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Gaspar Cañellas Vallejo

Biografía

Cañellas Vallejo, Gaspar. Gaspar de San Agus­tín. Madrid, 5.VII.1651 – Manila (Filipinas), 8.VIII.1724. Agustino (OSA), prior, procurador ge­neral, definidor provincial, historiador de Filipinas.

Fue su nacimiento un 5 de julio de 1651 en la ma­drileña calle del Desengaño, que corre paralela a la ac­tual Gran Vía. Sus padres fueron Juana Vallejo y Gas­par Cañellas, síndico del reino de Mallorca, que cabe entender en el sentido y acepción de procurador en­cargado ante la Corte de la defensa de los intereses de las Islas Baleares. De donde pudiera concluirse que, si no emparentado con la nobleza, sí en buena posición y en condiciones ventajosas para dar a su hijo una for­mación intelectual algo más elevada que la común, lo que al correr de los tiempos demostrará este madri­leño. Se le impusieron en el bautismo los nombres de Gaspar Pedro Antonio el día 19 del mismo mes y año en la parroquia de San Martín.

De su niñez y adolescencia nada más se sabe. Por descontado se da su formación y aplicación, y que su vocación a la vida religiosa agustiniana pudo ser fruto de la proximidad de su hogar al convento de San Fe­lipe el Real, “que se levantaba junto a las aceras de la famosa Puerta del Sol y cuyas gradas de acceso a la iglesia, a todas horas llenas de ociosos y paseantes en cortes, eran lugar de cita y conocidas por ‘el menti­dero de San Felipe’”. No serían las habladurías su reclamo, sino el ministerio y la predicación de los frailes conventuales, así como la docencia de los mismos en el vecino Colegio de Doña María de Aragón, plaza que en la actualidad ocupa el Senado.

A San Felipe el Real llegaban y en él se hospedaban los comisarios procuradores procedentes de Filipi­nas. Allí pregonaban su reclutamiento de misioneros. Y allí se supone que germinaría su vocación, vistiendo la cogulla agustiniana en aquel templo el 4 de mayo de 1667, festividad de Santa Mónica. Corto fue el tiempo que medió entre su vestición y el éxodo ha­cia Sanlúcar de Barrameda, puerto de embarque para Oriente. Era el más novel del abigarrado y heterogé­neo grupo de la cuarentena de enlistados que tuvieron que pasar ante los oficiales de la Casa de Contrata­ción. Se hicieron a la mar en junio de 1667 y a pri­meros de diciembre estaban a salvo en el recién inaugurado Hospicio de Santo Tomás de Villanueva en Méjico. Luego zarparon de Acapulco y, cumplido el tiempo de su noviciado, el 5 de mayo de 1668 emitió sus votos solemnes en manos del vicario general de la misión fray Francisco Albear, a los cuarenta y un días de haber salido del puerto, surcando el anchuroso del Pacífico a bordo de la nao Nuestra Señora del Buen Socorro, “el galeón mayor que se había fabricado en Filipinas hasta aquellos tiempos, y era admiración su grandeza, hermosura y velocidad”, según sus palabras. También, según su descripción, avistaron Filipinas en julio y llegaron a Manila al mes siguiente, atravesando las provincias de Camarines, Tayabas y Laguna de Bay, “recibiendo indecibles agasajos de los religiosos del Orden de San Francisco, a cuyo vigilante cuidado están aquellas provincias, mostrando la ardiente cari­dad que por herencia les dejó su seráfico Patriarca”.

Se le afilió en el convento de San Agustín de Ma­nila y allí dio comienzo a su carrera eclesiástica. Otro cronista agustino como el padre A. María de Castro dice de él que “acabada la Teología, se aplicó mucho a humanidades y bellas artes, adonde le llamaba su genio y afición. Aprendió la lengua griega, entendía algo de la hebrea y hablaba bien la francesa; pero en la latina y su arte poética no tuvo igual en su siglo”. Se supone que “su primer destino y ocupación fue la de misionero en Panay, de las islas Bisayas. Aquí veló sus primeras armas y logró las primeras de sus espirituales conquistas predicando la Buena Nueva y administrando los Sacramentos de la Iglesia a los nativos en su propia lengua, la bisaya-panayana, la cual hemos de admitir que conoció y supo a la perfec­ción por cuanto, al ser llamado a Manila el año 1677, lleva en su saco de viaje las cuartillas del Catecismo bisaya del P. Alonso de Méntrida, por él corregido y aumentado, amén de enriquecido con algunas rimas en aquella lengua que, firmadas de su nombre, dedica a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia”.

