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Francisco Manuel de Melo

Biografía

Manuel de Melo, Francisco. Clemente Libertino. Lisboa (Portugal), 23.XI.1608 – 13.X.1666. Escritor, militar y diplomático hispano-portugués.

En fechas cercanas a la Restauración de la Corona Portuguesa (1640), se desenvolvieron entre España y Portugal unas cuantas vidas complejas. La de Francisco Manuel de Melo lo es en grado sumo, tanto por sus cualidades intelectuales y literarias como por los ribetes novelescos y su difícil doble lealtad nacional.

Nació primogénito de una familia con variada mezcla de sangres. Su padre, Luis de Melo, estaba emparentado con los duques de Braganza, con Fernando III el Santo y con João Gonçalves Zarco, descubridor de Madeira. También de su padre heredó el apellido Manuel, mucho más noble. Así, siempre firmó como Francisco Manuel y sólo ocasionalmente como Francisco Manuel de Melo, o con varios seudónimos (hay que advertir cierta frecuente confusión onomástica con dos de sus primos: uno lejano, Francisco de Melo, que llegó a ser virrey de Sicilia, Aragón y Cataluña, y derrotado en Rocroi —1643—, y otro más próximo, Francisco de Melo, conde de Ferreira, también poeta). Llegó incluso a redactar su árbol genealógico, pues la correcta interpretación del linaje repercutía en asuntos como la posesión de tierras en la isla de San Miguel. Por la vertiente materna, sin embargo, Francisco tuvo otro tipo de problemas: María de Toledo de Maçuellos, su madre, descendía de familia acaudalada pero conversa, los Correia. Esta circunstancia obligó a Francisco a pedir una dispensa para ingresar en la Orden de Cristo.

Se ha especulado sobre en qué grado la cuestión de la limpieza de sangre influiría en su comportamiento en capítulos específicos, como su larga prisión, alguna de las embajadas diplomáticas al final de su vida o, quizá, hasta en su interés por la cábala, sobre la cual redactó un tratadito. En cualquier caso, no hay referencias concretas.

El padre, militar, murió cuando Francisco Manuel contaba apenas seis años y su única hermana, Isabel, tan sólo cuatro. La responsabilidad de su educación quedó en manos de la madre. Ella consiguió que ingresara en el excelente y extraordinariamente activo colegio de Santo Antão de la Compañía de Jesús, en Lisboa. Su formación académica allí fue impecable, pero también le despertaron la afición por las letras.

Desde muy pronto se convenció (como consta en sus cartas) de que para merecer nombre de docto hay que serlo en muchas materias, revelando así un cierto espíritu pre-ilustrado que le caracterizó toda la vida. En efecto, aparte de su probada habilidad para las letras y las artes (Barbosa Machado dice que dibujó cien empresas para un libro de emblemas hoy perdido), debió de tener especial aptitud para las Matemáticas (según propias palabras, escribió a los diecisiete años unas Concordancias matemáticas, no conservadas). Todo ello ha llevado a hablar acertadamente del “cosmopolitismo intelectual” de Francisco Manuel.

Pero, a la vez, pronto se sintió fuertemente inclinado a la acción. Al cumplir diez años, Felipe III (II de Portugal) lo había nombrado hidalgo escudero de su Corte y a los diecisiete abandonó los estudios para seguir la carrera militar, enrolándose en la Compañía de Aventureros e intentando mantener la doble vía de las armas y las letras. Vivió algunas escaramuzas en las galeras españolas que custodiaban la desembocadura del Tajo, pero el primer episodio imborrable fue el naufragio de la escuadra portuguesa comandada por Manuel de Meneses, en enero de 1627, cerca de San Juan de Luz. Debían escoltar desde La Coruña hasta Lisboa a la Flota de las Indias. La prisa por disponer de la rica carga hizo zarpar los barcos con mal tiempo provocándose una gran catástrofe de la que nuestro autor fue uno de los escasos supervivientes.

