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Lorenzo Suárez de Figueroa

Biografía

Suárez de Figueroa, Lorenzo. Duque de Feria (II). Badajoz, 1560 – Nápoles (Italia), 1607. Embajador de Felipe II y Felipe III, virrey de Cataluña y de Sicilia.

Lorenzo Suárez de Figueroa y Fernández de Córdoba pertenecía a la ilustre casa de Feria, que conoció un rápido encumbramiento social y político a mediados del siglo XVI. Era hijo del I duque de Feria, Gómez Suárez de Figueroa, que casó con la inglesa lady Jane Dormer y fue uno de los consejeros con más predicamento sobre el joven Felipe II. Siendo niño, en 1567, el Rey le concedió el título de marqués de Villalba, en reconocimiento de los méritos de su padre, y en 1572 el hábito de Santiago y el título de II duque de Feria tras la muerte de su progenitor.

Su abolengo, prestancia y cortesía le convirtieron en el mejor partido entre los Grandes de España, pero su afición al galanteo le llevó a protagonizar diversos escándalos. En 1577, habiéndose comprometido con la hija del duque de Nájera, ofreció su mano al mismo tiempo a las hijas de otros tres aristócratas.

El Rey le ordenó contraer matrimonio con una de estas últimas, pero él se negó alegando que su honor estaba por medio, por lo que fue castigado con un arresto domiciliario. En noviembre de 1586, la junta para la reforma moral —creada por el Rey Prudente e integrada por el cardenal Quiroga, el conde de Barajas (presidente del Consejo de Castilla) y el confesor real Diego de Chaves— le reprendió severamente por su notoria vida nocturna, afición a los juegos de azar y a las mujeres de mala vida. Casó en primeras nupcias con Isabel de Cárdenas, que le dio un hijo que murió siendo niño. De su segunda esposa, Isabel de Mendoza, perteneciente a la importante casa del Infantado, tuvo dos hijos.

Fue nombrado embajador en Roma, aunque al poco tiempo Felipe II le escogió, cuando contaba unos treinta años, como su portavoz ante los Estados Generales de París, a los cuales había de solicitar el nombramiento de la infanta Isabel Clara Eugenia como reina de Francia. El retraso en la convocatoria de los Estados le obligó a esperar en Roma más de un año, hasta que el 9 de marzo de 1593 llegó a París, acompañado de un experto jurista de la familia de su mujer, Íñigo de Mendoza, y de su secretario Diego de Maldonado. Antes de comenzar su comisión, pidió ayuda financiera al Monarca, pues había gastado cuanto tenía, hasta la dote de la duquesa. Refiriéndose también al desamparo en que había quedado su primogénito después de la muerte de su madre, solicitaba una rica encomienda con cuyos frutos pudiera resarcirse. En junio de 1593, Felipe II le hizo merced de 100.000 escudos, pero, según le comunicó a Juan Idiáquez, este dinero no le alcanzaba ni para enjugar sus deudas, pues había estado dos años fuera de España, y había tenido que tratar muchos negocios.

Siguiendo las instrucciones del rey español, el duque de Feria defendió los derechos de la infanta Isabel Clara Eugenia al trono (era hija de la primogénita del soberano francés Enrique II, Isabel de Valois, y de Felipe II), pero la candidatura no prosperó, entre otras razones, porque en Francia la llamada Ley Sálica excluía a las mujeres de la línea sucesoria. Felipe II estaba dispuesto a aceptar cualquier otro candidato católico de confianza o a un rey francés que contrajera matrimonio con su hija, mas no pudo enviar un buen ejército de apoyo ni el dinero necesario para ganarse amigos. Los numerosos obstáculos que encontró Feria en sus gestiones ante los Estados Generales se volvieron del todo insuperables cuando Enrique de Navarra abjuró públicamente, en julio de 1593, del calvinismo y solicitó ser recibido en el seno de la Iglesia católica. La mayoría de los franceses prefería antes un candidato de su nación —por discutible que fuese su postura religiosa—, que uno extranjero. En febrero de 1594, Enrique IV fue coronado formalmente como Rey de Francia en la catedral de Chartres y el 22 de marzo entró triunfalmente en París. Al día siguiente, la guarnición española abandonó la capital francesa con honores militares, nota de cortesía que no podía ocultar el nuevo revés del imperialismo filipino. Feria se dirigió a Bruselas, donde formó parte del Consejo de Estado del archiduque Ernesto hasta el fallecimiento de éste el 20 de febrero de 1595. Recibido el permiso de su S. M. para regresar a España, quiso esperar al archiduque Alberto, nombrado nuevo gobernador de los Países Bajos, que llegó a Luxemburgo a fines de enero de 1596.

