Micheo Indacoechea, Pedro. Saldias, Valle de Baraburna (Navarra), 13.IV.1781 – Madrid, 8.VI.1865. Teniente general de la Armada, senador del reino y Gran Cruz de San Hermenegildo e Isabel la Católica.
Su padre fue Juan Bautista de Micheo Barreneche, de la casa de Machioenea y de la casa solariega de Micheo de Gaztelu (valle de Ibargozara), acomodado propietario, y su madre Ana Indacoechea Ezcurru de la casa solar de Ibia, originaria de la casa solariega de Indacoechea, en Irurita (Baztán). Se ignora cómo entre las montañas de su lugar de nacimiento nació la afición del joven a una vida completamente desconocida para él. La primera noticia oficial que se encuentra de Micheo es la de haber concluido los estudios elementales en el departamento de Cádiz el 31 de diciembre de 1798, día en que sentó plaza de guardiamarina, embarcando seguidamente en el navío Conquistador, que mandaba Cosme Churruca y que formaba parte de la escuadra de José de Mazarredo.
Este general, según instrucciones del Gobierno que le anunciaban su próxima aparición, debía estar dispuesto para unirse a una escuadra francesa con el fin de batir a la inglesa que estaba bloqueando el puerto de Cádiz. El 10 de mayo de 1799 el navío Censor, que entró con averías, dio aviso de haber salido de Brest, el 27 de abril, la escuadra aliada, compuesta por veinticinco navíos y cuatro fragatas, al mando del almirante Bruix. Al mismo tiempo se levantó el bloqueo por parte de las fuerzas del almirante inglés Bridport.
El almirante francés no verificó la reunión que le estaba encomendada y, sin recalar sobre Cádiz, se internó en el Mediterráneo, limitándose a enviar una carta a Mazarredo, pero éste creyó su deber el cumplir las órdenes superiores, aun a riesgo de ser atacado por la escuadra inglesa, que sabía que estaba en Gibraltar en mayor número, puso a la vela diecisiete navíos el 13 de mayo hacia el Estrecho, preparado para el combate. No tomó contacto con el enemigo, pero un furioso temporal durante los días 16 y 17 desarboló muchos navíos. Tuvo que tomar el puerto de Cartagena para reparar las averías. A este puerto arribó el 24 de junio Bruix, después de una singladura infructuosa por el Mediterráneo.
Unidas las dos escuadras y con superioridad numérica sobre la inglesa, esperaban los españoles que irían a buscarla, pero no era tal la decisión del almirante Bruix, que tenía el mando en jefe, que con cincuenta navíos salió en julio de Cartagena para encerrarlos en Brest, olvidando sus proclamas en que había prometido “hacer encontrar la tumba al enemigo común a la vista del puerto cuyo anonadamiento meditaba”, hasta que el Tratado de Amiens, firmado en 1802, les dejó la mar libre.
El guardiamarina Micheo transbordó en Brest a la fragata Soledad el 1 de diciembre de 1801 y, formando parte de la escuadra del general Gravina, salió para las Antillas en combinación con la del almirante Villaret y asistió a las operaciones de Santo Domingo para sofocar la rebelión de los negros, tomando parte muy activa en el ataque a Baihaja y operaciones del Guarico. Navegó con la misma escuadra, visitando La Habana y Puerto Rico y regresó a Cádiz en aquella fragata en mayo de 1802.
En Cartagena se estaba alistando la escuadra del marqués del Socorro y a ella fue incorporada la Soledad, que ofreció a Micheo la oportunidad de formar parte del cortejo de la princesa de Asturias, escuadra que la llevó desde Nápoles a Barcelona. Aquí embarcó la infanta María Isabel para ser transportada al mismo reino, y habiendo ascendido a alférez de fragata (5 de octubre de 1802), embarcó Micheo al navío Bahama en Nápoles y volvió con él a Cartagena.
Con la incorporación de este navío a la escuadra al mando del general Domingo Nava, iba a realizar una nueva campaña por las costas de Italia. Uno de los puertos del derrotero fue el de Liorna, donde desembarcaron los reyes de Etruria.
