Ibáñez, Antonio Raimundo. Ferreirela de Abajo-Santa Eulalia de Oscos (Asturias), 17.X.1749 – Ribadeo (Lugo), 2.II.1809. Industrial, comerciante y economista.
Quien siempre firmó como Antonio Raimundo Ibáñez era hijo de Sebastián Ibáñez Llano y Valdés, escribano en los Oscos, con residencia en Santa Eulalia, de familia de nobleza antigua y limpia de sangre, asentada en Oviedo, y de María Antonia Cayetana Álvarez Castrillón, oriunda del lugar. Después de aprender las primeras letras en su parroquia, siguió los estudios con los monjes de Villanueva de Oscos, lugar en el que en 1137 se habían establecido los benedictinos, quienes levantaron el convento, y a donde llegaron en 1162 los cistercienses, para regir el monasterio. Ahí estudió, además de Griego y Latín, Ciencias Naturales, Matemáticas y otras ciencias útiles, como manifestaría años más tarde, reconociendo que todo lo aprendido en Villanueva de Oscos le había sido de gran utilidad. Se dice, aunque no hay pruebas de ello, que su afición por las ciencias mecánicas le llevó a visitar diferentes ciudades industriales españolas y que residió un tiempo en la Corte.
En 1770 entró Ibáñez en la casa de Guimarán de Ribadeo, al servicio de la familia Rodríguez-Arango, de los que llegó a ser administrador general, ocupándose de las actividades comerciales que la casa realizaba. Se refiere que en el año 1774 viajó a Cádiz para vender unas pertenencias que los Rodríguez-Arango tenían allí y que el importe de la venta lo empleó en la compra de una partida de aceite que llevó a Ribadeo, todo ello sin mandato para hacerlo, por lo que tuvo que vender el aceite por su cuenta y reintegrar la cantidad que había empleado en la compra, quedándose con las ganancias obtenidas, que pudo emplear en otras empresas comerciales.
En ese año de 1774 se casó Ibáñez con Josefa, hija de Diego López Acevedo y de Antonia de Prada, de la villa de Ribadeo, y dejó la casa de los Rodríguez- Arango. Al ser elegido diputado del común, coincidió en el gobierno del Ayuntamiento de Ribadeo con Joaquín Cester, elegido a su vez personero del común, que había sido director de las Reales Fábricas de Talavera de la Reina y que tenía a su cargo la dirección de las casas-fábricas de Oviedo, Ribadeo y Santiago de Compostela, de las que sólo se levantó la de Ribadeo.
Dedicado Ibáñez a la actividad comercial, mantuvo contacto con diferentes capitales de España y del extranjero, lo que alegó en 1780 al ser elegido regidor 2.º del Ayuntamiento de Ribadeo. Cuando ya estaba entre los principales comerciantes mayoristas de Ribadeo, fue acusado, en el año 1783, de no haber pagado los derechos de entrada, en el puerto de la localidad, de una partida de aguardientes. Para que esa actividad comercial se acrecentase, en 1784 constituyó Ibáñez, con José Andrés García, natural de Nájera, vecino y comerciante de la villa de Carril, puerto de la ría de Arosa, la sociedad José Andrés García y Compañía, para importar lino de Rusia, hierro y acero de Suecia y bacalao de Terranova, además de otros productos, entre los que estaban el maíz, el vino y el aguardiente. Esa sociedad —constituida por un plazo de cuatro años, en principio— la ampliaron en 1791 y la prorrogaron por un período de dieciséis años, al término de los cuales Ibáñez y sus herederos se quedaron con ella, pagando a García y los suyos la mitad de los costes habidos. No obstante ese nuevo plazo, en 1795 se liquidó la sociedad y los socios se dispusieron a levantar fábricas de hierros en Sargadelos (Lugo) y en Muros (La Coruña).
