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Mateo Seoane Sobral

Biografía

Seoane Sobral, Mateo. Valladolid, 21.IX.1791 – Madrid, 22.IV.1870. Médico, político, experto en administración y educación sanitaria.

Joven aplicado de salud frágil, después de estudiar en la Sociedad Económica de Amigos del País y en la Academia de la Purísima Concepción vallisoletanas, obtuvo el grado de bachiller en Filosofía (1803-1806) y pasó a estudiar Medicina, obteniendo sus grados en la universidad salmantina (bachiller en 1810, licenciado y doctor en 1812) e iniciando una carrera como profesor universitario. Este camino resultó truncado en 1814 y 1818, al obligársele por Real Orden al abandono de la Universidad, con la prohibición de residir en Valladolid, Salamanca y Madrid, asimismo, se le privó de opositar a cátedra. El motivo último de estas decisiones parece encontrarse en la inquina que despertaron entre señalados médicos cortesanos ciertos escritos de fuerte contenido satírico sobre la organización profesional que publicó en 1813. Se contrató como médico titular en la población de Rueda en julio de 1814, donde prosperó hasta 1821, pese a su intensa vida política. En aquellos momentos, se convirtió en defensor de combinar el sistema de atención a domicilio de los pobres con el ejercicio libre de la profesión, oponiéndose a la existencia de “titulares” o médicos contratados en exclusividad por los ayuntamientos, así consta en la carta a un amigo, de 20 de julio de 1819, reproducida por Chinchilla. Participó intensamente en el “trienio liberal”, como diputado por Valladolid, dentro del grupo conocido como “exaltado”, donde tomó parte muy activa en las discusiones sobre instrucción pública y organización sanitaria.

Suya fue buena parte del texto del proyecto de Código Sanitario que quedó sin aprobar en 1822, así como el plan de crear una Escuela de Sanidad militar en el Hospital militar de Madrid y la inclusión en la Ley de Beneficencia de la obligación de formar juntas parroquiales, fuera de la jurisdicción municipal, para hacerse cargo de la hospitalidad domiciliaria.

Participó directamente en la operación de incapacitación de Fernando VII, lo que le condujo al exilio en Londres (1823-1834). Allí se desenvolvió con éxito económico entre la población de emigrados y fue, según las noticias que han llegado, autor de abundantes textos médicos y científicos de divulgación, tanto en inglés como en castellano, dirigidos a América Latina por la editorial de Rudolph Ackerman. Participó como docente en el Ateneo español de Londres, donde se impartían clases gratuitas a los hijos de los emigrados (varios miles de personas, asentados en particular en la zona de Somers Town). La fuerte presencia hispana mantuvo un islote idiomático y cultural que, sin embargo, no le impidió aprender inglés concienzudamente e integrarse en el sistema médico, hospitalario y periodístico de la ciudad; como cuentan sus biógrafos contemporáneos, desde enero de 1828 fue redactor y puede que copropietario de la revista The Athenaeum y formó parte de la Sociedad Médica londinense desde 1830 y del Instituto Real, entre otros foros. Su revisión del Diccionario inglés-español de Newman y Barretti ha sido un punto de partida de la lexicografía contemporánea.

Se aficionó a la frenología y a la homeopatía, para combatirlas después.

La amenaza del cólera asiático aparecido en Europa occidental en 1831 le dio ocasión para reinsertarse en la vida profesional española, aprovechando los oficios del embajador Cea Bermúdez. Seoane contactó con la embajada en julio de 1831, ofreciéndose a colaborar con las autoridades españolas, por lo que la Real Junta Superior Gubernativa de Medicina y Cirugía pidió y obtuvo su nombramiento como corresponsal científico, desde finales de 1831, sin remuneración y con la prohibición expresa de imprimir sus resultados.

