Ortega Domínguez, Rafael. San Fernando (Cádiz), 4.VI.1921 – Cádiz, 18.XII.1997. Torero.
Al igual que sucede con tantos otros toreros, también con Rafael Ortega ha habido discrepancia sobre su fecha de nacimiento: siempre se ha dado por buena la del 4 de julio de 1924 (o 1921, en algunos autores); sin embargo, en el libro El toreo puro (que recoge una conferencia pronunciada por el diestro gaditano), el prólogo de Ángel-Fernando Mayo no deja lugar a dudas: “Rafael Ortega Domínguez nació en la Isla de San Fernando el 4 de junio de 1921. Recordar aquí el dato no es obvio, pues muchas veces se ha dicho que el año de su nacimiento fue 1924 y, por otra parte, la fecha real ha tenido importancia determinante en el desarrollo de su carrera”. Así pues, el prologuista no sólo confirma el año, sino que también corrige el mes de la venida al mundo del maestro gaditano posteriormente confirmados.
Hijo de un matador aficionado (Ortega afirma en su libro que su padre mataba en San Fernando en muchas ocasiones el llamado “toro del aguardiente”), sobrino del banderillero Rafael Ortega Cuco de Cádiz y hermano del novillero y luego banderillero Baldomero Ortega, Rafael debutó de luces en Ceuta en 1945 (en El toreo puro afirma que “sería en 1943 o 1944”), con veinticuatro años cumplidos. En esa ciudad permaneció, “con la quinta del 42”, tres años realizando el servicio militar. En Ceuta también actuó por primera vez con picadores, el 11 de agosto de 1946. Se presentó en Sevilla el 19 de octubre de 1947, en tarde de gran triunfo del venezolano Luis Sánchez Diamante Negro (obtuvo tres orejas). Repitió el 4 de abril del año siguiente, en un festejo en el que Francisco Sánchez Fernández Frasquito cortó dos apéndices. Hizo su primer paseíllo en Las Ventas el 14 de agosto de 1949, alterando con Miguel López Trujillano y Manuel Santos.
Ortega cortó una oreja. Repitió en Madrid al domingo siguiente, 21 de agosto, y salió en hombros de esa plaza por primera vez en su vida. Aún toreó dos veces más ese año en Las Ventas, los días 22 y 25 de septiembre.
Esas cuatro novilladas le avalaron para tomar la alternativa en esa misma plaza de Madrid una semana después, el 2 de octubre de 1949. Manolo González le cedió el toro Cordobés, de Felipe Bartolomé, en presencia del portugués Manolo dos Santos que, herido al dar un farol en el tercio de quites del primer toro, no pudo lidiar ninguno. Con el festejo convertido en mano a mano, González cortó dos orejas de su segundo toro, mientras que Ortega obtuvo una del toro de la ceremonia y otra del texto, de la ganadería de Antonio Escudero. Sobre esa corrida, EMECE escribió en El Ruedo: “Quizá sea demasiado pronto para analizar a fondo la personalidad de Rafael Ortega.
Todo esto ha ido muy de prisa; pero lo que sí puede afirmarse es que domina la suerte de matar, que ejecuta con gran limpieza, y ya eso podría bastarle para reclamar un puesto en los carteles en época en que los buenos estoqueadores no abundan. Pero, además, está suelto con la capa [...] y templa con la muleta manejada al natural, especialmente en ese primer pase en que aguanta sin inmutarse la embestida de la res”.
Ya desde esos primeros momentos de su carrera adquirió fama de excelente estoqueador, una notoriedad que en muchos aspectos ocultó (o, al menos, dejó en segundo plano) la enorme calidad de su toreo, reconocida con toda justicia por sus compañeros profesionales.
Así, de él dijo Antonio Chenel Antoñete en 1985 que “El torero que más me ha impresionado ha sido Manolete, y el que más me ha gustado, Rafael Ortega, a quien considero además el torero más completo y el que ha toreado con mayor pureza”.
Sobre su maestría estoqueadora, el narrador Rafael Sánchez Ferlosio, que ya había hecho una mención a este torero en su novela El Jarama, escribió en Diario 16: “Con la espada, en efecto, en estos treinta últimos años, el primero Rafael Ortega, después de Ortega, ‘nadie’, y después de ‘nadie’, media docena de buenos estoqueadores que ha habido desde entonces.
Creo que el punto fundamental que daba a su estocada aquella prodigiosa sensación de destreza y suavidad consistía en la impresión de que toda la suerte se jugaba sobre la pierna izquierda; quiero decir que la derecha no hacía o no parecía hacer impulso alguno para hurtarse al toro, sino que parecía enteramente izada a peso muerto por el resto del cuerpo, con lo que la zapatilla se despegaba muy poco del suelo y en un ángulo lacio, relajado, absolutamente divino, absolutamente inmortal. Una cosa que no se ha vuelto a ver”.
Dos orejas cortó Rafael Ortega el 16 de mayo de 1950 en la Feria de San Isidro, de Madrid, en una corrida en la que se repitió el cartel de toreros del día de la alternativa. Sin embargo, una serie de percances frenaron en seco su trayectoria: el 8 de junio en Granada y el 8 de julio en Pamplona (esta cornada, en la vejiga, el ano y la pierna derecha le obligó a estar dos meses sin torear). Tras dos nuevas cogidas al año siguiente, el 12 de octubre de 1952 cortó dos orejas y rabo en Sevilla; el 13 de mayo de 1953 volvió a salir por la puerta grande de la plaza de Madrid; el 1 de mayo de 1954 obtuvo dos apéndices en Sevilla; y el mismo premiologró en Las Ventas el 24 de junio de 1954 (toreó en solitario en la Corrida del Montepío); otros dos trofeos logró en la Maestranza el 23 abril de 1955; y dos y rabo cortó de un toro de Miura el 20 de abril de 1956.
