Muḥammad XI: Abū cAbd Allāh Muḥammad b. cAlī b. Sacd b. cAlī b. Yūsuf b. Muḥammad b. Yūsuf b. Ismācīl b. Faraŷ b. Ismācīl b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Gālib bi-[A]llāh. Boabdil (el Chico o el Chiquito). Granada, c. 864 H./1460 C. – Fez (Marruecos), 924 H./I.1518-I.1519 C. ó 940 H./1533-1534 C. Emir de al-Andalus (1482-1483, 1487-1492), vigesimotercero y último sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada (precedido por Abū l-Ḥasan cAlī).
Conviene advertir antes de iniciar la lectura de esta biografía que se trata del emir que hasta hace pocos años se identificaba como Muḥammad XII, pero gracias a la información de una fuente árabe de época nazarí escrita por Ibn cĀṣim (muerto en 1453) se debe rectificar la anterior numeración, que también afecta al que ahora sabemos es Muḥammad XII, al-Zagal, (antes Muḥammad XIII). Igualmente, dada su posición como último sultán nazarí (y con ello último soberano de los ocho siglos de historia de al-Andalus) y su papel en la entrega de Granada, ha sido objeto de leyendas y recreaciones literarias —luchas familiares, vida galante, tesoros, aureola de desdicha, el Suspiro del Moro— con más o menos fundamento histórico que no se reflejarán en esta biografía pero que han inspirado numerosas obras de poesía, teatro y narrativa en diversos países y lenguas. Tampoco pueden recogerse aquí todas las divergencias o datos dispares que sobre algunos aspectos de su vida ofrecen las fuentes árabes, cristianas y hebreas.
El nombre con el que fue conocido por los cristianos y que se ha conservado como arabismo hasta nuestros días, Boabdil, deriva de su kunya (prenombre de paternidad), Abū cAbd Allāh, pronunciado en forma dialectal. Al igual que otros sultanes de la dinastía que además de su correspondiente laqab (sobrenombre honorífico) recibieron otro sobrenombre, de carácter informal y no protocolario, también Muḥammad b. cAlī, Boabdil, recibió el apodo de al-Zugaybī (el Desventuradillo), que sus compatriotas le aplicaron en la época en que luchó y se disputó el Trono con su tío Muḥammad XII, al que por contraste con el primero le llamaron al-Zagal, el Bravo. Para distinguirlo de este último, dada su homonimia de nombre y kunya, también fue denominado como el Rey Chico/Chiquito en las crónicas cristianas —frente a su tío, rey viejo—, que cabe suponer también se aplicaría en al-Andalus en árabe, como ya había sucedido con anteriores situaciones de contemporaneidad de dos emires homónimos.
Nació hacia 1460 y era hijo del emir Abū l-Ḥasan (1464-1482 y 1483-1485), el Muley Hacén de las fuentes castellanas, y su primera esposa, que fue una de las tres hijas de Muḥammad IX al-Aysar o el Izquierdo (1419-1427, 1430-1431, 1432-1445 y 1447-1453), pero no Fāṭima —aunque hay documentos que avalan esta identificación—, sino más probablemente cĀ'iša. De este matrimonio nació, además de Muḥammad (Boabdil), Yūsuf y una hija también llamada cĀ'iša (nacida antes de 863/1459).
Se ha conservado parte de la vestimenta que usaba con veintitantos años en 1483; de su calzado y marlota se ha deducido que era una persona delgada y de estatura mediana-baja, de unos 160-165 centímetros, mientras que las crónicas cristianas señalan que era de piel blanca y cabello moreno.
La primera noticia sobre su vida podría ser la que aparece en una escritura notarial por la que, todavía niño de corta edad, compra la finca del Nublo y otras propiedades del patrimonio real que su padre les vendió a él y a su hermano Yūsuf a mediados [15] de raŷab de 869/[13] de marzo de 1465.