De regreso a Cartagena embarcó Micheo en la fragata Flora el 1 de enero de 1803, mandada por el capitán de fragata Pablo Rey, que navegaba por el Mediterráneo, hasta que el 1 de marzo de 1803 fue destinado al servicio de los batallones de Marina y desembarcó en Cádiz; pero este servicio no era de su gusto y mandó una instancia para volver al de mar, obteniendo el mando del falucho n.º 2 el 24 de octubre de 1804, que formaba parte de las fuerzas sutiles del apostadero de Algeciras, que crearon el cordón sanitario con que se aisló la plaza de Gibraltar, asolada de epidemia. Sostuvo cruceros y dio escolta y convoyes a la navegación de cabotaje, entrando en Cádiz en febrero de 1805 con uno que conducía madera de construcción para el arsenal.
Precisamente el 16 de este mes el manifiesto de Aranjuez dio a conocer el traidor proceder de Gran Bretaña que, en plena paz, había sorprendido sobre el cabo Santa María las fragatas, que bajo el mando del general Bustamante traían los caudales de América.
El puerto y arsenal de Cádiz ofrecían un cuadro de animación y actividad con el armamento y apresto de buques de todas clases y como los navíos exigieron la preferencia en el empleo de oficiales y marineros, se desarmó el falucho de Micheo, pasando éste al navío Santa Ana, como ayudante de Mayoría de la escuadra del general Álava. Transbordó después al Trinidad cuando, por entrada en el puerto de Villeneuve con la combinada, se organizó la plana mayor del general Gravina. Estuvo en todos los preparativos de salida, pero algunos días antes de ella cayó gravemente enfermo y fue preciso desembarcarle, privándole de la asistencia a la funesta batalla de Trafalgar.
Una vez restablecido fue destinado a los batallones de Marina, en los que sirvió tres años, con la intervención de este cuerpo en la rendición de la escuadra de Rosilly, acaecida el 14 de junio de 1808. Micheo estuvo en los ataques de los días 9 y10 sirviendo las baterías que se improvisaron en la costa y, cuando se produjo aquélla, embarcó en uno de los navíos apresados, el Plutón.
Poco después obtuvo el mando de la fragata Atocha el capitán de navío Rosendo Porlier, comandante que fue del batallón en que sirvió Micheo, y que le tenía en gran estima, y pidió, con asentimiento de éste que no le tenía en menor aprecio, que le embarcasen en su buque, emprendiendo una penosa campaña durante 1809 por las costas de Cataluña, batiendo a las columnas francesas que transitaban por las playas, auxiliando al ejército de Palafox y a las partidas levantadas en la costa, proporcionándoles víveres y pertrechos y apoyando sus comunicaciones, continuamente amenazadas.
Ascendió a alférez de navío (23 de febrero de 1809).
En 1810 hizo viaje a Veracruz en la misma fragata, arribando en circunstancias muy críticas. La insurrección en las posesiones españolas de América había alcanzado a Nueva España, y el general Venegas, nombrado virrey recientemente, era atacado en la misma capital por las partidas rebeldes. Nada más entrar la fragata en Veracruz, desembarcó una columna para formar, unida con las de los demás buques del apostadero, una brigada de Marina, cuyo mando se confió a Rosendo Porlier. Micheo tomó el mando de una compañía y entró en campaña con este brillante cuerpo improvisado, que se hizo digno de la confianza en él depositada.
Desde la capital pasó la brigada al ejército de operaciones de la reserva mandado por el brigadier José de la Cruz, que batió a los insurrectos, arrojándoles de la plaza de Valladolid, pero a costa de tanta sangre que, por bajas naturales, recayó en Micheo el mando de un batallón. Tomó con él a la bayoneta las principales baterías de las líneas enemigas en la batalla de Urepetiro, intervino en varias acciones bajo el mando del brigadier Porlier en la marcha a Guadalajara y al puerto de San Blas. Intervino en los combates de Zaplotán el Grande, Real de Minas de Ostobipaquillo y otras de menor entidad, mereciendo siempre la recomendación de sus jefes.
Estas acciones tan gloriosas para las fuerzas de Marina, las habían reducido en tal cantidad, que se ordenó a las que quedaban pasar a México para reorganizarse con los refuerzos enviados por los buques.
Micheo volvió a encargarse de una compañía en el batallón mandado por el capitán de fragata Ciriaco Llanos, y entrando de nuevo en campaña en agosto de 1811, atacó esta fuerza y destruyó al enemigo en el pueblo fortificado de Calpulapán. Siguieron a esta acción las de Chinguapa, Telela del Río y Llanos de Apau con resultado favorable, que produjeron en conjunto el sosiego de la provincia de Puebla.
