iniciarse en el oficio antes de su muerte. Al mismo taller se vincularían otros artistas, entre ellos probablemente Manuel Risueño, padre del escultor y pintor José Risueño.

En ese instante crucial de formación, caló en Diego de Mora el interés por la belleza idealizada de Alonso Cano, alejado del naturalismo directo de Alonso de Mena, asimiló la versatilidad del oficio (arquitectura de retablos, imágenes en madera o mármol, trabajo del barro, dibujos, policromía de sus propias esculturas) y conoció de primera mano géneros tan característicos de la escultura granadina del Barroco como los bustos de Ecce-Homo y Dolorosa, que luego frecuentaría, tan determinados por la contemplación cercana que exige calidad técnica y hondura espiritual. El hecho de que accediera al oficio en el momento en el que su hermano José maduraba su estilo y cosechaba importantes éxitos (alcanzó el título de escultor del Rey en 1672) determina la cercanía a los modelos formales de éste, a los que Diego aportó un acento de barroquismo más amable y menos sublimador, más preocupado por la belleza formal que por la intensidad espiritual, evolucionando hacia las nuevas modas que anuncian lo rococó en las artes.

De sus primeras obras nada se sabe, probablemente se hallaba participando en las obras de taller. La década de 1670 fue especialmente prolífica para los Mora, a pesar de la muerte en 1673 de Damiana López, su madre. Sin embargo, se observa a partir de entonces cierto deterioro en el equilibrio familiar que se precipita a partir de 1681, año en que apareció en el domicilio de los Mora como ama de llaves Ana de Soto, con la que Diego se casó en secreto al año siguiente. El expediente matrimonial incoado a tal efecto resulta altamente revelador de la cerrada oposición familiar a este enlace, según declaraba el propio Diego: “A pocos días de cómo entró en dicha casa, el declarante dio de su libre voluntad a dicha doña Ana de Soto palabra de casamiento, prometiendo ser su marido [...] y vaxo de dicha palabra se [h]an comunicado y conocido carnalmente y de su libre voluntad”, compromiso aún no cumplido “temiendo a dicho su padre y [h]ermanos que tiene, de terrible condición, que se teme justamente que si lo supieran lo referido y que se quería casar con la susodicha, lo sacan de esta ciudad para muy lexos y no cumplía con su obligación y carga que tiene [...], por causa de que la susodicha es pobre de solemnidad”. El enlace tuvo lugar el 25 de octubre en casa de Andrés Anguiano, maestro de espadero, “frente de la torre del Convento de la Santísima Trinidad”, y el oficiante fue un fraile de ese convento, confesor de la contrayente. A tenor de declaraciones posteriores, Diego debió de retornar poco después a la casa paterna, si es que llegó a abandonarla, para asistir a su padre, Bernardo de Mora el Viejo, en sus últimos días, hasta el fallecimiento de éste en enero de 1684. Entre tanto, su hermano José se emancipaba definitivamente y contraía matrimonio poco después, en 1685.

A la muerte de su padre, Diego heredó una de las casas junto al Convento de Santa Isabel la Real, tasada en 600 ducados, mientras su hermano Bernardo recibía la otra, y a ambos correspondieron otros 200 ducados “en remuneración de nuestro buen obrar y cuidado con que le asistimos”. Esto y el prestigio familiar le bastaron para vivir cómodamente, con un taller en el que, contrariamente a su hermano José, abundarían los discípulos.

Entre los primeros se encuentra un Diego de Mora, probablemente sobrino del maestro, natural de Cazorla y al que apadrinan hijos tanto Diego como Bernardo de Mora. Después se sucederían los principales continuadores de la escuela granadina en el siglo xviii, que prolongan los modos de José de Mora con desigual fortuna hasta casi el último cuarto de la centuria, como Agustín de Vera Moreno (entre finales del siglo xvii y principios del xviii) y Torcuato Ruiz del Peral (su último discípulo, que vivió en su casa en 1725-1726). Gozaría también de la amistad de otros artistas de la época, como el presbítero y pintor Benito Rodríguez Blanes y quizás también del pintor y escultor José Risueño.

El matrimonio no tuvo descendencia directa, pero sí una hija adoptiva, Francisca Ruiz Velázquez y Aibar, que criaron desde los once años y a la que el escultor instituirá como heredera. Su mujer falleció en 1710.

