Mar y Cortázar, José Domingo de la. Cuenca (Ecuador), 1778 – San José (Costa Rica), 11.X.1830. Gobernador, presidente del Perú y mariscal de campo.
Nació en el seno de una de las familias más aristócratas de Cuenca. Su padre, Marcos de la Mar, fue administrador de las Cajas Reales de esta ciudad, y su madre, Josefa Cortázar, sobrina del teniente general y consejero de Indias Francisco Requena, y hermana del oidor de Santafé de Bogotá y regente de la Audiencia de Quito Francisco Cortázar. En compañía de este último, José de la Mar viajó muy joven a España e ingresó al Colegio de Nobles de Madrid.
Atraído por la carrera de Armas, pasó rápidamente al Ejército realista, y en 1795 empuñó la espada en la campaña de Rosellón contra los franceses integrando el Regimiento Saboya, en el cual alcanzó el grado de capitán. Continuó en la brega participando en muchas comisiones militares, inclusive estuvo frente a un batallón, lo que le valió ascender a teniente coronel con grado de coronel. Cuando se inició la guerra contra a la invasión napoleónica (1808), participó en la defensa de Zaragoza, bajo las órdenes del general Palafox. Su actuación le valió el título de Benemérito de la Patria en grado heroico y se le otorgó finalmente el grado de coronel. Con la reputación militar por todo lo alto, y bajo las del general Black, La Mar fue enviado a los campos de Valencia al mando de una columna de granaderos. Los reveses sufridos por su Regimiento hicieron que La Mar fuera hecho prisionero y enviado a la ciudad de Dijon, donde, solitario, se dedicó por varios meses a los estudios.
Logró fugarse a Suiza —gracias a la protección de un noble legitimista francés—, viajó a Trieste, y finalmente retornó a España en 1814. Un año después retomó su carrera militar, y el mismo rey Fernando VII lo promovió a brigadier y lo honró con la Cruz de la Orden de San Hermenegildo. El rey español, viendo en La Mar a un militar con jerarquía, lo comisionó al Perú como subinspector general del virreinato peruano y cabo principal de las armas, cuyo cargo y el anexo de gobernador de la fortaleza y presidio de Callao desempeñó con acierto y la mejor aceptación desde fines de noviembre de 1816 en que llegó a Lima. Ni bien tomó posesión de su cargo, defendió Callao de los feroces ataques de la expedición comandada por lord Cochrane. Otra vez, sus valerosas acciones le valieron el reconocimiento de la milicia española acantonada en el Perú, llegando a ser condecorado por el virrey Joaquín de la Pezuela, con el grado de mariscal de campo (1819).
Ante la destitución de Pezuela como virrey, La Mar no estuvo de acuerdo en la designación de José de La Serna, por lo que no firmó la representación que hicieron los jefes del ejército realista acampado en Aznapuquio, pero sí sometió a sus requerimientos y peticiones como jefe del ejército realista en el Perú.
En los meses siguientes, los ejércitos patriotas avanzaron hacia Lima y la guarnición española en esta ciudad no era lo suficientemente grande como para hacer frente a las tropas comandadas por el general San Martín, que ya habían logrado independizar a Argentina y Chile y se disponían a hacer lo mismo en el Perú.
El nuevo virrey sabía que el control del virreinato peruano dependía en gran medida del dominio de la zona cordillerana. Otro punto a favor para la estrategia del nuevo virrey era que parte del ejército realista se encontraba en la sierra sur del Perú, lo que facilitaba la logística de las operaciones. El virrey y su pequeña milicia se retiraron a la sierra para reunir a su ejército y, a la cabeza de éste, dirigir las operaciones para la reconquista de la capital. La Serna, antes de partir, le exhortó a La Mar que defendiera a toda costa la fortaleza de Callao, y le remarcó su pronta ayuda una vez derrotados los ejércitos patriotas. Lo cierto es que La Mar con las justas podía resistir un pequeño ataque, pues sus hombres, en su mayoría, se encontraban heridos. Su guarnición, conformada por piquetes del batallón de milicias, parte del Regimiento de milicias de la Concordia y unas compañías de Burgos, hicieron cuanto pudieron para defender su plaza, cuando el ejército comandado por José de San Martín sitió la fortaleza y descargó todas sus baterías contra sus muros y torreones, en fuego simultáneo con el ataque que le propinaba la flota independentista desde el mar. A pesar de la desventaja numérica, La Mar no se rindió y no claudicó en sus acciones a pesar de que en más de una oportunidad San Martín le pidió su rendición incondicional a las fuerzas patriotas.
