Serrano, Tomás. Mateo de la Vega y Xea, Joseph Casasús y Navia-Osorio, Felipe Musoles, Don Diego a buenas luces. Castalla (Alicante), 7.XI.1715 – Bolonia (Italia), 1.II.1784. Jesuita (SI) expulso y humanista.
Tomás Serrano es uno de los maestros del grupo de jesuitas valencianos expulsos, cuya producción literaria es considerable. Se cuenta con sendas biografías, para retratarlo, de dos discípulos suyos: una del fabulista y exjesuita Vicente Olcina Sempere, destruida en 1936, y otra de Miguel García (Chiva, Valencia, 1741 – Roma, 1794), eminente helenista. Además, existe una notable monografía moderna, obra de Domínguez Moltó. La obra del Miguel García, fuente fundamental de Hervás, continúa siendo hoy, a pesar de la opinión de Batllori, muy importante, porque, además del apéndice biográfico, contiene una antología con la mayor parte de los poemas latinos escritos por Serrano, convirtiéndose en la obra imprescindible para conocer la actividad literaria del jesuita de Castalla: Thomae Serrani Valentini Carminum Libri IV. Opus posthumum accedit de ejusdem Serrani vita el litteris Michaelis Garciae comentarium [“Cuatro libros de versos de Tomás Serrano de Valencia, obra póstuma. A los que se añade un comentario de Miguel García sobre la vida y los escritos del mismo Serrano”], publicada en Foligno en 1788.
De padres labradores, aunque Hervás afirme: “De familia ilustre por su antigüedad y gloriosas hazañas” (Hervás), entró en la Compañía el 21 de septiembre de 1730 en el noviciado de Tarragona, con los estudios medios y un año de Filosofía cursados con el sabio maestro y doctor Furio. Completó en Tarragona sus estudios humanísticos, y estudió filosofía en Urgel (1733-1736), de donde pasó a enseñar las Humanidades en Huesca (1736-1738). Según Batllori, “su complexión sanguínea pasó, con los años, a flemática, templada, adusta, para volver a sanguínea”.
Aprobada la Teología en Zaragoza (1738-1742), recibida la ordenación sacerdotal (1742) y emitidos los últimos votos el 2 de febrero de 1749 en esa ciudad, enseñó sucesivamente todos los cursos de letras clásicas en el Colegio de Nobles de San Ignacio en Valencia (1742-1748). Serrano fue el encargado de pronunciar las cinco oraciones de la apertura de los estudios de la Universidad de Valencia desde 1743 hasta 1747. Nuestro jesuita fue muy celebrado, así por su Cátedra de Retórica en la Universidad de Valencia, como por el cargo de cronista de la ciudad que le había confiado el Ayuntamiento. En 1748 Vicente Ximeno nos presenta la descripción de un Tomás Serrano de treinta y tres años, quien “florece especialmente la facilidad de imitar el estilo de los autores del Siglo de Oro; si bien se le advierte más familiar, en la prosa, el del príncipe de los oradores, Cicerón; y en el verso, el de Ovidio. Ha manifestado los aciertos de su enseñanza en los repetidos actos de letras humanas para que ha dispuesto a sus discípulos, y la elegancia en su estilo en varias oraciones, y aún se cree que enriquecerá con mayores obras el orbe literario. Vive actualmente en la casa profesa de esta ciudad, esperando el destino que le querrán dar los superiores”.
En efecto, tras pasar un curso en dicha casa profesa (1748-1749) como operario y predicador, fue destinado a la Universidad de Gandía, como profesor de Filosofía (1749-1753), y al colegio de Teruel para enseñar la teología por un año. De allí pasó a educar en Gandía, donde se doctoró en la facultad de Teología y permaneció hasta el destierro de 1767, “en donde explicó filosofía y teología e interpretó la Sagrada Escritura” (Hervás). Lo último que escribió en España, confiscado por el juez que le intimó su destierro, fue una Historia del convento de monjas de Santa Clara de Gandía, y La España poética. Durante sus años de enseñanzas clásicas redactó y publicó en Valencia multitud de composiciones en prosa y verso, en latín y en castellano. Sus relaciones con Gregorio Mayans y Siscar fueron a veces tensas y a veces amigables, por cuestiones universitarias y doctrinales.
Serrano, persona muy culta y magnífico latinista, gozaba de la entera confianza de José Pignatelli, líder de los jesuitas de la provincia de Aragón, quien lo nombró juez de las academias públicas que los hermanos humanistas celebraron en San Bonifacio, el primer año del destierro (1768), según el padre José María March (J. M.ª March, 1935, I: 243).
