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Muhammad VIII

Biografía

Muḥammad VIII: Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Yūsuf b. Yūsuf b. Muḥammad b. Yūsuf b. Ismācīl b. Faraŷ b. Ismācīl b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Mutamassik bi-[A]llāh, al-Ganī bi-[A]llāh. el Pequeño. Granada, 813/1410 – Salobreña (Granada), [8.834]/4.1431 (emirato 1417-1419 y 1427-1430). Emir de al-Andalus, decimocuarto sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada, precedido por Yūsuf III y sucedido por Muḥammad IX.

Aunque las fuentes árabes no indican la fecha de su nacimiento, sí recogen datos sobre sus hermanos que permiten delimitar con bastante precisión un periodo de unos dos meses para dicha fecha, pues se indica que vino al mundo después que su hermana mayor (nacida el 8 de raŷab 812/16 de noviembre de 1409) y antes que su hermano menor Abū l-Ḥasan cAlī (nacido en rabīc I de 814/23 de junio-22 de julio de 1411). De esta manera, el nacimiento de Muḥammad (VIII) solo pudo producirse entre el 14 de rabīc II y 22 de ŷumādà II de 813/16 de agosto y 22 de octubre de 1410, fecha confirmada además por el dato de la edad —ocho años— que según las fuentes cristianas contaba en marzo de 1419, cuando fue destronado.

Además de estos dos hermanos y antes que todos ellos, había nacido otro hermanastro, Yūsuf, el primogénito e, inicialmente, heredero oficial, cuyo alumbramiento tuvo lugar el último día [30] de muḥarram de 812/[14] de junio de 1409, pero que murió a los pocos días de nacer; su muerte permitió que Muḥammad fuera designado heredero oficial cuando nació al año siguiente. También tuvo un último hermano, cAbd Allāh, el 30 de raŷab de 818/5 de octubre de 1415, que poco después murió durante un periodo de peste.

Su madre era la segunda esposa —tras la muerte de la primera en 812/1409— de Yūsuf III (1408-1417) y era hija del alcaide Abū l-Surūr Mufarriŷ (m. 1410), liberto de origen cristiano que había liberado de su prisión en Salobreña al emir y había sido nombrado ḥāŷib (gran visir o chambelán). Esta mujer, llamada Umm al-Fatḥ (la Horra On Malfath en los documentos cristianos), desempeñó un activo papel diplomático durante el segundo reinado de su hijo en apoyo de este.

En la última decena [19-29] del mes de šacbān del año [818]/[24 de octubre-3 de noviembre] de 1415, su padre celebró una gran fiesta en la que Muḥammad recibió la bayca, el juramento de fidelidad como heredero oficial. En la misma fiesta, Yūsuf III reunió además otras dos celebraciones: la caqīqa de su hijo recién nacido cAbd Allāh y el icḏār (ceremonia de circuncisión) de los dos hijos mayores, cAlī y el propio Muḥammad. El festejo fue de gran riqueza y magnificencia: el sultán obsequió espléndidamente tanto a la aristocracia como al pueblo llano e invitó a los notables de todo el país, a los que regaló magníficas vestimentas.

Apenas dos años después, su padre murió el martes 29 de ramaḍān de 820/9 de noviembre de 1417 en Almuñécar, desde donde fue trasladado en su ataúd esa misma noche a Granada, adonde llegó entrada la mañana del día de la fiesta de Ruptura del ayuno/11 de noviembre sin que nadie advirtiera su entrada porque todos estaban ocupados en la oración de la fiesta. Cuando después se reunieron todos en la Alhambra, llevaron a cabo la proclamación de Muḥammad VIII y el entierro de Yūsuf III.

El nuevo emir adoptó el laqab de al-Mutamassik bi-[A]llāh (el Aferrado a Dios), que, no obstante, cambiaría en su segundo periodo de gobierno por otro, el de al-Ganī bi-[A]llāh (el Satisfecho con [la ayuda de] Dios). Fue conocido como “el Pequeño” en las fuentes cristianas, evidente traducción de la palabra árabe al-Ṣagīr, aunque la aparición de este término en documentos árabes hasta ahora localizada parece referirse a otro sultán, Muḥammad X “el Chiquito”. Recibió este apelativo por su minoría de edad, pues fue entronizado cuando solo tenía siete años, circunstancia que dio lugar a la tutela que ejerció el visir al-Amīn (el “alguacil mayor” y “alcaide Alamin” en las fuentes cristianas, aunque en tres o cuatro documentos aragoneses aparece como “Yamin”/“Hiamin”).