Seoane envió dieciséis informes acerca del cólera, de los que sólo se publicó uno, el primero, en España y otro en Londres. Tampoco obtuvo Seoane ningún beneficio político inmediato de su colaboración desinteresada, ni siquiera tras el ascenso de Cea a primer ministro, a finales de 1832, debiendo esperar hasta el fallecimiento del Rey para poder regresar (amnistía de finales de 1833). El incendio sufrido en su hogar londinense y el posterior naufragio del barco que lo devolvía al continente acabaron con los materiales bibliográficos que tenía acumulados (entre ellos, una traducción del tratado de policía médica de J. P. Frank), lo que contribuyó a decidirle por restringir su producción a informes, discursos y memoriales.

Cuando en época de su jubilación volvió a pensar en escribir un tratado de Higiene Pública, fueron seguramente razones de salud las que lo impidieron.

Desde su regreso del exilio, y abandonada su etapa de radicalismo político, ejerció como consultor respecto de distintos gobiernos hasta su jubilación en 1860; según Alvistur, le correspondió la realización de no menos de sesenta y dos comisiones oficiales entre abril de 1834 y mayo de 1855. Las de mayor trascendencia fueron las que condujeron a la organización del Cuerpo de Sanidad Militar (1836) —en el que ocupó el primer puesto de Inspector General de Hospitales— el arreglo de titulaciones sanitarias y reforma de las enseñanzas médicas (1837-1857) y las reformas de la administración sanitaria con la creación de una Dirección General del ramo (en 1822 —proyecto de ley no sancionado— y finalmente con éxito en 1847). Si bien no participó en la redacción de la Ley de Sanidad de 1855, desempeñó un papel destacado, como presidente de la sección primera del Consejo de Sanidad, en su aplicación. Su talante discutidor y la tenacidad de sus opiniones le granjearon grandes enemistades, incluso entre sus amigos (como Juan Antonio Balboa, quien dejó escrita una amplia biografía de Seoane, o el mismo Juan Álvarez Mendizábal, ambos compañeros de exilio en Inglaterra).

Sus desavenencias con el decano del Colegio de San Carlos frustraron la redacción de un trabajo oficial sobre el episodio epidémico de cólera asiático vivido en Madrid en 1834. Uno de los motivos más frecuentes de polémica en que incurrió fue en defensa de un estatuto de experto para los profesionales sanitarios —concepto que incluía formación adecuada, libertad de elección, responsabilidad de ejercicio y remuneración acorde, en régimen de pago por servicio—.

Fue de los primeros en plantear que el desempeño de tareas sanitarias requería estar en posesión de una formación especializada. La situación resultaba extraordinariamente complicada en la España de mediados del siglo xix ante las sucesivas modificaciones de figuras y competencias profesionales (hasta treinta y cinco titulaciones con competencias en atención sanitaria llegaron a coexistir en la década de 1860). Para él era reprobable la concesión por vía administrativa de derechos frente a quienes los ganaban mediante su formación reglada, y ese fue el escollo que periódicamente le obligaba a presentar su dimisión como consejero de Instrucción Pública o de Sanidad. Con no menor clarividencia defendió que los puestos públicos encargados a profesionales fuesen remunerados, en correspondencia a la entidad de las prestaciones —“[ el] mucho celo, mucha instrucción y mucha delicadeza” que exigen, como expuso en su memorial de 1834— y como medio para exigir eficacia en la tarea, así como que se obtuviesen “por oposición rigurosa” (algo que consideró utópico en el momento de su formulación primera, en 1819).

En los convulsos años de la transición liberal, Seoane desarrolló una intensa campaña de presión sobre los distintos gobiernos encaminada a conseguir los cambios profesionales en el sentido que hemos indicado, dentro de una estrategia general de profesionalización de las administraciones públicas.

En este sentido, fue importante separar del “gobierno de la sanidad” las competencias sobre enseñanza, que quedaron incluidas, junto a las restantes universitarias, en Instrucción pública. Si bien las líneas maestras de las reformas académicas no se ajustaron a lo propuesto por Seoane, como sus muchas rabietas por escrito manifestaron, su continuada presencia como consejero (en la primera Dirección General de Estudios, 1837-1838; o con los gobiernos moderados entre 1843 y 1857, por lo menos) le permitió decidir sobre muchos de los extremos prácticos de su ejecución.