Hervás resume la actividad literaria de Serrano en Italia, posterior a 1767: “Llegado a San Bonifacio de Córcega, primer lugar de su destierro, falto de libros, se ocupó en escribir las materias que le suministraban su memoria e ingenio, y al mismo tiempo, así en Córcega como en Ferrara, a donde después vino, promovió entre los jóvenes jesuitas con el mayor empeño toda especie de literatura y, principalmente, la que más conduce para las ciencias sagradas y eclesiásticas.
Residió algunos años en Ferrara y después pasó a Bolonia, en donde el señor D. Josef Pignatelli, ilustre promovedor de toda literatura entre los jesuitas y ex jesuitas españoles, le aconsejó y exhortó a escribir algunas obras [...]. El señor [Miguel] García, antes citado, publicó algunas obras póstumas del señor Serrano con un compendio de su vida, a la que dio fin en Bolonia el día 1 de febrero 1784 y fue sepultado en la iglesia de Santa María”.
Por su parte, Batllori valora de manera distinta la etapa española y la italiana de Serrano. En España fue “uno de los más famosos entre los humanistas neoclásicos levantinos de la segunda mitad de siglo, amigo de Mayans y admirador del deán de Alicante, Manuel Martí”, pero, “residente muchos años en Italia, entre Ferrara y Bolonia, sólo se comunicó con el crítico Clementino Vannetti, a quien dedicó su apología de la literatura hispanorromana, y con los ferrareses Barotti, Malfatti, Zorzi, Coatti y otros”.
El número de impresos de Tomás Serrano varía considerablemente, según los biógrafos. Domínguez Moltó reúne bastante abultadamente catorce obras “publicadas” y veinte “publicadas en obras de otros autores”. Total, cuarenta y tres. Fuster da cuatro títulos impresos después de la reseña de Vicente Ximeno.
Hervás enumera trece títulos copiados de Ximeno y añade diez posteriores, por olvidársele a Ximeno o por escribirse en Italia. Total, veintitrés, dando noticia, además, de ocho manuscritos dejados en España en 1767 y otros ocho redactados en Italia. Si a esta dispersión, unimos la supuesta vagancia de Serrano y, sobre todo, su generosidad a la hora de prestar sus escritos y despreocupación por dejar clara su autoría, muchas veces oculta bajo seudónimos o nombre de sus discípulos, tendremos una idea de lo difícil que resulta reseñar su producción literaria y valorar los justos méritos de este notable humanista. Ya Hervás tuvo que concluir su artículo (1793) afirmando: “El gran comercio literario que el señor Serrano tenía con los primeros sabios de Italia, y la facilidad en comunicar y prestar sus manuscritos, han dado motivo a la dispersión y ocultación de estos”.
Si todas las bio-bibliografías de los jesuitas expulsos son propensas a ser divididas en dos partes (antes y después de la expulsión de 1767), el artículo “Tomás Serrano” se presta, además, a hacer una frontera entre las obras que reseñó Vicente Ximeno, hasta 1748, en Escritores del Reino de Valencia, y las posteriores. Así lo hacen Hervás y Fuster. Antes de la expulsión, Serrano, dedicado en cuerpo y alma a la docencia, compuso muchas obras y fueron publicadas con el nombre de sus alumnos. Ximeno se ve obligado a aclarar que en el Mercurio sacro y poético (1746), “en el frontispicio de este libro está nombrado como autor D. Joaquín Castelví y la Figuera, [...] aunque es cierto que hay en él muchas poesías ingeniosas, así latinas como españolas, de este nobilísimo caballero, no se le puede quitar a nuestro autor [Serrano] la gloria de haber compuesto la mayor parte del libro”. En 1744 compuso el poema La vara de Mercurio, que representaron sus alumnos. El Viaje del Parnaso contiene el certamen poético celebrado por sus discípulos en 1748, obra de Serrano, aunque salió en nombre de José de Casasús y Navia Ossorio.
