Domínguez Campos, Manuel. Desperdicios. Gelves (Sevilla), 27.II.1816 – Sevilla, 6.IV.1886. Torero.
En su “dramática y movidísima” vida, Cossío distingue varios períodos: “El primero hasta su marcha a Montevideo; el segundo, su accidentada estancia en América, y el tercero, su actuación taurina desde su regreso a España, época la que más importa a la historia del toreo, pero no la más interesante de su vida”.
Su padre falleció un mes y una semana antes de venir al mundo Manuel Domínguez. Por mediación de su tío materno, Francisco de Paula Campos, capellán de las monjas de la Paz, y hasta que éste murió, estudió en los jesuitas. Aprendió luego el oficio de sombrerero y, más adelante, se aficionó a los toros tras acudir, a partir de su fundación en 1831, a la Escuela de Tauromaquia de Sevilla que dirigía Pedro Romero.
Respecto a su apodo, Cossío escribe: “Cuenta la tradición, que no merece mucha fe en este caso, que a una frase del gran rondeño [Pedro Romero] debe su apodo Domínguez. Enjuiciando sus disposiciones para el toreo, dijo el maestro: Este muchacho no tiene desperdicio.
Actuó como banderillero en Sevilla, en 1834, en las cuadrillas de Juan León, Antonio Ruiz, el Sombrerero, y Manuel Lucas. En 1835 alternó su labor como banderillero con otras, como medio espada. Tomó la alternativa en Zafra (Badajoz) en 1836, alternando con Juan León y Luis Rodríguez. En una carta autobiográfica, el propio torero narró al escritor Luis Carmena y Millán (documento que aporta la mayoría de los datos anteriores) el objetivo del doctorado: “Esta alternativa se me dio, no tan sólo porque me hallaron capaz para ella, sino que era para ir de segundo con el señor Luis Rodríguez a Montevideo; mas como éste no fue, fui yo de primero, llevando a Manuel Macías (el Cherrime) de segundo”. Cuenta Carmena y Millán que el motivo del viaje bien pudo ser otro: siendo totalmente ajeno a un incidente en el que un pariente muy cercano del torero asesinó a un banderillero apodado Clarito, Manuel Domínguez decidió poner océano de por medio a los pocos días del suceso. Dice Cossío: “Aprovecharon que la fragata Eolo debía zarpar en breve para Montevideo llevando a bordo a una cuadrilla de toreros, y Fabre [picador, amigo y pariente del torero], con la mayor reserva y no sin algún riesgo, logró poner a bordo a Domínguez, así como también al autor del homicidio, que partieron para América sin haber sido molestados”.
En Montevideo y Buenos Aires permaneció diecisiete años. Quince corridas llevaba toreadas (de las veinticuatro contratadas) cuando a los cuatro meses de llegar estalló la guerra civil entre los aspirantes a la presidencia de la República, Rivero y Oribe. Sin quererlo, se vio enrolado en la milicia, en las filas de Frutos Rivero. En 1840 toreó en Río de Janeiro, con motivo de la entronización de Pedro II como emperador de Brasil. De regreso a Buenos Aires, no logró autorización para organizar corridas, de manera que, al encontrarse sin recursos, vivió unos años convulsos y dramáticos, que resume así Sánchez de Neira: “Fue militar en la República de Montevideo, torero en Río de Janeiro, guajiro en Buenos Aires, bravo con los bravos matones de aquella tierra, mayoral de negrada, cabecilla de gente de campo contra indios feroces e industrial traficante”.
Regresó a España en mayo de 1852. Visitó a Cúchares con idea de regresar a su antigua profesión de torero, pero éste le recomendó “que toreara por los pueblos”. Según Cossío, “asociado a Antonio Conde torea el mismo otoño de 1852 en Sevilla. Había evolucionado el toreo durante los dieciséis años de su ausencia, merced especialmente a las innovaciones y manera de Montes y de Cúchares. El toreo parado y seco de Domínguez, y especialmente su valor para recibir los toros, impresionaron al público, no acostumbrado a tan austero estilo, y pronto tuvo partidarios y se discutió con calor su manera de torear, parangonándola con las alegrías, recortes y zarandajas de la escuela de Cúchares”. Se presentó en Madrid el 10 de octubre de 1853. El Salamanquino hizo de padrino en la ceremonia de alternativa (o de confirmación, si se tiene en cuenta la que diecisiete años antes había tomado en Zafra), acompañados por Cayetano Sanz y Lavi. No gustó en esta corrida, por lo que no volvió a torear en Madrid hasta 1856, año en que lo hizo en seis ocasiones. Antes, en 1855, toreó por primera vez con una rodilla en tierra en Lisboa y Sevilla. Respecto a sus actuaciones madrileñas de 1856, en la revista El Enano se escribió: “Domínguez está cogido a cada paso, porque su mucho valor lo lleva a un terreno donde se necesitan facultades para salir con lucimiento y sin exposición de la cabeza de los toros; y como él no las tiene, sale arrollado y necesita tomar guarida, que es cosa muy fea en un espada”.
El 1 de junio de 1857 se produjo en El Puerto de Santa María otro de los sucesos más comentados de la carrera de Desperdicios: herido por el toro Barrabás, de Concha y Sierra, en la mandíbula inferior y en un ojo, que le vació por completo, permaneció siete minutos en el ruedo, desangrándose pero imperturbable.
Parece ser que el propio torero se desprendió del ojo.
El percance, que creyeron mortal de necesidad, causó un gran impacto entre los aficionados. Sin embargo, noventa días después de la cogida toreó en Málaga, imponiendo a la empresa que los toros debían ser de la ganadería de Concha y Sierra. El siguiente año fue de los más brillantes de su carrera, toreó mucho y alternó con todas las figuras del momento. Su carrera se extendió, como mínimo, hasta 1877, los últimos años ya en franca decadencia. El 29 de mayo de 1871 actuó por última vez en Madrid, una plaza que nunca le acogió con simpatía. Antes y después de la cornada de El Puerto, Desperdicios sufrió otros percances de consideración.
A la tauromaquia aportó la suerte del farol (que recuperó y restauró) y el toreo de rodillas. Fue, además de un diestro valiente, un buen torero con el capote.
Bibl.: R. González, Biografía del célebre matador de toros Manuel Domínguez, Sevilla, Imprenta de la V. de Gómez Oro y Santigosa, 1858; J. Sánchez de Neira, El Toreo. Gran diccionario tauromáquico, Madrid, Imprenta de Miguel Guijarro, 1879 (reed. Madrid, Turner, 1988); A. Peña y Goñi, Lagartijo, Frascuelo y su tiempo, Madrid, Imprenta Palacios, 1887 (ed. Madrid, Espasa Calpe, 1994); P. P. T. [seud. A. Ramírez Bernal], Memorias del tiempo viejo, Madrid, Bib. Sol y Sombra, 1900 (ed. Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1996, págs. 1-5); J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. 3, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 247-254; F. López Izquierdo, Plazas de toros de la Puerta de Alcalá (1739-1874), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1985; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; D. Tapia, Historia del toreo, vol. I, Madrid, Alianza Editorial, 1992; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.).
José Luis Ramón Carrión