El 8 de mayo de 1677 fue nombrado examinador de predicadores y confesores y procurador general (1680-1686), cargo este de suma importancia y que revela la gran estima y alto concepto en que le tenían al encomendarle la administración en lo temporal de los bienes de la Provincia y la representación en actos públicos ante las autoridades civiles, militares y ecle­siásticas del archipiélago. Su fidelidad, celo y laborio­sidad serán premiados con la reelección hasta 1686, en que pasa a desempeñar otra responsabilidad como la de secretario o compañero del prior provincial (1686-1689). Es posible que durante esta docena de años simultanease sus cargos con el de cronista encar­gado de escribir la historia de los agustinos en las islas. Tampoco debe pasarse por alto sus dotes de experto pendolista y excelente calígrafo plasmadas en actas de gobierno y de profesión, aprovechando estas últimas también para dejar “viñetas con retratos y estampas de santos, que maravillosamente se conservan y deno­tan en su autor un buen discípulo de Apeles”. Tam­bién el frontispicio de sus Conquistas “a ningún otro que no fuera él pudiera adjudicarse teniendo presen­tes sus aptitudes, facilidades y dotes artísticas. Quien lo hizo debía conocer a fondo el contenido del libro para plasmar en un dibujo tan bella alegoría como representa”.

El 30 de abril de 1689 fue elegido vicario-prior del convento de Lipa (1689-1692). De aquí pasó al Prio­rato de Parañaque (1693-1695, 1708-1710, 1719), pueblo que describe con iglesia que “era muy hermosa de cantería [...]. Yel convento era también de igual arquitectura, a no averse mandado demoler en tiempo en que amenaçó el cosario Cogseng venir sobre estas Islas con un increíble número de embarcaciones, que tuvo aprestadas en Isla Hermosa, año de 1662, como lo huviera proseguido, a no averle la divina Providen­cia quitada la vida. Por esta razón de estado mandó el Governador Don Sabiniano Manrique de Lara derribar muchos templos, temeroso no se hiziese el Cosario fuerte en alguno de ellos; de estos fue el de Parañaque”. Varios conventos más fueron presidi­dos por él: prior de Pasig (1695-1698, 1716-1719), prior de Malate (1698-1699, 1714-1716), prior de Tondo (1699-1702, 1706-1707, 1710-1711), vica­rio de Tambobong (1702-1706, 1707, 1711-1713), donde publicó el año 1703 un Compendio de la arte de la lengua tagala y más tarde un bilingüe Confesso­nario copioso, instrumentos ambos que servirían nota­blemente para la catequesis.

Fue además definidor provincial (1689-1692, 1710-1713); juez de causas en el Capítulo Provincial de 1692; examinador de doctrineros para las provincias tagalas, cargo que casi sin excepción se le encomendó en todos los comicios desde 1695 hasta 1719; visita­dor provincial y comisario del Santo Oficio en 1704.

Los últimos comicios provinciales a los que asistió fueron los celebrados en 1719, en los que fue desig­nado prior de Parañaque. Por oficio le correspondía acudir a los de 1722, pero en su lugar asistió el nuevo prior fray Alonso de Inogedo, lo que indica que su sa­lud era precaria por su avanzada edad de septuagenario y cecuciente. Con clarividencia, sin embargo, arrostró los últimos días de su vida, que tocó a su fin hacia el 8 de agosto de 1724 en el convento de Manila.

No han sido su fecunda labor apostólica ni los re­levantes cargos que ocupó en el seno de la Provin­cia Agustiniana de Filipinas los que le han granjeado méritos para la posteridad, sino su oficio de cronista, como lo reconoce el polígrafo agustino padre Santiago Vela: “A pesar del mucho tiempo que debían robarle el cumplimiento de tantas obligaciones como siempre pesaron sobre él y los viajes forzosos que por sus oficios hubo de verificar a las diversas provincias del archipiélago en que administraban los Agustinos, pudo componer, no obstante, un copioso catálogo de obras filológicas, históricas y literarias que han mere­cido en todos los tiempos los elogios más sinceros por la maestría con que trata cualquiera de las materias comprendidas en las dichas facultades. Así lo reco­nocen cuantos se ocupan de nuestro autor, dándole, sobre todo, la primacía entre los historiadores de Fi­lipinas, por la veracidad e imparcialidad que presiden en la narración de los acontecimientos más notables de la conquista de las islas”.