Además, debe recordarse su activa presencia en las discusiones sobre la reforma de la administración sanitaria. Sus ideas de 1822 fueron reiteradas oportunamente a distintos gobiernos y produjeron iniciativas finalmente frustradas, como la Comisión Regia de 1835-1836 y los Proyectos de Ley de Sanidad de 1838, 1840 y 1845-1846. En esta última ocasión, su tercer borrador, donde incorporó muchas de las críticas recibidas, se convirtió en Real Decreto Orgánico de Sanidad de 17 de marzo de 1847, en el que reconoceremos, con Monlau y López Piñero, el punto de partida del moderno sistema sanitario español. Extinguidas las Juntas Supremas, los asuntos sanitarios pasaron a ser gestionados por una Dirección General de Sanidad dentro del Ministerio de Gobernación, auxiliada por un Consejo de Sanidad, como organismo superior consultivo; este modelo organizativo fue sancionado por la Ley de Sanidad de 1855. Desde un puesto de presidente de sección de dicho Consejo (1847-1853 y 1855-1860), Seoane se aplicó a dirigir la organización de la Sanidad civil sobre bases técnicas.

La organización de la sanidad interior encontraba un fundamento racional en la conexión entre salud pública y urbanismo, en un momento en que se producían grandes cambios en la traza y planeamiento urbanos (ensanches, planes de reforma, etc.). Tras la creación, por Real Orden de 18 enero de 1849, de las Juntas Municipales de Sanidad permanentes en toda España, dotadas de una Comisión permanente de Salubridad, por iniciativa del Consejo de Sanidad acordó el gobierno la creación de Inspectores Municipales de Salud Pública en las ciudades mayores de veinte mil habitantes. Su reglamento le fue encomendado a una comisión especial del Consejo presidida por Mateo Seoane e integrada por Francisco Méndez Álvaro (1806-1883), antiguo subordinado suyo en la Inspección de hospitales militares, y Pedro Felipe Monlau (1808-1871), entre otros. La mano de Seoane se advierte en el inmediato intento de convertirlos en puestos profesionales, adquiribles por oposición y dotados de contenidos higiénicos y asistenciales.

La falta de interés y de dotaciones económicas impidió que cuajaran, y sólo llegaron a formarse en muy contados lugares, como Valencia (1849), Alicante (1849) o Zaragoza (1857). Esta figura se recuperó a finales del siglo xix y constituyó (bajo la forma de Inspectores de Sanidad) uno de los ejes de la sanidad interior a partir de 1904. También fue destacable su interés por la estadística, tanto las estadísticas vitales o demográficas como por la incorporación del cálculo de probabilidades a la medicina, si bien no consiguió obtener resultados apreciables en ninguno de estos ámbitos. La completa jurisdicción sobre los cementerios no se adjudicó a los ayuntamientos hasta 1863, que la extensión nacional del Registro Civil no se produjo hasta 1871 y la enseñanza de la estadística, como parte de la Higiene Pública, presente en las Facultades de Medicina desde 1843, fue muy deficiente a todo lo largo del siglo xix y buena parte del xx. Entre 1849 y 1859 fue el único médico entre los componentes de la Junta General de Beneficencia.

A sus ocupaciones oficiales unió Seoane su adscripción a numerosos empeños societarios, intelectuales (como la Academia de Ciencias o la Real de la Lengua), profesionales (Sociedad Médica General de Socorros Mutuos) o de interés general (Real Sociedad Económica Matritense, Sociedad para la Educación del Pueblo, Ateneo de Madrid). Fue un caso de “mala salud de hierro”, crecido débil y con numerosos y reiterados achaques, incluyendo posiblemente el padecimiento de tuberculosis, lo que no le impidió, como se ha visto, desarrollar una amplia gama de actividades, dentro de las que tuvieron prioridad el ejercicio privado de la medicina —clave para su independencia de criterio, se negó incluso a ser nombrado médico de cámara de Isabel II— y la escritura. Tras su muerte en Madrid el 22 de abril de 1870, fue llorado como ejemplo de virtudes cívicas.

