Meifrén Roig, Eliseo. Barcelona, 24.XII.1857 – 5.II.1940. Pintor.
Nació el día Nochebuena como hijo primogénito de José Meifrén, odontólogo culto y aficionado a las artes, y Elisea Roig. Tras terminar sus estudios de bachillerato en los escolapios de Mataró en 1872, se matriculó dos años después en la Facultad de Medicina de Barcelona, aunque los apuntes y caricaturas realizados, con gran aceptación entre sus compañeros de clase, no hicieron sino encauzarle hacia su auténtica vocación. Abandonó, pues, sus estudios médicos para entrar en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde Antonio Caba, reconocido retratista, ejercía como profesor de Colorido y Composición. De formación estrictamente académica, su magisterio apenas influyó en las maneras del joven alumno, aunque sí sirvió para dotarle de unos sólidos recursos técnicos.
Otro maestro en dicho centro era Ramón Martí Alsina, con quien comenzó a ejecutar sus primeros paisajes, de romántica expresión y acabada factura.
A los diecinueve años fue a París para ampliar sus estudios, y completó la pequeña ayuda económica de su familia con la venta de pequeñas composiciones que reflejaban calles y edificios de la urbe. Tras un primer contacto con la estética de los impresionistas, sus trabajos anteriores, de concepción académica y romántica, mostraban ahora un innegable gusto por la pintura al aire libre, no desdeñando tampoco las aportaciones de la escuela de Barbizón en lo que al tratamiento de cielos y boscajes se refiere.
En 1879 recorrió Italia y visitó Nápoles, Florencia, Venecia y Roma, donde encontró a diversos pintores catalanes de estirpe fortunyana, como Antonio Fabrés o Ramón Tusquets. De regreso a España, ese mismo año presentó en la Exposición Regional Valenciana Paisaje de Créteil, localidad cercana a París, y obtuvo una Medalla de Oro, pronto acompañada de un primer premio en otra exposición regional, la de Villanueva y Geltrú, localidad natal de su madre. A continuación remitió algunos paisajes costeros, como Un rincón del natural (Villanueva) y Costas de Garraf, a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881, certamen al que acudió asiduamente hasta casi el final de su carrera. A lo largo del año siguiente envió diversas piezas a la Sala Parés, entidad en la que también sería expositor habitual.
En 1883 regresó a París, esta vez con su flamante esposa, Dolores Pajarín. A través de un renovado y personal acercamiento a los ideales impresionistas, llenó su álbum de apuntes con plazas y paseos de la ciudad a diferentes horas del día, siempre en busca de nuevos efectos de luz y color. Algunos de estos trabajos los trasladó al lienzo con gran acogida entre la crítica y el público galo, mostrando un innegable gusto por la paleta clara, en títulos como Bosque de Bolonia, composición luminosa de atractivo y suave verdor.
Inició luego una serie de vistas de interior que ocuparon gran parte de su actividad en los próximos años, como Paisaje con rebaño, de 1885, no sin mostrar su predilección por lugares donde el agua alcanza notoria presencia. Así, surgieron sus diversas versiones de El remanso, en las que plasmó frondosos rincones de riachuelos, o lagos, estanques y marismas donde las tranquilas aguas, con sus constantes y variados reflejos, denotan su gusto por captar lo espontáneo y mudable de la naturaleza, siempre con gran minuciosidad al tratar las rocas del primer término o la vegetación de las orillas. Al tiempo, la incipiente luz crepuscular que invade el amplio horizonte incrementa la peculiar atmósfera presente en estas escenas, donde la soledad y el silencio se dan la mano.
Tras exhibir en 1885 abundante obra en el Centro de Acuarelistas de Barcelona, entidad de la que era socio fundador, no tardó en recorrer el norte de Gerona para descubrir panoramas tan diversos como la montañosa zona cercana a Ripoll o la costera población de Cadaqués y la cercana cala de Port-Lligat. Como fruto de estas excursiones, en las muestras colectivas de la Sala Parés de 1886 y 1887, la crítica destacó su plácida y serena visión de los parajes interiores de la Costa Brava o del Pirineo en Camprodón. Ese último año presentó en la Nacional obras como Puerto de Barcelona, reposada marina captada a la luz de la tarde que le proporcionó una 3.ª Medalla, o ¡Tarde!, donde un bote se acerca a un náufrago en el momento en el que su lívida cabeza desaparece entre las aguas. En sus diversas versiones de Naufragio o Fuego a bordo, volvió a mostrar a esforzados marineros remando en sus lanchas contra el oleaje mientras, al fondo, los llameantes barcos están a punto de ser engullidos por el encrespado mar.
