Muḥammad VII. Abū cAbd Allāh Muḥammad b. Yūsuf b. Muḥammad b. Yūsuf b. Ismācīl b. Faraŷ b. Ismācīl b. Yūsuf b. Muḥammad b. Aḥmad b. Muḥammad b. Jamīs b. Naṣr b. Qays al-Jazraŷī al-Anṣārī, al-Mustacīn bi-[A]llāh. Granada, c. 779/1377 – 14.XII.810/11.V.1408 (emirato 794-810/1392-1408). Emir de al-Andalus, duodécimo sultán de la dinastía de los Nazaríes de Granada, precedido por Yūsuf II y sucedido por Yūsuf III.
Nació en Granada hacia el año 779/1377-1378, un año o dos después de su hermano mayor, el que sería Yūsuf III (1408-1417), y de madre distinta.
Creció, al igual que sus hermanos y primos, en la época de máximo esplendor nazarí y bajo la protección de su abuelo Muḥammad V (1354-1359 y 1362-1391), que organizó una solemne celebración del icḍār, ceremonia de circuncisión masculina, para él y para su hermano mayor Yūsuf (III), en la que ambos demostraron gran valor a pesar de su niñez pues avanzaron sin miedo hacia el encargado de realizarles la operación, según describe el visir y poeta oficial Ibn Zamrak, que compuso para la ocasión una brillante casida de felicitación al citado sultán.
Cuando su padre Yūsuf II fue entronizado el domingo 10 de ṣafar de 793/15 de enero de 1391, Muḥammad rondaba los trece o catorce años como máximo. Tras ser testigo de un fallido intento de magnicidio mediante envenenamiento contra su padre el primer año de su reinado, al año siguiente fue él mismo quien, a pesar de su juventud, se sublevó para destronarlo, todo ello según algunas fuentes castellanas, que lo definen como “moço brioso, amigo de mandar” y que aspiraba al Trono, por lo que la única manera de alcanzarlo, al no ser el primogénito, era la rebelión. Contando con el apoyo de un tal Aben Mohaya —y, en cualquier caso, con la implicación de altos dignatarios que instigarían a un pretendiente todavía adolescente—, consiguió amotinar a gran cantidad de gente con la acusación —utilizada rentablemente en diversos momentos de la historia nazarí— de cristianizante (“ser más cristiano que moro”) contra Yūsuf II. Aunque el conflicto estuvo a punto de desembocar en guerra civil, acabó pacíficamente gracias a la mediación del embajador del Sultán de Fez, que pudo convencerlo para que desistiera de su intentona y volviera a la obediencia de su padre.
Al poco tiempo de esta sublevación, Yūsuf II murió repentina y prematuramente. Según las fuentes cristianas, fue a causa de un envenenamiento con posible implicación de su hijo Muḥammad, cuyos antecedentes levantiscos y, sobre todo, el hecho de haberse apoderado del trono desplazando al legítimo heredero y sucesor designado, avalan esta posibilidad.
En cualquier caso, tras el fallecimiento de su padre el sábado 16 de ḏū l-qacda de 794/5 de octubre de 1392 fue proclamado, con unos catorce o quince años, Muḥammad VII, que adoptó el laqab (sobrenombre honorífico) de al-Mustacīn bi-[A]llāh (el que implora la ayuda de Dios). Diversas fuentes cristianas ofrecen una forma de su nombre alterada como Mohamed Abenbalba (con variantes: Mohamad Abenbalua/Aben Baloa, Aben Balva, Ebn Balba).
Como se ha indicado, su entronización se produjo de manera irregular puesto que era el segundo hijo de Yūsuf II, por lo que para acceder al poder tuvo que desplazar al primogénito y heredero oficial, su hermano Yūsuf, que tenía a la sazón dieciséis años.
Para conjurar el peligro de la presencia del legítimo heredero, el nuevo emir lo recluyó en el castillo de Salobreña, utilizado como palacio de recreo y fortaleza vigía del litoral pero que también desempeñó funciones de cárcel de personajes ilustres y soberanos, como ya ocurriera con el padre de Ismācīl I entre el 713/1314 y el 720/1320.