De entre sus escritos hay que resaltar dos: por la desmesurada polémica que en su tiempo originó, su Carta a un amigo suyo dándole cuenta del natural y ge­nio de los Indios de estas islas Filipinas, fechada en Ma­nila el 8 de junio de 1720, y conocida vulgarmente con el nombre de Quadraginta. El primero que la plasmó en letras de molde, pero con ciertas omisiones y glosas, fue Sinibaldo de Mas en Madrid en 1843, pero quien más voleo le dio fue la reproducción en la obra del jesuita Juan José Delgado Historia sacro-profana, política y religiosa de las Islas del Poniente, que apareció en Manila en 1892, “donde se hace una crí­tica muy áspera y grosera” de una carta escrita por puro pasatiempo, como documento privado y expre­sión de una opinión particular y reservada que ni su autor ni sus hermanos de hábito juzgaron debía darse a la imprenta. La estudiosa E. Meyer tercia en la po­lémica aseverando que “la visión que Gaspar de San Agustín nos da de la naturaleza y características del indio filipino resulta contradictoria a veces. A dife­rencia de otros muchos cronistas anteriores, como lo fue Medina, él ve al indio con cierta tolerancia y más posibilidades. Considera que este indio puede ser salvado aunque lo presente con aspectos por de­más negativos. Queremos decir que para fray Gaspar la negatividad adjetival frente al indígena no excluye su substancial humanidad [...]. Es decir, la única vía para regenerar a esta naturaleza menoscabada es la ca­tequización y cristianización: el proceso espiritual de humanización plena”.

Por otra parte, por su valor historiográfico, hay que citar su obra Conquistas de las Islas Filipinas 1565-1615, de la que recientemente se han hecho dos ediciones, bilingüe español-inglés, la más reciente, en Manila en 1998, y otra sólo en español publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científi­cas en Madrid en 1975. El filipinólogo W. E. Retana calificó este escrito como “obra soberana e indispen­sable” para poder cronicar la historia del archipiélago magallánico por la profusión de datos que atesora sobre los protagonistas de la primera misión y con­quista, resaltando el esfuerzo de la Corona española en la colonización y de las órdenes religiosas, princi­palmente los Agustinos, en la evangelización.

 

Obras de ~: A. de Méntrida, Catecismo en lengua bisaya, corr. y aum. por ~, Manila, 1678; Conquistas de las Islas Phili­pinas: La temporal por las armas del Señor Don Phelipe Segundo el Prudente; y la espiritual por los religiosos del Orden de Nuestro Padre San Agustín. Fundación y progressos de su Provincia del Santísimo Nombre de Jesús, Madrid, 1698; Hieromelysa ryth­mica, Thalía devota variis Elegiis, Epigrammatibus et Poeticis lusibus otium utiliter intermittens, Ámsterdam, 1702; Compen­dio de la arte de la lengua tagala, Manila, 1703; Confesonario copioso en lengua española y tagala para dirección de los confesores e instrucción de los penitentes, Dilao, 1713; Descripción chrono­lógica y topográphica de el sumptuoso templo de Nuestra Señora la Virgen Santísima de Guía, nombrada la Hermita, extramuros de la ciudad de Manila, Manila, c. 1715; Carta a un amigo suyo dándole cuenta del natural y genio de los Indios de estas islas Filipinas, (ms.), c. 1720.

 

Bibl.: J. Lanteri, Eremi Sacrae Augustinianae, vol. III, Roma, Typis Bernardi Morini, 1860, pág. 294; E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del San­tísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 133-136; B. Martínez Noval, Apuntes históricos de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipi­nas: Filipinas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1909, págs. 134-142; G. de San­tiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. VII, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos S. C. de Jesús, 1925, págs. 94-118; M. A. M.ª de Castro, Misioneros agustinos del Extremo Oriente, 1565-1780. (Osario Venerable), ed. de M. Merino, Madrid, Con­sejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1954, págs. 124-127, 377-378; E. Meyer, “Fray Gaspar de San Agustín, Cronista de Filipinas”, en Anuario de Historia, 4 (1964), págs. 119-133; M. Merino, Agustinos evangelizado­res de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, págs. 341-342; I. Ramos, “P. Gaspar de San Agustín. P. Joaquín Martínez de Zúñiga”, en Casiciaco, 221 (1965), págs. 116-118; A. Pi-Suñer Llorens, La empresa evangeliza­dora en Filipinas a través de tres crónicas agustinas, México, Uni­versidad Facultad de Filosofía y Letras, 1965; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas: Bibliografía, vol. II, Manila, Estudio Agustiniano, 1966, págs. 302-312; A. Espada, “San Agustín, Gaspar de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1975, pág. 2158; I. Rodríguez y J. Álvarez, Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valla­dolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 227-228.

 

Jesús Álvarez Fernández, OSA