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Juan Bautista Antequera y Bobadilla de Eslaba

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Biografía

Antequera y Bobadilla de Eslaba, Juan Bautista. Conde de Santa Pola (I). San Cristóbal de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife), c. 11.VII.1823 – Alhama de Murcia (Murcia), 16.V.1890. Vicealmirante y político.

Fue su padre Juan Bautista de Antequera y García, natural de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), intendente de Hacienda en Canarias, y su madre María del Rosario Bobadilla de Eslaba y Peri, de estado civil viuda. De este matrimonio vinieron al mundo, además de Juan Bautista, José María, María del Rosario y Clara Josefa Ramona.

En 1838, Antequera sienta plaza de guardia marina en el Departamento de Cádiz. Examinado de los estudios elementales, pasó destinado al Arsenal de La Carraca en ese mismo año. Su primer barco fue la fragata Isabel II (1839). Embarcado en el bergantín Héroe, toma parte en la acción de los Alfaques (1840), por lo que es recompensado con la Diadema Real de Marina. Formaba parte el buque de una fuerza naval que operaba en las costas de Cataluña ya al final de las guerras carlistas. Embarcado en el vapor de guerra Isabel II (1843), combate a los sublevados de Cartagena y Alicante; pone sitio a Cartagena y, al año siguiente, toma parte en el bloqueo del puerto de Alicante, por lo que gana la Cruz de San Fernando de 1.ª clase. Por sus méritos se le concede también una rebaja de un año de los seis exigidos para el ascenso a alférez de navío, cuyo empleo alcanza en 1844.

Embarca de nuevo en el Héroe (1845), pero esta vez de oficial. En este bergantín hizo un viaje redondo a Montevideo para llevar a cabo una misión delicada: pedir al presidente Rosas, la libertad de los españoles que tenía encarcelados, cosa que logra con un discurso convincente. Manda el Héroe por ausencia de su comandante; manda luego el falucho Lince y asciende a teniente de navío (1850). Con este empleo embarca en la corbeta Mazarredo de la División Naval de Instrucción.

En 1851, en La Habana, después de otros varios destinos, toma el mando del vapor mercante armado Habanero y apresa una parte importante de la expedición filibustera de Narciso López. Esta acción es recompensada con una nueva condecoración: la Cruz de Carlos III. Cesa en el mando y, después de otros embarcos, regresa a la Península en el Fernando el Católico, el 1 de marzo de 1854. En ese año aparece de nuevo en el Apostadero de La Habana al mando del bergantín Galiano persiguiendo a los filibusteros.

Por esas acciones se le declara Benemérito de la Patria. Vuelve a la Península y se le nombra segundo secretario de la Junta Consultiva de la Armada, hasta que asciende a capitán de fragata (1859) y, luego de desempeñar algunos destinos en la Corte, se le da el mando de la corbeta Villa de Bilbao, de la escuadra del general Bustillo que apoya al Ejército de África al mando del general O’Donnell, presidente del Gobierno.

En estas operaciones, integrada en la escuadra, la Villa de Bilbao interviene en los bombardeos de Río Martín, Arcila y Larache y destruye las defensas.

Por estos hechos se le concedió el grado de coronel de Infantería del Ejército (1860).

Una vez terminada la guerra, la Villa de Bilbao se dirige a Nápoles, a raíz de los sucesos ocurridos allí cuando Garibaldi invade el reino de las Dos Sicilias.

El Rey recompensa a Antequera concediéndole la Encomienda de la Orden de Francisco I. También en ese año se le concede la Cruz sencilla de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. A su llegada a Cartagena (1861), ingresa en el hospital con una pierna rota al caerse de un caballo en Nápoles.

Sale del hospital y otra vez marcha a Cuba; ahora de capitán del puerto de Matanzas, donde permanecerá de 1862 a 1864. A su regreso a la Península se le concede el mando del vapor Blasco de Garay, del que no tomará posesión, ya que lo permutará por el de segundo de la fragata Numancia, buque blindado, de vapor y vela, el primero de ese tipo en nuestra Armada que, mandado por el capitán de navío Méndez Núñez, iba destinado a reforzar las fuerzas navales del Pacífico del jefe de escuadra Hernández Pinzón.

Zarpa la Numancia de Cádiz, 4 de febrero de 1865, con gran espectación por parte de las marinas europeas.

El buque “se comporta bien” y se incorpora sin novedad a la escuadra del Pacífico en El Callao, 5 de mayo de 1865.