Las procelosas aguas de la Corte nazarí —que en solo los dos últimos años habían propiciado varias sublevaciones, un asesinato y una usurpación del trono— también tuvieron otras víctimas políticas, además de Yūsuf (III), y más sangrientas. Altos funcionarios, como el famoso poeta y eminente visir Ibn Zamrak, al que el anterior emir, Yūsuf II, había devuelto sus funciones el 1 de ramaḍān de 794/22 de julio de 1392 tras un encarcelamiento de veinte meses, fue nuevamente destituido; al cabo de un año fue repuesto otra vez en su cargo para, enseguida, ser ejecutado con nocturnidad y alevosía después de 795/noviembre de 1392-noviembre de 1393, hacia el verano de 1393. Paradojas del destino, el emir que había ordenado su muerte también había sido discípulo suyo, al igual que Ibn Zamrak había sido discípulo y verdugo de Ibn al-Jaṭīb (muerto en 1374), que de esta manera parecía haber sido vengado.
Una vez asentado en el trono Muḥammad VII, tanto su carácter y juventud como las circunstancias de su acceso al trono y la necesidad de demostrar su capacidad como emir en la guerra frente al enemigo, le llevaron a iniciar una línea de política exterior que se desviaba de la mantenida por su padre y la última etapa de su abuelo, que mantuvieron las paces y no dirigieron ninguna expedición militar contra los reinos cristianos. No es extraño que el autor Ibn Huḏayl le dedicara, con motivo de su ascensión al Trono, su obra Gala de caballeros, blasón de paladines, sobre caballos y armas, donde asegura que el nuevo emir “liberará a este país de los lazos que lo mantienen en inferioridad”.
Así, el nuevo emir inició una serie de ataques a Castilla, aunque es preciso matizar que dichos ataques no suponían en el fondo un cambio sustancial en la política exterior nazarí. Habitualmente, el advenimiento de un sultán exigía, por el carácter personal de las treguas, que la vigencia de estas fuera confirmada por él y por el correspondiente rey cristiano. En este proceso solía producirse un periodo de tensión bélica y ambiente de guerra en la frontera, con incidentes e incursiones menores.
Así ocurrió con Muḥammad VII, que no llegó a romper la paz desencadenando una guerra abierta y mantuvo, a pesar de estos ataques aislados, las treguas gran parte de su reinado, hasta 1405. De hecho, las primeras actuaciones de su emirato fueron confirmar las paces con Castilla y entablar negociaciones para renovarlas con Aragón, como muestra la carta de respuesta que el aragonés Juan I le envió aceptando las paces el 2 de noviembre de 1392, tan solo dos meses después de ser proclamado sultán.
Por tanto, manteniendo la paz pero con una actitud más beligerante, el nuevo emir intentó aprovechar las divisiones internas en la Corte castellana de Enrique III el Doliente (1390-1406) por la minoridad de este para fortalecer la posición de al-Andalus y forzar una paz lo más estable y duradera posible. Antes de que acabara el año, por diciembre de 1392, y con el pretexto de las incursiones de almogávares cristianos en territorio nazarí, envió una algazúa hacia Murcia que taló la comarca de Lorca y llegó hasta Caravaca, donde incendió la ciudad y obligó a la población a refugiarse en el castillo. A su regreso, con abundante botín, la expedición nazarí fue sorprendida por la reacción cristiana, dirigida por Alonso Yáñez de Fajardo, que alcanzó, desbarató y puso en fuga a las tropas musulmanas en el puerto de Nogalete o Nogalte.
Con respecto a Aragón, en diciembre de 1392 se hallaba su embajador en Granada para negociar la devolución de cautivos y la ratificación del tratado de paz cuando se produjo la incursión nazarí contra la comarca de Lorca y la matanza de Nogalete, por lo que el emir granadino rompió las negociaciones e inició preparativos militares. El monarca aragonés, Juan I, temiendo que el objetivo de estos preparativos no fuese Lorca, como Muḥammad VII daba a entender, sino su frontera valenciana, se preparó para la guerra.
