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Juan March Ordinas

Biografía

March Ordinas, Juan. Santa Margarita, Mallorca (Islas Baleares), 3.X.1880 – Madrid, 9.III.1962. Hombre de negocios y gran capitalista.

Nacido en un hogar muy modesto de índole mercantil y provista su instrucción sólo de estudios elementales, muy pronto entró en el mundo de los negocios de turbio origen de la mano de su coterráneo Toniet Farol, contrabandista de Santayi. Fabricante de tabaco al poco tiempo en Argel, simultaneó tal actividad con la compraventa de considerables extensiones de terreno en Alicante y La Mancha hasta que en 1911 obtuvo la verdadera palanca de su fortuna: el monopolio de tabacos en Marruecos, con exclusión, en un principio, de las plazas de soberanía, renovado en 1919. En esta fecha, Juan March se había convertido ya en una de las primeras fortunas del país a socaire de la coyuntura que la Primera Guerra Mundial proporcionase a sus actividades. Su dedicación preferente en aquellos días al transporte marítimo —al abrigo del astronómico precio de los fletes— le permitió controlar en 1918 la Compañía Naval Transmediterránea, fundada en noviembre de 1916, que, ya bajo su hegemonía, pasó a absorber a la local La Isleña Marítima. Aunque en la posguerra la red de sus empresas abarcase toda la Península y algunos países extranjeros, antes de la instauración de la primera dictadura española del novecientos consagró una especial atención a labrarse un dominio indisputado en la isla que le viera nacer, sosteniendo al efecto reñidas batallas con la oligarquía mallorquí y con el maurismo dominante en la cabeza de las Baleares. En tal línea, su principal pretensión radicaba en la configuración de un nuevo arquetipo de empresario y capitalista, muy conectado con los ambientes obreros y con los sectores más avanzados ideológicamente del establishment. La proximidad al proletariado balear la manifestó a través del apoyo financiero a parte de sus tareas, así como en su incardinación en el albismo, dentro del cual —pero a título de “independiente”—, obtuvo en 1923 la primera de sus tres actas de diputado en el Parlamento nacional.

Un año antes, en el último de los Gobiernos presididos por Antonio Maura, su miembro más prominente, Francesc Cambó —ministro de Hacienda—, respaldó con decisión la persecución desatada contra March por algunos altos representantes de la Administración, escandalizados de sus métodos y ejemplo.

La dictadura prosiguió por la misma senda, habida cuenta, en particular, de la visceral inquina con que Primo de Rivera distinguiera a Santiago Alba, acompañando a éste por los caminos de su exilio francés.

No obstante, casi sin tardanza se produjeron su retorno y el aquistamiento de la voluntad del general andaluz, que dio su visto bueno a la extensión de su monopolio tabaquero a Ceuta y Melilla, así como a la puesta en pie en 1926 de la Banca March. No consiguió, empero, ninguna opción para entrar en Campsa, llegando incluso el poder dictatorial a la incautación de la Compañía de Petróleos de Porto Pi, erigida en 1925 por March con tal finalidad.

Contratiempos y dificultades para la deslumbrante carrera empresarial del capitalista balear que en nada, sin embargo, podrían compararse con las sobrevenidas con la implantación de la Segunda República.

Suprimido por ésta su monopolio de Tabacos en junio de 1931, el logro de un escaño parlamentario por su tierra natal en las elecciones del mismo mes y el apoyo de Alejandro Lerroux, prohombre de la nueva situación, no se revelaron suficientes para impedir la anulación de su acta de diputado por mayoría de los miembros de las Cortes, tras un enconado debate en su seno y en la prensa —parte de la cual estaba bajo el control del financiero mallorquín—, quien contaría incondicionalmente con el respaldo de una figura como Azorín.

Ingresado en prisión el 15 de junio de 1932, un año y medio después, una vez invalidada una nueva elección parlamentaria, protagonizó una novelesca fuga de la cárcel de Alcalá de Henares con destino a Gibraltar y, más tarde, a Francia, de donde regresó meses después para tomar posesión de su escaño en las Cortes.

Llegada la Guerra Civil, March fue uno de los principales sostenedores materiales del Gobierno de Burgos, más allá y muy por encima de la anécdota de la compra del Dragón Rapide para transportar a Franco desde Canarias a Marruecos. El máximo conocedor del tema, José Ángel Sánchez Asiaín, no duda en calificar su ayuda financiera como uno de los elementos de la tríada de factores económicos sobre los que descansó el triunfo del bando “nacional”. Pese a lo cual las relaciones con el dictador gallego no discurrirían en la década de 1940 por cauces de cordialidad y entendimiento, dada la inclinación monárquica y aliadófila del capitalista balear, amenazado incluso de prisión por el régimen en una ocasión.

Tras prolongadas estancias en Portugal y Suiza en la posguerra española y mundial, reconciliado en parte con el Sistema, March se asentó definitivamente en Madrid para colocar las últimas piedras de su inmenso imperio —por tales calendas se le atribuía, conforme a cálculos solventes, la séptima fortuna planetaria—.

En el gran número de negocios y empresas rectoradas o dinamizadas en el decenio central del siglo xx por March y el eficiente equipo de colaboradores de los que siempre supo rodearse en los diversos campos mercantiles, financieros, jurídicos, políticos y periodísticos por los que se extendía el mundo de sus negocios, quizá fuera el controvertido suceso de la quiebra de la Barcelona Traction el que colocara con mayor impulso a March en el primer plano de la economía española y europea de la época. Fundada por su decisión la Compañía de Fuerzas Eléctricas de Cataluña (FECSA) en 1951 con el propósito de adquirir mediante subasta pública la Barcelona Traction, el Estado franquista permitió un año después que aquélla incorporase a su patrimonio el de esta última. En plena —y ardida— controversia internacional por la operación llevada a cabo por March, como último reflejo de su genio financiero y muy peculiares procedimientos en orden a alcanzar las metas ambiciosas de su quehacer empresarial, erigió en noviembre de 1955 la Fundación Juan March, consagrada al fomento de la creación cultural en sus variadas dimensiones. Fecunda en gran parte de sus trabajos y considerada modélica en diversos planos de su labor, su trayectoria ha venido a compensar y neutralizar en amplios sectores de la opinión pública el descrédito que en ella produjera a veces la figura y actuación de quien fuera calificado con fortuna mediática como “el último pirata del Mediterráneo”.

 

Bibl.: R. Garriga, Juan March y su tiempo, Barcelona, Planeta, 1976; B. Díaz Nosty, La irresistible ascensión de Juan March, Madrid, Editorial Sedmay, 1978; A. Puigberg, Mi vida... y otras más, Barcelona, Planeta, 1979; M. Fraga Iribarne, Memoria breve de una vida pública, Barcelona, Editorial Planeta, 1980; J. M. Cuenca Toribio, La Segunda Guerra Mundial, Madrid, Espasa Calpe, 1989; A. Piñeiro, Los March. El precio del honor, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 1991; J. A. Sánchez Asiaín, Economía y finanzas en la Guerra Civil Española (1936-1939), Madrid, Real Academia de la Historia, 1999 (Colección Clave Historial); J. A. Sánchez Asiaín, “La economía española durante la Guerra Civil”, en Historia Económica de España, Siglos XIX y XX, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 1999, E. Urreiztieta, Los March. La fortuna silenciosa, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008; P. Ferrer Guasp, Juan March. El hombre más misterioso del mundo, Barcelona, Ediciones B, 2008; M. Cabrera, Juan March (1880-1962), Madrid, Marcial Pons, 2011.

 

José Manuel Cuenca Toribio