Luego dedicó al asunto una de sus cuatro Epanáforas de varia historia portuguesa, la Epanáfora trágica. Inmediatamente, en el lapso de 1628 a marzo de 1629 entró por primera vez en contacto con la violencia de la pólvora (logró personalmente poner en fuga un navío pirata frente a las costas de Lisboa, por lo que fue armado caballero); y, enseguida, dio al juicio público su primera obra: los Doce Sonetos por varias acciones en la muerte de doña Inés de Castro. En esos primeros años se dedicó casi exclusivamente a la poesía, actividad de la que hablaba con cierto menosprecio pero que, de hecho, no dejó de cultivar hasta su muerte, publicando en 1649 una primera recopilación en castellano, Las tres musas del Melodino, y en 1665 su obra poética completa, en portugués y en castellano (salvo aquellos doce sonetos): las Obras métricas.

Francisco Manuel fue un escritor perfectamente bilingüe. La lengua hablada en su casa, sobre todo tras la temprana muerte del padre, fue el castellano; no obstante, en portugués era capaz de alcanzar más variados registros, en especial el coloquial y popular.

Melo intentó elegir cuidadosamente la lengua en que escribía cada obra. El castellano era para empeños más cultos y de carácter más universal. El portugués, en cambio, para temas más locales. Estudió a fondo la literatura portuguesa y redactó la primera revisión crítica de autores antiguos y modernos de esta lengua.

Ya en la Restauración, Melo aumentó el uso del portugués, pero sin dejar nunca la escritura en castellano, de cuyo dominio se vanagloriaba.

De 1629 a 1634, Melo se repartía entre Madrid y Lisboa. Se describió a sí mismo como esencialmente urbano, apasionado del ajetreo de las calles y las relaciones sociales, e incapaz de soportar la quietud del campo. De ahí, quizás, su escaso sentimiento de la naturaleza.

Éstos fueron los años que recuerda con mayor nostalgia en sus escritos. En 1631 fue nombrado capitán de infantería y reclutó una compañía en Lisboa.

En 1633 rodaba por Madrid como pretendiente y consiguió, en 1634, el hábito de la Orden de Cristo.

En 1636, tras otro naufragio en el trayecto de La Coruña a Lisboa, y mientras se recuperaba en su ciudad natal, murieron su madre y su hermana. En busca de distracción fue a Madrid y allí trabó relación con los cenáculos literarios. Hay constancia epistolar de su relación con Quevedo, al que admiraba especialmente como prosista de carácter moral: le dedicó algunos de sus poemas, lo convirtió en personaje de su diálogo Hospital das Letras, y hasta llegó a promover la edición de una de sus obras, el San Pablo, en Lisboa (Paulo Craesbeeck, 1648).

Su epistolario (Cartas familiares), fuente principal de información, empieza a revelar a partir de 1637 un tono quejoso y algo desengañado. Creía merecer más de lo que tenía y porfiaba en sus pretensiones en la Corte. De septiembre a diciembre de 1637, el año de la tensa Revuelta de Évora, estaba preso en el Castelo de São Jorge sin que se sepan las causas. Es claro que fue testigo de primera línea de las algaradas y del malestar popular portugués, y lo analizó todo con la enorme perspicacia que demostró en su Epanáfora política y en las cartas. La Epanáfora política y la Historia de la Guerra de Cataluña son dos cimas de la historiografía de la época, y para Melo era éste el género noble por excelencia. En esta Epanáfora hay un retrato bastante negativo de Olivares. El conde-duque llamó a capítulo a todos los portugueses de importancia de la Corte y les advirtió de su cuota de responsabilidad.

Melo fue enviado a Évora con una delegación a las órdenes del conde de Linhares que consiguió el apoyo del duque de Braganza. A la vuelta, Olivares le pidió relación de lo sucedido. A pesar de su proximidad al poder, a fines de 1638 estaba de nuevo preso en Lisboa por causas ignoradas. Con todo, la prisión no mermaba la confianza de sus superiores, pues al salir aparece inmediatamente levantando en Portugal un tercio para Flandes.