Sin duda, lo que marcó más la actividad económica de Ibáñez fueron las fábricas de hierros que levantó en Sargadelos. En 1788 hizo público el proyecto de establecer una o más herrerías, dos martinetes para tirar planchas y todo tipo de herrajes, así como una fábrica de ollas de hierro, a imitación de las que se hacían en Burdeos, sobre el río que nace en los montes de la parroquia de Santa María de la Rúa, en las proximidades del puerto de San Ciprián. Necesitaba primero tener la autorización de los vecinos y el 15 de febrero de ese año comparecieron éstos, con el cura párroco a la cabeza, ante el escribano y expusieron que allí había habido cuatro ferrerías, que se encontraban entonces arruinadas, que eran necesarias nuevas fábricas para reemplazarlas, y como en el lugar había agua, leña en abundancia y se contaba con puerto de mar por el que podría entrar la vena de Vizcaya, si la de los alrededores no era suficiente, y salir los productos elaborados, por el bien común, por el interés público, admitieron que Ibáñez levantase una o más fábricas de hierros y lo hiciera cuanto antes. La autorización conllevaba que eligiese Ibáñez el lugar que considerase más conveniente, sobre los ríos que allí había, concediéndole los terrenos, si eran públicos, y vendiéndoselos, a precio convenido por peritos, si fuesen privados. No obstante esa autorización, el proyecto de Ibáñez, que también tenía el beneplácito del Consejo de Mondoñedo, contó con la oposición de los propietarios, la del obispo de Mondoñedo, que tenía jurisdicción sobre la comarca, la del comisario de Marina de Vivero y, de modo especial, la del síndico general del Alfoz del Valle de Oro. Éste hizo presente al Rey que con esas fábricas de hierros se crearían problemas serios y perjuicios grandes, porque se privaría a la comarca de la madera y la leña de los montes comunales y faltarían carros y animales de tiro para las faenas del campo. La reclamación surtió efecto y, por Real Orden de 30 de octubre de ese año de 1788, fue denegada la autorización para levantar las fábricas. No obstante esa oposición, consiguió Ibáñez la aprobación real de su proyecto y así consta en la Real Cédula de 5 de febrero de 1791. En ella se dice que Ibáñez solicitó permiso para establecer una o más plantas de hierros sobre las aguas del río Cervo, que baja de los montes de la feligresía de Santa María de la Rúa, en la diócesis de Mondoñedo. Para que el consumo de leña no condujese a la deforestación, Ibáñez se comprometía a plantar veinte mil pies de roble, pino u otros árboles en el plazo de veinte años. Las herrerías y la fábrica de ollas se montarían en la parroquia de Santiago de Sargadelos, en el lugar conocido como “Monte do Medio”, mientras que los martinetes, por no haber allí solar adecuado para ellos, serían levantados en otro lugar, dentro de la cuenca del río que baja a la ensenada de Rúa, debiendo el promotor comprar los terrenos que necesitase, en el bien entendido de que, dado el beneficio público que se derivaría de esas instalaciones, el precio habría de ser equitativo. Parece que en mayo de ese año de 1791 ya estaban las obras de instalación en marcha y que en 1792 las fábricas comenzaron a producir.
Que la actividad productiva estuviese en marcha no hizo que terminase la oposición a Ibáñez y a su obra. Cabía esperar que dicha oposición cesase en 1794, cuando el Gobierno quiso comprar a Ibáñez la fábrica para dedicarla a la producción de material de guerra. La compra no se llevó a efecto, pero Ibáñez contrató la fabricación de municiones por cuenta del Estado, por un plazo, en principio, de seis años. La propuesta fue hecha por el ministro de la Guerra, con fecha de 20 de junio de 1794. Ibáñez pidió hacer antes las pruebas necesarias y en 1795 se formalizó el contrato, con lo que quedaba la fábrica bajo la jurisdicción de la Marina, podía aprovechar libremente la madera y leña de los montes y repartir entre los vecinos los acarreos que se necesitaban. Con todo, la oposición a Ibáñez continuó y en ese mismo año de 1795 el cura párroco de Sargadelos acusó a un grupo de operarios, que habían llegado de la fábrica de San Sebastián de la Muga, de no haberle abonado unos derechos y por ello fueron procesados. Con eso se quiso influir sobre los feligreses para que no colaborasen con la empresa. De hecho, en septiembre de ese año, hubo de cerrar Ibáñez el horno de fundición por falta de carbón, lo que denunció, así como la hostilidad que tenían los clérigos hacia su establecimiento.
