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San Junípero Serra

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Biografía

Junípero Serra, San fray. Petra (Islas Baleares), 24.XI.1713 – Monterrey, California (Estados Unidos), 28.VIII.1784. Misionero franciscano (OFM), iniciador de la evangelización de la Alta California y santo.

Tercer hijo de un matrimonio de sencillos labradores, fue, junto con su hermana Juana María, el único que sobrevivió de sus cinco hermanos, circunstancia que dio origen a la rápida desaparición de la descendencia directa de la familia, porque Juana María sólo llegó a tener un hijo, Miguelet, que ingresó en la Orden de los capuchinos con el nombre de fray Miguel de Petra, al que fray Junípero llamaba cariñosamente “mi capuchino”.

Miguel José Serra Ferrer (en el siglo), recibió el nombre de Miguel José en el bautismo, pero él mismo lo sustituyó al profesar en la Orden Franciscana (1731) por el de Junípero, por su simpatía hacia el discípulo de san Francisco de ese mismo nombre, célebre por las originalísimas iniciativas que sobre él recoge la recopilación anónima contemporánea titulada Florecillas de san Francisco.

Como hijo de labradores, su infancia y primera juventud se desarrollaron en el hogar paterno alternando las labores del campo propias de una economía de subsistencia con el aprendizaje de los estudios elementales en la escuela que regentaban los franciscanos en la propia Petra, quienes, llegado el momento, le enseñaron también Latín y Canto Gregoriano, los que llegó a dominar perfectamente.

Con el fin de seguir avanzando en sus estudios, en 1729, acompañado de sus padres, se trasladó a Palma de Mallorca, donde quedó a cargo de un canónigo de la catedral y comenzó el estudio de la Filosofía, hasta que en 1730, y no obstante su pequeña estatura, tomó el hábito franciscano y en 1731 emitió la profesión religiosa, es decir, se incardinó plenamente en esa Orden.

A partir de este momento y siguiendo la costumbre general de la Orden, inició su preparación para el sacerdocio dentro de ella, mediante el estudio de tres años de Filosofía (1731-1733) y cuatro de Teología (1734-1737), con lo que quedó capacitado para recibir la ordenación sacerdotal, en fecha de la que no hay constancia.

Como sacerdote, no tardó en iniciar la labor pastoral propia de su ministerio, siguiendo también la costumbre general de la Orden y a la que indudablemente se hubiera tenido que dedicar en adelante durante la mayor parte de su vida, si no hubiera sido porque las dotes intelectuales manifestadas a lo largo de sus estudios indujeron a sus superiores a encaminarlo por la labor docente, campo en el que en 1737 ganó por oposición una cátedra de Filosofía en el convento de San Francisco de Palma de Mallorca, que ocupó de 1740 a 1743, fecha esta última en la que, tras obtener el grado de Teología, inició la enseñanza de Teología Escotista en la Universidad luliana de Palma.

Entre sus alumnos, figuraron varios franciscanos mallorquines que muy poco después lo imitaron en su viaje a América y colaboraron con él, precisamente bajo sus órdenes, en su nueva faceta de misionero franciscano, en la que llegaron a descollar por su labor evangelizadora.

Esta nueva faceta, simple variante de la de carácter pastoral que hasta entonces, y a pesar de sus deseos, no había podido desarrollar en su plenitud debido a sus insoslayables obligaciones docentes, la manifestó cuando en 1748 decidió viajar a Hispanoamérica en calidad de misionero.

Esta fecha de 1748 representa un cambio fundamental tanto en su biografía personal como en las posibilidades de conocimiento de la misma por parte de sus biógrafos. En el primer sentido, porque constituyó el punto de arranque o, si se quiere, la plena realización de su espíritu misional. En el segundo, porque es desde este momento cuando se conoce la biografía reflejada por él mismo a través de los escritos (predominantemente cartas) que han llegado hasta hoy, lo cual independiza del relato y de las interpretaciones suministradas por su biógrafo, paisano, colaborador y hasta confesor, el padre Francisco Palou, que fue, según su propio relato, una pieza fundamental en este proceso.

En afirmación suya, el mismo Palou abrigaba también el deseo de viajar a América en calidad de misionero, pero a fin de asesorarse mejor, consultó este propósito con su maestro fray Junípero, quien a su vez le manifestó que también él se proponía lo mismo, pero que lamentaba el hecho de no conocer a nadie con quien compartir tan prolongado viaje.