El 3 de febrero el duque de Feria emprendió viaje hacia España, vía Italia, y, desde Finale, donde aguardaban las galeras genovesas para embarcarse, insistía en la recompensa que creía haber merecido por sus servicios. Felipe II le nombró virrey de Cataluña, y el 19 de noviembre de 1596 tomó posesión del cargo, bajo juramento solemne, en la Catedral de Barcelona.

Su principal preocupación durante los dos últimos años del reinado de Felipe II fue la guerra de España con la coalición de Greenwich —Inglaterra, Francia, Holanda— que tuvo gran repercusión en la frontera pirenaica, en particular en los condados del Rosellón y la Cerdaña. Después de la muerte del Rey Prudente, sería ratificado en el puesto de virrey por Felipe III el 17 de septiembre de 1598. Durante los cuatro años siguientes en que estuvo al frente del gobierno del Principado, las cuestiones más relevantes a las que tuvo que dedicarse fueron las Cortes de Barcelona de 1599, el bandolerismo y las amenazas de guerra con Francia. La estancia del Rey en Barcelona —del 18 de mayo al 13 de julio de 1599— y en las Cortes catalanas, que entonces se reunieron, revelaron un clima de antagonismo y desconfianza que preludiaba la crisis que se desataría poco tiempo después. Pese a ello, los catalanes realizaron un donativo espléndido: 1.100.000 libras barcelonesas a la Corona, 10.000 al duque de Lerma, 6000 al vicecanciller de Aragón, y al regente y secretario del Consejo de Aragón 3000 y 2000 libras respectivamente. En compensación, el Rey hizo una auténtica hornada nobiliaria en Cataluña —sesenta nuevos caballeros, ochenta y un títulos de noble y ocho dignidades condales— y decidió devolver a la ciudad de Barcelona las insaculaciones de bailes y jueces, que habían pasado a manos de la Corona durante el reinado de Felipe II. Los problemas, sin embargo, se plantearon pronto. Las constituciones aprobadas por las Cortes fueron modificadas por Felipe III en cinco capítulos, que los diputados de la Generalitat y los consellers de Barcelona se negaron a aceptar, especialmente los referidos a la facultad del virrey para promulgar determinados edictos y la prohibición de portar armas de fuego —pedreñales— por los caballeros. El duque de Feria, como represalia, ordenó el encarcelamiento de los diputados, interpretando su protesta como desobediencia. Estos incidentes le costaron el cargo, y fue sustituido el 16 de abril de 1602 por el arzobispo de Tarragona.

Después de su etapa en Cataluña, fue designado virrey de Sicilia (1602-1606) y, posteriormente, se le confió la embajada del Imperio austríaco, en la corte de Rodolfo II, con motivo de los problemas que planteaba la falta de sucesión legal del Emperador y el hecho de no haberse nombrado todavía Rey de Romanos.

De camino entre Nápoles y Roma, falleció en enero de 1607. Se halla enterrado en el convento de Santa Clara, de Zafra, con su segunda esposa, Isabel de Mendoza, y su primogénito, Íñigo.

 

Bibl.: J. Reglà, Els Virreis de Catalunya, Barcelona, Vicens Vives, 1956, págs. 91 y 102; A. Figueroa y Melgar, “Los Suárez de Figueroa, de Feria y Zafra”, en Revista de Estudios Extremeños, septiembre-diciembre (1974), págs. 493-524; J. M. Torras Ribé, Poder i relacions clientelars a la Catalunya dels Àustria. Pere Franquesa (1547-1614), Vic, Eumo Editorial, 1998, págs. 136-157; J. C. Rubio Masa, “Los Suárez de Figueroa. Memorial del linaje de la Casa de Feria”, en Intramuros. Boletín del Instituto Suárez de Figueroa (1999), págs. 27-44; V. Vázquez de Prada, Felipe II y Francia (1559-1598). Política, Religión y Razón de Estado, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 2004, págs. 97-99 y 372-457.

 

Antonio Fernández Luzón 

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