Struzzi, Alberto. Parma (Italia), 24.IV.1557 – Madrid, 27.IV.1638. Diplomático y escritor italiano al servicio de España.
Alberto Struzzi se llamaba en origen Alberto Cesare Strucciani, y así figura en su partida de bautismo, pero los progenitores, Piero Antonio Strucciani y Brigida Pavesi, decidieron cambiar el apellido poco después del nacimiento de sus vástagos. Sexto de siete hermanos, su familia pertenecía a la pequeña nobleza del ducado parmesano. Dedicados a asuntos jurídicos, mercantiles o financieros, los Struzzi estaban casi totalmente de espaldas al mundo rural. Entre los hermanos destaca Giovanni, quien empleó a Alberto como pasante de su notaría.
Dicha actividad le duró poco tiempo, ya que el joven Alberto decidió marchar a Flandes. Los motivos eran obvios. Un miembro de la pequeña nobleza de Parma tenía mucho que ganar poniéndose a las órdenes de su príncipe. Aparece pues como colaborador asiduo de Alejandro Farnesio desde 1578, cuando éste fue nombrado por el rey Felipe II gobernador general de los Países Bajos tras la muerte de Juan de Austria. No obstante, debieron de ser misiones ocasionales, porque Struzzi no se trasladó a Bruselas hasta 1581. A partir de entonces participó en los febriles aconteceres de la guerra de Flandes, llegando al cargo de guardarropa, lo que le colocó en un estrato jerárquico apreciable dentro de la Corte de Bruselas, dotándole de facultades para controlar el servicio de inteligencia. Farnesio alaba en documentos oficiales el papel relevante de su servidor en diversas misiones confidenciales, de entre las que pueden destacarse la rendición de la ciudad de Brujas a las armas del rey católico, y los preparativos de la Invencible. En 1596 aparece como “entretenido y criado” del archiduque Alberto, creado nuevo gobernador general, y a las órdenes directas del conde de Fuentes.
Al finalizar el siglo casó con Luisa Haller von Hallerstein. De este modo se vinculaba a un poderoso clan de hombres de negocios originarios de Nuremberg, donde venían ocupando la alcaldía con carácter vitalicio, además de poseer amplios intereses en Amberes. Trasladado a Nuremberg, Struzzi tuvo ocasión de codearse con lo más granado de la urbe, una isla protestante en la católica Baviera y centro de alta cultura humanística a la par de científica. Extendió desde allí sus relaciones con Praga, capital del Imperio y residencia predilecta de Rodolfo II, quien la vino a convertir en un brillante foco político y cultural que atrajo a los mejores espíritus europeos. Allí tuvo ocasión de tomar contacto con el embajador del Rey Católico ante la Corte imperial, Guillén de San Clemente, a quien desde años atrás venía proveyendo de obras de arte, y cuyo influjo fue decisivo tanto en su vida personal como en su pensamiento. Don Guillén poseía, costumbre usual entonces entre los personajes de rango, una corte paralela donde se daban cita seguidores de Raimundo Lulio y se practicaba el esoterismo más en boga, destacando personalidades como John Dee, Edward Kelly y Giordano Bruno, filósofo errabundo al que San Clemente acogió en la embajada.
Bruno se lo agradeció dedicándole dos de sus obras, De Specierum scrutinio y De Lampade combinatoria, publicadas en Praga en 1588. Struzzi realizó en torno al cambio de siglo varias visitas a la Corte praguense, frecuentando la casa de San Clemente.
En 1603 el parmesano dejó Nuremberg, la “Praga alemana”, ciudad tolerante y origen durante aquellos años del movimiento Rosacruz, para pasar otra vez a Bruselas, ahora regida por los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia. En 1604 se le vio rehacer su carrera cortesana con éxito, aunque sin descuidar el engrandecimiento de su patrimonio y el de los Haller. Su misión en la Corte bruselense consistió en representar al duque de Parma Ranuccio I, hijo y sucesor de Alejandro Farnesio. De entre todos los aliados y protectores que encontró en el entorno de Bruselas y Mariemont (villa de recreo estival de la infanta) es digno de mención el sumiller de corps Rodrigo Niño y Lasso, conde de Añover, encargado por Felipe III de asesorar a Alberto sobre temas militares y actividades secretas.
Añover le procuró amistades y ascensos fundamentales para su carrera de cortesano. Ambrosio Spínola no podía quedar fuera del sistema struzziano de alianzas, así como fray Íñigo de Brizuela, confesor del archiduque, y el nuncio en Flandes Ottavio Mirto Frangipani.
Gracias a su gran amistad con Ericio Puteano, entró Struzzi en el grupo de humanistas flamencos liderados por Justo Lipsio, quien constituyó, tras su vuelta a Flandes desde Leiden, un segundo Círculo de Lovaina.
