Álvarez Gato, Juan. Madrid, 1440-1450 – 6.III.1510 post. Poeta y escritor.
La biografía de Juan Álvarez Gato, primer poeta madrileño de nombre conocido, fue un corpus bastante inexacto derivado de Gil González Dávila (1623) y Gerónimo de Quintana (1629) hasta la aportación documental a partir de Jenaro Artiles Rodríguez para su edición de 1928. El poeta se daba de antiguo como nieto de Fernán Álvarez Gato, contador de Enrique III en 1392 e hijo de Luis Álvarez Gato, alcaide del alcázar de Madrid, en su matrimonio endógamo con Catalina Álvarez Gato. Quedó de manifiesto a partir de Artiles la dificultad de suponerlo ya activo bajo el reinado de Juan II, en favor de una fecha de nacimiento imprecisa en la década de 1440-1450. Contra la noción de su origen nobiliario, milita hoy la certeza de su sostenida presencia en el grupo tal vez más destacado de judeoconversos en la hacienda y administración de Enrique IV y Reyes Católicos. Las primeras noticias ciertas, originadas de las rúbricas de composiciones juveniles, prueban su bullir hacia 1462 en diversiones y fiestas cortesanas en torno al favorito Beltrán de la Cueva.
Lejos, sin embargo, de ninguna destacada prestancia social, se le ve al servicio de Pedrarias Dávila, auténtico ministro de Hacienda de Enrique IV y notorio judeoconverso con marcados intereses en la villa de Madrid, al que el poeta servía, en 1472, como mayordomo, entonces un cargo hacendístico. Es muy probable que no fuera otro que el poeta un Juan de Madrid que en 1470 participaba en las deliberaciones concejiles como “criado de Pedrarias”. Un poema de 1466 afeaba la conducta al Rey, de quien se “despide” cuando en un vaivén político quedara herido el ministro. En septiembre de 1471 éste le cedía una sustanciosa renta en recompensa a sus servicios, llamándolo vecino de Madrid y al servicio del conde de Saldaña. Supone este dato un acercamiento del poeta a los Mendoza, lógico por entero dada su previa adhesión a Beltrán de la Cueva, que en 1462 había casado con la hija del II marqués de Santillana, y al propio Pedrarias, encuadrados todos ellos en la misma cuerda partidista. Hay indicios de que el servicio de Álvarez Gato a los Mendoza fue bastante duradero a la vez que próximo a diversos conspicuos de la familia, como el mismo II duque del Infantado y conde de Saldaña, Íñigo López de Mendoza, y otros miembros de la familia, como Alonso Carrillo, señor de Maqueda.
El advenimiento de los Reyes Católicos imprime un nuevo giro a la vida de Juan Álvarez Gato. Cierto escrito desconocido para Jenaro Artiles prueba por lo pronto su dolorida nostalgia del príncipe Alfonso, preludio de su lealtad a Isabel, aunque Madrid siguiera de primera intención el partido de la Beltraneja. Tal vez por ello la Reina le concedía en 1476 la hacienda de un moro llamado Yuçaf Mellado, seguidor del bando contrario, y al año siguiente se le confirman las rentas concedidas de antes por Pedro Arias. En 1482 era Juan Álvarez Gato contino de la Casa Real y entre 1484 y 1488 figuraba asimismo como escribano de cámara.
Consta a la vez su actividad privada como mayordomo de las monjas de San Clemente de Toledo, a las que en 1480 representaba en un pleito con los herederos de su antiguo protector Diego Arias. En 1483 intervenía por mandato real como juez comisario en cierto conflicto entre la ciudad de Burgos y María de Castañeda por usurpación de unas tierras. Figuró también años después como regidor del concejo madrileño por el estamento de hijosdalgos.
