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Lope Ortiz de Stúñiga (o Zúñiga)

Biografía

Ortiz de Stúñiga (o Zúñiga), Lope. Zúñiga (Navarra), 1408 – Toledo, 5.VIII.1477 post. Cortesano, político, justador y poeta.

Hijo de Íñigo Ortiz de Stúñiga, mariscal del infante Juan de Aragón (luego Monarca de dicho Reino y del de Navarra), fue su madre doña Juana, hija natural de Carlos III el Noble de esa última Corona. Radicada luego la familia en Castilla, también el padre ostentó en este Reino la función de mariscal, esta vez al servicio del rey Juan II. No dejó, sin embargo, el monarca navarro, abuelo materno, de ejercer su tutela económica y formativa, aunque a distancia, sobre los cinco nietos varones de entre los cuales el tercero fue este personaje.

Pronto comenzó a imprimir el joven Lope una huella intensa, aunque contradictoria, en el ámbito tanto cortesano como caballeresco. Por ambos ejercicios era ya conocido cuando en 1434 fue elegido por su amigo Suero de Quiñones como primer compañero y lugarteniente de otros ocho caballeros a quienes él mismo invitó a defender junto con él y en su nombre —Año Santo, camino de Santiago— el puente del río Órbigo (Hospital de Órbigo, León). Las circunstancias de la dilatada justa son harto conocidas. Preparada desde el primer día de aquel año “de jubileo o perdonanzas” en que su promotor alcanzara en la Corte licencia para ella, se desarrolló entre el 10 de julio y el 9 de agosto de 1434, en torno a la fecha central y equidistante de la festividad del apóstol Santiago.

Sobre la ruta de los peregrinos, junto al obligado cruce del puente del Órbigo, el plantel de “mantenedores” se ofrecía a romper hasta trescientas lanzas con cualesquier caballeros que aceptasen la “empresa”, por liberación de su capitán, prisionero de amor de una señora, en señal de cuya prisión llevaba al cuello una argolla de hierro todos los jueves del año.

La “empresa” tan propia del “amor cortés” del De Quiñones ni llegó ni mucho menos a consumarse en las proporciones prefijadas, por los mil impedimentos del código de la caballería, pero también por la rudeza de los encuentros exigibles por el código nobiliario. Su capitán se vio obligado a buscar la visita de “un gran maestro algibista o bilmador para concertar las manos e braços de los caballeros lisiados en las justas, e él lo hizo bien”. Aunque días después el propio Quiñones tuvo la infortuna de introducir la punta de su lanza por un ojo de su contrincante: el caballero aragonés Esberto de Claramonte, quien cayó muerto en el acto. Circunstancia agravada por la prohibición eclesial de negar el entierro en sagrado a las víctimas de los actos de mortal riesgo. Hasta diez lanzas quebró el contendiente por sobre las seis de sus adversarios en los ocho encuentros que le cupo mantener hasta el 9 de agosto, día en que hubo de levantarse el campo según término previsto el 10 de julio precedente. Y no fueron pocos los desafíos que de los dos Reinos de Castilla y Aragón, caballeros de Barcelona, Valencia y hasta de Lisboa y desde Basilea fueron reclamando ser admitidos en encuentro vindicativo de la obstaculización del camino de Santiago.

No otro carácter, sin embargo, que el que hoy se llamaría deportivo y caballeresco había tenido la famosa “empresa” del Paso Honroso. Pero el nombre del joven Lope había figurado el año siguiente en la entrada militar en tierra de moros comandada por Ferrán Álvarez, señor de Valdecorneja, capitán mayor de aquella frontera, contra la villa de Huelma (Jaén), verdadera y única ocasión de “reconquista” en que el belicoso jinete figurara.