Una de las primeras actuaciones del nuevo emir, mediante su visir, fue la confirmación de la tregua vigente con Castilla que su padre había firmado y que finalizaba el 18 de abril de 1419.

Por lo que respecta a Aragón, Muḥammad VIII mantuvo negociaciones con Alfonso V el Magnánimo para establecer un tratado de paz, pero no se cerró el acuerdo final aunque el soberano aragonés llegó a firmar el documento en 1418. El problema fue que, una vez llegado el texto del tratado a Granada, resultó que el embajador granadino, Hayrín (Jayrān), había aceptado varias cláusulas no autorizadas por la Alhambra y claramente perjudiciales para los Nazaríes, como la entrega de cautivos sin rescate, por lo que el visir rechazó el texto y no hubo acuerdo. Incluso, el embajador fue encarcelado, sus bienes confiscados y su familia expulsada de la Alhambra.

Pasado un año de reinado de Muḥammad VIII, el excesivo poder que al parecer ejercía el gran visir había despertado la animadversión de ciertos sectores del sultanato, en concreto del arráez (jefe militar) o “cabeçera” de Íllora y del arráez de Guadix, que tramaron una conspiración para derrocarlo argumentando la minoría de edad del emir. Para ello, necesitaban un candidato alternativo y eligieron a Muḥammad b. Naṣr, nieto de Muḥammad V (1354-1359 y 1362-1391) y primo hermano de Yūsuf III (por tanto, tío segundo de Muḥammad VIII), que se hallaba preso en Salobreña, probablemente encarcelado por el visir tras la entronización del nuevo emir si es que no lo había recluido ya el padre de este, Yūsuf III.

Tras dirigirse a Salobreña con seiscientos jinetes y el respaldo de la que ya era poderosa familia de los Banū l-Sarrāŷ —de donde deriva el término Abencerrajes con el que la leyenda los ha mitificado y la literatura inmortalizado—, liberaron al cautivo y lo proclamaron sultán allí mismo. Pero cuando llegaron a Granada, la capital se opuso a su entrada y les cerraron las puertas. Los sublevados ejercieron entonces su influencia política: los más destacados de ellos se dirigieron a la mezquita para solicitar a los muftíes una fetua (fatwà) que declarase ilegítimo el gobierno de Muḥammad VIII por su minoría de edad. Aunque había casos de sultanes que fueron entronizados antes de la mayoría de edad tanto en la misma dinastía nazarí como en otras, los muftíes encontraron argumentos jurídicos —probablemente incapacidad por carencia de cadāla (honorabilidad pública) y de cilm (ciencia)— para emitir una fetua desautorizando el emirato de Muḥammad VIII. La ciudad abrió entonces las puertas al pretendiente, que se dirigió a la Alhambra, donde el gran visir al-Amīn se rindió tras solicitar y obtener garantía de seguridad.

De esta manera, tomó posesión de la Alhambra y fue proclamado Muḥammad IX al-Aysar (el Zurdo o el Izquierdo, como lo llaman las crónicas cristianas), uno de los principales emires andalusíes del siglo XV. El gran visir al-Amīn fue ejecutado aunque para mantener el juramento que comprometía al nuevo emir fue su esposa, Zahr al-Riyāḍ, la que ordenó su muerte.

En cuanto a Muḥammad VIII, sobrino segundo o resobrino del nuevo emir, fue enviado a prisión en torno al 20 de marzo de 1419. Terminó así un breve emirato de poco más de dieciséis meses (1417-1419), a pesar de lo cual tuvo tiempo de efectuar acuñación de monedas de oro, como testimonian los dinares batidos a su nombre que se han conservado.

Sin embargo, el destronamiento de Muḥammad VIII el Pequeño por el candidato de los Banū l-Sarrāŷ, Muḥammad IX al-Aysar, lejos de consolidar el poder emiral y estabilizar el trono, abrió un periodo de frecuentes derrocamientos, sublevaciones e inestabilidad política. Las constantes luchas dinásticas y querellas sucesorias provocaron un debilitamiento del Estado en general, que se hizo más vulnerable ante los reinos cristianos, y de la institución del sultán en particular.

Tanto es así que Muḥammad VIII pudo recuperar el trono precisamente mediante una sublevación de sus partidarios que lo restauró en el poder tras destronar a Muḥammad IX al-Aysar ocho años después, concretamente el jueves 9 de enero de 1427.