Solucionado inesperadamente este problema, fue el propio fray Junípero quien comunicó por carta este propósito de ambos al comisario general de Indias, franciscano residente en Madrid, el cual trasladó la petición a quien en ese momento estaba organizando una expedición de misioneros con destino a México.

Éste les remitió por escrito su aceptación inmediatamente, la que tuvo que repetir más tarde por haberse extraviado la primera. Con ella en la mano y tras dar por finalizados los sermones que venía predicando en la propia Petra, se despidió de sus oyentes y de su familia, pero sin descubrirles su proyecto de viajar a América —hecho del que al llegar a Cádiz intentó justificarse mediante una extensa y cariñosa carta dirigida a un franciscano natural también de esa villa—, y se embarcó con Palou en abril de 1749 en Palma de Mallorca en un paquebot inglés que lo condujo a Málaga, desde donde, en un barco español, prosiguieron viaje a Cádiz.

Aquí, y con fecha de 15 de julio de ese mismo año, los oficiales de la Casa de la Contratación les tomaron los preceptivos datos personales o “reseña”, imprescindibles para poderse embarcar con destino a América, en la que con referencia a fray Junípero consignaron que era “sacerdote, natural de la villa de Petra, en Mallorca, de edad de 35 años, mediano de cuerpo, moreno, poca barba, ojos y pelo negros”.

Esta inscripción en una expedición de misioneros con destino a la América española, la que compartió con los aproximadamente quince mil seiscientos que también lo hicieron desde 1493 hasta 1822, no llama la atención tanto por lo que, de hecho, tuvo siempre de heroica y arriesgada, cuanto porque la puso en práctica a una edad (treinta y seis años) y en posesión de una preparación intelectual más elevadas de las que en este proceso se acostumbraron durante la evangelización española del Nuevo Mundo.

Por lo que se refiere a la edad, entre sus mismos franciscanos compañeros de expedición sólo le superaban dos con treinta y siete años, mientras que la edad de todos los demás oscilaba entre los veintidós y los treinta, con predominio de los comprendidos entre los veinticuatro y los veintiocho. De ellos, solamente poseían título académico el propio fray Junípero y su discípulo y biógrafo Palou, que era lector de Filosofía.

En este mismo orden de cosas, sirva como ejemplo el hecho de que desde 1790 hasta 1830 (poco después de la muerte de fray Junípero) viajaron a Nueva España en calidad de misioneros un total de doscientos veintisiete franciscanos, de los que solamente tenían título superior nueve lectores de Teología, tres lectores de Filosofía, un maestro en Artes, un maestro en Moral, un maestro en Gramática y un teólogo escolástico.

Tras embarcarse en Cádiz en agosto de 1749 junto con Palou y otros dieciséis franciscanos procedentes de varias partes de España, después de una breve escala en Puerto Rico, desembarcó en Veracruz (México) a comienzos de diciembre tras un viaje que él mismo describe con bastantes detalles en una carta fechada en Veracruz el 14 de ese mismo mes, la cual contribuye a enriquecer estos interesantísimos relatos para conocer la vida de los religiosos enclaustrados durante tres meses en un barco, género literario no totalmente desconocido, pero tampoco excesivamente abundante.

Desde Veracruz prosiguió viaje a pie hasta Ciudad de México, a la que llegó el 1 de enero de 1750 cojeando visiblemente a causa de una llaga en el pie izquierdo, de la que ya nunca llegaría a curarse, a pesar de lo cual nunca se sirvió de ninguna caballería para cubrir los casi diez mil kilómetros que llegó a recorrer por tierras americanas.

Llegado a este punto, lo normal hubiera sido que, una vez aclimatado a las nuevas circunstancias, en este caso en el colegio de misiones de San Fernando, sus superiores lo destinaran a una misión determinada con el carácter de simple misionero, por carecer de momento de toda experiencia misional americana.

Sin embargo, en este caso, semejante proceso solamente se dio en parte, porque, tras un período de aclimatación de seis meses, fue destinado a las misiones de Sierra Gorda, situadas al este de la capital mexicana, en plena Sierra Madre Oriental, donde los franciscanos atendían desde 1744 a cinco puntos misionales, pero en calidad de presidente de las mismas, en atención a la doble circunstancia de su edad y de su preparación intelectual.

El nombramiento lo consideró excesivo por su falta de experiencia y renunció al cargo, renuncia que por esta única vez le fue admitida, porque en adelante ya no dejó de volver a ser presidente en todas y cada una de las circunscripciones en las que trabajó, con la circunstancia incluso de que en estas misiones de Sierra Gorda volvió a serlo de 1751 a 1754, cargo que tuvo que compatibilizar con el de comisario de la Inquisición desde 1752.

