Ruiz de Luzuriaga, Ignacio María. Villaro (Vizcaya), 31.VII.1763 – Madrid, 22.IV.1822. Médico, especialista en química biológica y salud pública.
Hijo de José Santiago (muerto en 1792), médico, que ejerció como tal en varias villas vascas hasta asentarse definitivamente en Bilbao, ciudad de la que fue médico titular. José Santiago fue uno de los grandes propagadores de la inoculación contra la viruela en el País Vasco.
Ignacio María recibió una esmerada educación, muy guiado por su padre. Sus primeros estudios los hizo a partir de 1777 en el Seminario de Vergara, centro docente creado por la Sociedad Bascongada de Amigos del País para la educación de los hijos de de la aristocracia y burguesía vascongadas. En este Seminario recibió una exquisita formación en disciplinas científicas y en idiomas. Uno de sus trabajos escolares como seminarista de Vergara consistió en la traducción de un discurso de John Pringle (1707-1782) sobre medios para conservar la salud de la marinería, que luego se verá (1780). Ese mismo año marchó a Francia como “pensionista” o becario. En París estudió Medicina y fue discípulo de las figuras más notables de la Química y de la Medicina europea del momento, como los químicos Pierre Joseph Macquer (1718-1784) y Antoine-François Fourcroy (1755-1809), y los cirujanos Pierre Joseph Desault (1744-1795) y François Chopart (1743-1795), entre otros.
Pensionado de nuevo, marchó a Inglaterra y amplió estudios en la prestigiosa Universidad de Edimburgo durante los años 1785 a 1787. En esa Universidad escocesa obtuvo su doctorado en Medicina con una Memoria sobre Fisiología de la sangre y del sistema nervioso, lo que le valió, además, ser recibido como académico de número en la de Medicina y en la de Historia Natural de dicha ciudad. Su prolongada estancia en Francia e Inglaterra ha sido dada a conocer a través del amplio epistolario de Ruiz de Luzuriaga con los responsables políticos españoles por Juan Riera y Anastasio Rojo (1975 y 1985). La Química fue una de las materias de su preferente interés. Además de aprender de los químicos franceses antes mencionados, durante su permanencia en Inglaterra trabajó personalmente con Joseph Black (1728-1799), Irwing, William Saunders, Adair Crawford (1748-1795) y el prestigioso médico William Cullen (1710-1790). En el otoño de 1786 se hallaba en Londres, y asistió a los cursos de John Hunter (1728-1793) al tiempo que frecuentaba las salas del Guy’s Hospital y el de St. Thomas. Tras un breve paso por la Facultad de Medicina de Montpellier, uno de los centros más notables del vitalismo científico europeo de la época, regresó a España. Aprovechó su estancia en Inglaterra para interesarse por la química industrial, pues ambicionaba aplicar los conocimientos adquiridos a su regreso a España.
Tras rechazar una plaza de docente en el Seminario vergarés, se instaló en Madrid. Durante dos años, al objeto de revalidar su título de médico, estuvo ligado a Sobral. Su creciente prestigio profesional le valió en 1790 ser recibido en la Academia Médica Matritense, con la que se vinculó de por vida. En 1791 fue nombrado “fiscal de memorias”, en 1798 secretario y desde 1807 vicepresidente. La invasión napoleónica fue especialmente sentida por Ruiz de Luzuriaga. El mismo año en que era nombrado vicepresidente de la Academia madrileña fue arrestado y deportado a Francia. Una eficaz intervención de la Academia hizo posible que fuera devuelto a España. Durante el período de ocupación Ruiz de Luzuriaga se mantuvo profesionalmente activo y realizó varios informes de carácter sanitario. Cuando se intentó crear un Instituto Nacional de Ciencias, en el seno de una futura Academia Nacional de Ciencias, por el gobierno de José I (1808-1813), Ruiz de Luzuriaga fue uno de los científicos propuestos para formar parte de la nueva corporación en consideración a su gran prestigio. Tas la retirada francesa, siguió en activo, pero en 1821 dimitió de todos sus cargos en la Academia madrileña por motivos de salud. Un año después, fallecía a causa de una enfermedad gastrointestinal.
Hay escasa información sobre la labor como clínico de Ruiz de Luzuriaga, pero de acuerdo con López Piñero (1974) puede considerársele un antisistemático, es decir, no seguidor de ningún sistema cerrado en Medicina, y con una actitud muy positiva hacia las ciencias básicas.
