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José Larraz López

Biografía

Larraz López, José. Zaragoza, 27.IV.1904 – Madrid, 17.XI.1973. Académico, jurista, economista, estadista y humanista cristiano.

Nació primogénito en el seno de una familia modesta y luego numerosa. Cursó sus primeros estudios en el colegio de los hermanos maristas de Zaragoza.

Cuando sólo contaba diez años, la familia se trasladó a Madrid, donde terminó los estudios en el instituto Cardenal Cisneros, obteniendo el Premio Extraordinario de bachillerato. Estudió por libre la carrera de Derecho en la Universidad Central de Madrid con Premio Extraordinario, y en marzo de 1926, a los veintiún años, ingresó con el número uno de su promoción en el Cuerpo de Abogados del Estado. Pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, trabajó sobre la economía belga en el Instituto de Sociología Solvay, en Bruselas (1927-1928), tratando de estudiar las causas históricas del enriquecimiento de una economía y buscando definir un modelo real para analizar las causas de las que depende el desarrollo económico. El resultado de sus trabajos lo resumió en su libro La evolución económica de Bélgica, publicado en 1930.

Como abogado del Estado prestó servicio en las Delegaciones de Hacienda de Barcelona y Madrid y en la Dirección General de lo Contencioso. En 1929, a raíz del advenimiento de la dictadura del general Primo de Rivera, fue nombrado asesor jurídico de la Presidencia del Consejo de Ministros. Y Ángel Herrera Oria, fundador de la Editorial Católica, editora de El Debate, le incorporó a este diario como comentarista económico en el que, hasta 1935, publicó más de trescientos artículos con los que trató de fomentar la formación de una opinión y una conciencia responsables en las cuestiones económicas, tan necesarias en aquellos momentos. En 1930 se creó el Servicio de Estudios del Banco de España, con el que se pretendía disponer de un observatorio de lo que en el mundo pasaba en cuestiones financieras y dotar las tareas del Banco de España de un más alto contenido intelectual. Y en ese momento fue nombrado uno de los dos responsables de ese Servicio. Su primer cometido fue ocuparse de la estabilización de la peseta.

Larraz trabajó sólo un año en el Banco de España, pero en él desarrolló una notable actividad, en la que destacó su memorándum sobre la política monetaria interior, que constituyó el primer intento de estudiar la evolución de la cantidad de dinero y las causas que determinaban sus variaciones. En abril de 1932 publicó su discutida monografía La Hacienda pública y el Estatuto catalán, sobre las condiciones fiscales de la unidad nacional.

Cuando en 1934 se reorganizó el Consejo de Economía Nacional fue nombrado vicepresidente de esa institución. Un año después se creó la Comisaría Nacional del Trigo, de la cual fue su primer comisario general. En ella tuvo la oportunidad de poner en práctica las ideas expuestas en su trabajo Ordenación del mercado triguero en España, donde, frente a los problemas en que se debatía la agricultura tradicional española, Larraz diseñaba una institución que podía vertebrar el mercado: la Corporación Nacional del Trigo, a la que concebía como compradorvendedor único y que en la posguerra fue una solución para el problema triguero español. También fue autor de las Bases del Patrimonio Forestal Español, cuya ley, aprobada el 9 de octubre de 1935, trataba de impulsar a los propietarios de bosques hacia su conservación. Una iniciativa que ha perdurado hasta el presente.

En enero de 1936 fue designado presidente consejero delegado del Consejo de Administración de la Editorial Católica. En el momento de la sublevación que dio origen a la Guerra Civil se encontraba en Madrid.

Su primera actitud fue exiliarse. Intentó refugiarse, primero en la Embajada de Rumanía y luego en la de Argentina, pero ambas le negaron asilo. Le aceptaron en la delegación de Guatemala, aunque tras un incidente en que el Gobierno de Guatemala estuvo a punto de reconocer a Franco, tuvo que emigrar a la de Chile, donde permaneció hasta el 21 de julio de 1937, día en que salió vía Valencia para pasar a la zona sublevada. De Valencia, y tras muchas penalidades, llegó a San Sebastián el 17 de octubre de 1937 y desde allí alcanzó finalmente Burgos. Había pasado catorce meses de asilo diplomático y cárcel entre Madrid y Valencia. No se le acogió bien en un principio dada su calidad de “miembro histórico” de la Editorial Católica, pero pronto pudo incorporarse al grupo de economistas que empezaban a formar equipo para hacer frente a los graves problemas económicos que se planteaban al nuevo gobierno. Su primer cometido fue colaborar con la Comisión de Reconstrucción de Oviedo.

En noviembre de 1937 se reorganizó el Servicio de Estudios del Banco de España en Burgos, encargándose a Larraz su Dirección. Su tarea fue restablecer el Servicio y redactar las leyes necesarias para hacer frente a las consecuencias financieras de la Guerra Civil, especialmente para preparar la restauración de la unidad monetaria, después de que ésta se dividiera en dos como consecuencia de la guerra.

En 1938 fue nombrado director del Servicio Nacional de Banca, Moneda y Cambio, y, entre otros trabajos, redactó dos notables informes sobre los aspectos crediticios y bancarios de la reconstrucción nacional.