Su faceta de polemista está reflejada en las tirantes relaciones de Serrano con Mayans, en los años de Gandía, y con Jerónimo Tiraboschi, en Italia (Thomae Serrani Valentini super iudicio Hieronimi Tiraboschii, Ferrara, 1776). Es una apología de la literatura española, en la línea de los también jesuitas Francisco Javier Llampillas y de Mateo Aymerich, en contra de la opinión de Tiraboschi, quien atribuía a los españoles la corrupción del gusto literario en la antigua Roma. Para Serrano, los escritores hispano-latinos (Marcial, Séneca, Lucano), en absoluto, representan la decadencia de la latinidad. Destaca en especial la defensa de Marcial, por cuyos epigramas Serrano tenía una devoción y admiración sin límites y a quien dedicó grandes trabajos exegéticos. En cambio, Tiraboschi posponía siempre al poeta bilbilitano a Catulo. Llevando al extremo sus trabajos de exégesis compuso un manuscrito titulado M. Valerii Martialis Roma que describía la sociedad romana contemporánea de Marcial usando casi exclusivamente sus textos. El libro se dividía en “Roma Física”, o descripción topográfica de Roma; a este capítulo seguían “Roma religiosa”, “Roma moral”, política, guerrera, etc. Incluso, trató, contra la inmoralidad que se le solía achacar a Marcial de extraer de sus epigramas un curso completo de moral; sin embargo, estos manuscritos inéditos han desaparecido o no se sabe dónde han ido a parar. Pero no se limitaron a estas dos obras sus trabajos: también compuso unas Cuestiones Eridanas, diálogo en que trata la cuestión de la presunta superioridad de Catulo sobre Marcial, que quedó inconclusa e inédita.
La última obra de Serrano fue de numismática, también con el inevitable tono polémico (Thomae Serrani de Civitatibus antiquae Hispaniae feriendae monetae), donde explicaba todas las medallas publicadas por el P. Enrique Flórez (Memorias de las colonias, municipios y pueblos antiguos de España) y otros, así españoles como extranjeros. Con una vasta erudición frecuentemente descubría “insubsistentes las interpretadas de los otros, y las sustituía por otras suyas totalmente nuevas. Dejó concluido el primer diálogo, y mientras iba recogiendo materiales para el segundo, le cogió la muerte”, según Fuster.
Echando una ojeada a los numerosos manuscritos, casi todos no localizados, siguiendo a Hervás, se muestra la dedicación de Serrano a la composición de epigramas (Epigrammata, más de doscientos epigramas escritos con el estilo de Marcial), su pedagogía jesuítica, contraria a Barbadiño; sus conocimientos teológicos en Athanasius, sive de Trinitate (“obra teológica que se dividía en tres partes; en la primera se contenía lo histórico de la teología; en la segunda lo dogmático; y en la tercera lo escolástico”), en el Homo agrestis. Homo urbanus (obra sobre la inmortalidad del alma); sus aficiones a las representaciones teatrales en Teatro español, y su permanente y chispeante estro poético en latín.
No es fácil valorar la obra y la personalidad de Tomás Serrano, aunque parece evidente su fructífero magisterio sobre la generación jesuítica valenciana posterior (la que tiene por figura destacada a Antonio Eximeno), y a través de ésta en la siguiente (la de Juan Andrés) y su generosidad con los discípulos. Es comprensible su cada vez menor actividad literaria en Italia, limitada por la edad (tenía cincuenta y dos años cuando llegó a Córcega) y por el ambiente polémico y hostil italiano, que, si bien estimulaba a los jóvenes, como Eximeno o Juan Andrés, con mayor adaptabilidad, los desterrados mayores, como Serrano, apenas pudieron hacerse con el instrumento lingüístico de la nueva sociedad, y permanecieron fieles al cada vez menos usado latín. Tanto Hervás (“promovió entre los jóvenes jesuitas con el mayor empeño toda especie de literatura”), como Fuster (“su copioso numen fue la causa de que infundiera en sus discípulos una afición tan grande que los inflamaba de manera que llegó a tenerlos muy aventajados”) subrayan la vocación docente de Serrano y su fruto en escritores de sobresaliente mérito, como Antonio Eximeno. Batllori dice que “se le admiraba más por la simpatía de su persona que por sus obras: él mismo aludía a su pereza literaria”. Por su parte, Hervás no está de acuerdo con esta fama de perezoso que se dio a sí mismo el P. Serrano, alentada por Juan Andrés y Batllori, pues nos lo presenta como trabajador en muy duras circunstancias en Córcega. Idea que también subraya Fuster: “mal avenido con el descanso ese incomparable ingenio no cesó de trabajar, dándose a conocer en Italia y haciendo ver a los italianos lo floreciente que estaba la literatura en España”.