En 1639 Melo volvió a ser protagonista de un acontecimiento luctuoso de graves consecuencias para el Ejército y la política española. La imponente Armada organizada por Olivares para despejar el tránsito hacia Flandes por el Canal de La Mancha, al mando de Antonio de Oquendo, fue aniquilada en la ensenada de Downes (Las Dunas) por la armada holandesa de Martin Tromp. Melo dejó testimonio preciso del desastre en su Epanáfora bélica. Enfermo, llegó en 1640 a Madrid, donde no recibió la prometida recompensa por sus trabajos. En cambio, fue requerido para ir a Vitoria en apoyo de las tropas que lucharon contra Francia. Y de ahí a Cataluña, como adjunto del marqués de Los Vélez para sofocar la creciente rebelión.

La estancia en Cataluña dará como fruto la obra por la que fue más conocido, y seguramente su mejor texto en prosa: Historia de los movimientos y separación de Cataluña. Pero nada más conocerse allí la sublevación de Portugal, Melo fue apresado y enviado de vuelta a Madrid. Éste es el período —muy largo— más oscuro de su vida. Tras dos meses de cárcel fue liberado, nombrado maestre de campo y enviado a Flandes; y, de camino a su misión, huyó a Londres para ponerse al servicio de Portugal, ya independizado de la Corona española. Enseguida se le dieron allí cargos de confianza (general de una armada contra los españoles), pero vivía en una Lisboa llena de susceptibilidades donde le era muy difícil encontrar ocupaciones dignas de sus merecimientos.

El año de 1644 fue amargo ya que empieza una secuencia de prisión y destierro que no acabará hasta 1658. No hay documentos sobre las causas de la detención.

En las informaciones que quedan aparece un criado de don Francisco —al que había despedido tiempo atrás— que se vengó del adulterio de su mujer asesinándola junto con el infractor. Sobre este acontecimiento se urdió una maraña de acusaciones contra don Francisco. Él, fiado de su inocencia, se dejó prender, pero las fuerzas intrigantes en su contra vencieron los altos apoyos que iba consiguiendo y obtuvieron una dura condena: primero destierro en África, luego en la India. Recurrió ambas sentencias y, en tercera instancia, se decidió definitivamente que la expulsión fuera a Brasil. El destierro se ejecutó en 1655. Melo había pasado once años preso entre la Torre de Belém, la Torre Velha de Caparica, el Castelo de São Jorge y, finalmente, en libertad bajo palabra. Sin duda, había gente en la Corte lisboeta que prefería tenerlo apartado del poder político y militar, a pesar de que se afanaba en escribir textos de inequívoca propaganda restauracionista. En esos años, a pesar de las condiciones de vida, produjo gran parte de su obra, siempre bilingüe.

Apenas quedaban informaciones sobre los tres años de destierro (1655-1658). Embarcó en condiciones bastante honorables hacia Bahía y allí siguió escribiendo y firmando algunas obras. Se sabe que llevó un Diario de Brasil, que lamentablemente no se conserva, pero en otros escritos dejó constancia de su incomodidad ante la naturaleza exuberante y el escaso refinamiento de la vida en la colonia. El destierro era a perpetuidad, pero el heredero de João IV, Alfonso VI, le concedió el indulto. A la vuelta a Lisboa empezó un período de reconocimiento y honores no exentos de relevantes tareas diplomáticas.