Una muestra de la bonanza económica de la familia la ofrece el único testamento conservado del escultor, otorgado en 1698. En él instituye a sus hermanos José y Bernardo como albaceas y declaraba poseer ganado cabrío y asnar, plata labrada y algún dinero, además de la casa heredada de su padre. En la línea de afectos anunciada, José de Mora quedaba excluido entre los herederos, pero no su hermano Bernardo “por el mucho amor y voluntad que le tengo y afecto con que ha obrado conmigo”; éste fallecería, sin embargo, en 1702, nombrando a Diego como albacea y como herederos tanto a éste como a José.

La cronología de las obras relacionadas con Diego de Mora no es precisa al basarse en atribuciones estilísticas.

Probablemente hacia 1690 sea el San Juan de Dios del oratorio del hospital granadino del mismo nombre, cercano a los modelos de su padre y de su hermano, pero más dinámico. Tardía colaboración de taller considera Sánchez-Mesa las ocho esculturas de Santos fundadores de la capilla del cardenal Salazar de la catedral de Córdoba (entre 1697 y 1705), en las que José pudo suministrar modelos a sus hermanos.

Cercanos en fecha deben de ser los bustos de Ecce-Homo y Dolorosa del Museo de Bellas Artes de Granada, procedentes del Convento del Ángel Custodio, tan afectos a la serie de esta iconografía de su hermano José.

Su fama creciente, la aceptación de lo melifluo de su estilo y la vejez y demencia de José benefician el prestigio de Diego, que capitanea la escuela granadina de escultura desde principios del siglo xviii. En 1707 recibe el encargo de un San Gregorio para el retablo de Santiago de la catedral, donde compite con su hermano José, que había realizado un San Cecilio poco antes, y restaura una imagen de la Inmaculada para el mismo retablo. Los encargos foráneos se materializan en una Inmaculada que demanda el Cabildo civil de Villacarrillo (Jaén) en 1710, lo que habla bien de la consolidación de su prestigio y su proyección exterior.

El San José de la parroquia de la Magdalena, el San Juan de Dios de la de Santa Ana, el Niño Jesús de la basílica de San Juan de Dios o la Virgen de la Paz del Convento de la Encarnación (procedente de la capilla de la Orden Tercera del Convento de San Francisco Casa Grande), todas ellas en Granada, certifican una producción sostenida y estimable, que con innegable calidad y ciertos matices peculiares prolonga la estética de su hermano José, conformando una herencia duradera en sus propios discípulos.

En su última etapa de trabajo, Diego de Mora llega a conocer los aires berninescos que trae a Granada el escultor sevillano Pedro Duque Cornejo, acordes a la moda europea del momento de figuras movidas y briosas, lo que, sin embargo, no parece afectarle, en una línea sostenida de plástica serena y amable, espiritual y sensible, que dará frutos hasta el final de sus días. Sólo la Asunción que se le atribuye en la abadía del Sacromonte llega a esos extremos de movimiento y teatralidad.

En 1724 fallece su hermano José, al que seguramente debió de heredar a falta de otros deudos. Poco después realiza su última obra conocida, la Virgen de las Mercedes de la parroquia de San Ildefonso, que labra en 1726 para el vecino Convento de los Mercedarios Calzados.

Marca un modelo de Virgen sedente, de gran finura y delicadeza en el corte de la gubia y en los matices de la policromía, blando modelado y gesto amable, tan grato a la devoción popular. Entre sus colaboradores en la etapa final se encuentran los citados Vera Moreno y Ruiz del Peral.

Falleció el 16 de enero de 1729, sin haber cumplido los setenta y un años de edad. Dejaba por heredera a su hija adoptiva y por albaceas al administrador del Convento de Santa Isabel la Real, junto al que vivía, y al rector del también cercano Hospital de la Virgen del Pilar. Mandaba decir en su memoria cien misas rezadas, parte de ellas en los Conventos de San Francisco y de los agustinos descalzos, lo que sirve de orientación acerca de sus relaciones personales y hace sospechar que trabajara para ambos. Su fama nunca llegó a la de su hermano José, pero su quehacer y sus modelos perviven con notable fortuna en las gubias de sus discípulos durante toda la centuria, lo que ha asegurado la pervivencia de su memoria.

 

Obras de ~: San Juan de Dios, oratorio del Hospital de San Juan de Dios, Granada, c. 1690; bustos de Ecce Homo y Dolorosa, Museo de Bellas Artes, Granada, f. s. xvii; San Gregorio, catedral, Granada, 1707; San Juan de Dios, iglesia de Santa Ana, Granada, p. t. s. xviii; Virgen de la Paz, Convento de la Encarnación, Granada, p. t. s. xviii; San José, iglesia de la Magdalena, Granada, p. t. s. xviii; Virgen de las Mercedes, iglesia de San Ildefonso, 1726.

 

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Juan Jesús López-Guadalupe Muñoz