Advertía en ellos de los peligros de una política de crédito abundante y barata y de la necesidad de estudiar el modo de suplir la insuficiencia de capitales para la reconstrucción. También fue presidente del Consejo Nacional de Crédito y presidente del Comité de Moneda Extranjera. De esta manera Larraz se fue convirtiendo en la pieza clave del funcionamiento financiero de la España nacional. Constituyó una aportación imaginativa al bando contrincante al que servía el haber utilizado las masas de billetes republicanos que las tropas de Franco recogían en sus avances militares para hundir la cotización de esa peseta en los mercados internacionales, mermando con ello la posibilidad de la República de adquirir armas con su propia moneda, y para financiar las “quintas columnas” franquistas en territorio enemigo que, a través de la permeabilidad de las fronteras recibían parte de esos billetes.

El 9 de agosto de 1939 fue nombrado ministro de Hacienda, sustituyendo a Andrés Amado, primer ministro del nuevo régimen desde 1938, una cartera que ocupó hasta el 19 de mayo de 1941, momento en que cesó en su cargo después de veintiún meses de notable actividad. Al hacerse cargo de las finanzas del Estado su principal objetivo había sido alcanzar lo más rápidamente posible el establecimiento de una economía de paz. Y lo logró porque la planificación económica de que Larraz había hecho gala desde casi el comienzo de la guerra, se puso nuevamente de manifiesto e hizo posible que el mismo 1 de abril, a la vez que se publicaba el último parte de guerra, se aprobara una ley decretando la urgente desmilitarización de la industria y la reconversión a sus actividades ordinarias. También se planteaba en ésta, con carácter de urgencia, la transformación del tejido empresarial, fijándose la fecha de 5 de abril, cuatro días después de la terminación de la guerra, para iniciar ese proceso.

Ese proceso exigía, tal como lo entendió, disciplinar la inflación. También creía que una tarea prioritaria era consolidar la unidad monetaria. Y lo hizo.

En todo caso, su capacidad de innovación en la política monetaria fue notable y decisiva. Un ejemplo de ello lo constituyó la operación de desbloqueo que supuso la esterilización de masas monetarias procedentes de la inflación republicana que superaron los 50.000.000.000 de pesetas de aquella época, lo que salvó a España de una terrible inflación.

Su tarea como ministro de Hacienda fue inmensa. Consolidó la unidad monetaria, poniendo los cimientos de la reconstrucción económica del país. Restableció el régimen monetario. Consiguió sacar adelante el desbloqueo. Refinanció la deuda. Restableció el régimen presupuestario. Y, a pesar de una gran oposición, hizo la reforma fiscal, de corte redistributivo, que el país necesitaba. Porque su figura de economista y jurista al servicio de la Hacienda se plasmó especialmente en la Ley de Reforma Tributaria de 1940. Una Ley que dotó a España de un sistema tributario que, pese a incidir excesivamente sobre los impuestos al consumo, trató de combatir la enorme defraudación que en aquellos momentos se producía en el sistema impositivo español. Para ello, no sólo reformó los impuestos, sino que también dotó al sistema de nuevos mecanismos de localización y control de rentas, entre los que destacó el primer Registro de Rentas y Patrimonios de nuestro país. Porque Larraz pensaba que era incomprensible que después de una guerra de cerca de tres años pudiera dejarse pasar una reforma de la Hacienda Pública sin una derrama general de los grandes y legítimos costes soportados. Posiblemente por ello, su reforma se mantuvo algún tiempo en el Boletín Oficial, aunque muchos de sus preceptos no se aplicaron.

A Larraz le preocupaba la reconstrucción del país y el obstáculo que para ello suponía la inflación, oponiéndose reiteradamente al volumen de gasto presupuestario que el Consejo de Ministros le trataba de imponer. Sus mayores esfuerzos se emplearon en sus enfrentamientos con el Gobierno en pleno para que la reestructuración de la economía española se hiciera sobre unas bases sanas. Porque frente a la tesis que el Gobierno sostenía de “que había que crear mucho dinero para hacer grandes obras”, Larraz afirmaba “que el dinero no se podía crear ‘ad libitum’”. Y frente a la afirmación oficial, reiterada, de que el dinero en obras públicas no producía inflación porque luego revertía al Estado por aumento de ingresos, Larraz explicaba contundentemente que “la creación de dinero ilimitadamente y sin condiciones era un pecado contra natura”. Al final entendió que sus ideas sobre lo que debía de ser la economía española no encontraban el respaldo que él creía debido y el 19 de mayo de 1941 abandonó la política para siempre, por discrepar de la opinión generalizada en el Consejo de Ministros, “en relación con la función y significado que el dinero debería de tener en el seno de una economía nacional”.

En su salida del Gobierno no quiso aceptar ninguna de las ofertas que se le hicieron. Entre ellas la Presidencia de la Telefónica, la de Renfe y la Embajada de España en Washington.