Pero su padre tomó como concubina a una cautiva cristiana que se convirtió al Islam y recibió el nombre de Turayyā (las Pléyades) —Zoraya, Zorayda, posterior conversa Isabel de Granada/Solís— con la que acabó casándose y teniendo dos hijos, Sacd y Naṣr (futuros conversos Fernando y Juan). La excesiva inclinación del emir por Turayyā y la postergación de la sultana provocó un enfrentamiento en el que cĀ'iša estuvo apoyada por sus hijos y por la familia y aristocracia nazaríes, lo que potenció las luchas y divisiones cortesanas así como los conflictos dinásticos por la sucesión de Abū l-Ḥasan. No obstante, es preciso advertir que tanto en la historiografía como en la leyenda se ha exagerado la influencia que esta crisis conyugal ejerció en la caída final de al-Andalus.
Tras la tremenda pérdida de Alhama el 9 de muḥarram de 887/28 de febrero de 1482 y tres intentos infructuosos de recuperarla por Abū l-Ḥasan, las tropas nazaríes de Loja dirigidas por al-cAṭṭār, suegro de Muḥamamd b. cAlī (Boabdil) y reforzadas por el propio emir, derrotaron y pusieron en fuga desordenada al rey Fernando el Católico, que asediaba la ciudad lojeña, el 27 de ŷumādà I de 887/14 de julio de 1482.
Pero ese mismo día llegó a Loja la noticia de la sublevación de Muḥammad (Boabdil) y su hermano Abū l-Ḥaŷŷāŷ Yūsuf, que, aprovechando la ausencia de su padre y apoyados por los Banū l-Sarrāŷ (Abencerrajes) y por su madre, que entregó sus hijos a los conspiradores, habían huido de la Alhambra —las fuentes árabes, hostiles a Abū l-Ḥasan, señalan que temían, ellos y su madre, las intenciones de su padre, influido por su favorita Turayyā—. Ambos hijos fueron llevados a Guadix y reconocidos primero allí y después en Granada. Muḥammad XI, Boabdil, fue proclamado emir mientras que su hermano Yūsuf se apoderaba de Almería.
Su padre no pudo recuperar la Alhambra y, con su hermano Muḥammad b. Sacd al-Zagal, se retiró a Málaga, que le mantuvo su lealtad.
Así, el nuevo emir inició su reinado a finales de ŷumādà I de 882/mediados de julio de 1482 y adoptó el mismo laqab (sobrenombre honorífico) que su padre Abū l-Ḥasan y su tío, el futuro Muḥammad XII al-Zagal (o al-Zagall): al-Gālib bi-[A]llāh (el Vencedor por [la gracia de] Dios), el más simbólico de la dinastía, conectado con el lema de la misma y que llevaron el fundador y el destacado Muḥammad IX. Tal desproporción en un emir tan débil y de poder tan precario refleja sin duda las graves carencia y necesidad de afianzamiento y prestigio de que adolecía.
Los Banū l-Sarrāŷ y sus seguidores obtuvieron el objetivo de su conspiración y volvieron al poder ocupando altos cargos, como el caso de Yūsuf b. cAbd al-Barr y Yūsuf b. Kumāša.
Sin embargo, el poder y estabilidad de Muḥammad XI, Boabdil, estaban seriamente amenazados por su padre y su tío, que dominaban Málaga, se extendieron a Ronda y la Algarbía y obtuvieron resonantes éxitos contra los castellanos, como el de la Ajarquía malagueña conseguido por Muḥammad b. Sacd al-Zagal el 11 de ṣafar de 888/21 de marzo de 1483. Más amenazantes para su prestigio eran los éxitos ante el enemigo infiel que su derrocado padre cosechó en Cañete y Tarifa, por lo que cuando supo que este se hallaba en la zona de Almuñécar, se dirigió contra él con el ejército de Granada y ambos se enfrentaron; sorprendentemente, Muḥammad XI, Boabdil, fue derrotado, aunque no era la primera vez que sus tropas eran vencidas por Abū l-Ḥasan.
En esta coyuntura el nuevo emir necesitaba un triunfo frente a los cristianos para afianzar su prestigio y legitimidad —téngase en cuenta que una de las principales funciones de un emir es la defensa—, por lo que dirigió una expedición contra Lucena el 20 de abril de 1483 (rabīc I de 888). Pero la incursión resultó tan desafortunada que sus tropas fueron derrotadas, a pesar de su mayor número, y muchos de los oficiales murieron, como el victorioso y célebre alcaide de Loja, al-cAṭṭār, suegro de Muḥammad XI, Boabdil. Importantes jefes cayeron prisioneros, pero lo más grave fue la captura del propio Sultán, que en principio no fue reconocido pero acabó siendo identificado después. La evidente trascendencia política del cautiverio del emir fue inmediatamente percibida por los cristianos y los reyes castellanos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, dispusieron de la mejor baza para la conquista completa de al-Andalus. El entusiasmo castellano hizo que la imagen del emir fuera incluida en escudos de armas y retratos que circularon ya en la época.