Como presidente, puso especial empeño en convertir en auténticos templos las chozas que hasta entonces hacían de iglesias y de viviendas de los religiosos, para de esta manera poder cumplir el detallado reglamento misional vigente en las misiones atendidas por estos colegios especializados en la evangelización, los cuales señalaban las tareas que los misioneros debían realizar diariamente, tanto por la mañana como por la tarde.

Como comisario de la Inquisición, en 1772 remitió al tribunal de México un informe en el que manifestaba que tenía varios indicios de que en el territorio de esa misión y sus contornos había “varias personas de la gente que llaman de razón, esto es, que no son indios, entregadas a los desestabilísimos y enormes delictos de hechicerías, brujerías, adoración de los demonios y pactos con ellos”, junto con otras cuyos delitos eran de la incumbencia exclusiva de ese tribunal.

Con el fin también de desempeñar este cargo de presidente, pero ahora en las misiones franciscanas de Texas que acababan de ser destruidas por los apaches, en 1758 fue llamado por sus superiores a Ciudad de México, en la que permaneció nueve años, porque las autoridades civiles novohispanas cambiaron de opinión y abandonaron el proyecto.

Nacido para mandar, durante ese período desempeñó en 1761 el cargo de maestro de novicios en el colegio de San Fernando y sobre todo recorrió unos cuatro mil quinientos kilómetros, a pesar de su dificultad para andar, en el ejercicio de la continua predicación de misiones populares.

A este ministerio se estaba dedicando plenamente cuando en 1767, a sus cincuenta y cuatro años, fue destinado a las misiones de la Baja California (México), que acababan de abandonar los jesuitas debido a la supresión de la Compañía de Jesús, a las que se encaminó en calidad también de superior de los catorce franciscanos que lo acompañaron, los cuales se establecieron en la villa de Loreto.

En principio, estos franciscanos deberían haberse establecido con carácter de permanencia en las quince misiones abandonadas por los jesuitas, pero razones de índole política internacional obligaron a fray Junípero a modificar sus planes, es decir, a cambiar la herencia ya consolidada de los jesuitas por la roturación del nuevo campo misional que ofrecía la Alta California, hoy California norteamericana, cediendo el primero a los dominicos en 1772.

Al parecer, la idea no partió de fray Junípero, sino del visitador general de Nueva España, José de Gálvez, con el que se había encontrado al poco de llegar éste a Loreto en julio de 1768 con la orden oficial de ocupar el puerto norteño de Monterrey (Estados Unidos) para vigilar la posible expansión rusa desde Alaska, a la que habían llegado en 1741 Bering y Chiricow.

Con este fin y al mismo tiempo que otras tres expediciones pero por caminos distintos, fray Junípero —según él mismo lo relata en su diario de esta expedición— salió en marzo de 1769 hacia Monterrey en compañía de Gaspar de Portolá, gobernador de la región, para en julio llegar al puerto de San Diego, en el que se reunieron todos los expedicionarios, en un momento que iba a representar el comienzo de la evangelización de California, pues fue el día 16 de ese mes la fecha en la que fray Junípero estableció allí la primera de sus misiones mediante la colocación de una cruz en una colina próxima, la que por cierto no duró más que un mes, pues el día 15 de agosto sufrió un ataque por parte de los indios en el que murieron varios soldados españoles.

Continuando este mismo viaje en busca del puerto, al que llegó con sus acompañantes en mayo de 1770, fray Junípero fundó en él en el siguiente mes de junio la misión de San Carlos Borromeo, a la que en julio de 1771 añadió la de San Antonio de Padua, en septiembre de ese mismo año, la de San Gabriel y, justo al año siguiente, la de San Luis Obispo, formando lo que él mismo denominaba un rosario extendido estratégicamente a lo largo de la costa del Pacífico utilizando el denominado camino real.

Al regresar a San Diego en septiembre de 1772, se encontró con una carta del virrey de Nueva España, Antonio María Bucareli, en la que le recordaba la obligación que tenían todos los misioneros de obedecer las órdenes del nuevo comandante militar de la región, Pedro Fages, lo que le hizo sospechar que el virrey había recibido alguna delación contra los franciscanos procedente del propio Fages, quien no se distinguía precisamente por su simpatía hacia ellos, lo cual lo movió a dirigirse inmediatamente a Ciudad de México para entrevistarse con el virrey.