A partir de este momento se inició una serie de combates fronterizos y algaradas por ambos bandos de escaso alcance y con el objetivo de saquear y apoderarse de animales y cosechas. A pesar de estos incidentes, las treguas se mantuvieron y solo se produjo un incidente grave que llegó a amenazar el mantenimiento de la paz: la entrada en la misma Vega de Granada que realizó el maestre de Alcántara, el lusitano Martín Yáñez de la Barbuda, en abril de 1394, que desafió a Muḥammad VII para demostrar que la fe de Cristo era verdadera y “la secta de Mahoma falsa”. El rey castellano y otros jefes de la frontera intentaron detener este ataque disparatado y fanático sin conseguirlo, pues el maestre estaba enajenado e imbuido de un espíritu visionario bajo la sugestión de un ermitaño que, además, enfervorizaba a las masas populares. El emir nazarí salió a su encuentro y destrozó las fuerzas del maestre, que también feneció en la lucha y dio fin así a su loca aventura. El grave incidente diplomático provocado obligó a Enrique III a disculparse con Muḥammad VII y explicarle que la acción se realizó contra sus órdenes; aunque la tensión fue muy elevada, finalmente el emir dio por buenas las disculpas y se mantuvo la paz.
Un hecho similar, en cuanto al rasgo de fanatismo religioso, fue la actuación de dos franciscanos, Juan de Cetina y Pedro de Dueñas, que entraron a Granada para predicar la religión cristiana a los musulmanes, provocación flagrante que se castigaba con la pena capital. Tras diversas y repetidas advertencias y amenazas, el empecinamiento y contumacia de los frailes desencadenaron el final que buscaban y fueron ejecutados. Según las relaciones escritas por otros frailes de la orden que presentan la historia como un martirio voluntario, fueron decapitados por el propio emir con su alfanje el 19 de mayo de 1397, a su regreso de Málaga.
Las treguas se mantuvieron, por tanto, a pesar de las habituales fricciones fronterizas y algaras de una y otra parte, durante más de un decenio desde la llegada al Trono de Muḥammad VII.
Sin embargo, el equilibrio solo se conservó hasta que Castilla dejó de necesitar la paz. Cuando Enrique III se hubo consolidado en el Trono y la situación interior y exterior castellana se estabilizó, a partir de 1404 la guerra contra al-Andalus volvió a plantearse como un objetivo de Estado. Además, el monarca castellano intentó implicar a Navarra y Aragón en un ataque conjunto contra el emirato nazarí, aunque sin llegar a conseguir resultados concretos más allá de vagas promesas. Mientras tanto, los incidentes fronterizos continuaban por ambas partes.
Consciente de la inminente ruptura de hostilidades por parte de Castilla, Muḥammad VII consiguió cerrar un acuerdo con el rey aragonés Martín I el Humano tras un periodo de numerosísimos incidentes fronterizos protagonizados por almogávares, sobre todo entre 1396 y 1400. Después de superar prolongadas negociaciones dirigidas por el alcaide Riḍwān en 1404 y el intento de Castilla de evitar el acuerdo, el tratado se firmó el 4 de mayo de 1405 (la versión castellana romance) y el 25 de rabīc I de 808/20 de septiembre de 1405 (la versión árabe).
Al mismo tiempo, el emir granadino se adelantó a los ataques castellanos en 1405, aunque con desigual fortuna: mientras que en Murcia fue derrotado, en la región occidental consiguió apoderarse de Ayamonte, próximo a Olvera. En marzo, abril y mayo de 1406 envió incursiones a tierras de Vejer, Medina Sidonia, Estepa, Écija y Bedmar.
Los numerosos ataques nazaríes a distintos puntos de la frontera no pretendían como fin principal la recuperación de plazas perdidas, sino que se proponían distraer o desviar las fuerzas castellanas de su objetivo de conquista en otros puntos de la frontera e intentar evitar con maniobras diversivas los zarpazos con que Castilla arrancaba trozos de territorio del emirato. Al mismo tiempo, las acciones militares andalusíes fortalecieron su posición de inferioridad en las largas negociaciones con Castilla, que se extendieron durante varios meses hasta llegar a la tregua de dos años que se firmó el 6 de octubre de 1406 en Madrid y que, entre otras cuestiones, incluía a Fez y establecía la institución de jueces de frontera por ambas partes con jurisdicción sobre conflictos fronterizos.