Inmediatamente, los notables andalusíes restauraron a Abū l-Ḥasan, pero su otro hijo Yūsuf seguía manteniendo Almería en favor de Muḥammad XI, Boabdil, al que intentaron rescatar sus partidarios. Con este fin, cĀ'iša, la sultana madre de Boabdil, envió una delegación presidida por Ibn Kumāša que se presentó ante el rey Fernando en Córdoba para negociar la liberación del cautivo, que había sido trasladado a Porcuna. Aunque su padre, Abū l-Ḥasan, también hizo lo mismo, Fernando V optó por negociar con los partidarios de Boabdil considerando el mayor perjuicio que podría causar al emirato nazarí por las divisiones internas que apoyando a este podría causar. Tanto es así que el 5 de julio de 1483 concedió seguro a todos los lugares del emirato que fueran seguidores de Muḥammad XI y a los que lo reconocieran.
En agosto de 1483 en Córdoba, el Sultán cautivo acordó el primero de los tres pactos o tratados que a lo largo de su vida firmó con el rey castellano. A cambio de su liberación y el apoyo del rey castellano para combatir a su padre y someter todo el territorio, las exigencias fueron muy elevadas: su vasallaje, entrega de varios rehenes, entre ellos su primogénito Aḥmad, doce mil doblas de oro y liberación de cautivos.
Apenas conoció el pacto, Abū l-Ḥasan, con el fin de contrarrestar el apoyo castellano a su hijo y atraerse a los partidarios de este, solicitó una fetua a los principales muftíes de la capital sobre esta situación. A mediados [15] de ramaḍān de 888/[17] de octubre de 1483 los juristas dictaminaron que la proclamación de Boabdil iba contra la ley de Dios y había sido un pecado, que pactar con los infieles estaba prohibido y que reconocer al emir cautivo era ilícito, aunque se aceptaba el arrepentimiento de los que lo hubiesen hecho.
Con las puertas de la capital cerradas por la fuerza y por el derecho, Muḥammad XI se dirigió a Guadix, donde permaneció algún tiempo con la esperanza de apoderarse de Granada y vencer a su padre y a su tío. Pero su situación se complicó allí y se trasladó a Almería, donde se reunió con su hermano Yūsuf, aunque esto propició que su padre estrechara más aún el cerco sobre ambos. Ante ello, Boabdil envió a su visir a solicitar ayuda al rey castellano y, como no obtuvo resultado, fue en persona con el mismo objetivo. Durante su ausencia, se produjo la entrada de su tío Muḥammad b. Sacd al-Zagal en Almería, hacia [muḥarram] de 890/febrero de 1485, con la connivencia de algunos alfaquíes de la ciudad —Baeza señala que tras seis meses de asedio y mediante amnistía—. Abū l-Ḥasan ordenó que fueran ejecutados los jefes rebeldes, incluido su propio hijo Yūsuf —según las crónicas cristianas, Boabdil huyó entonces de Almería o de Vera a Córdoba—.
Mientras tanto, los castellanos conquistaron Álora, Alozaina y Setenil en 1484 y Cártama, Coín y Ronda, entre otras, en 1485. Abū l-Ḥasan, ya enfermo e incapacitado, fue sustituido por su hermano Muḥammad al-Zagal en ŷumādà II de 890/junio de 1485 y con él se produjo un fortalecimiento de al-Andalus y su unificación bajo un emir de prestigio, capacidad militar y apoyo popular. Para truncar este afianzamiento del Trono nazarí, el rey castellano envió de nuevo a Muḥammad XI, Boabdil, para que emprendiera una segunda campaña de asalto al Trono y reactivar así la guerra civil en el interior de al-Andalus. Con el apoyo de Fernando V, se instaló otra vez en la región oriental del emirato ofreciendo la paz que su tratado con el rey cristiano garantizaba a quienes lo reconocieran. Así consiguió que lo acataran varias fortalezas: antes del 12 de octubre de 1485 ya estaba en los Vélez y el 25 de noviembre de 1485 ya había sido proclamado en Huéscar.