A partir de entonces, todavía en plena juventud, se dedicó por entero a la abogacía, donde dejó constancia de su gran talla como jurista en los campos del Derecho civil, el administrativo, el tributario y el mercantil. También destacó como académico. Ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas poco después de su cese, en abril de 1943, a la edad de treinta y ocho años, ocupando el Sillón número 11, sucediendo a Julián Besteiro, y de la que posteriormente fue nombrado vicepresidente. A su muerte le sustituyó Enrique Fuentes Quintana. Su discurso de ingreso llevaba por título La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700), un ejemplo de investigación histórica que sigue trascendiendo los foros especializados, y que se reveló como uno de los grandes impulsores del conocimiento de la Escuela de Salamanca.

Fue también académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, en la que en abril de 1952 pronunció su discurso de ingreso sobre Metodología aplicativa del Derecho Tributario. Desde 1960 se dedicó al estudio y a la investigación y a participar activamente en las sesiones de las Reales Academias de las que era miembro. En octubre de ese año fue nombrado consejero del Banco Hispano Americano, cargo del que dimitió en abril de 1964.

Larraz fue un europeísta sensible en alto grado al proceso de unificación europea que se inició al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Inmediatamente después de la firma del Tratado de Roma creó la Sociedad de Estudios Económicos Españoles y Europeos, lugar de encuentro y de trabajo conjunto de toda una serie de destacados economistas a los que, de forma directa, impulsó personalmente a trabajar en un tema de tanto interés y que entre 1950 y 1960 publicó nueve grandes volúmenes con análisis y sugerencias sobre distintos sectores económicos y problemas españoles en relación con Europa. Fue una obra, indiscutible en aquellos momentos, que aportó a la sociedad española información y descripciones sobre la situación española, de las que hasta ese momento no había sido posible disponer.

A la cuestión europea dedicó también muchas de sus disertaciones en las sesiones de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y muchas de sus conferencias, siempre caracterizadas por la coherencia de su enfoque histórico y de su línea doctrinal. Y en todas sus intervenciones fue constante su insistencia de que la unidad europea venía impuesta por el despliegue de la economía mundial, en la medida de que su expansión trascendía los límites de los estados particulares e incluso de la propia Europa en cuanto continente.

Fue importante también su labor docente. Impartió clases en la Escuela Social de Madrid. Dictó en el Centro de Estudios Universitarios cursos libres de Economía para explicar la historia de los sistemas económicos.

Colaboró con los Cursos de Verano organizados en Santander por la Junta Central de Acción Católica. Y, creada la Facultad de Ciencias Económicas en Madrid, se le encargó en 1947 la cátedra de Sociología, que ocupó solamente un curso académico.

En todo caso, la más importante aportación de Larraz a la sociedad española, por encima de sus aportaciones técnicas, que fueron muchas y muy valiosas, fue su constante preocupación y su capacidad de influir para que en la instrumentación de las operaciones económicas y financieras, que exigieron la guerra y la posguerra, imperara un elevado sentido de la ética, en momentos en que el clima en que se vivía favorecía lo contrario. También lo fue su permanente preocupación por la inflación, a la que veía como enemiga del crecimiento del bienestar de la sociedad.

 

Obras de ~: La evolución económica de Bélgica, Madrid, Rafael Caro Raggio, s. f.; La Hacienda Pública y el Estatuto Catalán, Madrid, Editorial Ibérica, 1932; El ordenamiento del mercado triguero en España, Madrid, Sáez Hermanos, 1935; La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700), Madrid, Atlas, 1943; La meta de dos revoluciones, Madrid, Blass, 1946; Metodología aplicativa del derecho tributario, Madrid, Revista de Derecho Privado, Tipografía P. López, 1952; Por los Estados Unidos de Europa, Madrid, Aguilar, 1965; El poder político de la Sociedad Jerárquica, Madrid, Prensa Española, 1967; ¡Don Quijancho, Maestro! (Biografía fabulosa), Madrid, Espasa Calpe, 1969; Esquema y Teoría de la Historia, Madrid, Diana Gráficas, 1970; El bien común, Madrid, Imprenta Minuesa, 1971; Humanística. Para la sociedad atea, científica y distributiva, Madrid, Editora Nacional, 1972; Memorias, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2006.

 

Bibl.: J. M. Araluce Larraz, “José Larraz López [1904- 1973]”, en E. Fuentes Quintana (coord.), La hacienda en sus ministros. Franquismo y democracia, Madrid, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1997; F. Comín, La Hacienda pública en el franquismo autárquico (1940-1959), Universidad de Alcalá y Fundación Empresa Pública, 2002; J. Á. Sánchez Asiaín, Larraz y la tormenta monetaria del 36, Madrid, Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, n.º XI, 2003; José Larraz en las finanzas de la guerra civil y en la Academia, Madrid, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2003; Larraz, finanzas de guerra y finanzas de paz, Madrid, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2005; N. Sesma Landrín, En busca del bien común: biografía política de José Larraz López (1904-1973), Madrid, Institución Fernando el Católico, 2006; J. Velarde Fuertes, “La Escuela de Salamanca y José Larraz”, en J. F. Pont Clemente, La economía de opción, Madrid, Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, 2006.

 

José Ángel Sánchez Asiaín, marqués de Asiaín