En diciembre, unido este batallón al del teniente de fragata Manuel de Soto, atacaron al cura rebelde Morelos, fortificado en la ciudad de Izmar, logrando arrollarlo hasta los últimos atrincheramientos, mas este triunfo, conseguido a grandísimo coste, fue de corta duración, recibiendo Micheo un balazo que le atravesó el pie derecho, y ordenando el comandante que se retirase la división, recayó el mando de ella en Micheo por la baja, por muertos o heridos, de todos los oficiales de mayor graduación, logrando retirarla en el mejor orden a La Puebla a pesar de su dolorosa herida, mereciendo el aplauso de las primeras autoridades de esta ciudad. El virrey de México, que había recibido frecuentemente noticias del relevante comportamiento de Micheo, le premió con el empleo de teniente de fragata que Su Majestad aprobó con antigüedad de 24 de mayo de 1811.
A finales de 1812, curado de su herida y unido en México con los restos de la Brigada de Marina, bajó a Veracruz poniéndose a las órdenes del brigadier Porlier.
En el camino consiguieron nuevos triunfos, rechazando con encarnizamiento al cura Morelos que les atacó con todas sus fuerzas en Jalapa y en otros puntos, intentando impedir su llegada a los buques.
En marzo de 1813, Micheo, a bordo de la fragata Atocha partió para La Habana, transbordó al navío San Pedro, y con él entró en Cádiz el 21 de agosto siguiente.
Desembarcó el 27 de octubre de 1814, con el concepto de oficial arrojado y valiente, fruto de la campaña de tres años en Nueva España. Obtuvo licencia para Madrid, que le fue prorrogada.
Se le asignó el mando de la goleta Tránsito el 17 de junio de 1815, del que tomó posesión el 17 de julio. Debido a la escasez de buques, estos mandos eran muy codiciados y Micheo fue relevado a favor de un favorito por Real Orden de 1 de diciembre de 1816. Protestó Micheo ante este golpe que le dejaba en mala posición ante sus compañeros y la opinión pública, reclamó con contundencia y, por Real Orden del 22 del mismo mes, mandó Su Majestad que se le confiriera el mando de algún otro buque para tranquilizarle, acordándose el del apostadero de Ayamonte, siendo promovido a teniente de navío el 15 de octubre de 1816.
El 12 de mayo de 1817 se le encargó de nuevo el mando de la goleta Tránsito, con la que salió para Puerto Rico, La Habana y Veracruz el 13 de junio, con la correspondencia pública y oficial. Al regreso de este viaje, el 18 de enero de 1818, fue atacado por un bergantín insurgente de fuerzas muy superiores y de mayor andar, que cruzaba sobre las islas Terceras. El combate fue inevitable en tan desventajosas circunstancias, pero las hábiles maniobras de la Tránsito y el fuego de sus cañones hicieron desistir de su empeño al enemigo, que dejó libre el camino. Por Real Orden de 3 de julio se mandó anotar en su hoja de servicios el mérito de ese combate al regresar a Cádiz. Obtuvo licencia para ir a Navarra por enfermedad.
El 16 de abril de 1819 se presentó en Cádiz, y fue destinado a la escuadra de Francisco Maurell, embarcándose en el navío Numancia, de la insignia de dicho general, que estaba destinado a la gran expedición a América que acabó en proyecto, y habiéndole concedido Su Majestad el mando del bergantín Jasón, que se habilitaba en Cartagena, desembarcó del Numancia y tomó posesión de su puesto el 10 de agosto.
En 1820 salió de Cartagena para desempeñar una misión en Barcelona, Mallorca y Alicante, y después regresó al puerto de salida. En 1821 repitió salida para Civitavecchia con el fin de conducir un correo con pliegos reservados; a continuación su bergantín, en conserva con el navío Guerrero y la fragata Perla, a las órdenes del capitán de navío José Obregón, salió para Nápoles, donde permaneció hasta la entrada de los austríacos y, pasando por Palermo y Mahón, regresó a Cartagena.
Sostuvo repetidos cruceros en las costas de Cataluña, dio escolta a convoyes del comercio, estuvo en Argel con la división del capitán de navío José de Salas- Rojadors, volvió a Cartagena y después a Cádiz.