Ello permitió que sus seguidores en la capital convencieran a los habitantes del Albaicín, ganaderos y campesinos deseosos de paz y tranquilidad en los campos, para que proclamaran a Boabdil por el fin de la guerra que prometía. La guerra civil estalló en plena ciudad de Granada violentamente (los partidarios de Muḥammad XII al-Zagal llegaron a utilizar cañones y almajaneques para lanzar piedras a los del Albaicín desde las murallas de la alcazaba). Muḥammad XI anunció desde Vélez su llegada al Albaicín, que esperaba su entrada inminente, aunque finalmente no se produciría.
Como ninguno de los contendientes vencía, pasados más de dos meses de lucha (3 de rabīc I a 15 de ŷumādà I de 891/9 de marzo a 19 de mayo de 1486), los alfaquíes los presionaron para que cesaran la lucha protestando porque el conflicto provocaba la ruina de la nación. El acuerdo se alcanzó y Muḥammad XI, Boabdil, renunció a sus pretensiones al Trono en favor de su tío y desde Vélez se trasladó a Loja, que quedó bajo su autoridad.
Ello no impidió, a pesar del tratado de paz con el rey castellano, que este conquistara Loja el 26 de ŷumādà I de 891/30 de mayo de 1486. Algunas fuentes árabes acusan a Muḥammad XI de haber ido a Loja para entregarla al rey cristiano en pago de su liberación, mientras que las crónicas cristianas lo acusan de traicionar el pacto con Fernando V por defender Loja. Parece ser que el primer pacto exigía la entrega de Loja, pero Boabdil no podía justificar ante su pueblo la entrega de una ciudad de tan enorme importancia y tras la reconciliación con su tío Muḥammad XII al-Zagal tenía que defender su tierra.
Boabdil fue apresado nuevamente y tuvo que aceptar un segundo pacto con Fernando V, quien, para mantener viva la guerra civil nazarí, lo liberó de nuevo y le concedió la región oriental de al-Andalus —Guadix, Baza, Vera, los Vélez, Mojácar— como dominio en vasallaje si Muḥammad XI la tomaba en ocho meses. Poco después y para facilitarle la labor, aceptó otorgar una tregua en julio de 1486 por tres años al territorio que se levantase en su favor durante los seis meses siguientes.
Los castellanos prosiguieron sus conquistas (Elvira, Íllora, Colomera, Moclín y Montefrío) en ŷumādà II/junio y Muḥammad b. cAlī, Boabdil, se estableció en Vélez. La población de la zona lo reconoció con la esperanza de paz que el nuevo tratado con los cristianos les prometía otra vez. A los pocos meses, se decidió a emprender el asalto a la capital y el 16 de šawwāl de 891/15 de octubre de 1486 entró secretamente en el Albaicín. Sin embargo, el resto de Granada se mantuvo fiel a Muḥammad b. Sacd al-Zagal y de nuevo se desató la lucha fratricida en el corazón del emirato.
Muḥammad XI, Boabdil, pudo resistir e incluso superar un ataque masivo de Muḥamamd XII al-Zagal el 27 de muḥarram de 892/23 de enero de 1487 porque contó con la ayuda de tropas cristianas que entraron en el mismo Albaicín en el paroxismo de la injerencia castellana.
A pesar de que los ulemas condenaron esta intromisión castellana y deslegitimaron a Muḥammad XI, este continuó ganando partidarios, pues envió a su visir a varios lugares con una copia de su tratado de paz con Fernando el Católico y consiguió que la importante ciudad de Málaga lo acatara para evitar los ataques cristianos.
El conflicto se prolongaba ya seis meses cuando el rey castellano aprovechó la guerra civil que había provocado para atacar Vélez-Málaga, sabiendo que el valeroso y batallador al-Zagal estaba ocupado defendiendo el Trono. Ante esta amenaza, los alfaquíes intentaron una reconciliación o una tregua entre ambos contendientes que, al parecer, no se logró —Valera informa que sí—. En cualquier caso, Muḥammad XII al-Zagal acudió a socorrer la ciudad el 26 de rabīc II de 892/21 de abril de 1487 pero no lo consiguió y al regreso le llegó la noticia de que Muḥammad XI se había apoderado de la capital y había sido proclamado el domingo 5 de ŷumādà I de 892/29 de abril de 1487.