Juan Álvarez Gato, sin duda, prosperó hasta reunir una razonable hacienda al servicio de los Reyes Católicos, si bien no fuera en el de las Letras. En 1495 se le llama mayordomo de doña Isabel. No puede caber duda de que fue parte del eficaz equipo montado por el poderoso secretario Fernán Álvarez de Toledo Zapata en su estrecha colaboración con la política inicial de la Reina. El dato clave es aquí su matrimonio con Catalina Álvarez de Toledo, hermana del secretario, en fecha incierta pero probablemente algo tardía, pues ella tenía descendencia de un previo matrimonio (Inés Álvarez, esposa de Diego de Salmerón) y falleció antes que su marido el poeta (vivía en 1502). Tuvo una carrera similar, pero más modesta, su hermano menor Fernando, al que en 1498 apadrinaba un hijo que, por haber muerto Juan sin sucesión, fue continuador del linaje.
Es el propio Juan Álvarez Gato quien confiesa su abandono de una vida despreocupada en pro de otra de signo ascético “tomando nueva vida espirytual debaxo de la orden y ábito matrimonial y legal”. Es obvio que su servicio en la Corte significó a la vez una relación con el prior del monasterio jerónimo de Prado (Valladolid), fray Hernando de Talavera (1428-1507), gran figura de la espiritualidad del momento, confesor y consejero destacadísimo de doña Isabel. En 1482 se le menciona como ayudante o colaborador de fray Hernando en asuntos de Hacienda y, sin duda, la cercanía entre ambos fue larga, cordial e inspiradora. El culto y virtuoso fraile (también escritor) fue alma de una estrecha colaboración con la extensa familia del secretario por lo menos hasta el año 1497, crítico por la muerte del príncipe Juan y fecha desoladora para doña Isabel, en que Fernán Álvarez Zapata o de Toledo fue sustituido por Gaspar de Gricio.
Su descendencia figuró notablemente en la vida toledana del siglo xvi, con inclinación procomunera.
Para dicha etapa final, la vida de Juan Álvarez Gato había tomado un giro decididamente próspero. Con el nombramiento de fray Hernando de Talavera como arzobispo de Granada se le ve colaborar con Hernando de Zafra en las tareas hacendísticas del reino recién incorporado. El 8 de julio de 1508 se hallaba en el monasterio jerónimo de El Parral (Segovia), donde otorgaba el documento de patronazgo sobre la capilla de enterramiento familiar (y no un mayorazgo como exageraron los primeros biógrafos).
No se ha hallado su testamento, hecho en Segovia probablemente hacia las mismas fechas, pero sí un codicilo agregado en Madrid el 13 de enero de 1510, con algunas mandas de última hora y disposiciones sobre el sostenimiento de la capilla familiar. Todavía el 16 de marzo de 1510 recibía de Fernando el Católico una merced bianual por diez mil maravedís “syn ser obligado a nos servir, en emienda e remuneraçión del tiempo que nos a servido”. Por haberla recibido una sola vez es su última fecha cierta, sin que sea conocida la del fallecimiento.
En vida del autor sólo dos poesías (6 y 73) conocieron la imprenta en el Cancionero de Ramón de Llavia (1490). El grueso de la obra integra un códice compilado por el poeta, que poseyeron los sucesores y se conserva en la Real Academia de la Historia. Es el publicado por la útil edición de Jenaro Artiles (1928), que añadió algunas piezas dispersas por otras colecciones coetáneas y a las que se agregaron otras tres piezas en 1960. Juan Álvarez Gato debía tradicionalmente su fama a su lírica amorosa y todavía para Artiles “fue poeta y nada más que poeta y de inspiración unilateral, su vena es la amorosa”, pero era idea destinada a venirse abajo en 1960. La elegante vena cancioneril que le caracteriza es abordada como un convencionalismo de alta sociedad, mucho más proclive al juego de una galantería refinada que no a sentimientos profundos.
Su temática incluye una casuística civilizada, que requiere la explicación circunstancial de las rúbricas e impone su toque ligero a gastadas doctrinas de amor cortés. Lo mismo cabe decir de su recurso a la alegoría, en poemas tan mundanos como el desafío de amor o el régimen para calenturas prescrito a su dama. Su octosílabo fluye con una facilidad elegante y en perfecto ajuste con el refinamiento algo frívolo de su atmósfera poética. Juan Álvarez Gato se halla en lo estilístico muy cerca de ambos Manriques.