Conocedor de la difícil situación por la que pasaba La Mar, José de Canterac, general español posicionado en Jauja, partió por orden de La Serna al auxilio del mariscal. Sin embargo, Canterac fue mal informado, pues creía que el ejército de San Martín no era numeroso y que la ciudad de Lima estaba a favor de la causa realista. Hábilmente, Canterac llegó hasta el Callao sin ingresar a la capital del virreinato y acampó con sus tropas, adyacente a los muros de la fortaleza del Real Felipe. Las órdenes de La Serna habían sido claras: si La Mar no tenía oportunidades de vencer a los independentistas, debía destruir la fortaleza y salvar a la guarnición, conduciéndola hacia la sierra.
Haciendo caso omiso, La Mar continuó en su puesto y se negó a abandonarlo a pesar de la insistencia de Canterac. Viendo el estado de las cosas, el general español trató de conseguir víveres para la guarnición del Callao, inclusive —celebró un contrato para proporcionarles víveres desde la bahía—. Sin embargo, todos los esfuerzos fueron en vano; la flota independentista mantenía un celoso sitio de la bahía, impidiendo a la fortaleza cualquier tipo de abastecimiento.
Apenas retornó Canterac a la sierra, San Martín volvió a cargar contra el Real Felipe, presionando a La Mar a claudicar de su penoso encargo de defender la fortaleza. Sin víveres, ni raciones alimenticias para su alicaída tropa, La Mar arregló la capitulación con San Martín (1821), permitiendo este último a los soldados realistas, una salida digna y justa. Inclusive se les permitió reagruparse con los batallones acantonados en la sierra o dejar el Perú en un plazo máximo de hasta cuatro meses. Todas las propiedades españolas y embarcaciones fueron respetadas y se acordó un completo olvido de opiniones y servicios prestados para aquellos hombres que pasaron a las filas patriotas.
La Mar, sorprendido por tamaña generosidad, le dio las gracias oficialmente a San Martín y renunció a su cargo militar a través de una carta escrita al virrey La Serna. No pasarían muchos meses para que el mismo general San Martín lo convocara para formar parte del ejército independentista como general de división (octubre de 1821); inclusive, se le reconoció como gran mariscal (marzo de 1822), a pesar de no haber participado en batalla alguna.
En este período de nacionalidades formativas, importaba poco la procedencia de los individuos a la hora de formar las juntas de gobierno o las asambleas legislativas. Ser americano y ser parte de la elite militar, eran muchas veces requisitos suficientes para acceder a puestos importantes dentro del gobierno de las recientes naciones latinoamericanas. Así, el mariscal cuencano, empezó su vida política en el Perú, como diputado por la región surandina de Puno, sin más mérito que su origen colombiano y sus pergaminos militares —que fueron ganados en el bando contrario—. Posteriormente, ante el inminente retiro del general San Martín de la dirección política peruana, La Mar fue designado, junto a Felipe Antonio de Alvarado y Manuel Salazar y Baquijano, como presidente de la Junta Gubernativa, creada al instalarse el Primer Congreso Constituyente, en octubre de 1822.