Por entonces las relaciones con Perú se encontraban muy deterioradas. Lentamente se llega a una situación de guerra, en la que Chile hace causa común con el Gobierno peruano. Narváez, para rebajar la tensión, releva a Hernández Pinzón por José María Pareja, ex ministro de Marina. Pero Pareja se siente humillado y se suicida cuando tiene conocimiento del apresamiento de la goleta Covadonga por la corbeta chilena Esmeralda. Méndez Núñez, que había ascendido a brigadier por la feliz travesía de la Numancia, 20 de junio de 1865, le releva en el mando de la escuadra. Antequera, promovido a capitán de navío por la misma causa, toma el mando de la fragata en propiedad el 12 de diciembre de 1865. Méndez Núñez decide ir a buscar a las fuerzas navales enemigas; se supone que están en Abtao, en el archipiélago de Chiloé. Sale con la Numancia y la Blanca a reconocer aquellos canalizos de difícil navegación, hasta dar con ellas en Huito, un canal obstruido imposible de forzar. Los botes de la Numancia, con gente armada, apresan algunos buques carboneros. Apresan también al vapor chileno Paquete de Maule que transportaba tropas. Por esta acción de Chiloé se concedió a Antequera la Cruz del Mérito Naval de 2.ª clase.

Asiste Antequera con la Numancia al bombardeo de Valparaíso y al ataque de El Callao, en presencia de barcos ingleses, franceses y norteamericanos.

A las cinco horas de comenzar el combate, cae herido Méndez Núñez en sus brazos y encarga al mayor general Lobo “que se ponga de acuerdo con el comandante de la Numancia y que continúe la acción sin dar parte del suceso a los demás buques”. Luego, al ver que apenas contestan al fuego los cañones enemigos, decide retirarse. La campaña había terminado, pero hasta 1879 no se firmó en París un tratado de paz definitivo.

El Gobierno de Madrid ordena el regreso a la Península.

Para ello se divide la escuadra en dos grupos, uno mandado por Méndez Núñez volvió por el cabo de Hornos; el otro, mandado por Manuel de la Pezuela, comandante más antiguo, sale el 10 de mayo hacia poniente, vía Filipinas, por el cabo de Buena Esperanza. El 8 de septiembre, cuando entraban en la bahía de Manila, le comunican a Antequera su ascenso a brigadier (1866) por los méritos contraídos en la dura campaña que acababa de terminar. Desde Santa Elena ponen rumbo a Río de Janeiro, donde deben reunirse con la escuadra de Méndez Núñez, 18 de mayo de 1867. Éste le ordena a la Numancia regresar a España, lo que hace el 15 de agosto. Entra Antequera en Cádiz el 20 de septiembre y rinde viaje a los dos años, siete meses y dieciséis días de su partida. Acudió la reina Isabel II a recibirlos, una vez que hubieron pasado los quince días que duró la cuarentena. La Numancia se hizo tan popular que mereció uno de los episodios nacionales del novelista Pérez Galdós con el título La vuelta al mundo de la “Numancia”. Antequera fue nuevamente condecorado, esta vez con las medallas de la Campaña y Combate de El Callao y la del Viaje de circunnavegación de la de Numancia. A la fragata se le puso una placa de bronce (hoy en el Museo Naval de la Armada en Madrid) con el lema In Loricata Navis quae Primo Terram Circuivit. El año 1868 se presenta revuelto y agitado. El cambio político que se avecina es deseado por amplios sectores de la sociedad española. El derrocamiento de la Reina lo encabeza el general Prim, que preside una junta revolucionaria y es recibido a bordo de la fragata Zaragoza, en Cádiz, por el brigadier Juan Bautista Topete, diputado de la Unión Liberal y comprometido con la revolución, quien anunciará desde allí el golpe militar, con Sagasta y Ruiz Zorrilla también a bordo, 18 de septiembre de 1868. La revolución septembrina se extendía por toda España y la indisciplina prendía en las dotaciones de los buques. Se le da a Antequera el mando de la escuadra del Mediterráneo (1869), con base en Cartagena, con objeto de restaurar el orden. Como Antequera era por entonces brigadier, se le otorga el uso de la insignia de Preferencia, con las prerrogativas que ello tiene para el mando de la escuadra. Observa que las dotaciones más turbulentas son precisamente las de la Zaragoza y de la Villa de Madrid. La primera medida que tomó fue imprimir a bordo la mayor actividad profesional que pudo. Luego llevó los barcos a la bahía de Santa Pola para efectuar allí ejercicios y tenerlos alejados de Cartagena, donde el ambiente, en lo civil, era explosivo.

Una noche, Antequera, revólver en mano, seguido por algunos de sus oficiales, irrumpe en donde estaban reunidos los sediciosos a bordo de la Villa de Madrid y los reduce sin derramamiento de sangre.

Topete, ministro de Marina entonces, felicita a Antequera y le promete su apoyo en todo cuanto haga.