La labor científica de Ruiz de Luzuriaga se centró básicamente en dos aspectos: la química fisiológica y la higiene pública. El primero lo cultivó desde su época formativa en Inglaterra y Francia y a él consagró algunas publicaciones entre 1784 y 1797. El segundo fue su campo de actuación preferente desde que se instaló en Madrid a partir de 1790, temática a la que dedicó algunas publicaciones y, especialmente, textos manuscritos, la mayoría de los cuales se conservan en el Archivo de la Real Academia Nacional de Medicina de Madrid.
Hasta 1790 Ruiz de Luzuriaga defendió la teoría del flogisto de Georg Ernst Stahl (1660-1734) para explicar algunos fenómenos fisiológicos. En efecto, en su primer trabajo sobre la descomposición del aire atmosférico (1784) que insertó en la revista Observations sur la Physique, sur l’Histoire Naturelle et sur les Arts, y en su tesis doctoral inglesa de 1786, recurrió a ese marco teórico para explicar la oxidación del plomo y sus derivados, el mecanismo químico de la respiración y la acción de los gases en la sangre, tanto la arterial como la venosa. Pero en 1790 sustituyó la doctrina del flogisto y aceptó la de Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794) como sustento de explicación de los fenómenos de la respiración. Sus nuevos hallazgos los dio a conocer en 1796 como monografía y al año siguiente en el volumen primero de las Memorias de la Real Academia de Medicina de Madrid.
La labor higiénica de Ruiz de Luzuriaga debe considerarse encuadrada en el sanitary movement, corriente higienista inglesa que, frente al modelo centro europeo representado por Johan Peter Frank, defensor de medidas legislativas emanadas por los monarcas absolutos y de obligado cumplimiento, preconizó, desde un planteamiento liberal, actuaciones puntuales en cuestiones higiénico sanitarias. Por esta razón, los temas de interés de Ruiz de Luzuriaga fueron muy variados y algunos de ellos con un éxito francamente notable.
Su primer acercamiento a las cuestiones médicosociales fue un informe sobre el cólico de Madrid, que apareció en las Memorias de la academia médica madrileña (1797) y que fue elogiosamente citada, entre otros, por Philippe Pinel (1745-1826), reformador de la asistencia a los alienados en la Francia de finales del siglo XVIII. Se trata de un elaborado texto en el que analiza muy concienzudamente el problema derivado de las intoxicaciones por plomo y óxido de cobre en alfareros y consumidores a partir de vasijas manufacturadas con barrio vidriado. Ante este grave problema sanitario Ruiz de Luzuriaga defendió la necesidad de conocer exactamente las causas de esos “cólicos”, antes que actuar de forma empírica en busca de remedios ocasionales. Además de los cólicos causados por este motivo, Ruiz de Luzuriaga apuntó también la importancia de los colorantes utilizados por los confiteros, la adulteración de la leche por los lecheros, los vinos, el pan y otros productos alimenticios básicos. Luzuriaga concluye que la causa inmediata de esta patología es “el encogimiento espasmódico de alguna porción de los intestinos”, para lo que recomienda una serie medicinas y la necesidad de una legislación eficaz que evite los abusos causantes de esta enfermedad.
La higiene naval, a la que se dedicó entre 1778 y 1797, constituyó otro aspecto al que Ruiz de Luzuriaga dedicó abundantes escritos, en su mayor parte manuscritos. Siendo colegial de Vergara, tradujo el célebre discurso de John Pringle sobre medios para “conservar la salud de los marinos”, y del que ofreció un resumen en los Extractos de la Sociedad Bascongada de Amigos del País (1780). El texto completo de esta versión no se ha conservado. También, y con la idea de dar en conocer en España las mejores obras europeas sobre este tema, tradujo en 1791 el Tratado sobre el escorbuto de Frederick Thomson que, aunque fue su intención publicarlo, quedó manuscrito, quizás porque, como ha señalado Astrain Gallart (1991), por entonces Ruiz de Luzuriaga estaba dedicado de lleno en la redacción de un tratado sobre higiene naval, Sobre la conservación de la salud de la gente de mar (c. 1791), obra que tampoco conoció impresión. En 1797, y en las Memorias de la Academia de Medicina de Madrid, editó como artículo un interesante trabajo, Ensayo apologético acerca del descubrimiento de la potabilización del agua de mar por los españoles, y se propone un nuevo método para desalar dicha agua, en el que reivindicó la primacía de los españoles frente a las tesis defendidas por franceses e ingleses (1797c).
A este bloque temático se corresponde también el último capítulo de su Disertación sobre la respiración y la sangre (1796), en el que aborda la reanimación de los ahogados y asfixiados.