Iniciaba así Muḥammad XI, Boabdil, su segundo y postrero emirato que sería, además, el último de los casi ocho siglos de historia de al-Andalus. Lo hizo en compañía de los Banū l-Sarrāŷ y tras eliminar a sus cuatro principales adversarios, todo ello comunicado a la reina Isabel la Católica el mismo día de su restauración.
A primeros de mayo firmó un nuevo tratado, el tercero y último de los pactos con el rey Fernando en el que se comprometía en secreto a entregar Granada a cambio de un principado en la zona oriental (Baza, Guadix, los Vélez, Vera) cuando los Reyes Católicos hubieran conquistado Almería, Baza y Guadix.
El cumplimiento de este pacto explica la conducta de Muḥammad XI cuando los castellanos comenzaron el asedio de Málaga el 7 de mayo: ante la petición de ayuda de los malagueños, que lo habían acatado en abril, les recomendó que capitularan; además, desbarató las tropas de auxilio enviadas por su tío Muḥammad XII al-Zagal desde Guadix, en donde se había establecido. Málaga se rindió, tras un feroz asedio y una resistencia extrema con crueles padecimientos de la población, el 18 de agosto de 1487. Tras ella, cayó toda su Garbiyya.
Al año siguiente, 893/1488, los castellanos atacaron y conquistaron numerosas plazas de la región oriental de al-Andalus a pesar de estar incluidas en el tratado de Muḥammad XI.
El avance castellano resultaba imparable y las embajadas para pedir ayuda a otros estados islámicos no dieron resultado por la debilidad en los estados magribíes, la lejanía y conflicto de intereses en los Mamelucos de Egipto, por la respuesta poco efectiva en los Otomanos turcos (aunque Bāyazīd II envió una flotilla y presionó diplomáticamente). Militarmente, ya solo Muḥammad XII al-Zagal hacía frente al ejército invasor consiguiendo, contra todo pronóstico y a pesar de su desventaja —política, numérica y técnica por carencia de suficiente artillería—, diversas victorias. Logró frenar el avance enemigo en lugares como Nerja, Torrox o Cúllar además de ser reconocido en Salobreña, Almuñécar, Alhendín y Padul. Y, además, sin darse por vencido ante la aplastante superioridad de Castilla, que en 1488 conquistó Vera y se entregaron Cuevas de Almanzora, Mojácar, los Vélez, Huéscar, Galera, Orce y Benamaurel, entre otros lugares.
Frente a la resistencia de Muḥammad XII al-Zagal, que dominaba Guadix, Baza, las Alpujarras y Almería y que disponía de sus rentas y gozaba de la simpatía de la población por su lucha contra los castellanos, Muḥammad XI, Boabdil, se mantenía en el Trono precariamente y solo gracias a la paz que garantizaba su tratado con Fernando V, aunque al mismo tiempo era despreciado por su amistad con los enemigos infieles. No mejoró su valoración por el pueblo la represión sangrienta de las protestas sociales y de los intentos de ayudar a la defensa de Baza que ordenó.
Además, apenas podía mantener los gastos del Gobierno y la capital ante la escasez de rentas disponibles, por lo que también dependía económicamente de Castilla —incluso, en algún momento de su vida tuvo que empeñar joyas propias—. Las necesidades financieras le obligaron a acuñar moneda también en este segundo reinado, aunque de menor valor y calidad que los dinares de oro de su primer emirato.
Pero la resistencia de Muḥammad XII al-Zagal no se podía sostener por mucho tiempo ante una potencia bélica tan superior como la castellana y un viernes 10 de muḥarram de 895/4 de diciembre de 1489 los habitantes de Baza, agotados por el hambre y extenuados por un penoso y largo asedio de más de cinco meses, entregaron la ciudad. Su caída y el colaboracionismo de Yaḥyà “Alnayar” —alcaide de Baza y antes de Almería— con el Rey castellano propiciaron la rendición de su cuñado al-Zagal el 10 de diciembre de 1489 y la entrega de todos los dominios que a este le quedaban.