Aquí permaneció agregado a la escuadra del mando de Antonio Vácaro, cuando sucedió el sitio de Cádiz por los franceses en 1823, y en 1824 hizo un crucero sobre los cabos San Vicente y Santa María, para proteger la recalada de las embarcaciones procedentes de América, cesando en el mando del bergantín el 2 de septiembre de 1824.
A principios de 1825 se le nombró ayudante de la Capitanía del puerto de Cádiz, mientras se le formaba expediente de purificación, y seguidamente del distrito de El Puerto de Santa María, cargo en que sirvió hasta su ascenso a capitán de fragata el 14 de julio en que cesó.
Por Real Orden de 22 de noviembre de 1829 se le nombró segundo comandante del navío Héroe, con el que salió para La Habana el 27 de marzo de 1830 escoltando un convoy de tropas; ancló en ese puerto el 20 de mayo siguiente.
Continuó en aquel apostadero hasta el 28 de mayo de 1833, después de hacer el servicio de su clase en América y regresó a la Península por cumplido y enfermo el 12 de julio siguiente, precisamente en los días de su promoción a capitán de navío (14 de julio de 1833).
El precario estado del material de la Armada le tuvo sin destino de embarque entre los años 1834 y 1839, y, aunque por Real Orden de 6 de agosto de de 1835 se le confirió el mando del navío Esperanza, del que se posesionó, sirvió sólo algunos meses, cesando en él por haber sido nombrado capitán del puerto de Cádiz, cometido que ejerció hasta diciembre de 1836.
Por Real Orden de 23 de julio de 1839 se le nombró comandante de la fragata Cortés, de cuyo mando se posesionó en Algeciras, acreditando de nuevo sus especiales conocimientos y dotes de mando en la comisión que desempeñó en Orán y otros puntos de la costa de África y en el reconocimiento del vapor inglés United Kingdom. Su acertado proceder en esta ocasión, que podía haber acarreado complicaciones internacionales, le mereció la aprobación del Gobierno.
Estuvo en las islas Baleares y por último en los Alfaques de Tortosa, con la insignia del comandante general de las fuerzas navales Francisco Armero, hallándose en la ocupación del fuerte de San Carlos de la Rápita y las demás operaciones del Ebro, para desalojar a los carlistas que lo ocupaban, que le significó el aprecio de Su Majestad, concediéndole la Cruz de comendador de la Orden de Isabel la Católica, por sus servicios en el Mediterráneo y principalmente en los de Cataluña y Valencia.
Poco después (27 de abril de 1840) ascendió a brigadier y formó parte de la división naval reunida en Barcelona a las órdenes del ministro de Marina con motivo de la presencia de Sus Majestades y de su transporte a Valencia, y, al regreso de la corte, quedó como jefe al mando de las fuerzas navales de aquella costa, compuestas por la fragata Cortés, los bergantines Patriota y Manzanares, el pailebote Lord John y el falucho Rayo. Pasó con su fragata a Baleares y condujo desde Mahón a Palma al capitán general de esas islas.
Fue nombrado Micheo comandante general en comisión del departamento de Cartagena por Real Orden de 12 de enero de 1841, con lo que se trasladó con su fragata a dicho puerto, cesó en su mando y tomó posesión del departamento, cargo que desempeñó con sumo celo y acierto, y en él ascendió a jefe de escuadra (2 de agosto de 1843). Al poco tiempo fue nombrado vocal de la Junta de Asistencia de la Dirección General de la Armada con el cargo de la inspección de las matrículas. Pero, suprimida esta Junta, al año siguiente volvió a la Comandancia general de Cartagena el 30 de enero de 1845, a tiempo de evidenciar su autoridad suprimiendo con mano firme la semilla dejada por la sedición del departamento.
Contrastó esta conducta con la que observó después juzgando, como presidente del Consejo de Guerra, a los aforados de Marina que tomaron parte en la rebelión, y sus humanitarios sentimientos le valieron una reprimenda, a propuesta del Supremo Tribunal de Guerra y Marina, encargándole que “en lo sucesivo tuviera más presente lo que las ordenanzas y leyes previenen cuando se trata de imponer penas a reos convictos de los delitos de que son acusados”.