En mayo de 1796 Edward Jenner (1749-1823), un médico inglés que ejercía en el medio rural, descubrió que las lecheras del condado donde ejercía estaban inmunizadas contra la viruela, por entonces una enfermedad epidémica de fatales consecuencias, por su elevada mortalidad infantil y por las graves lesiones deformantes que producía en los que sobrevivían a esta mortífera enfermedad. La vacuna de Jenner rápidamente se extendió por toda Europa. En España, y con linfa vacunal procedente de Francia, Francisco Piguillén y Verdaguer (1771-1826) comenzó a vacunar con éxito a partir de diciembre de 1800. Tras un intento fallido de introducción, empezó a inmunizarse con éxito en la Corte a partir de 1801. La Academia de Medicina y Ruiz de Luzuriaga, a partir de mayo, jugaron un papel central en la extensión de vacuna en Madrid y en su difusión por buena parte de España. Ruiz de Luzuriaga fue uno de los más convencidos defensores de la eficacia de la vacuna jenneriana, al igual que su padre lo había sido de la variolización.
Además de llevar una contabilidad muy detallada de las personas a las que vacunaba, se convirtió en proveedor de pues vacunal a muchos colegas y personas de diversas profesiones por toda España, como Juan Manuel de Aréjula (1755-1830) en Andalucía.
Además, Ruiz de Luzuriaga tuvo estrechos contactos con médicos y burgueses de Castilla, Navarra, País Vasco y otros lugares a los que periódicamente remitía vacuna y de los que obtenía detallada información acerca del curso de la vacuna jenneriana en sus lugares de residencia. Como velador de la salud pública, Ruiz de Luzuriaga también tuvo que intervenir para desenmascarar a algunos pícaros que, subiéndose al carro triunfante de la vacuna, quisieron engañar a las autoridades con falsos descubrimientos de pus vacunal en animales de la cabaña nacional, como Juan José Heydeck (1755), un ex rabino afincado en Madrid que propagó que había descubierto linfa vacuna de igual calidad y eficacia que la vacuna en cabras de un pastor madrileño y ante cuyas afirmaciones Ruiz de Luzuriaga tuvo que actuar con energía por su condición de perito de la Academia de Medicina madrileña.
De su actuación como defensor y propagador de la vacuna de Jenner, Ruiz de Luzuriaga dejó algunos manuscritos, pero ninguna obra impresa. Bien es cierto que en 1801 había preparado en francés un detallado informe, Extrait de rapport masnuscrit du Docteur Luzuriaga sur la vaccination ou Jennerisation, con la idea de que apareciera en la Décade Philosophique politique et littéraire que editaban Say, Amaury, Duray y Lebreton, pero que no llegó a publicarse. Los más notorios textos inéditos de este médico vasco son su Informe imparcial sobre el preservativo de las viruelas, redactado a instancias del Protomedicato en torno al 9 de noviembre de 1801, y en el que defiende con datos numéricos —concretamente 805 vacunados— la ventaja del nuevo remedio preventivo, y una amplia carta, Amigo y Señor Don Luis, probablemente dirigida a un español o francés afincado en Francia, y en la que reconstruye minuciosamente la difusión del remedio preventivo tanto en su foco catalán como madrileño (Olagüe de Ros y Astrain Gallart, 1994 y 2004). La Academia Nacional de Medicina conserva, además, un amplísimo epistolario de este médico vasco con sus corresponsales acerca del curso de la vacunación en España. En todos sus escritos Ruiz de Luzuriaga defendió la necesidad de crear, al modo británico y francés, Juntas de Vacunación que garantizaran la correcta expansión del descubrimiento de Jenner en nuestra patria. Una Real Orden que obligaba a la fundación en los hospitales de Salas de Vacunación en 1805, sin embargo tuvo escasas consecuencias, quizás por la rivalidad entre médicos y cirujanos acerca de la responsabilidad en el control de dichas salas, y por la imagen negativa que entre la población tenían los nosocomios generales.
Los expósitos fueron otro de los temas sociales que acapararon la atención de este médico vasco. Resultado de esta preocupación son cinco volúmenes inéditos, Estadística Política Médica o Estado Político de los Xenodochios, Derephotropios y Horfanotrofios, o sea Casas de Amparo u Hospicio de maternidad (1817-1819), que igualmente se guardan en la Academia de Medicina madrileña y que han merecido la atención de Carreras Panchón (1975 y 1977). Una serie de normativas legales aprobadas en 1794 y 1796 obligaban a las inclusas a llevar una detallada relación del número de niños ingresados y de salidas. Estos incipientes datos estadísticos son los que estudiará Ruiz de Luzuriaga para objetivar el estado de las inclusas de nuestro país. En defecto, recurrirá a la estadística para objetivar la mortalidad, los ingresos de las amas de cría y su influencia sobre la letalidad, aunque por ejemplo no considerará otras variables interesantes, como la edad de los niños (Sherwood, 1983).