El almirante Méndez Núñez, que preside el Almirantazgo, le promete también todo lo que sea necesario para aumentar la eficacia de los buques y dotarlos de un buen nivel profesional. Aunque liberal convencido, es éste el único apoyo activo de Antequera a la revolución de septiembre.

Al ascender a contraalmirante (1869), pasa luego a ocupar la vicepresidencia del Almirantazgo, que desempeña durante año y medio, cesando (1971) por haber sido nombrado comandante general del Departamento de Cartagena, destino del que nada más tomar posesión dimite, por ser incompatible con el ejercicio de senador por Tenerife (1872). Por entonces ya está Amadeo de Saboya en el trono y el duque de la Torre de jefe del Gobierno. Se le concede la Gran Cruz de Isabel la Católica (1872). Al ser nombrado comandante general del Apostadero de Manila, deja temporalmente el Senado y en abril de 1873 toma posesión de aquel mando que desempeñará dos años con una idea fija: el traslado del arsenal de Cavite a Subic, porque no tenía condiciones de defensa. Se le concede la Gran Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco (1875). Después de pasar cuatro meses recuperando su maltrecha salud en el balneario de Vichy, es elegido senador del Reino (1876) y se le concede la Gran Cruz de San Hermenegildo (1876).

El 29 de septiembre de 1879, a la edad de cincuenta y nueve años, contrajo matrimonio en Cartagena con la señorita Atanasia Angosto y Lapizburu, hija del brigadier de la Armada Félix Angosto Miquelarena; de este matrimonio nacieron cuatro hijos: Rosario, Luisa y Juan, en Madrid; y dos años más tarde, en Cartagena, Juan Bautista.

En 1879 se le da otra vez el mando de la Escuadra de Instrucción. Su principal función es mejorar la disciplina, que andaba mal. Una vez más el ejercicio, el adiestramiento..., tomando Mahón como centro de actividad. Mientras tanto hace un estudio militar para mejorar la fortificación de tan importante puerto. De vuelta a Madrid, es elegido senador por Alicante y nombrado vicepresidente del Centro Técnico y Consultivo de la Armada. Posteriormente fue elegido senador vitalicio del Reino en las primeras Cortes de la Restauración, con el Gobierno de Cánovas del Castillo.

Juan Bautista Antequera fue ministro de Marina en dos ocasiones, ambas en los gobiernos de Cánovas (1876, 1884), y las dos de año y medio de duración cada una, pero no logró hacer grandes cosas en el primer período. Su ambicioso plan de escuadra se quedó en el aire. No obstante, a partir de febrero de 1877 empezó a introducir profundos cambios organizativos que afectaron a todo el ministerio. Se dedicó con empeño a la escasa y maltrecha fuerza naval. Tenía especial interés por los blindajes de los barcos, ofreciendo al Gobierno un proyecto de escuadra bien pensado y detallado, que hacía hincapié en los acorazados. En el año y medio que logró mantenerse en el segundo período, no pudo dar forma a su sueño de potenciar las fuerzas navales a flote por la fuerte oposición política que provocaba su Plan Naval en un grupo de diputados.

No obstante, consiguió firmar el contrato para la construcción del acorazado Pelayo, respaldado por el presidente del Consejo de Ministros Antonio Cánovas del Castillo, quien dijo al ministro: “¡A construir un barco cuanto más grande mejor!”. El Pelayo fue, por fin, entregado a la Armada el 9 de septiembre de 1888. Pero la construcción de este acorazado significará un golpe de gracia a su proyectado Programa Naval. En 13 de julio de 1885 Antequera presenta su dimisión al presidente del Gobierno. El 16 era ascendido a vicealmirante.

El conflicto de Las Carolinas, surgido poco después, sorprenderá a Antequera desempeñando el cargo de vicepresidente de la Junta Superior Consultiva el Ramo. Alegaba Alemania que España sólo era dueña nominal y no mantenía ninguna fuerza ni establecimiento comercial para afirmar su soberanía y hacerse respetar tanto en Las Carolinas como en Palaos. La cañonera alemana Iltis había desembarcado parte de la dotación en la isla de Yap, 25 de agosto de 1885, izado la bandera germánica y declarado las islas territorios bajo protección alemana. El Gobierno español barajó la posibilidad de crear una fuerza de intervención al mando del vicealmirante Antequera, quien concentró la fuerza en Mahón. Pero por un laudo pontificio, 22 de octubre de 1885, aceptado por ambas partes, se reconocía la soberanía española y ciertos derechos comerciales a Alemania. Por su parte, Antequera, ante las calumnias a la Escuadra de cierta prensa, presenta su dimisión (1886). El Gobierno se la concede y le confiere la vicepresidencia del nuevo Centro Técnico Facultativo y Consultivo, cargo del que también dimite, ya que el Gobierno no hacía efectivos los créditos aprobados para la escuadra, y ocupa de nuevo su puesto en el Senado.