Al igual que la anterior, esta sublevación estuvo motivada en el fondo por razones que van más allá de la legitimidad dinástica que se argumentó en ambos casos. Estas razones fueron, aparte de la propia consecución del poder por sí mismo, los problemas económicos derivados de las elevadas parias que se pagaban a Castilla y que produjeron la devaluación de la moneda en 1425 así como el fracaso de las negociaciones para renovar la tregua con los castellanos, que ponía al emirato al borde de la guerra y amenazaba la paz y seguridad en los territorios de la frontera.

De esta manera, Muḥammad IX fue destronado y huyó a Almería, donde se embarcó hacia Túnez, cuyo sultán Abū Fāris, con el que mantenía excelentes relaciones, lo acogió hospitalariamente en su Corte y le ofreció ayuda para recobrar el Trono.

Tras asentarse de nuevo en el trono que legítimamente le correspondía, Muḥammad VIII, que a la sazón contaba ya dieciséis años, adoptó un nuevo laqab, el ya citado al-Ganī bi-[A]llāh, con el que es denominado en documentos cancillerescos, monedas y obras árabes, título quizás pretencioso si se considera que fue el ostentado por el gran Muḥammad V en el cenit del esplendor de la dinastía.

Formó el nuevo gobierno con sus partidarios “legitimistas” y contando con sus primos hermanos Yūsuf y Sacd, también nietos de Yūsuf II (1391-1392) y que más tarde llegarían a la cumbre del poder político como sultanes: Yūsuf V el Cojo (1445-1446) y Sacd (1454-1455, 1455-1462 y 1463-1464). Así pues, a lo largo de ese año Muḥammad VIII al-Ganī bi-[A]llāh efectuó diversos nombramientos, como el de alcaide de Comares (Málaga) en favor de Abū l-Qāsim al-Bāŷī, realizado el 23 de muḥarram de 831/13 de noviembre de 1427, según consta en el documento original firmado por el propio sultán, que se conserva.

Como era habitual, la primera y principal actuación política que debía realizar el nuevo emir era la confirmación y mantenimiento de las treguas que hubiese vigentes con los reinos cristianos. Por lo que respecta a Castilla, su predecesor había renovado sucesivamente las treguas en 1419, 1421, 1424 y 1426. Aunque de esta última no se ha encontrado constancia documental ni cronística, debió de renovarse y, quizás, hacerlo por una duración de dos años, entre julio de 1426 y julio de 1428. Cuando Muḥammad VIII inició las negociaciones para el mantenimiento de la tregua, Castilla aceptó enseguida y llegaron rápidamente a un acuerdo de paz por dos años que se inició el 16 de febrero de 1427 y terminaría el 16 de febrero de 1429. Aunque no se conocen las condiciones del acuerdo, es evidente que el nuevo emir debió aceptar la entrega de una considerable cantidad de parias.

Es probable que la necesidad de dinero para hacer frente al pago de esta cantidad sea la causa de la venta de las propiedades rústicas que contaba el patrimonio real de los emires en la localidad de Gor, venta que Muḥammad VIII realizó a los vecinos del lugar entre rabīc I y rabīc II de 831/enero-febrero de 1428.

Como solía ser relativamente habitual, la existencia de treguas no impidió que se produjeran diversos incidentes y altercados fronterizos en la zona de Jaén y Murcia así como tensión en la frontera occidental durante 1428, pero en ningún caso llegaron a amenazar la paz. No obstante, a finales de ese año, Juan II comenzó a preparar la guerra con el pretexto de supuestos ataques de carácter militar, aduciendo que no eran simples incursiones de almogávares, que se habrían producido desde al-Andalus pero de los que no hay constancia documental.

La voluntad bélica del monarca castellano le llevó a rechazar la petición de prórroga de la tregua que envió Muḥammad VIII mediante el embajador Sacīd al-Amīn a finales de 1428 y principios de 1429. Pero, forzado por la amenaza de guerra con Aragón, el monarca castellano detuvo temporalmente sus planes de guerra contra Granada y acabó aceptando la paz el 5 de febrero de 1429. Además, mantenía la expectativa del retorno de Túnez de Muḥammad IX al-Aysar, al que había enviado llamar y mediante el que pretendía avivar la guerra civil y división en el estado andalusí. No obstante, Juan II no aceptó ningún plazo concreto para la prórroga, que solo consistió en mantener la suspensión de hostilidades hasta que lo estimara oportuno.