Otras cuestiones higiénico sanitarias que despertaron el interés de Ruiz de Luzuriaga fueron la higiene de las cárceles, un discurso que dio ante la Real Asociación de Caridad en 1804, y su participación en la redacción de la Ley Orgánica de Sanidad Pública de la Monarquía Española en torno a 1820 (López Piñero (1983)).
Ruiz de Luzuriaga también mostró un gran interés por cuestiones no relacionadas directamente con la higiene pública, como la botánica. Recientemente, Figueroa-Saavedra ha reconstruido la historia de un manuscrito de Francisco Hernández (1517-1587), Materia Medicinal de la Nueva España (c. 1576-77), que se hallaba en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de Madrid y que, parece ser, era originariamente propiedad del médico vasco. Ruiz y Pavón, además, le dedicaron un grupo de plantas de la familia de las liliáceas en su Florae peruvianae et Chilensis Prodromus (1802).
Otros manuscritos de Ruiz de Luzuriaga no han sido estudiados con la atención que se merecen, por ejemplo su Dictamen sobre las nuevas ordenanzas del estudio de Medicina Práctica (1817) y una Memoria dirigida al Excmo. Sr. Presidente de la Sociedad Económica Matritense sobre la asistencia a los sordomudos.
De su labor de traductor de textos extranjeros conviene citar, además de los ya consignados, su versión de la Medicina Doméstica de Buchan, la de Crawford acerca del calor animal y la del Tratado sobre la fiebre amarilla de Benjamín Rush (1804) (Peset Reig, 1963).
Obras de ~: “Precauciones para conservar la salud de las gentes de mar”, en Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, 7 (1780), págs. 44-46; Mémoire sur la Décomposition de l’Air Atmosphérique par le Plomb, Paris, Rue et Hôtel Serpente, 1784; “Mémoire sur la décomposition de l’air atmosphérique par le plomb”, en Observations sur la Physique, sur l’Historie Naturelle et sur les Arts, 25 (1784), págs. 252-261; Tentamen medicum, inaugurale, de reciproca atque mutua systematis sanguinei et nervosi actione [...] / Eruditorum examini subjicit [...], Imprint Edinburgi, apud Balfour et Smellie, academiae typographos, 1786 (trad. al al. de August Winkelmann: Braunschwieg, 1805); Disertación médica sobre el cólico de Madrid inserta en las memorias de la Real Academia Médica de Madrid y publicada separadamente de orden de la misma en beneficio común, Madrid, Imprenta Real, 1796; Disertación chimica fisiológica sobre la respiración y la sangre consideradas como origen y primer principio de la vitalidad de los animales. Apéndice: Paralelo de los experimentos que publicó el doctor Girtanner sobre la irritabilidad considerada como principio de vida en la naturaleza organizada, con los que publiqué en mi Tentamen medicum inaugurale: De reciproca atque mutua systematis sanguinei et nervosi actione, Madrid, Imprenta Real, 1796 [como artículo de revista en: Memorias de la Real Academia de Medicina de Madrid, 1 (1797), págs. 1-98]; “Sobre el cólico de Madrid”, en Memorias de la Real Academia de Medicina de Madrid, 1 (1797), págs. 205-348 [Disertación médica sobre el cólico de Madrid inserta en las Memorias de la Real Academia Médica de Madrid; y publicada separadamente de orden de la misma en beneficio común, Madrid, Imprenta Real, 1796]; “Ensayo apologético en que se prueba que el descubrimiento de hacer potable el agua del mar por medio de la destilación se debe a los Españoles, y se propone un nuevo método para desalar dicha agua”, en Memorias de la Real Academia de Medicina de Madrid, 1 (1797), págs. 431-454; Discurso para alivio de los pobres presos, Madrid, Viuda de Ibarra, 1804; con B. Piñera, I. M. Ruiz de Luzuriaga y E. de la Peña, Catálogo de las sustancias simples y preparadas que debe haber en la Botica de los Hospitales Civiles de esta Corte, Madrid, Oficina de la Viuda e Hijos de Aznar, 1812.
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Guillermo Olagüe de Ros