Pero antes de que se hubiese firmado el tratado el 6 de octubre, tuvo lugar un importante combate el jueves 4 del mismo mes. Tropas nazaríes entraron por Quesada y atacaron Baeza y cuando el ejército cristiano acudió a su encuentro fue diezmado en una sangrienta batalla trabada en el puerto de los Collejares, cerca de Quesada, en la que perdieron la vida numerosos y destacados nobles castellanos.
Aunque el ataque se había producido con anterioridad a la firma del tratado —tan solo dos días antes, pero se contemplaba su vigencia desde el 1 de octubre—, Enrique III lo consideró una ruptura de la tregua y fuera por ello o por su afán belicista contra el emirato nazarí lo cierto es que inició la preparación de una guerra general contra al-Andalus y convocó Cortes para recaudar los fondos necesarios. Su muerte el 25 de diciembre de 1406 no detuvo la iniciativa: su hermano Fernando y su viuda, Catalina de Lancaster, regentes de su hijo Juan II, de solo veintidós meses, prosiguieron la empresa. Las condiciones económicas y demográficas de Castilla entonces ya permitían un ataque a gran escala para acabar con el estado araboislámico de la Península Ibérica. Además, la delicada situación dinástica por la minoridad del nuevo rey podía superarse aglutinando en torno al ideal de reconquista y su gestor Fernando a la levantisca nobleza, que obtenía en la guerra gloria y riqueza.
El año siguiente, 1407 fue muy intenso en actividad bélica y los ataques de uno y otro lado se sucedieron. Uno de los principales objetivos por parte de los castellanos fue la importante plaza de Setenil, a la que pusieron sitio. Por su parte, Muḥammad VII, para distraer este asedio organizó, entre otras acciones, una expedición que sitió y saqueó el arrabal de Baeza, tomó y derruyó Bedmar (mediados de agosto de 1407) y puso cerco a Jaén el 10 de octubre de 1407. Después de tres días de asedio se retiró a Granada, pero consiguió incendiar los arrabales y huertas; la batalla fue motivo de inspiración del romance de Reduán (Riḍwān), alcaide que acompañaba a Muḥammad VII y que pereció durante el cerco.
Junto a grandes acciones bélicas, también se produjeron asaltos y conquistas de plazas menores, que las fuentes cristianas narran de forma triunfalista, pues exageran las victorias castellanas y derrotas nazaríes mientras que difuminan los éxitos y reducen las acciones de Muḥammad VII. Así, las crónicas señalan el saqueo de Vera y Zurgena por tropas murcianas, del 9 al 13 de febrero de 1407; en abril tomaron Huércal, aunque los nazaríes la recuperaron dos semanas después; en junio tomaron Pruna mientras que los musulmanes desistían del cerco de Lucena; en agosto los castellanos para controlar el paso del Estrecho vencieron a una flota mucho mayor de naves de Túnez y Tremecén que estaban en Gibraltar, entre otros éxitos frente a los musulmanes, que eran derrotados a pesar de que contaban con superioridad numérica y se hallaban en mejores condiciones, siempre según la versión de las crónicas castellanas.
Sin embargo y a pesar de todo el despliegue de Castilla, cuando, llegado el invierno, el regente de Juan II, el infante Fernando, dio por terminada la campaña de 1407, la principal pérdida del sultanato nazarí era solo Zahara, que cayó el 2 de octubre por la potencia de las lombardas, puesto que el asedio de Setenil fracasó finalmente ante la dura resistencia de los nazaríes y la inoperancia de la artillería castellana. En cambio, las fuerzas de Castilla sí consiguieron arrebatar a Muḥammad VII durante la primera quincena de octubre algunas fortalezas menores de la misma zona como Ayamonte, Cañete la Real, Torre-Alháquime, Cuevas del Becerro y Ortegícar, además de la destrucción del castillo de Audita.