Como las representaciones que remitían a la autoridad competente los curas y algunos propietarios no eran atendidas, éstos pasaron al uso de la fuerza. En 1798 corría por la comarca el rumor de que la fábrica iba a dejar de pagar los derechos de la leña y que requeriría más servicios a los vecinos. Éstos, sin duda compelidos por las fuerzas económicas de la comarca, el 30 de abril de ese año —se dice que en número de cuatro mil— asaltaron las instalaciones de Sargadelos. Los asaltantes quemaron y destrozaron parte de las instalaciones, llegando hasta la casa de Ibáñez, que pudo escapar.
Ibáñez no se desanimó y reconstruyó y reparó lo destruido y dañado, al tiempo que reclamaba la consiguiente indemnización, acordándose compensarle con la cantidad de 663.661 reales, según sentencia del Real Consejo. Al reconstruir las instalaciones, Ibáñez las amplió, añadiendo un horno de reverbero, lo que mostraba su confianza en el futuro del establecimiento, que recibiría el título de Reales Fábricas, con fuero militar de caballería, del que gozaría el dueño, los directores y los operarios, quedando los empleados de difícil reemplazo exentos del servicio de quintas. Por su dedicación a la fabricación de municiones, se le encomendó a Ibáñez la dirección de la Real Fábrica de Orbaiceta, que arrendó el 5 de octubre de 1805.
Además de las modernas fábricas de hierros que tenía, Ibáñez siguió pensando en levantar una de loza. Con el conocimiento de que en Burela se podían sacar caolines y con la información que le había proporcionado Cester, programó la realización de esa otra empresa industrial. El ministro de Hacienda dio cuenta, el 15 de julio de 1803, de que obraban en su poder los planos de una fábrica de loza que pensaba levantar Ibáñez. Parece que en 1804 comenzó la producción de piezas de loza, aunque fue en 1806 cuando se hicieron los primeros ensayos para la fabricación de loza al estilo Bristol. Pidió Ibáñez privilegio para que nadie pudiera entrometerse en las minas, vetas y filones de tierras, arenas, cuarzos, espato y otras materias que había descubierto y necesitaba para fabricar piezas de loza. Otro de sus proyectos fue el de montar en Sargadelos la gran fábrica de cristal de Galicia, pero no pudo llevarlo a cabo.
Autor de numerosos informes, solicitudes y dictámenes, era Ibáñez buen conocedor de la literatura económica de su tiempo, como señala en “Carta de economía política” (1790), cuando dice que sus reflexiones están fundadas en “la experiencia reconocida y apoyada uniformemente por los mejores economistas modernos”. Con ideas poblacionistas, sostenía que si las obras de la industria se multiplicaban, se fomentaba la agricultura y, con esos dos ramos de la actividad económica unidos, la riqueza se acrecentaría. Consideraba que la industria, una industria dispersa, había de ser complemento de la agricultura, y eso era lo que él quiso poner en práctica. El comercio era para Ibáñez el agente útil entre las producciones y las necesidades. Defendió el comercio libre de granos y en “Respuesta a un caballero de Asturias” (1789), expuso que “la vía del comercio libre de granos es la única, la más pronta, la menos dispendiosa y exenta de inconvenientes que puede presentarse”. Por ello, respecto a las tasas, decía que, si se establecían, de un escollo se iba a otro aún peor para la sociedad, aunque admitía que en circunstancias excepcionales eran convenientes, en situaciones en las que “la aflicción pública llega a extremos extraordinarios”, si bien, antes de que intervinieran las leyes, se debía esperar a ver si, con la información necesaria, demandantes y oferentes, actuando libremente, llegaban a establecer el precio más conveniente. Se puede inscribir a Ibáñez en el movimiento que hubo en Europa, a finales del siglo xviii, en favor de la libertad y desarrollo económicos, aunque no fue un teórico de éste, ni contribuyó al progreso del análisis económico. Lo que hizo fue analizar la realidad económica, para tratar de transformarla, y a tal fin dispuso sus ideas, capacidad y recursos.