En la entrevista le entregó, en marzo de 1773, un amplio y detallado informe en el que a lo largo de treinta y un párrafos no sólo le exponía las necesidades de cada misión sino también la situación militar del territorio, las modificaciones que era necesario introducir en este aspecto, el inadecuado comportamiento de Pedro Fages, la necesidad de sustituirlo por alguien que reuniera determinadas cualidades y finalmente el modo de proceder él mismo, fray Junípero, para solucionar estos y otros problemas.

El documento le costó el puesto a Fages y además sirvió de base para la elaboración de una auténtica legislación californiana, que fue ratificada en Madrid en 1777.

De nuevo en San Diego, en marzo de 1774, se vio forzado a observar una especie de etapa de inactividad debido a las obstrucciones del nuevo comandante militar, Francisco Moncada y Rivero, hasta que en 1775 los indígenas incendiaron de nuevo esa misión y asesinaron a numerosos neófitos, con el misionero Luis Jaume a la cabeza.

Tras reedificar en 1776 esta misión, a finales de ese mismo año fundó la de San Francisco y reedificó la de San Juan Capistrano, a las que en 1777 añadió la de Santa Clara.

Con total sorpresa para él mismo, en junio de 1778 recibió una “patente” o documento oficial de sus superiores en el que se le comunicaba que por fin había llegado de Roma lo que en 1768 él mismo había sugerido que se solicitara de la Santa Sede, es decir, que se le concediera, no a él concretamente, “sino —en palabras suyas— a alguno o algunos de los misioneros de este santo Colegio [de San Fernando] con el solo fin del mayor bien de las almas” la facultad de administrar el sacramento de la confirmación sin ser obispo, de la misma manera que el papa Benedicto XIV se la había concedido a los jesuitas de la Baja California por la imposibilidad de encontrar obispos que lo administraran.

La concesión de este privilegio, por una parte, sorprendió a las autoridades civiles de California, las cuales trataron de impedir su ejercicio por no considerarlo conforme al real patronato, en una polémica que duró hasta 1782. Por otra, aconsejó al biógrafo de fray Junípero dejar en claro que éste no aspiraba con ello a ningún obispado. Finalmente, indujo al propio fray Junípero a tomar la determinación de no aceptar ningún cargo que le impidiera vivir como misionero apostólico que era, vivir entre los paganos para así poder evangelizarlos, dispuesto a derramar su sangre por la conversión de ellos.

A la vista de todas estas circunstancias, no sorprende que, a pesar de la oposición de las autoridades civiles, él iniciara inmediatamente el ejercicio de esa facultad por tratarse de la administración de un sacramento encaminado a robustecer la fe recibida en el bautismo, o lo que es lo mismo, a ratificar el objetivo de la evangelización. Tampoco resulta extraño que desde este momento hasta su ya no lejana muerte se dedicara primordialmente a administrar la confirmación, sin más desvíos notorios de este menester que la fundación en marzo de 1782 de la misión de San Buenaventura, novena y última de las que fundó.

A partir de 1778, su correspondencia refleja en él una profunda preocupación por la actitud inamistosa de las autoridades civiles para con sus misiones, preocupación a la que desde 1782 se añadió una profunda tristeza, confesada por él mismo, ante el rumor —que después no se confirmó— de que los franciscanos tendrían que abandonar en breve California.

Sin poder calibrar hasta qué punto influyó en su salud esta delicada situación anímica, el hecho es que el día 18 de agosto de 1782 sufrió una fuerte opresión en el pecho y una acusada inflamación de las piernas, tras lo cual el día 28 de ese mismo mes apareció muerto, como si estuviera plácidamente dormido, en su habitación de la misión de San Carlos Borromeo o del Carmelo, en Monterrey.

El ya citado Palou compendia su labor en California atribuyéndole de manera oficial la conversión de 4.646 indígenas, la administración de 6.736 bautismos y 4.723 confirmaciones, más la asistencia a 1.436 matrimonios y 1.951 defunciones, dando por sabido que la fundación y suprema dirección de nueve de las diez misiones que proyectaba en un principio, entrañaban, además del estudio de su adecuado emplazamiento, la búsqueda de los medios necesarios (por ejemplo, herramientas, semillas y ganado) para que los indígenas de estos poblados misionales, a veces acompañados por españoles, pudieran desarrollarse demográfica, religiosa, cultural y económicamente bajo la dirección de dos o más misioneros y la protección de un “escolta” de soldados.