De su talante temperamental es muestra extrema el episodio violento de que fue protagonista en Toledo mucho más tarde, el 2 de diciembre de 1462, al derribar las puertas del Convento toledano de Santo Domingo el Real, en el que se había refugiado su esposa Mencía de Guzmán, rica viuda de García de Cervatos, huyendo según manifestación de ella de los malos tratos de su cónyuge. Éste penetró bruscamente entonces con ayuda de sus criados y se la llevó por fuerza a su casa. El incidente causó gran escándalo en la ciudad, dado el respeto y prestigio que del recinto monástico gozaba en ella el tradicional albergue de damas —viudas, ancianas bien dotadas, de alta alcurnia, incluso regia—. El eminente jurista Alonso Díaz de Montalvo, asistente por entonces de la ciudad, convocó el mismo día reunión extraordinaria del Ayuntamiento, presidido por el alcalde mayor, Pero López de Ayala. Requerido de inmediata presencia, el acusado se resistió primero a comparecer, invocando su condición foral santiaguista, si bien al final accedió y admitió la imposición que se le aplicó de permanecer recluido en su casa en tanto las justicias pertinentes lo acordaran. Plazo que perduró, si no por imposición penal, por posible concordia entre ambos cónyuges conseguido hasta el mes de mayo siguiente y con dudoso reintegro al hogar común.

Puramente políticas y por cierto alternativas contradictorias son las manifestaciones o actuaciones de cuya memoria han quedado rastros: fluctuación entre los partidos a favor o en contra de Álvaro de Luna y/o de los infantes de Aragón; y entre los del rey Enrique IV de Castilla y su joven hermano y rival el infante Alfonso (fugaz Alfonso XII). Manteniendo unas veces este personaje su individual afección a las pingües rentas cortesanas (como doncel de la Real Casa, con mercedes y juros de heredad, privilegios de señoríos, etc.), y padeciendo otras la derrota hasta con pena de prisión (1446, situación que le permitió por cierto escribir su Decir sobre la cerca de Atienza en coplas “esforzando a sí mismo estando preso”). Siempre en su privilegiada condición de comendador de Guadalcanal de la Orden de Santiago y “Trece” del capítulo de la misma, beneficiario de cuantiosos emolumentos del erario, incluso bajo el reinado de Enrique IV. Porque hasta la fecha de su muerte, Lope continuó tomando parte activa en las famosas “inquietudes” —políticas— toledanas de su tiempo, compartiendo por investidura del rey Enrique IV el gobierno y la paz de la ciudad cuya guarda asumió “bajo juramento e pleito menaje” en 1464. Pero quebrantándolos pronto junto con otros grandes, a favor de la causa del joven infante don Alfonso tras la deposición de su regio hermano en la ominosa “farsa de Ávila” (5 de junio de 1465). Cuya servidumbre —siempre relativa— que el Stúñiga volvió a prestar en la ciudad por designación del desgraciado Monarca, junto con otros nobles locales, en el seno de cuyo grupo y por internas rivalidades llegó el inquieto Lope a enfrentarse con Pero López de Ayala, reciente conde de Fuensalida, revestido por segunda vez de alcalde de Toledo.

Un entrecruzamiento prolongado y pintoresco de “carteles de agravio y desafío” comenzó a intercambiarse entre los dos nobles y significados caballeros. Lo inició Lope Ortiz de Stúñiga y con vehemencia que no admitía precisamente excusa, exhortando a Pero López de Ayala con “sentimiento de vengança e crueza [...] de poner mis manos en vos o dar lugar a que las suyas se pongan en mí, como Dios o ventura ordenare, [...] con toda confianza de yra y de saña”. Retándole al que declara su enemigo a lucha “do entre-uenga muerte suya o mía o de ambos”. Confrontamientos producidos sin duda durante la presencia y diferencias (intereses) de ambos rivales en tierra de Toledo que condujeron hasta el incendio de una casa en el pueblo de Polán propiedad de Lope, producido por un hijo de Pero. El episodio dio lugar a esa aludida correspondencia (diciembre de 1471-enero de 1472) llena de agudeza y sátira entre ambos señalados varones.

Durante la guerra de sucesión de Enrique IV, Lope siguió en la causa de Isabel, integrándose en el partido encabezado por el arzobispo Alonso Carrillo y sumándose al alzamiento de pendones en Toledo por los Reyes a finales de 1474.

Lope Ortiz de Stúñiga había dictado testamento en 1466, cuatro años después del conflicto cruzado con su esposa, y posiblemente acordado con ella, dado que en dicha fecha (1466) dispuso ser enterrado en su día junto con Mencía en la capilla por él fundada y enriquecida en el Monasterio toledano de Santa Catalina.