Por lo que respecta a Aragón, al-Ganī bi-[A]llāh intentó estrechar lazos con Alfonso V el Magnánimo y para ello envió una serie de embajadas y mensajeros desde su retorno al trono hasta marzo de 1429 y consiguió establecer unas buenas y fluidas relaciones oficiales. En estos contactos y correspondencia diplomática el emir estuvo apoyado y secundado por otros miembros de su familia, en concreto su hermano menor Abū l-Ḥasan cAlī y, sobre todo, su madre Umm al-Fatḥ (la Horra On Malfath en los documentos cristianos), viuda de Yūsuf III, que, buscando la complicidad femenina, escribió a la reina María e intercambió varias cartas de tono muy cordial y amistoso.

Sin embargo, el Monarca aragonés desarrolló un doble juego pues al mismo tiempo que mantenía estas relaciones cordiales con la Alhambra, acogió a los partidarios de Muḥammad IX al-Aysar, huidos de Granada tras la recuperación del Trono de Muḥammad VIII el Pequeño, y les facilitó el apoyo y los medios para viajar a Túnez, donde se había refugiado el sultán destronado; más aún, llegó a emitir un salvoconducto a favor de al-Aysar para facilitarle el regreso de Túnez en 1429.

Este regreso había comenzado a fraguarse cuando muchos partidarios del anterior emir que se habían quedado en al-Andalus, empezaron a conspirar para llevar a Muḥammad IX, exiliado en Túnez, de nuevo al Trono. En especial, la poderosa familia de los Banū l-Sarrāŷ amenazaba el poder de Muḥammad VIII, que intentaría detenerlos provocando la huida a Castilla que sabemos que se produjo entre noviembre y diciembre de 1428. Los escapados eran unos treinta caballeros, casi todos de esta familia de los Abencerrajes, dirigidos por Yūsuf b. al-Sarrāŷ, alcaide de la ciudad de Vera que había sido gran visir (“alguacil mayor”). Tras llegar a Lorca, Yūsuf b. al-Sarrāŷ se dirigió después a la ciudad de Murcia, a mediados de diciembre, con la intención de presentarse ante el Soberano castellano, que se encontraba entonces en Illescas, para solicitarle ayuda.

Una vez en la Corte castellana hacia finales de 1428 o principios de 1429 y acompañado por un regidor de Murcia (Lope Alfonso de Lorca, que entendía la lengua árabe), el rey Juan II apoyó a los disidentes puesto que con ello fomentaba la división y enfrentamiento interior en al-Andalus. Así, además de prometerles su ayuda, envió un embajador a Túnez (el mencionado Lope) para solicitar al sultán Abū Fāris que ayudase a Muḥammad IX a regresar y le facilitase los medios para ello.

Casi una cincuentena de personas se embarcaron en una nave fletada por el Rey aragonés hacia Túnez a mediados de mayo de 1429 llevando el salvoconducto citado de Alfonso V el Magnánimo para facilitar el regreso del emir desterrado a cualquier parte de la Corona de Aragón, si bien dicho regreso no acabaría en tierras aragonesas, como se verá a continuación, frustrando las expectativas de este Monarca.

Una vez en Túnez, el sultán Abū Fāris acogió favorablemente la embajada castellana y facilitó rápidamente los medios para el regreso de Muḥammad IX. A las pocas semanas, inició el viaje por tierra acompañado por trescientos caballeros y doscientos peones, casi todos andalusíes seguidores suyos que habían ido trasladándose a Túnez, muchos de ellos para escapar a las represalias de Muḥammad VIII. Tras dos meses de marcha, llegaron a Orán, en cuyo puerto embarcaron, y arribaron a Vera poco antes del 18 de octubre de 1429.

Casi inmediatamente Almería reconoció como sultán a Muḥammad IX al-Aysar y otras zonas también lo apoyaron, desencadenando así la división y la guerra civil. Desde Almería, al-Aysar se dirigió a la capital, pero Muḥammad VIII el Pequeño envió a su encuentro un escuadrón de unos seiscientos caballeros al mando de su hermano Abū l-Ḥasan cAlī; no obstante, dos terceras partes de los soldados decidieron unirse al pretendiente y el resto debió regresar a Granada.