Antequera fue el gran marino de la Restauración.

No era un técnico, pero destacó por su gran capacidad organizativa y se supo rodear de gente joven muy capacitada, entre la que se encontraba el llamado “Pentágono”. Dio gran importancia a los reglamentos y así surgieron la Revista General de Marina, 23 de julio de 1877, la Colección de Reglamentos, que aún perdura, el Código de Señales y el Manual de Reales Órdenes. Impulsó también una publicación del Negociado de Legislación en la que, siguiendo la obra de Lasso de la Vega, logró reunir un cuerpo de doctrina, los célebres Reglamentos Antequera. Creó la Junta de Fondeos en Cádiz, la Escuela de Torpedos en Cartagena y reorganizó la Infantería de Marina.

Antes de morir tuvo la satisfacción de comprobar la superioridad del Pelayo en la revista naval de 1888 y, luego, subiendo a bordo el 18 de junio de 1889 invitado por su comandante Pascual Cervera.

El vicealmirante Juan Bautista Antequera y Bobadilla de Eslaba falleció a las doce horas del 16 de mayo de 1890, a los sesenta y siete años de edad, en el pueblo de Alhama de Murcia, donde se había retirado buscando la benignidad del clima. Había servido a la Armada durante cincuenta y un años, seis meses y diecisiete días. Fue enterrado en el Rincón de San Ginés de la Jara, pueblo próximo a Cartagena. Entre las coronas de flores destaca la de Su Majestad la Reina.

Dos años después, 28 de junio de 1892, como gran homenaje póstumo, la Reina Regente, así como el Gobierno, le conceden el título de conde de Santa Pola que, por renuncia de su madre, se le otorga a un niño de corta edad, Juan Bautista Antequera y Angosto.

Porta su escudo de armas, sobre una corona condal, un globo terráqueo y una cartela con el lema In loricata nave primus circundedisti me, a semejanza de Juan Sebastián Elcano.

Los restos del almirante fueron llevados a Cartagena, 2 de septiembre de 1922, y desde allí trasladados al Arsenal de La Carraca en el cañonero Álvaro de Bazán, para ser inhumados en el Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando, con todos los honores de ordenanza, por ser éste el deseo de la Reina Regente, en un mausoleo obra de Gabriel Borrás.

 

Obras de ~: Proyecto de Ley presentado por el señor ministro de Marina estableciendo el programa de fuerzas navales de la Nación, Madrid, 1884.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (Viso del Marqués, Ciudad Real), Exp. personal, leg. 620/61.

E. de Iriondo, “Diario de navegación de la fragata acorazada Numancia [...]”, en Anuario de la Dirección de Hidrografía (adh ), parte IV, año IV (1866), págs. 138-145; Impresiones del viaje de circunnavegación de la fragata blindada “Numancia”, Madrid, Imprenta de Gasset, Loma y Cía., 1867; “Reseña de los acontecimientos más notables del viaje de circunnavegación [...]”, en ADH, año VI (1868), págs. 99-143; P. de Novo y Colso, Historia de la guerra de España en el Pacífico, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1882; N. Taboada, El Combate del Callao. Descripción del bombardeo y biografía del almirante Méndez Núñez, Madrid, 1884; Marqués de Pilares, “El almirante D. Juan B. Antequera y Bobadilla”, en Revista General de Marina, Madrid, septiembre de 1922, págs. 337-344; J. Cervera y Jácome, El Panteón de Marinos Ilustres. Historia y biografías, Madrid, Ministerio de Marina, 1926; Conde de Santa Pola, La vuelta al mundo de la Numancia y el ataque del Callao, Madrid, 1927; M. Fernández Almagro, Política naval de España Moderna y Contemporánea, Madrid, instituto de Estudios Políticos, 1946; VV. AA., Antequera y Bobadilla, Cuaderno monográfico del Instituto de Historia y Cultura Naval, 7, Madrid, Instituto de Historia y Cultura Naval, 1990; S. Milans del Bosch y Jordán de Urries, El Almirante Antequera, un tinerfeño y marino ilustre, Tenerife, Exmo. Cabildo Insular de Tenerife, 1990; Á. de la Piñera y Rivas, “El almirante Juan Bautista Antequera y Bobadilla y su vinculación con la región murciana”, en Murgetana, n.º 82 (1990), págs. 23-37; F. de Bordejé y Morencos, Crónica de la Marina española en el siglo XIX, Madrid, Editorial Naval, 1993-1995, 2 vols.; J. R. García Martínez, El combate el 2 de mayo de 1866 en El Callao, Madrid, Editorial Naval, 1994.

 

José Antonio Ocampo Aneiros  

 

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