Las acciones militares no se detuvieron en el invierno y Muḥammad VII inició un asedio a Alcaudete el 18 de febrero de 1408 que duró varios días, durante los cuales se desarrollaron diversas escaramuzas con los cristianos. Al mes siguiente, los castellanos algarearon los alrededores de Ronda el 24 de marzo.
Finalmente y antes de que llegara el verano de 1408, el sultán nazarí solicitó una tregua de ocho meses en abril. Los castellanos aceptaron el armisticio aunque durante las negociaciones el periodo quedó finalmente reducido a siete meses (15 de abril a 15 de noviembre de 1408).
Desgraciadamente, Muḥammad VII no pudo disfrutar de la tregua que había alcanzado porque al mes siguiente falleció repentinamente, el 11 de mayo de 1408, y a los dos días tuvo lugar la entronización de su sucesor Yūsuf III, el domingo 16 de ḏū l-ḥiŷŷa de 810/13 de mayo de 1408.
Aunque su emirato no fue breve pues reinó más de tres lustros, su vida sí y murió en plena juventud: no sobrepasaba los treinta o treinta y un años.
Las causas de esta muerte prematura fueron, según diversas fuentes castellanas, un envenenamiento con el mismo método, curiosamente, que el mismo Muḥammad VII y sus colaboradores habían utilizado en la conspiración contra su padre: una prenda de vestir —en este caso, una alcandora o una camisa— envenenada. Algunos cronistas castellanos posteriores, de los siglos XVI-XVII, añaden una historia que parece fantástica: antes de morir, el sultán, consciente de su agonía, ordenó ejecutar a su hermano Yūsuf (III) recluido en Salobreña para garantizar el Trono a su hijo. Cuando la orden llegó a Salobreña, Yūsuf jugaba una partida de ajedrez y solicitó que le permitieran terminarla antes de morir, prórroga que permitió la providencial llegada de mensajeros de Granada anunciando la muerte de Muḥammad VII y la designación de Yūsuf como nuevo emir.
Independientemente de la veracidad de los detalles de la “camisa herbolada” y la partida de ajedrez, lo que resulta completamente seguro es la muerte prematura de Muḥammad VII, probablemente por envenenamiento, que, evidentemente, fue tramado con el objetivo de reemplazarlo y entronizar a Yūsuf (III). De esta manera se explicaría que un liberto de origen cristiano como el alcaide Abū l-Surūr Mufarriŷ, que fue quien liberó al nuevo emir de la prisión de Salobreña, no solo fuese nombrado primer ministro, sino que llegara a emparentar con la familia real, directamente con el propio sultán, del que se convirtió en suegro cuando Yūsuf III desposó a su hija.
Tras quince años y siete meses de reinado, Muḥammad VII dejaba el sultanato nazarí en una situación de tregua y con un balance positivo ya que había hecho frente a la gran ofensiva de Castilla con pérdidas territoriales mínimas y había lanzado numerosos ataques contra la frontera enemiga. Su mayor beligerancia ha de interpretarse como respuesta a un aumento de la amenaza castellana, lo que obligaba al estado andalusí a responder vigorosamente y presionar lo más posible a su poderoso vecino para frenar las agresiones castellanas, amortiguar su efectos de conquista distrayendo la concentración de fuerzas enemigas y forzar la negociación.
Sin embargo, las perspectivas de guerra en un futuro inmediato eran evidentes y la superioridad demográfica, militar —desarrollo de la artillería ofensiva— y de medios materiales de Castilla, que se iba recuperando de sus crisis internas, permitían a esta un ataque a gran escala contra el pequeño emirato andalusí, que ya no podía contar con la ayuda norteafricana de los benimerines.
Por otro lado, a pesar de su intensa actividad militar, Muḥammad VII también tuvo tiempo de acuñar moneda como atestiguan los dinares de oro y dirhemes de plata que se conservan batidos a su nombre, además de realizar una construcción en la Alhambra, concretamente la Torre de las Infantas. Por último, dejó varios hijos, al parecer, que fueron acogidos y bien tratados por su hermano y sucesor Yūsuf III a pesar de todo lo sucedido.
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Francisco Vidal Castro