Pero tres años después, el 29 de marzo de 1469, la dama testaba en Toledo disponiendo que ninguno de sus personales bienes se transfiriese a su esposo Lope, caso de que éste la sobreviviera. Antes bien, que se considerasen falsas todas las pretendidas donaciones que él dijera haberle transferido, ya que todas procedían de ofrendas de su primer marido García de Cervatos: “Juro a Dios y a la Santa María e a la Señal de la Cruz en que pongo mi mano derecha —dictaba radical la testadora— que ninguna escriptura fize nin otorgue nin firmé en que fiziese donacion nin mandase de ningunos bienes de los míos nin algunos al dicho Lope Ortiz, saluo una escriptura que pasó entre nosotros al tiempo que ouimos diuisión e yo me metí en Santo Domingo el Real”.

El 5 de agosto de 1477, el segundo marido otorgaba a su vez testamento en Toledo y a finales de noviembre se excusaba su ausencia en el Capítulo General de la Orden de Santiago, cuya condición se citaba no obstante como comendador de la misma en activo. No concurrió tampoco a la Asamblea Santiaguista celebrada en Uclés en abril de 1480, pero en sus actas se dijo estar “muy mal parado en la cama de una recia cayda”.

Un único hijo, homónimo del padre de Lope y mariscal como éste su abuelo (Íñigo Ortiz de Stúñiga), sucedió familiarmente al héroe. Nunca se ha hallado el nombre de la madre de este hijo. ¿Fue acaso espurio? El caso es que en adelante sí que aparece vinculado a la descendencia de la casa de los Guzmán de Villaverde.

Otra vertiente de las señaladas —cortesano, político y justador— posee Lope Ortiz de Stúñiga y es por ella por la que su memoria ha perdurado y brillado más y mejor que por las de sus otras condiciones: la condición de poeta.

“Paramentos, bordaduras e cimeras”, “aquellas ropas chapadas de las damas”, “aquellas músicas acordadas”, “aquel danzar” con que se remataban “haciendo sala” las contiendas caballerescas tratando de apagar “los fuegos encendidos de amadores”... parecen ofrecer el programa de un festejo manriqueño al que falta solamente la coda a suministrar por el joven Lope Ortiz de Stúñiga: “aquel trovar”.

Y es que de familia le vino el título a uno de los más nombrados Cancioneros de nuestra literatura, conocido por la autoría del primer verso con que se encabeza (y se enriquece con otros interiores) el conjunto: “A cabo de mis dolores [...]”. De el Cancionero de Stúñiga se conservan tres manuscritos: en la Biblioteca Nacional de España, en la Biblioteca Casanatense de Roma y en la Biblioteca Marciana de Venecia.

A su padre, Íñigo, pertenecen algunos poemas recogidos en otro Cancionero, el de Baena, y se le llegaron a atribuir las famosas Coplas de ¡Ay Panadero!, y a su tío Diego de Stúñiga también alguna composición polémica o de respuesta. Pero las que de él se conocen, son siempre más sutiles y líricas, extremadamente afectadas de dolorido amor.

De su producción literaria encontrará el lector suficientes referencias y notas críticas en la bibliografía inserta en la presente nota biográfica, especialmente en Gente del siglo XV (Benito Ruano, 1998: 204-336).

Una anécdota auténtica se extrae de los poemas del rudo y sensible poeta navarro, y la personaliza la bella Lucrecia Borja o Borgia hija del papa español Alejandro VI y, a la sazón, esposa a sus veintiún años en terceras nupcias con el duque Ferrara Alfonso d’Este.

Unas coplas o canciones del estro hispano le sirvió para declarar desde el ámbito italiano ilustrado por Alfonso V el Magnánimo su clandestino amor a otro poeta, por entonces futuro nada menos que cardenal veneciano Pietro Bembo. De cuya correspondencia se conservan hoy en la Biblioteca Ambrosiana de Milán nueve cartas autógrafas de la duquesa, dos de ellas escritas en castellano (el resto en italiano), complementadas por una pieza de Lope de Stúñiga que reza: “Yo pienso, si me muriese / y con mis males finase / desear, / tan grande amor fenesciese / que todo el mundo quedase / sin amar. // Mas esto considerando, / mi tarde morir es luego / tanto bueno que deuo, razón usando, / gloria sentir en el fuego / donde peno”.