El camino hacia el Trono quedó abierto así y, tras el sometimiento de Guadix, al-Aysar entró en la capital, pero Muḥammad VIII se atrincheró en la Alhambra con más de quinientos hombres. Al-Aysar asedió el recinto y mientras tanto iba recibiendo la adhesión de cada vez más territorios y ciudades (Málaga, Ronda y Gibraltar). Sin embargo, Muḥammad VIII resistió varios meses y solicitó ayuda a Castilla en virtud de las estipulaciones de la tregua firmada, llegando a ofrecer su vasallaje al Rey castellano; pero su tío segundo Muḥammad IX también hizo lo mismo aduciendo el compromiso que Juan II había adquirido con él para ayudarle a recuperar el Trono. El Rey castellano, que recibió casi al mismo tiempo las dos embajadas granadinas, hacia finales de diciembre de 1429, intentó sacar el mayor partido del enfrentamiento poniendo en práctica un doble juego y casi “subastando” su ayuda al mejor postor al mismo tiempo que retrasaba su respuesta para prolongar y mantener la guerra civil nazarí, a la expectativa de los acontecimientos. Pero las intenciones del Rey castellano quedaron frustradas porque los sitiadores excavaron una mina y cortaron el suministro de agua a la Alhambra obligando a Muḥammad VIII el Pequeño a negociar su rendición en una fecha que hay que situar entre mediados y finales de marzo de 1430.

Aunque salvó la vida, Muḥammad VIII fue recluido en la alcazaba de Salobreña junto con su hermano Abū l-Ḥasan cAlī, que había desempeñado un importante papel en el sostenimiento de su segundo emirato (1427-1430).

A pesar de su encierro, consiguió hacer una petición de ayuda a la Corte castellana. Ya el 9 de abril habían llegado a Astudillo (Palencia), donde se encontraba el Monarca castellano, un grupo de seis caballeros granadinos partidarios de Muḥammad VIII, que habían huido del nuevo señor de la Alhambra y llevaban cartas del derrocado emir. En ellas informaba este al rey castellano de su destronamiento y de su cautiverio en Salobreña al mismo tiempo que le pedía ayuda para recuperar el poder. La respuesta de Juan II, siempre deseoso de avivar la llama de la guerra civil entre los granadinos, fue afirmativa, y, además de manifestar su pesar por la situación de Muḥammad VIII, aseguró que le ayudaría.

En cuanto al nuevo emir, al-Aysar, no pudo consolidar ni estabilizar su poder en este su segundo emirato y al cabo de un año, la situación se le iba complicando cada vez más, tanto a nivel interior como exterior. Por un lado, tenía que hacer frente a sus opositores que no dudarían en aprovechar la menor oportunidad para devolver al Trono a Muḥammad VIII el Pequeño, que seguía prisionero en Salobreña. En el exterior, tenía pocas perspectivas de treguas con Castilla y Juan II preparaba la guerra contra Granada esperando sacar partido de la tensión interior en el Estado nazarí, lo que creaba un clima de descontento que podía desembocar fácilmente en una sublevación contra al-Aysar y la restauración de Muḥammad VIII, quien, sin duda, podría contar con el apoyo del soberano castellano en su habitual política de fomentar la división entre los andalusíes.

La amenaza debía de ser tan grave e inminente que Muḥammad IX al-Aysar o el Zurdo, para evitar que se repitiera la historia de su destronamiento de 1427, adoptó una decisión difícil y extrema pero que conjuraba absolutamente el peligro de dicha restauración. A finales de abril de 1431 ordenó ejecutar a Muḥammad VIII y a su hermano Abū l-Ḥasan cAlī (que por ser hijo de Yūsuf III también podría aducir derechos al trono), en la misma cárcel de Salobreña. Aunque logró el objetivo que se proponía, su acción también tuvo el pernicioso efecto de profundizar más en la división de los dos sectores enfrentados, los partidarios de Muḥammad IX, principalmente la influyente familia de los Banū l-Sarrāŷ (Abencerrajes), y los defensores de Muḥammad VIII; a estos últimos la historiografía ha dado en llamar “legitimistas”, lo que no implica que al-Aysar careciera absolutamente de legitimidad, aunque esta fuera menor.

Muḥammad VIII dejó dos hijos muy pequeños —debieron de nacer durante su segundo reinado, de 1427 a 1430— que al-Aysar se encargó de tener bajo su control y llegó a utilizar como rehenes en 1431-1432, si bien más tarde designó a uno de ellos, Muḥammad, como heredero, el futuro emir Muḥammad X el Chiquito (1453-1454, 1455).

 

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Francisco Vidal Castro

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