Muḥammad XI, Boabdil, se liberaba así de su rival, pero también se quedaba solo ante Castilla (unida a Aragón) en un territorio sumamente reducido. Por ello y para evitar que se rindieran ante el avance cristiano, escribió enseguida, el 22 de muḥarram de 895/16 de diciembre de 1489, a los alcaides y jeques de la taha de Ugígar y alquería de Picena, informándoles de su tregua por dos años con los Reyes Católicos para los lugares que lo acataran e invitándolos a entrar en ella.
Con la caída Baza, Guadix y Almería se cumplía la condición del pacto entre Boabdil y el rey castellano para entregar Granada “quando pudiere”, pero el desacuerdo surgió en las negociaciones y estas acabaron rompiéndose.
Lógicamente, las crónicas castellanas, oficiales y partidistas, silencian o disimulan la causa del desacuerdo y hacen recaer sobre Boabdil la responsabilidad del mismo por no querer entregar Granada inmediatamente. Los documentos tampoco lo pueden indicar explícitamente, pues ello habría supuesto un descrédito y menoscabo para la dignidad real de los Monarcas Católicos. Ello ha inducido a la historiografía tradicional a asumir esta tesis de un sultán que rompe el pacto y se niega a cumplir lo tratado llegado el momento, obligando así al rey castellano a recurrir otra vez a la guerra cuando preparaba ya su entrada triunfal en Granada. Sin embargo, la situación fue justamente a la inversa: fueron los Reyes Católicos quienes incumplieron —no sería la primera vez— lo prometido y firmado solemnemente (por sus propias razones e intereses, lógicamente).
Sin duda, un grupo de la población andalusí que quedaba en la capital y sus alfoces estaba dispuesta a luchar para defender su independencia temiendo que las promesas castellanas de paz y respeto para los vencidos no les garantizaban su cumplimiento (lamentablemente, el tiempo les daría la razón). Ello habría dificultado al emir nazarí la entrega de la capital, pero no la habría impedido de haber querido ejecutarla pues, además de los muchos partidarios de la paz, todo el pueblo era consciente del poderío enemigo y, a esas alturas, lo bastante realista como para aceptar una salida honrosa y satisfactoria como la que Muḥammad XI tenía previsto y pactado ofrecerles.
Esta es la clave interpretativa de la conducta del último Emir nazarí y andalusí. Cuando tuvo el “presentimiento y juicio sobre la caída inminente de Granada y su Reino en poder de los cristianos” (Gaspar Remiro), como hacía decenios vaticinaban los sabios nazaríes, negoció la mejor solución posible. Esta solución era un principado y territorio autónomo lo bastante extenso y con los recursos suficientes para vivir con su pueblo manteniendo su modo de vida; el precio era transformar al-Andalus de un emirato en un ducado mudéjar y entregar la joya de la corona, su capital. Y eso es lo que fijó por escrito y firmó Fernando V el católico en el último pacto con Muḥammad XI, Boabdil, en 1487: la entrega de Granada “quando pudiere” a cambio de la concesión de una zona en la región oriental del emirato una vez conquistada: Guadix con el Cenete, Baza con su Hoya, Vera, los dos Vélez, Mojácar, el valle de Purchena, el valle del Almanzora, Ugíjar y quizás Marchena, todo ello sin playas ni puertos de mar.
Debió de ser la negativa de los Reyes Católicos, una vez ganada —o casi— la guerra, a conceder estos territorios, lo que desencadenó el conflicto al dejar en una difícil disyuntiva al emir: claudicar y aceptar unos pobres y reducidos territorios que no garantizaban el futuro de su pueblo o luchar. Parece ser que consultó la situación con la población y esta se pronunció por la lucha, probablemente y en el fondo con la esperanza de mejorar las condiciones de la rendición más que con la ilusión de una imposible victoria.