La designación de José de La Mar en el triunvirato gubernativo fue celebrada por la mayoría de los políticos, pues veían en él a un hombre probo y confiable, reacio a las comodidades que el poder y las altas investiduras le otorgaban. Sin embargo, en la práctica, el poder político lo concentraba el Congreso; la Junta de Gobierno nunca tuvo una participación política efectiva y dirimente. A pesar de estos impedimentos, La Mar, desde la presidencia de la Junta, realizó denodados esfuerzos por conseguir financiamiento para la expedición a los puertos intermedios del Perú, cuyo fin era vencer a las tropas realistas, terminar la guerra y lograr finalmente la independencia americana. Bajo el mando del general Rudecindo Alvarado, las tropas marcharon al sur del Perú y buscaron enfrentarse al poderoso ejército español guarecido en la sierra altoandina.
La inexperiencia y poca pericia de las tropas peruanas, así como las rencillas entre los generales patriotas, fueron los principales motivos del fracaso de la expedición. Con todos estos elementos a su favor, el virrey La Serna no tuvo mayores inconvenientes en derrotar a los patriotas. Por su parte, Canterac, al ver a la ciudad de Lima indefensa, descendió de la sierra central y ocupó la capital peruana en poco tiempo y sin mayores percances, tan sólo enfrentamientos con algunos guerrilleros que de ninguna manera pudieron detener al general español.
El rotundo fracaso de la expedición, melló la confianza que los políticos peruanos depositaron en La Mar; principalmente por la pasividad demostrada ante los realistas que ocupaban el centro del país. Ante tal situación, el Congreso, a insistencia del ejército peruano, disolvió la Junta Gubernativa y relevó al triunvirato de todas sus responsabilidades políticas.
La Mar retomaría sus funciones militares con la llegada de Simón Bolívar al Perú, quien le encargó, la formación y entrenamiento de nuevas tropas en Trujillo (1824). Habiendo cumplido el encargo con éxito, Bolívar le confió a La Mar el comando de la División Peruana del Ejército Libertador, conformada en su mayoría por los remanentes del antiguo ejército rivagüerista y por reservistas reclutados de las regiones norteñas del Perú, en cumplimiento del decreto de 26 de enero de 1824 que establecía la leva de todos los hombres hábiles entre los doce y cuarenta años.
Dispuso Bolívar el ataque final a las tropas realistas y dirigió las huestes independentistas a la sierra del Perú. No pasó mucho tiempo para que ambos ejércitos se encontraran en las pampas de Junín (6 de agosto de 1824), librándose en ellas una feroz batalla en la que no se empleó artillería, por el contrario, caracterizó el enfrentamiento la utilización de armas blancas. La Mar tuvo participación decisiva al encabezar el ataque que dio la victoria al bando patriota.
Igual participación tuvo en la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1924), pues fueron sus directrices las que inflingieron la derrota final a los españoles y la consecución de la independencia del Perú.
Retiradas las tropas realistas del ex virreinato peruano, Bolívar creó la Junta de Gobierno (1825), que debía reemplazarlo en sus funciones para la conducción del Estado, mientras viajaba a Colombia. José de La Mar fue designado, junto a José Faustino Sánchez Carrión e Hipólito Unanue como uno de tres hombres encargados de la dirección del gobierno. La Mar fue presidente de dicha junta tan sólo, entre el 5 de enero y el 25 de febrero de 1826, pues su grave estado de salud le impidió seguir en la dirección de la política peruana. Con licencia médica, La Mar se retiró de inmediato Guayaquil en búsqueda de un ambiente sosegado y tranquilo.
Al año siguiente, el Congreso del Perú decidió establecer los puntos necesarios para la elección democrática y constitucional de la presidencia y vicepresidencia gubernativa. Decidió también que estos cargos debían durar solamente cuatro años y que a partir de ese momento los cargos políticos tenían carácter de permanente.
Luna Pizarro, leal amigo y compañero ideológico de la Mar, había regresado de Chile en medio de gran algarabía de la población. Al notar el ambiente político favorable, presentó al mariscal La Mar como candidato a la presidencia. Aprovechando la coyuntura política, y teniendo en cuenta la composición del Congreso, Luna Pizarro hizo rápida maniobra para convocar a elecciones, en las que por mayoría de votos salió electo La Mar con cincuenta y nueve votos, su más cercano perseguidor, el boliviano Andrés de Santa Cruz obtuvo tan sólo veintinueve.