Más discutible es la calificación o no del gran erudito Serrano como ilustrado, en cuyo movimiento no llegó a incorporarse plenamente. Su ideología quedó anclada en la primera mitad del siglo XVIII, sin que se notase en él una evolución hacia nuevas esferas del pensamiento y sin que lograse desprenderse del lastre del siglo anterior. Fue un erudito no ilustrado. Según Antonio Mestre, “le faltaba empuje, tenacidad, curiosidad por la erudición y critica. Tenía, en cambio, agudo ingenio, gran habilidad, don de gentes, dominio del latín. Se trata de un personaje menor en nuestro XVIII, pero muy digno”.
De su pluma brotarán varias obras de historia, filosofía, numismática y literatura por las que se le deberá catalogar, con justicia, dentro del campo de la más selecta erudición. A pesar de las contradicciones de su carácter, propiciadas por las circunstancias vitales bastante adversas que zarandearon a nuestros expulsos, Serrano estuvo cerca de las corrientes europeas, como señala Hervás: “En las dichas ciudades de Ferrara y Bolonia el señor Serrano se hizo conocer y estimar como uno de los primeros literatos de Italia”.
Hay que reconocer a Tomás Serrano que, dentro de las limitaciones de su edad, se abrió a la sociedad italiana, como demuestran sus amigos ilustrados de Bolonia (el bibliotecario Blancano, el canónigo Antonio Monti, el director del Instituto de Ciencias Francisco María Zannotti), o sus compañeros de las Academias de Rovereto y Ariostea de Ferrara. Elegante poeta latino (es casi imposible verter al castellano toda la gracia, picardía y belleza de sus versos latinos) y polemista, teólogo y humanista no falto de carácter jocoso, Serrano imitó a Catulo, Lucano y Horacio, vindicó especialmente a Marcial y otros escritores latinos de origen hispano, bastante maltratados por los críticos italianos, con los que, inevitablemente, entró en polémica, y tuvo que impugnar a Tiraboschi y Bettinelli.
Tiene que quedar claro que Tomás Serrano fue un polemista destacado en la Italia de su tiempo, casi del mismo nivel que Llampillas, a quien se le suele comparar. No tuvo inconveniente en pelear, ya anciano, en la primera fila contra el ejército de preocupaciones que devastaban en Italia las glorias de nuestra nación.
Obras de ~: De foedere eloquentiae, et sapientiae. Oratio habita in Academia Valentina, Valencia, 1743 (reed. en microficha, Valencia, Universidad, 2000); La vara de Mercurio, 1744, poema (inéd.); La primavera del cielo, poema (inéd.); De foedere Sapientiae sacrae ac profanae Oratio, Valencia, 1744 (reed. en microficha, Valencia, Universidad, 2000); Carta del Dr. D. Matheo de la Vega y Xea a un amigo, en que le da noticia de las fiestas que la juventud valenciana que cursa las Buenas Letras en las Escuelas de la Compañía de Jesús consagró a la Inmaculada Concepción... y a San Luis Gonzaga, como a tutelares de su Congregación, en los días 20, 21 y 22 de junio de este año de 1744, Valencia, 1744; De perfecta Christiani Doctoris forma, in Venerabili viri Illmo. Episcopo Marcellino Siurio adumbrata Oratio, Valencia, 1745; De sacra critica. Oratio habita a P. Thoma Serrano, Valencia, 1745; Mercurio sacro y poético en el cual se contienen algunas noticias tocantes a los progresos que en virtud y letras hace la juventud valenciana que cursa en las escuelas del Seminario de Nobles de S. Ignacio, acreditadas en las solemnes fiestas y certamen literario del año escolar 1745, Valencia, 1746; De prima Academiae Valentinae gloria, Valencia, 1747 (reed. en microficha, Valencia, Universidad, 2001); Carta sobre la Vida y Virtudes del P. Vicente Juan, exprovincial de la provincia de los jesuitas de Aragón, escrita a los Superiores de la Provincia de Aragón de la Compañía de Jesús, Valencia, 1747; Viage del Parnaso y descubrimientos nuevamente hechos en este monte y sus colonias. Su autor Joseph Casasús y Navia, discípulo de las Escuelas de la Compañía de Jesús de la ciudad de Valencia, Valencia, 1749; Fiestas Seculares con que la coronada Ciudad de Valencia