Quien es conocido como marqués de Sargadelos y conde de Orbaiceta, títulos no recibidos, en mayo de 1808 formó parte de la Junta Patriótica de Ribadeo, en calidad de vocal. Cuando, en la madrugada del 2 de febrero de 1809 las tropas de Asturias, al mando del general Worster, cruzaron la ría del Eo y entraron en Ribadeo, donde se les unieron los vecinos —que estaban en la calle en manifestación contra los miembros de la Junta y contra Ibáñez en particular—, éste, acompañado del coronel de Artillería Mariano Breson, ayudante suyo, salió de su casa montado en un mulo, pero no pudo completar la huida, pues le dieron muerte al llegar a las vegas de Dompiñor. El cadáver de Ibáñez fue levantado en la tarde de ese día 2 de febrero y enterrado en la iglesia del convento de San Francisco de Ribadeo. Tenía Ibáñez la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y se dice que en el año 1805 le fue ofrecida la cartera de Marina y Ultramar.
Obras de ~: “Discurso sobre la frecuencia de los estragos de las inundaciones en España, su origen, el de haberse atollado en nuestros días la mayor parte de los puertos de mar, y otras observaciones”, en Memorial literario y curioso de la Corte de Madrid (Madrid), vol. XV (1788), págs. 459-466; “Carta en respuesta a un caballero de Asturias sobre los recursos de que es susceptible la economía política del comercio de granos en España en los años escasos”, en Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa (Madrid), n.º 190 (20 de julio de 1789), págs. 274-279 (reprod. en J. E. Casariego, El Marqués de Sargadelos o los comienzos del industrialismo capitalista en España, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1950, págs. 226-229, y A. Meijide Pardo, Documentos para la historia de las Reales Fábricas de Sargadelos, La Coruña, Edicios do Castro, 1979, págs. 69-72); “Segunda carta de economía política, sobre el libre comercio de granos, escrita por Ibáñez a un caballero de Asturias”, en Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa (Madrid), n.º 229 (19 de abril de 1790), págs. 367-372 (reprod. en A. Meijide Pardo, op. cit., págs. 72-74); “Real Hacienda. Economía política. Informe sobre el arreglo de los derechos de aduanas en España”, 1800, en Archivo Municipal de Ribadeo.
Bibl.: G. Laverde, “Apuntes para la biografía de D. Antonio Raimundo Ibáñez”, en La Ilustración Gallega y Asturiana, t. I, n.os 33 y 34 (1879), págs. 395 y 406-407; J. E. Casariego, El Marqués de Sargadelos o los comienzos del industrialismo capitalista en España, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1950 (reed., Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2001); E. Vilar Checa, El Marqués de Sargadelos y su obra, La Coruña, Edicios do Castro, 1970; A. Meijide Pardo, Documentos para la historia de las Reales Fábricas de Sargadelos, La Coruña, Edicios do Castro, 1979; Nuevas aportaciones para la historia de las Reales Fábricas de Sargadelos, La Coruña, Edicios do Castro, 1993; R. Anes y Álvarez de Castrillón, “El Marqués de Sargadelos”, en Asturianos universales, vol. I, Madrid, Ediciones Páramo, 1996, págs. 15-54; “Antonio Raimundo Ibáñez: un modernizador en la España del Antiguo Régimen”, en J. M. Gómez-Tabanera (ed.), En torno al bimilenario del Eo, Oviedo, Fondo Cultural del Noroeste-San Tirso de Abres, 2002, págs. 567-580.
Rafael Anes y Álvarez de Castrillón