Esta labor, olvidada durante el siglo XIX, comenzó a ponerse de relieve a comienzos del XX, hasta el punto de que desde entonces ha recibido signos de especial valoración, como el de ser el único español con una estatua en el Capitolio de Washington, el de haber sido beatificado en 1988, el de contar con una abundantísima bibliografía y el de merecer juicios como el del franciscano Salustiano Vicedo, máximo especialista actual en este punto, quien lo califica de “figura colosal de la cátedra, el púlpito y las misiones”. Como colofón al reconocimiento de su figura, el 23 de septiembre de 2015 fue canonizado por el papa Francisco en la ciudad de Washington.

 

Obras de ~: A. Tibesar, Writings of Junípero Serra, Washington, Academy of American Franciscan History, 1955-1956, 4 vols.; F. Dixon, Diario. The Journal of Padre Serra from Loreto, the Capital of Baja California, to San Diego, Capital of the new Establishments of Alta California, in three Months and three Days, from March 28 to July 1, 1769, San Diego, Don Diego’s Librería, 1964; S. Vicedo, Escritos de fray Junípero Serra, Petra (Mallorca), Ediciones Apóstol y Civilizador, 1984, 5 vols.

 

Bibl.: F. Palou, Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable Padre Fray Junípero Serra y de las misiones que fundó en la California septentrional, México, Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1787 (editada numerosas veces, con su título original o con otro distinto, tanto en español, como en inglés); F. Torrens Nicolau, Bosquejo histórico del insigne franciscano V. P. Fr. Junípero Serra, fundador y apóstol de la California Septentrional, Felanitx (Mallorca), 1913; A. H. Fitch, Junípero Serra, the Man and his Work, Chicago, A. C. Mc Clurg, 1914; F. B. Steck, Fr. Junípero Serra and the military Heads of California, Illinois, 1922; P. Sabater, Junípero Serra (colonizador de California), Madrid, Editora Nacional, 1944; Ch. J. G. Piette, Evocation de Junípero Serra, fondateur de la Californie, Washington, Academy of American Franciscan History, 1946; A. Replier, Junípero Serra, pioneer colonist of Califiornia, New York, Random House, 1947; A. Casas, Fray Junípero Serra, el apóstol de California, Barcelona, Luis Miracle, 1949; Ch. J. G. Piette, The Secret de Junípero Serra, fondateur de la Californie Nouvelle (1769-1784), Washington, Academy of American Franciscan History, 1949, 2 vols.; R. Majo Framis, Vida y hechos de Fr. Junípero Serra, fundador de la Nueva California, Madrid, Espasa Calpe, 1956; O. Englebert, Fr. Junípero Serra, el último de los conquistadores, apóstol y fundador de California 1713-1784, México, Grijalbo, 1957; M. Geiger, Representations of Junípero Serra in painting and Woodcut. Their History and Evaluation, Santa Bárbara, University of California, 1958; The Life and Times of Junípero Serra, OFM, or the Man who never turned back (1959-1784), Washington, Academy of American Franciscan History, 1959, 2 vols.; L. Gómez Canedo, De México a la alta California. Una gran epopeya misional, México, Editorial Jus, 1969; M. F. Sullivan, Westward the Bells. Christian Civilization moves westward with Junípero Serra, Staten Island, 1971; P. Herrera Carrillo, Fr. Junípero Serra, civilizador de ambas Californias, México, Editorial Jus, 1973; M. Geiger y F. J Weber, The Life and Times of Fr. Junípero Serra, Los Angeles, 1985; D. de Nevi y N. F. Moholy, Junípero Serra. The illustrated Story of franciscan Founder of California’s Missions, San Francisco, 1985; X. Adro, Junípero Serra. Su incógnita. Su siglo, Barcelona, Casals, 1986; M. Geiger y F. J. Weber, Vida y época de Junípero Serra, Palma de Mallorca, Bartolomé Font Obrador, 1987, 2 vols.; F. Palou, Junípero Serra y las misiones de California, Madrid, Historia 16, 1988; L. Galmés Más, Fr. Junípero Serra, apóstol de California, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1988; E. Oltra Perales, Vida de Fr. Junípero Serra narrada para el hombre de hoy, Valencia, Editorial Asís, 1988; C. Miglioranza, Fr. Junípero Serra, apóstol de Sierra Gorda y de las Californias, Buenos Aires, Editorial Club, 1993; B. Font Obrador, Fray Junípero Serra. Doctor de gentiles, Palma de Mallorca, Miquel Font, 1998.

 

Pedro Borges Morán

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