En 1888 participó en la Exposición Universal de Barcelona con diversas marinas de grandes dimensiones, tal como Cristo apaciguando las aguas, mientras que en la Universal de París del año siguiente aportó Entre tres luces y Puerto de Barcelona, lienzos situados por la crítica francesa entre las mejores realizaciones de la sección española y con los que obtuvo una 3.ª Medalla. Ese mismo año montó en la Sala Parés su primera individual con sesenta cuadros, que incluían, desde una antología de variadas situaciones del mar, ya plácido o tempestuoso, a paisajes de diversa índole donde, en ocasiones, vuelve a dar paso al elemento humano, ya en escenas con marineros dirigiéndose por la playa hacia sus barcos o pescando desde el muelle, como en Desde la muralla o En la playa.
En 1890 viajó por Normandía antes de recorrer nuevamente Italia, desde Venecia, donde recogió, a pequeño formato, los portales de desvencijadas y rojizas fachadas reflejándose en los canales, hasta Nápoles, por lo que, tras su regreso, envió a la correspondiente Nacional obras como Playa de Trouville y Mi estudio, curioso autorretrato del autor pintando en la tranquila y azulada bahía de Nápoles desde una barca. Al final, con Epílogo, amplia escena protagonizada por el esqueleto de una abatida nave cerca de la orilla, obtuvo una Medalla de 3.ª Clase. Acto seguido Ricardo Hernández abrió su nueva sala de exposiciones en la madrileña Carrera de San Jerónimo e incluyó alguna pieza de Meifrén, buen ejemplo de la aceptación de sus escenas marítimas en la capital.
Entre 1891 y 1895 acudió regularmente a París para, ya como artista de prestigio, mostrar sus trabajos en los Salones, en la Societé des Amis des Arts, de Versalles, donde logró Medalla de Honor, o en el Salón de los Independientes, donde acudió junto a Casas y Rusiñol, a los que había visitado en sus estudios de Montmartre. Al tiempo, remitía continuamente obra a España, como la Marina presentada en 1891 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, o su Plaza de la Concordia o el Pont Saint Michel, óleos enviados en 1893 a diversas salas de Barcelona.
Entretanto, durante una temporal estancia en España en 1891, descubrió a Rusiñol la villa de Sitges, no tardando éste en formar, junto a Ramón Casas, Mas i Fondevila o Roig i Soler, un grupo denominado con el nombre de la localidad. De entre los citados, la vital y mediterránea luz captada especialmente por Roig i Soler, contribuyó a que Meifrén enriqueciera su paleta con nuevas tonalidades y renovase con fuerza el uso del color. No faltaron sus marinas en la Primera Fiesta Modernista de Sitges, de 1892, ni en la Nacional de ese y sucesivos años, siempre bien valoradas por la crítica ante la fluidez en el tratamiento del agua o del siempre cambiante cielo.
Abandonó París en 1895 y participó, durante la primavera, en la Exposición Artística del Palacio de Anglada junto a las mejores firmas españolas. En 1897, tras haber conocido en París, quizás dos años antes, al canario Eusebio Navarro, recién nombrado presidente del Gabinete Literario de Las Palmas, éste le invitó a pintar en la isla, por lo que el maestro acudió a Las Palmas y elaboró once cuadros para la mencionada institución. Sus títulos, Álamos en invierno, Remanso o Atardecer en la costa, aluden a temas anteriormente plasmados por el maestro, aunque ahora incremente el verismo al reflejar los diversos aspectos de la Naturaleza.
Ese mismo año figuró en el primer certamen de pintura española organizado por José Artal en Buenos Aires, mientras logró en la Nacional de 1899 una 2.ª Medalla con su elogiada Natura, de vaporoso efecto crepuscular. Acto seguido obtuvo una Medalla de Bronce en la Universal de París de 1900 y pasó a exponer individualmente en Buenos Aires y en Montevideo.
Tras su regreso de Sudamérica, estrechó aún más los lazos con los componentes del grupo modernista y asistió regularmente a las tertulias de Els Quatre Gats, mientras todos alababan su perfilada técnica y la singular sensibilidad de sus pinceles.
En 1902, momento en que el lápiz de Casas le muestra con su poblada barba y en actitud desenvuelta, exhibió en el Círculo Artístico de Barcelona numerosos paisajes de variada procedencia, tal que el ameno Patio de Cadaqués o la agreste Cala Culip, ambos reproducidos en La Ilustración Artística. En la Nacional de 1904 alcanzó, con Casa Sisí en Valbidrera, una 2.ª Medalla que, según la crítica, debía haber sido de 1.ª. El frondoso emparrado que domina el fondo de la escena y que apenas deja pasar los rayos del sol, descubre un nuevo gusto de Meifrén por captar las suaves gradaciones de luz y sombra en los frescos rincones de patios y huertos, destacando la crítica la sensación de calma que se percibía en estos trabajos.