Inmediatamente, los castellanos atacaron varios castillos que estaban en la misma Vega de Granada (La Malahá y Alhendín) y talaron los campos en raŷab de 895/mayo de 1490. Entonces Boabdil realizó una campaña en el verano de 1490 que, por primera vez, respondía a su laqab (el Victorioso por Dios): recuperó el Padul, la Alpujarra lo reconoció —ello obligó a al-Zagal a marcharse a Almería y poco después a Tremecén—, tomó Alhendín, cercó Salobreña, combatió al Rey castellano en la Vega y apoyó el levantamiento de los ya mudéjares (Fiñana) y su emigración del Cenete a Granada.
Pero en ŷumādà II de 896/abril de 1491 los castellanos iniciaron la ofensiva final: cortaron el abastecimiento de Granada desde la Alpujarra, establecieron el asedio, levantaron la ciudad de Santa Fe para acoger el real, arrasaron todos los alrededores de la capital, mantuvieron combates y enfrentamientos durante siete meses y, llegado el invierno, se pusieron a esperar el agotamiento de la ciudad por hambre.
La población aceptó entonces las negociaciones, que ya se habían iniciado en secreto; finalizaron el [22] de muḥarram de 897/25 de noviembre de 1491 con las célebres capitulaciones, que concedían a los andalusíes el derecho de permanecer en Granada conservando sus posesiones, religión y cultura o emigrar en condiciones justas.
Al amanecer del lunes 2 de rabīc I de 897/2 de enero de 1492, Muḥammad XI, Boabdil, entregó solemnemente en el salón del Trono (torre de Comares), las llaves de la Alhambra, ya desalojada, a un oficial castellano. Horas después, a las tres de la tarde, el emir salió a rendir homenaje a los Reyes Católicos a las puertas de la capital; en ese acto recuperó a su hijo pequeño, rehén de los castellanos desde 1483. Entregadas las armas, ese mismo día salió con su familia y servidores hacia las posesiones que las capitulaciones le concedían en las Alpujarras.
Establecido en Andarax, tenía el deseo de permanecer en su tierra, pero las presiones e intrigas ordenadas por los Reyes Católicos para que emigrase lo decidieron a partir, sobre todo tras la muerte en agosto de 1493 de su mujer, a la que enterró en Mondújar (adonde ya había trasladado los restos de los emires y antepasados enterrados en Granada). Tras vender sus propiedades a los Reyes castellanos por menos valor del que tenían —por astucia y engaños de H. de Zafra— y enviar una misiva diplomática solicitando asilo al sultán waṭṭāsī de Fez, Muḥammad al-Šayj, se embarcó en el puerto de Adra a mediados de octubre de 1493. Junto con su madre, familia y cortesanos arribó a Melilla y se instaló en Fez, que encontró azotado por la violencia, el hambre y la peste. Allí construyó algunos palacios siguiendo el estilo andalusí y murió en 924/enero de 1518-1519 (mucho menos probable: 940/1533-1534). Fue sepultado enfrente del oratorio situado en el exterior de la Bāb al-Šarīca (Puerta del Umbral) y dejó dos hijos, Aḥmad y Yūsuf. Su descendencia siguió viviendo en Fez aunque en el año 1027/1618 eran mendigos y vivían de la beneficencia de los habices para los pobres.
El balance de la figura de Muḥammad XI, Boabdil, es complejo. Sin duda, su levantamiento y la guerra civil que mantuvo con ayuda castellana facilitó y aceleró la conquista cristiana, aunque esta era ya inevitable. Además, su actuación resultó ambigua y equívoca para sus contemporáneos y también para la historiografía y la literatura. Por un lado, se ha considerado que la vacilación y debilidad que mostró en algunos momentos de su vida se debía a un pacto secreto con el que traicionaba a su pueblo. Por otro, su conducta se ha interpretado como realismo político ante un enemigo superior. Probablemente, la falta de experiencia y capacidad política en circunstancias extraordinariamente complejas lo llevaran a dejarse influir por los poderosos actores que lo rodearon, desde su madre hasta los consumados políticos abencerrajes pasando por Fernando V. Además, con su pacto de entrega de Granada, sacrificaba independencia política y la principal ciudad del emirato, pero a cambio conseguía que su pueblo siguiera viviendo en una parte de su tierra y mantuviera su forma de vida, un gran logro en tales circunstancias de no haber sido por el doble incumplimiento —territorial en 1491, de las capitulaciones tras 1492— de los Reyes Católicos.
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Francisco Vidal Castro