celebró el feliz cumplimiento del tercer siglo de la canonización de su esclarecido hijo y ángel protector S. Vicente Ferrer, Apóstol de Europa. Escribíalas el R.P. ~, de la Compañía de Jesús, y los dedicaba a la misma ilustre Ciudad, Valencia, 1762; Thomae Serrani Valentini, super judicio Hieronymi Tiraboschii de M. Valerio Martiale, Lucio Anneo Seneca, Marco Anneo Lucano, et aliis argentae aetatis Hispaniae ad Clementinum Vannetium epistolae duae, Ferrara, 1776; Thomae Serrani de Civitatibus antiquae Hispaniae feriendae monetae jure usis, ad amicum eruditum Hispaniam cogitantem, et artem in ea discendi guarentem Hendecasyllabus. Bononiæ, 21 Novembris 1781, Valencia, 1785; Thomae Serrani Valentini Carminum libri IV. Opus posthumum accedit de ejusdem Serrani vita et litteris Michaelis Garciae commentarium, Fulgino, 1788; Manuscritos dejados en España, según Hervás, no localizados: Epigrammata (inéd.); Justas censuras, por no decir justas aprobaciones de un libro que, injustamente, salió sin ellas. Su autor Don Diego a buenas luces (inéd.); Retórica española (inéd.); Disertación crítica, remitida por un famoso Barbadiñista a un amigo, acerca de los graciosos sentimientos, que en materia de poesía y buen gusto tuvo el M. R. P. Fr. Barbadiño, religioso capuchino, como él se firma, de la Congregación de Italia. En ella se hace ver cómo este fingido religioso no era el sujeto más a propósito para emprender, como lo hizo en la séptima de sus cartas, la reforma de los poetas españoles y portugueses. La da a la luz, para prevención y resguardo de la juventud española, el Maestro Juan Pérez de Castro (inéd., crítica de la obra del Barbadiño); Historia del convento de monjas de Santa Clara de Gandía (inéd.); La España poética (inéd.); Athanasius, sive de Trinitate. Augustinus, sive de gratia, (inéd.); Oración latina en las exequias que la ciudad de Gandía hizo al Exmo. señor Conde de Benavente, duque de Gandía (inéd.); Manuscritos redactados en Italia, no localizados: Arte poética (inéd.); Ducis romani in astrum metamorphosis (inéd.); Homo agrestis. Homo urbanus (inéd. sobre la inmortalidad del alma); Teatro español (inéd.); Veinte y siete cartas latinas al caballero Clementino Vannetti sobre la latinidad de Séneca (inéd.); Eridanus (inéd.); Eridanae quaestiones (inéd.); Martialis ethice et geographia (inéd.); Museum hispanum vetus. Museum hispanum novum. Hispania arabica (inéd.).
Bibl.: V. Ximeno, Escritores del reino de Valencia, vol. II, Valencia, Imp. y Lib. de José Ximeno, 1747, págs. 334-336; M. García, Thomae Serrani Valentini carminum libri IV, opus posthumum. Accedit de eiusdem Serrani Vita et litteris Michaelis Garciae commentarium, Fulgino, 1788; J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III, vol. V, Madrid, Imprenta Real, 1789; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesus, vol. VII, Bruselas- París, O. Schepens-A. Picard, 1890, págs. 1153-1156; J. M.ª March, El restaurador de la Compañía de Jesús: beato José Pignatelli y su tiempo, Barcelona, Impr. Revista Ibérica, 1935, 2 vols.; A. Domínguez Moltó, El P. Tomás Serrano (un humanista del S. XVIII), Alicante, Caja de Ahorros Provincial, 1986; M. Batllori, “Serrano, Tomás”, en Ch. E. O’Neill y J. M.ª Domínguez (dirs.), Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, vol. IV, Roma-Madrid, Institutum Historicum, S. I.-Universidad Pontificia de Comillas, 2001, pág. 3560; J. Ll. T. Peris, “Els principis estètics de la polèmica sobre M. Valeri Marcial entre Tomàs Serrano i Clementino Vannetti”, en Studia philologica valentina, 6 (2002-2003), págs. 211-238; L. Hervás y Panduro, Biblioteca jesuítico-española, ed. de A. Astorgano, Madrid, Libris Asociación de Libreros de Viejo, 2007, págs. 504-512; J. Ll. T. Peris, “Contra el purismo en la lengua latina: un epigrama de Tomás Serrano”, en P. Conde Parrado e I. Velázquez Soriano (eds.), La filología latina: mil años más, vol. 3, Burgos, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2009, págs. 1655-1666.
Antonio Astorgano Abajo