Tono de la mayor parte de la producción poética del autor que llegó a autoproclamarse: “Yo ser el más amador / que pudo ser”. El envío de la amante fue acompañado de un delicado mechón de sus blondos cabellos que alguien pudo calificar en el siglo XX “los más bellos y dorados que se puedan imaginar”, y de los que en 1816, en pleno romanticismo, Lord Byron consiguió sustraer una áurea hebra “aujourd’hui pieusement conservée au cabinet des manuscrits de la Bibliothèque National de Paris”, extrayéndola de la amorosa reliquia todavía exhibida en la Biblioteca Ambrosiana de Milán.

 

Obras de ~: Cancionero de Estúñiga, ed., introd. y notas de M. y E. Alvar, Institución Fernando el Católico, 1981 (ed. paleográfica); Lope de Stuñiga. Poesías, ed. crít. de J. Battesti- Pelegrin, Aix en Provence, Publications Université, 1982; La poesía cancioneril. El Cancionero de Estuñiga, ed., est. y notas de N. Salvador, Madrid, Alhambra, 1987.

 

Bibl.: J. de M. Carriazo y Arroquia (ed.), Crónica de D. Alvaro de Luna: condestable de Castilla, Maestre de Santiago, Madrid, Espasa Calpe, 1840; P. Rajna, “I versi spagnoli di mano di Prieto Bembo e di Lucrecia Borgia servato da un codice Ambrosiano”, en VV. AA., Homenaje ofrecido a don Ramón Menéndez Pidal: miscelánea de estudios lingüísticos, literarios e históricos, t. II, Madrid, Librería y Casa Editorial Hernando, 1925, págs. 298-321; M. de Riquer, Caballeros catalanes y valencianos en el Passo honroso, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962; Lletres de batalla: castells de deseiximents i capitols de passos d’armes, vol. I, Barcelona, Barcino, 1963; Vida caballeresca en la España del siglo xv, discurso leído el día 16 de mayo de 1965 en su recepción pública por el Excmo. Sr. don ~ y contestación del Excmo. Sr. Don Dámaso Alonso, Madrid, Real Academia Española, 1965; “Caballeros andantes españoles”, en Revista de Occidente, 2.ª época, 9 (1965), págs. 20-32; J. Amador de los Ríos, Historia Crítica de la Literatura española, vol. VI, Madrid, Gredos, 1969; P. Rodríguez de Lena, El Passo honroso de Suero de Quiñones, introd. y ed. de A. Labandeira Fernández, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1977; M. y E. Alvar, [“Introducción”] a Cancionero de Estúñiga, op. cit.; J. Battesti-Pelegrin, [“Introducción”] a Lope de Stuñiga. Poesías, op. cit.; E. Benito Ruano, “Testamento de doña Mencía de Guzmán, mujer de Lope de Stuñiga: (Toledo, 1469)”, en Príncipe de Viana. Anejo, año XLVII, n.º 2-3 (Homenaje a José María Lacarra) (1986), págs. 35-47; N. Salvador Miguel, [“Estudio”] en La poesía cancioneril. El Cancionero de Estuñiga, op. cit.; M. y E. Alvar y A. Bernabé, “Cancionero de Estúñiga: índices léxicos (I), (II), (III)”, en Archivo de Filología Aragonesa, vol. 41 (1988), págs. 253-376; vol. 42-43 (1989), págs. 321-358, y vol. 44-45 (1990), págs. 257-292, respect.; M. y E. Alvar, “Cancionero de Estúñiga: índices léxicos (IV), en Archivo de Filología Aragonesa, vol. 46-47 (1991), págs. 269-322; E. Benito Ruano, “Lope de Stuñiga, poeta y justador”, en Gente del siglo XV, Madrid, Real Academia de la Historia, 1998, págs. 205-336.

 

Eloy Benito Ruano

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