Una actividad literaria absorbente ahora era la participación en la Academia dos Generosos. No obstante, la recuperación de la confianza y la subida al poder de su amigo el conde de Castelmelhor, hizo que se ocupara de asuntos como la negociación del casamiento de Alfonso VI (en Parma), la recuperación de los obispados vacantes desde 1640 (en Roma), la solicitud de recursos para la Corona a Catalina de Braganza (Londres) y, sobre todo, la delicada pretensión —de notables repercusiones económicas— ante la Santa Sede de la acomodación en Portugal de los “cristianos nuevos”, negociada bajo la fuerte presión contraria de España. No parece que ninguna de estas negociaciones tuviera éxito rotundo. En su dilatada estancia en Roma se aproximó a lo más selecto de la vida intelectual, en especial cerca de la Compañía de Jesús (Athanasius Kircher, por ejemplo), y preparó con cuidado la recopilación definitiva de su obra —quiso repartirla en diez grandes títulos—, que sólo en parte logró organizar.

En Roma salieron las Obras morales y el compendio de las Cartas familiares. De vuelta, se detuvo en Lyon, para editar las Obras métricas, y afirmaba tener trabajando a la vez para él a la imprenta de John Stanhope en Londres (no se sabe qué iba a imprimir ahí, pues el incendio de 1666 acabó con todo).

Al volver a Lisboa se le nombró diputado de la Junta dos Três Estados, honra que apenas llegó a gozar, pues murió el 13 de octubre de 1666 probablemente en sus posesiones de Alcántara, cerca de Lisboa.

 

Obras de ~: Doze Sonetos por varias Acciones en la muerte de la Señora Dona Ines de Castro, Lisboa, Matheus Pinheiro, 1628; Política Militar en avisos de Generales, Madrid, Imprenta de Francisco Martínez, 1638; Demostracion que por el Reyno de Portugal agora offrece el Doctor Geronimo de Santa Cruz, Lisboa, 1644; Ecco Polytico. Responde em Portugal a la voz de Castilla, Lisboa, Paulo Craesbeeck, 1645; Historia de los Movimientos, y separacion de Cataluña, San Vicente, Paulo Craesbeeck, 1645 (Barcelona, PPU, 1993; Madrid, Castalia, 1996); Manifiesto de Portugal, Lisboa, Paulo Craesbeeck, 1647; El Mayor Pequeño, Lisboa, Manuel da Sylva, 1647; El Fenis de Africa, Lisboa, Paulo Craesbeeck, 1648; Las Tres Musas del Melodino, Lisboa, Oficina Craesbeeckiana, 1649; Pantheón, Lisboa, Oficina Craeesbeckiana, 1650; Relação dos Sucessos da Armada, Lisboa, 1650 (Rio de Janeiro, Anais da Biblioteca Nacional, 1928); Carta de Guia de Casados, Lisboa, Oficina Craesbeeckiana, 1651; Epanaphoras de Varia Historia Portuguesa, Lisboa, Henrique Valente de Oliveira, 1660 (Lisboa, Imprensa Nacional- Casa da Moeda, 1977); Declaracion que por el Reyno de Portugal ofrece el Doctor Geronymo de Santa Cruz, Lisboa, Antonio Craesbeeck y Mello, 1663; Obras Morales, Roma, Falco e Varesio, 1664; Primeira Parte das Cartas Familiares, Roma, Felipe Maria Mancini, 1664 (Lisboa, Imprensa Nacional-Casa da Moeda, 1981); Obras métricas, Lion, Horacio Boessat y Georges Remeus, 1665; Auto do Fidalgo Aprendiz, Lisboa, Domingos Carneiro, 1676; Aula Política Curia Militar, Lisboa, Mathias Pereyra da Sylva, 1720; Apólogos Dialogaes, Lisboa, Mathias Pereyra da Sylva, & Joam Antunez Pedrozo, 1721 (Braga-Coimbra: Angelus Novus, 1998-1999); Tratado da Ciência Cábala, Lisboa, Mathias Pereyra da Sylva, 1724; Tácito Português, Rio de Janeiro, Academia Brasileira de Letras, 1940; D. Teodósio, Porto, Livraria Civilização, 1943.

 

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Antonio Bernat Vistarini