La nueva misión intelectual consistió en salvar los fundamentos del humanismo pero acomodándolos a la realidad del poder absoluto y el movimiento contrarreformista, en proceso de consolidación por aquel entonces merced al régimen archiducal. El irenismo y el universalismo abierto defendidos por la escuela lovaniense fueron ideales que no pasó por alto Struzzi. También quedó marcado por el ambiente neoplatónico y el fecundo cultivo de la astronomía en la Corte de Praga, sin despreciar las obsesiones astrológicas de Ranuccio I de Parma, a las que hubo de atender. Bajo tales circunstancias, no es de extrañar que Struzzi fuera un elemento activo, desde la parte archiducal, en las negociaciones que abocaron a la firma (abril de 1609) de una tregua de doce años entre el Rey de España y los Estados Generales de las Provincias Unidas, lo que trajo la calma a los pueblos y la prosperidad a los negocios.
Lograda la tregua, las tareas de la Corte, la educación —junto con Puteano— de hijos de la nobleza, más el cuidado de su hacienda, le ocuparon casi todo el tiempo. Enviudó alrededor de 1610, y a pesar de su edad, deseó tener descendencia que continuase la línea familiar. Para ello casó en 1612 con una dama de honor de Isabel Clara Eugenia, originaria de Valencia y llamada Dorotea Romeu. El nuevo matrimonio fue favorecido con el ascenso de Struzzi a caballerizo del archiduque Alberto. Las cosas no podían ir mejor para el de Parma cuando Dorotea dio a luz un hijo (Eugenio Jusephe) en 1613. Pero la madre falleció en el parto, y Struzzi decidió cambiar de aires: rompió con Ranuccio I, y, delegado por los archiduques, tomó el camino de España. Como regalo de Alberto e Isabel, llevó para el príncipe Felipe —futuro Felipe IV— un ejército de juguete y un enano, el famoso Miguel Soplillo, quien aparecerá con su amo en un cuadro que Rodrigo de Villandrando pintara hacia 1620 (hoy en el Museo del Prado). Aunque retornó temporalmente a Flandes, Madrid fue desde entonces la ciudad donde el escritor y diplomático italiano pase la mayor parte de su tiempo.
Allí vio cómo en 1618 el duque de Lerma perdía el favor real en pro de la facción liderada por Baltasar de Zúñiga, embajador en Praga pero de un talante muy distinto al de San Clemente. Con el nuevo monarca Felipe IV, el conde de Olivares se perfiló desde 1621 como un valor político en alza. Europa se agitaba en los primeros movimientos de la que sería llamada Guerra de los Treinta Años. El nuevo equipo de gobierno de Madrid se mostró más amigo de romper la tregua que de reanudarla, y en efecto se cortaron las relaciones con los rebeldes neerlandeses. Más cercano a sus señores los archiduques y al anterior valido Lerma, Struzzi aprovechó el malestar y la consternación en el seno de la sociedad castellana para insistir en sus tesis sobre política económica. Las descontentas Cortes de Castilla se hicieron eco de las propuestas del de Parma, y financiaron la edición de un opúsculo titulado Diálogo del comercio destos Reynos de Castilla, que es con diferencia la obra más conocida de Struzzi y donde proclama la necesidad del comercio universal mediante un librecambismo razonable, concibiendo la división internacional del trabajo como medio necesario para la comunicación y la paz entre los pueblos.
En los años veinte no dejó de escribir memoriales a petición ajena o por iniciativa propia, pero siempre en el mismo sentido: dar a conocer sus tesis irenistas e internacionalistas en materia económica, además de suscitar iniciativas de carácter comercial, financiero, monetario, o tocantes a la promoción de manufacturas. El rival de Struzzi en España, como antes sucediera en Flandes, fue el grupo mercantilista, especialmente aquel que incluía a los castellanos viejos y a los nacidos en la cornisa cantábrica, con los vascos a la cabeza. Conforme se extendieron las hostilidades su opinión se radicalizó, y fue ahí donde encontramos al Struzzi más auténtico. El rumbo infortunado que tomó la guerra en Flandes a partir de 1629 y la rebelión nobiliaria en 1632 endurecieron la postura del gobierno olivarista, quien, previo consentimiento real, decidió enviar a Bruselas al cardenal infante don Fernando. Con ello dio comienzo en los Países Bajos católicos el “régimen español” que aun contando con la aquiescencia de la oligarquía local, buscó suprimir en adelante cualquier atisbo de contestación a las directrices de Madrid.
Struzzi, anciano ya, vio cómo las aspiraciones de los círculos intelectuales de Flandes se transformaban en aceptación y silencio. Pero ese desenlace fue secuela lógica e inevitable del oportunismo arribista y la claudicación de las elites flamencas ante el poder establecido.