Ya restablecido de una operación quirúrgica en 1905, el maestro pasó parte del verano en la costa cantábrica, por lo que, al año siguiente, no faltaron entre las telas presentadas en los madrileños Salones Amaré títulos como Claustro de la Catedral de Santander junto a diversos encuadres de Santillana del Mar o San Vicente de la Barquera, consiguiendo, por fin, en la correspondiente Nacional, una 1.ª Medalla con su puerto de Pasajes. En este año también colaboró en el gran Álbum recopilado por Alejandro de Riquer, con una cincuentena de sanguinas, pasteles y aguadas regalados por los artistas catalanes a los reyes de España con motivo de su boda, incluyendo las firmas de Casas, los Masriera, Urgell o Romá Ribera.
Atraído por Mallorca y sus parajes desde principios de siglo, en 1905 llegó a adquirir una casa en la ciudad de Palma, siendo nombrado, dos años después, director de la Escuela local de Bellas Artes, aunque sin permanecer mucho tiempo en el cargo. En todo caso, cuando en 1907 y 1909 expuso en los salones Witcomb de Buenos Aires, de las paredes colgó buen número de lienzos realizados en la isla, bien captando a lo lejos, desde La Bonavova o Cas Catalá, panorámicas de la ciudad presididas por la mole de la catedral, o aspectos de su litoral norte, como acreditan las variadas vistas del rocoso espolón de la Foradada, de los ajardinados rincones de Deià o de la Cartuja de Valldemosa tomada desde diferentes ángulos.
Fueron, además, momentos en que su continua presencia en muestras del extranjero fue jalonada de todo tipo de premios, obteniendo los máximos galardones en las exposiciones de Santiago de Chile y Buenos Aires en 1910, participando, con excelentes críticas, en la internacional de Ámsterdam de 1912 y en el certamen de pintura española celebrado en la localidad inglesa de Brighton dos años después, o exponiendo en Nueva York en 1915, momento en el que no faltaron diversas perspectivas del río Hudson. Esta estancia en Estados Unidos terminó con pleno éxito tras lograr, consecutivamente, las Medallas de Honor en las Exposiciones Internacionales de San Francisco, en 1915, y San Diego, un año después.
Retornó en 1919 a Nueva York para exhibir sus óleos en las Galerías Anderson junto a los de Zuloaga o Sorolla, así como también a Londres en 1920 o a la Bienal de Venecia de 1924, momento en que murió Dolores Pajarín, su esposa. Contrajo nuevas nupcias con Julia Marina. En 1926 recibió la Orden de caballero de la Legión de Honor, mientras sus telas eran analizadas por las más prestigiosas publicaciones. Ese mismo año fechó su abocetado Puerto marinero, buen ejemplo de esas obras de su última época que, por su rápida y libre factura, constituyen lo más avanzado de su producción. Así, convertido Cadaqués en su motivo pictórico favorito, mostró con fugaz pincelada las barcas junto al muelle, o a la población entera captada desde ambos extremos de su bahía y a diversas horas del día, nocturnos incluidos, diluyendo las formas hasta plasmar el caserío apenas definido por las manchas blancas de sus fachadas y los rojizos tejados.
Organizó en 1929 su más importante monográfica en la Sala Parés, con más de ochenta lienzos de todas las épocas, y acudió a la Bienal de Venecia de un año después, realizando en 1933, en la cuenca del Marne, cuadros con delgados árboles junto a la rivera que sorprenden por su desnuda simplicidad. En 1936 acudió por última vez a la Nacional con cuatro piezas denominadas Cadaqués, aspirando, sin éxito, a la Medalla de Honor. Acto seguido estalló la Guerra Civil y marchó a Barcelona, refugiándose para trabajar en Manresa. Terminada la contienda, en 1939 se trasladó con su mujer a Valldemosa, donde pintó todo el verano, organizando la Sala Gaspar, a finales de año, una monográfica a la que el maestro no pudo acudir personalmente. Murió de neumonía en Barcelona el 5 de febrero de 1940.
Obras de ~: El puente de madera, 1879; Bosque de Bolonia, 1883; Paisaje con rebaño, 1885; Marisma, 1888; Playa de Trouville, c. 1890; Pueblo de la costa, 1892; Gentes del mar, c. 1894; Playa del Puerto de la Cruz, en Orotava, c. 1898; Cala Culip, c. 1902; Ría de Pontevedra, c. 1905; El río Hudson, c. 1910; Soledad, c. 1912; La casa del colono, c. 1916; Calle de Cadaqués, c. 1919; Reflejos, c. 1922; Puerto marinero, 1926; El Marne, 1933.
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Ángel Castro Martín