Sin embargo, a pesar de esos grandes éxitos anuales, la carrera de Rafael Ortega no llevó a convertirle en figura del toreo, de ahí que decidiera retirarse. Así lo relató en su libro: “Me mantuve en los ruedos hasta 1960, año en que me marché a casa aburrido de una lucha en la que yo veía que no se hacía plenamente justicia. Reaparecí en El Puerto de Santa María, el 10 de julio de 1966, para ganarme honradamente un dinero y darme el gustazo de demostrar la clase torero que yo había llevado siempre dentro. Ahora llegué mucho más al público con capote y muleta, y pensé que con su apoyo y mi experiencia podría estar otra vez varios años dignamente en activo; pero la del torero es una profesión muy dura y mi forma de torear —la que yo siento— es muy arriesgada: la cornada de Barcelona del primero de octubre de 1967, en la quinta corrida que toreé allí aquella temporada [se la infirió un toro de Hoyo de la Gitana], me dejó mermada de riego la pierna izquierda, y aunque aún me vestí de luces algunas tardes en el verano del 68 y toreé varios toros como a mí me gusta, la verdad es que continuar hubiera sido ya una imprudencia. Así que me volví otra vez a casa, esta vez definitivamente, sin dejar de torear en el campo y en varios festivales, por cierto, el último fue otro beneficio, en Jerez, el año pasado [1985], y le corté al novillo las orejas y el rabo”.
Entre esos toros que cuajó en la última etapa de su vida hay que destacar la faena que le hizo a un ejemplar de Miguel Higuero el 25 de mayo de 1967, si bien, de cara al gran público, quedó tapado por el escándalo provocado por Curro Romero, que ese día se negó a matar un toro y fue conducido a la Dirección General de Seguridad. Ortega toreó su última corrida el 1 de septiembre de 1968 en Marbella (Málaga). Ya retirado, ayudó a algunos novilleros (Paquirri y Ruiz Miguel, entre otros), y se convirtió en profesor de la Escuela Taurina de Cádiz.
Según Carlos Abella, “Rafael Ortega ha sido un torero sustentado en un sólido valor, puesto a prueba reiterada e injustamente, dotado para interpretar el toreo sin trampas ni demagogias. Su secreto, como el de los grandes toreros, no era otro que cargar la suerte, adelantar los engaños y hacer sentir el descansar el peso del cuerpo y de su torería en la pierna contraria, aquella que fuerza y mide la salida del toro. De ahí la multiplicidad de percances”.
El matador de toros y escritor Juan Posada escribió con motivo de la muerte de Rafael Ortega: “La mejor alabanza que se le puede dedicar es proclamar que Ortega contaba entre sus partidarios a los propios compañeros. Y ser torero de toreros no es cosa fácil.
Hay que ser muy buen torero, tener mucho talento y valor para que los contrincantes lo reconozcan. Rafael El Gallo llevaba razón: tenía metido el toreo en la cabeza”.
Llamado en ocasiones “El tesoro de la Isla”, así ha quedado en la historia de la Tauromaquia, como uno de los grandes toreros del siglo xx, un diestro de una pureza y una verdad extraordinarias tanto en el cite como en la resolución de los muletazos. Y, naturalmente, en la suerte suprema.
Obras de ~: R. Ortega, El toreo puro, pról. de Á.-F. Mayo, Valencia, Diputación Provincial, 1986 (Col. Quites entre sol y sombra).
Bibl.: Emece (seud. de M. Casanova), “De la corrida del Montepío de Toreros a la alternativa de Rafael Ortega”, en El Ruedo (Madrid), n.º 276 (6 de octubre de 1949); J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vols. IV y VI, Madrid, Espasa Calpe, 1961 y 1981, págs. 619-620 y págs.. 214-215, respect.; Don Ventura [seud. de V. Bagués], Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (ed. Barcelona, de Gassó Hnos., 1970, pág. 282); C. Jalón, Memorias de “Clarito”, Madrid, Guadarrama, 1972; R. Sánchez Ferlosio, “El as de espadas”, en Diario 16 (Madrid), 21, 22 y 23 de mayo de 1980; Á.-F. Mayo, “Prólogo”, en R. Ortega, El toreo puro, op. cit.; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; F. Mira, Medio siglo de toreo en la Maestranza (1939-1989), Sevilla, Guadalquivir, 1990; J. L. Suárez- Guanes, Madrid-Cátedra del toreo (1931-1990), Madrid, Espasa Calpe, 1990; C. Abella, Historia del toreo, vol. II, Madrid, Alianza Editorial, 1992, págs. 220-225; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.); J. Posada, “Ha muerto el maestro Rafael Ortega. Yo fui alumno de Rafael Ortega”, en 6TOROS6 (Madrid), n.º 182 (23 de diciembre de 1997); J. L. Ramón, Todas las suertes por sus maestros, Madrid, Espasa Calpe, 1998; J. M. Sotomayor, “Relación de las corridas de toros, novilladas con picadores y festejos de rejones celebrados en la Plaza Monumental de las Ventas de Madrid (17 de junio de 1931-23 de octubre de 2005)”, en VV. AA., Las Ventas. 75 años de historia, Madrid, Centros de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, 2006.
José Luis Ramón Carrión