Pasó Struzzi sus últimos años en calidad de representante oficial del cardenal infante Fernando de Austria, si bien ese nombramiento apenas superó lo honorífico. Malviviendo con préstamos de sus amistades, falleció en el Hospital de los Italianos sito en la madrileña Carrera de San Jerónimo, inmerso en un mar de deudas contraídas y por cobrar, olvidado de casi todos.
Convencido de la justeza de sus posiciones, Struzzi nunca renunció a sus fundamentos doctrinales. Uno consistió en la defensa de los intereses del sector privado en conformidad con la doctrina jurídica romana (postura muy extendida en Flandes, y que alegarán los liberales siglos después para hacer valer los derechos del ciudadano). Otro fue la creencia en el carácter espacial de los fenómenos económicos por encima de límites institucionales, lo que entre otras cosas desembocó en una lúcida doctrina sobre la balanza de pagos. Pero por encima de todo sobresale su concepción de lo económico en forma de sistema planetario, donde el comercio ocupa el lugar central de un sol vivificador del resto de sectores, los cuales gravitan en torno suyo a modo de máquina perfecta. Salta a la vista como fuente de inspiración la filosofía clásica, especialmente la idea del microcosmos humano. De ahí, por otro lado, su defensa de la capacidad de iniciativa por parte de los agentes económicos mientras no se alteren las normas de funcionamiento del sistema. Después, Struzzi suele aludir al amor en tanto que armonía que facilita las relaciones transaccionales, en línea con la doctrina neoplatónica. Su doctrina se acerca pues a la concepción mecanicista de las cosas que los hombres del xvii tanto contribuyeron a poner en boga, y cuyas derivaciones iban a ser esenciales en la historia del pensamiento europeo.
Además de los viajes y estancias por la Europa más activa intelectualmente hablando, su vasta cultura le fue de gran ayuda en la precisión doctrinal. Hombre políglota, junto al latín y principales lenguas romances, existen indicios documentales de que conocía el flamenco, lengua por entonces muy cercana al bajo alemán. Suele ser alabado frecuentemente por amigos y deudos como hombre sensible a la música y a la pintura, de la que llegó a ser gran coleccionista. Tampoco fue pequeña su biblioteca, parte de la cual llevó a España. Su figura ha pasado desapercibida en buena parte por no haberse dedicado como otros a escribir un volumen detallando sus ideas en materia de economía.
Eso, y su corta producción impresa, obliga a tener que extraer de múltiples fuentes los basamentos de su doctrina, dispersa entre memoriales (“arbitrios” los llamaba él, siguiendo la moda) y una copiosa correspondencia.
Pero el análisis de los textos nos revela a un escritor que anticipa ideas y perspectivas.
No sólo cabe hacer paralelismo con las escuelas liberales de los siglos xviii y xix; ha tenido que llegar la segunda mitad del siglo xx para que la Economía Espacial o la Sociología de Redes reclamen la metáfora cósmica como parte esencial de sus concepciones. De esta manera insospechada, el desarrollo doctrinal contemporáneo ha venido a reivindicar la figura señera de Alberto Struzzi.
Obras de ~: Imago militiae auspiciis Ambrosii Spinolae, Bruselas, 1614 (versión esp. Imagen de la milicia y de un ejército firme en favor del marqués Ambrosio Spínola, Bruselas, 1614); Diálogo sobre el Comercio destos Reynos de Castilla, Madrid, Luis Sánchez, 1624 (reimp. 1625).
Bibl.: M. A. Camós, Microcosmia y govierno universal del hombre christiano para todos los estados y qualquiera dellos, Barcelona, Monasterio de San Agustín, 1592; M. Colmeiro Penido, Biblioteca de los economistas españoles de los siglos xvi, xvii y xviii, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1979, 5.ª ed.; M. A. Echevarria Bacigalupe, Alberto Struzzi, un precursor barroco del capitalismo liberal, Lovaina, Leuven University Press, 1995; P. Molas Ribalta, Catalunya i la Casa d’Austria, Barcelona, Ed. Curial, 1996; R. J. Evans, Rudolf II and his world. A Study in Intellectual History, London, Thames and Hudson, 1997; M. A. Echevarria Bacigalupe, Flandes y la Monarquía Hispánica, Madrid, Ed. Sílex, 1998; “Alberto Struzzi, heraldo de nuevos tiempos”, en E. Fuentes Quintana, (dir.), Economía y economistas españoles vol. 2, Barcelona, Galaxia-Círculo de Lectores, 1999, págs. 611-622; A. CADOPPI, “Notizie biografico-genealogiche su Alberto Struzzi (1557-1638)” en Aurea Parma, LXXXVII (2003), págs. 123- 140; L. Perdices de Blas y A. Sánchez Hormigo (eds.), 500 Años de Economía a través de los libros españoles y portugueses, Madrid, Fundación Ramón Areces, 2007.
Miguel Ángel Echevarria Bacigalupe