 

Obras de ~: Consideraciones imparciales sobre el proyecto de enseñanza superior presentado a Cortes, Valladolid, 1813; Consideraciones sobre la organización del ejercicio de la medicina, Madrid, 1813; Newman and Baretti´s dictionary of the Spanish and English languages, London, 1831, 2 vols.; Documentos relativos a la enfermedad llamada cólera espasmódica de la India, Madrid, Imprenta Real, 1831; Informe acerca de los principales fenómenos observados en la propagación del cólera indiano por Inglaterra y Escocia, y sobre el modo de propagarse aquella enfermedad..., Londres, Santiago Holmes, 1832; Instrucciones generales sobre el modo de preservarse del cólera-morbo epidémico con indicaciones acerca de su método curativo, Madrid, Impr.

Calero, 1834; Discurso preliminar sobre la reorganización de las clases médicas, Madrid, 1834; Principios en que deben fundarse las medidas legislativas y administrativas en todo lo concerniente a higiene pública, Madrid, 1837; Consideraciones generales sobre la estadística médica, Madrid, Impr. de la Compañía Tipográfica, 1838; Memoria sobre el estado actual de las ciencias exactas, físicas, naturales y médicas en España, Madrid, Imprenta Médica, 1842; El nuevo plan de estudios médicos, Madrid, Imp. del Colegio Nacional de Sordo-Mudos y Ciegos, 1843.

Bibl.: A. Chinchilla, “Mateo Seoane”, en Anales históricos de la medicina en general y biográfico-bibliográficos de la española en particular, vol. 4, Valencia, 1846, págs. 578-610; P. F. Monlau, Elementos de Higiene Pública, Madrid, Rivadeneyra, 1862 (2.ª ed.); M. Alvistur, Escenas contemporáneas: revista biográfica de los hombres importantes que se han distinguido en España en todos los ramos del saber [...]: el Excmo. Sr. D. ~, Madrid, A. Vicente, 1860 (2.ª ed., Madrid, Impr. Luis Beltrán, 1862); F. Méndez Álvaro, “Seoane” (folletón), en El Siglo Médico, 17 (1870), págs. 290-293, 306-311, 338-343, 354-360, 370-375, 402-407, 434-440, 466-471, 706-710 y 754-757; V. Llorens, Liberales y románticos: una emigración española en Inglaterra (1823-1834), México, Fondo de Cultura Económica, 1954 (Madrid, Castalia, 1979); J. M.ª López Piñero, Mateo Seoane y la introducción en España del sistema sanitario liberal, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1984; E. Rodríguez Ocaña, “La correspondencia entre Mateo Seoane, Francisco Cea Bermúdez y el Gobierno español con motivo de la epidemia de cólera en Gran Bretaña (1831-1832)”, en Dynamis, 4 (1984), págs. 301-312; E. Rodríguez Ocaña y J. Bernabeu Mestre, “El legítimo criterio aritmético. Los métodos cuantitativos en la Salud Pública española, 1800-1939”, en E. Sánchez-Cantalejo Ramírez (ed.), Quinto Encuentro Marcelino Pascua. La Epidemiolología y la Estadística, Granada, EASP, 1996, págs. 9-33; P. Marset, E. Rodríguez Ocaña y J. M. Sáez, “[Historia de] La Salud Pública en España”, en F. Martínez Navarro et al., Salud Pública, Madrid, Mc- Graw-Hill-Interamericana, 1997, págs. 25-47; E. Rodríguez Ocaña, “Confort, ornementation, hygiène. Modernisation urbaine et hygiénisme dans l’Espagne du xixe siècle”, en P. Bourdelais (dir.), Les Hygiénistes: enjeux, modèles et pratiques, Paris, Bélin, 2001, págs. 297-318. E. Rodríguez Ocaña, “Mateo Seoane y la Salud Pública”, en Eidon, Revista de la Fundación de Ciencias de la Salud, n.º 11 (2002), págs. 21-29.

 

Esteban Rodríguez Ocaña