Intercambió con ellos sus versos y se muestra muy afín a la poesía amorosa de Jorge, su estricto compañero generacional. También en paralelo, Juan Álvarez Gato empezó a emplearse bastante pronto en tareas más serias, como su “despedida” de Enrique IV y el intercambio con su entrañable amigo Hernán Mejía de Jaén sobre el lamentable estado del reino. Reviste seria intención su reproche “a los maldizientes que ficieron las Coplas del Provincial” y más aún la defensa de trovadores como Antón de Montoro, para los que reclama un respeto a tono con la calidad de sus obras y no con lo bajo del nacimiento.
Fue el autor mismo quien ordenara su obra a dos caras, una de poesía amorosa y otra de obras morales y políticas, en que Jenaro Artiles subdividió un apartado de poemas religiosos. Suelen funcionar a modo de plegarias versificadas, mientras que las que llama “letras de dotrina” son elementales avisos piadosos, algunos de los cuales alcanzaron amplia y duradera circulación. Fue aquí, sin embargo, donde el trovador madrileño serviría de hito inicial a una modalidad marcada por incorporar materiales de orden popular.
Bajo un sentir marcado por la interioridad religiosa de la devotio moderna, Álvarez Gato adapta los cantarcillos más conocidos a una contrafactura edificante.
Se trata por lo común de poemitas exasilábicos que somete al desarrollo zejelesco del villancico o a los que añade una breve coda estrófica en octosílabo. El éxito de la innovación contribuye al saludable interés de los cancioneros musicales del siglo xvi en la creación popular, a la vez que augura, con su llamada “vuelta a lo divino”, las refinadas técnicas de Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Lope en el período clásico.
Sólo a partir de la edición de Artiles ha empezado a contar Juan Álvarez Gato como autor en prosa, pero todavía allí no se le reconoce “otro valor que el que le da el hecho de ser prosa del siglo xv”, juicio propio del estado de los conocimientos de historia intelectual y religiosa anteriores a 1945. Influido por san Agustín, san Gregorio Magno y, muy en especial, por Séneca, equiparado a autor cristiano, esbozan dichas piezas una espiritualidad preiluminista reflejada, sin duda, del entorno de fray Hernando de Talavera, con el cual se relacionan algunas de ellas. El ya anciano poeta se muestra penetrado de una piedad evangélica y de un ascetismo laico, como el que aconseja a cierta señora viuda “sobre el ayunar demasiado”. Figuran también allí estrategias harto cautelosas, como las que dedica a la herida del Rey y cuya acción de gracias mira a que las reales conciencias reparen en “algunas nigligencias para que las purifiquen y esclarezcan cada día más”. Lo mismo que la carta a fray Hernando de Talavera en anticipo a la visita de los reyes a Granada en 1499 y de la oportunidad de decirles “las cosas que les dexó de decir en tiempos pasados porque no ovo sazón” y que tanto importan para la salud de sus almas.
Más aún la carta “para un caballero que rrecibió una gran verguença por justiçia y le ovo escrito que le escriuiese consolándole [...] estando él escondido de la verguença pasada”, escrito conmovedor si se recuerda el ensañamiento inquisitorial con los conversos de Toledo y los actos de colectiva humillación a que se vieron sometidos. No hay que olvidar que un cuñado de Juan Álvarez Gato, el jerónimo fray García Zapata, fue torturado y quemado por la Inquisición.
Con el avance imparable de ésta hubo bastantes conversos que, de colaboradores y partidarios iniciales de los Reyes Católicos, pasaron después a un amargo descontento, conforme al paradigma en esto ofrecido por Diego de San Pedro. Fray Hernando de Talavera fue siempre contrario al Santo Oficio, y ello le costó el infame proceso, acusado de conspirar para la judaización del reino, que torturó sus últimos días y a cuya vigorosa apología empleó con certeza Juan Álvarez Gato sus páginas postreras. El poeta que en su juventud era admirador de Gómez Manrique por hablar “perlas y plata” dedicaba sus últimas fuerzas a predicar que “hacer differencia de linajes es sobervia de vida”.
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Francisco Márquez Villanueva