Sorprendido por la noticia, La Mar dejó su cargo de jefe político y militar en Guayaquil y se embarcó al Perú (1827), entrando de incógnito para hacerse cargo del Gobierno.
Durante los tres años que duró su gobierno, La Mar tuvo que hacer frente a varios levantamientos caudillistas, conspiraciones y dos conflictos armados: con la novel república de Bolivia y con la Gran Colombia. En la primera, las tropas comandadas por Agustín Gamarra invadieron al país altiplánico con la finalidad de echar a los destacamentos colombianos que aún se encontraban en dicho país al mando de Antonio José de Sucre. Esta invasión no tenía el consentimiento de La Mar ni del Congreso, por el contrario, estos eran reacios a una invasión, aunque cierto es también que en aquel tiempo había en el Perú gran sentimiento anticolombiano, por lo que finalmente no se condenó la actitud de Gamarra.
La guerra con Colombia fue producto del enfriamiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, principalmente por el rechazo de las pretensiones bolivarianas de hacer un gran estado colombiano que incluía parte del territorio peruano. La Mar creía que la victoria sería fácil y gloriosa, y así pareció, después de la rápida incursión de la marina peruana que bloqueó el puerto de Guayaquil. Sin embargo, la campaña terrestre fue desfavorable para el Perú, pues a pesar de que La Mar logró tomar la ciudad de Loja, no pudo controlar otros pueblos, debido a la falta de tropas. La ciudad de Cuenca, que debía ser invadida en simultáneo con la de Loja, no fue tomada, debido al atraso con el que llegaron las tropas del sur, comandadas por Agustín Gamarra. A ello se debe sumar las intrigas y rencillas personales entre los jefes militares peruanos, que no permitían un ataque coordinado y efectivo. Sin victorias ni derrotas, el ejército peruano se retiró de Colombia, ratificando la situación jurisdiccional de 1802.
En junio de 1829, se sublevaron Agustín Gamarra en Piura y el general La Fuente en Lima. El gobierno de La Mar, tras el infortunio sufrido en Colombia, no tuvo ninguna aceptación, inclusive, muchos de sus partidarios se unieron a los militares arriba mencionados pensado más en su destino político que en la adhesión a su líder.
Con la frase, “no más extranjeros, no más”, Gamarra obligó a La Mar a abandonar el Perú, desterrándolo a Costa Rica. Desde San José, La Mar denunció al Congreso Peruano los maltratos y atropellos que había sufrido, pidiendo sanción a los culpables. Solo y sin familia, tan sólo con la asistencia de Pedro Bermúdez, José de la Mar falleció el 11 de octubre de 1830.
Bibl.: M. Vicente Villarán, Narración biográfica del gran Mariscal José de la Mar y de la traslación de sus restos mortales de la república de Centro América a la del Perú, Lima, Imprenta de Eusebio Aranda, 1847; M. de Mendiburu, Diccionario histórico biográfico, Lima, Librería e Imprenta Gil, 1934; L. Alayza y Paz Soldán, El gran Mariscal José de la Mar: Guayaquil tuvo el honor de darle el ser, Cuenca la suerte de proporcionarle la cuna y el Perú la gloria de darle patria, Lima, Imprenta Gil, 1940; J. A. de la Puente Candamo, “Bolivar y La Mar”, en Revista de la Universidad Católica, t. XII (1944); J. Basadre, Historia de la República del Perú, Lima, Editorial Universitaria, 1983; P. Jaramillo, El gran Mariscal José de La Mar: su posición histórica, Guayaquil, Archivo Histórico de Guayas, 1998; A. Tauro del Pino, Enciclopedia Ilustrada del Perú, Lima, Peisa, 2001.
Gonzalo Villamonte Duffoo