Las actuaciones quedaron, sin embargo, suspendidas, como proponía, y, si la justicia consideró merecida la reprensión, el aprecio de todos los habitantes del departamento y el del mismo tribunal compensó el efecto que pudiera producirle la notificación. Le fue concedida el 8 de octubre de 1846, libre de gastos, la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, con motivo del enlace de Su Majestad en 1846.
Volvió a ser destinado a Madrid como vocal de la Junta de Asistencia el mismo año, y en 1848 de la Junta Consultiva de la Armada, creada en sustitución de la primera. En 1849 se le comisionó, por Real Orden de 14 de noviembre, para pasar una revista general de inspección al departamento de Ferrol. Después de revisar el arsenal, el astillero y las principales dependencias, en vapor de guerra recorrió la costa entre el Miño y la desembocadura del Bidasoa, siguiendo las comandancias y ayudantías de matrículas, las capitanías de puerto y los buques guardacostas, y, finalizada la comisión el 20 de mayo de 1850, regresó a Madrid, a su antiguo destino.
Por Real Orden del 27 del mismo mes, como general más antiguo de los que pasaron revistas a los tres departamentos, el Rey lo nombró para presidir la Junta de los mismos, en que se acordó la memoria que presentaron al Gobierno, dando cuenta exacta de todo, exponiendo las faltas notadas que necesitaban mejoras o correctivo y proponiendo cuanto creyeron conveniente para mejorar el servicio.
La Real Orden de 10 de enero de 1851 juzgó este trabajo en los siguientes términos: “Enterada S. M. de todo lo practicado por este jefe al verificar la revista de inspección al departamento de Ferrol, en todos los ramos que comprende; de sus ilustradas y bien entendidas memorias, se ha dignado mandar que se le signifique que se halla altamente satisfecha de su proceder y que en su Real nombre se le den las gracias por su laboriosidad, celo y eficacia en el buen desempeño de tan delicado cargo, e igualmente por la inteligencia, ilustración y buen acuerdo con que la Junta de Inspección ha redactado su recomendable y difícil tarea”.
Por otra soberana resolución de 14 de julio de 1851, se nombró al general Micheo vocal de la Junta reunida en Madrid, y presidida por el marqués del Duero, para examinar los proyectos de defensa y organización militar de la isla de Cuba, presentados por el conde de Mirasol, y los del capitán general de la isla José de la Concha.
Simultáneamente fue nombrado consejero real extraordinario en febrero de 1851. Por Real Decreto de de 25 de noviembre de 1853 se le nombró ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, cesando en la Junta Consultiva de la Armada. Ascendió a teniente general por antigüedad (2 de agosto de 1854).
El general Micheo fue elegido senador del reino (26 de marzo de 1861) y tomó asiento en la Cámara vitalicia.
En octubre fue pensionado con la Gran Cruz de San Hermenegildo.
En julio de 1863, por su avanzada edad y los achaques consiguientes a ella, solicitó su jubilación del Tribunal y su exención del servicio de la Armada, lo que le fue concedido por Real Orden de 20 de julio, “para que pudiera atender al restablecimiento de sus dolencias, ocasionadas por el celo y laboriosidad que ha consagrado siempre al desempeño de los importantes destinos que se la han conferido”. Se le otorgó la Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III.
Los últimos años de su vida pasaron tranquilamente en Madrid entre los cuidados de su esposa María Sáenz de Santa María y de Muro —hija de Coleta de Muro y Salazar y de Manuel Joaquín Sáenz de Santa María y de Arizcun, I marqués de Valde-Íñigo— y de su hijo supérstite, Leonardo de Micheo y Sáenz de Santa María —pues su hijo Manuel de Micheo y Sáenz de Santa María, III marqués de Valde-Íñigo, había fallecido en 1857— y las atenciones de sus muchos y buenos amigos.
Falleció en Madrid el 8 de junio de 1865, a los ochenta y cuatro años de edad, con más de setenta y seis de honrosos servicios.
El general Micheo era de aspecto noble y bondadoso y de buena condición; la rectitud de sus principios, su acrisolada lealtad y su honradez a toda prueba, lo hacían respetado y querido de todos los individuos de los diversos cuerpos de la Armada, donde dejó los más gratos recuerdos.
Fuentes y bibl.: Museo Naval de Madrid, C. Fernández Duro, ms. 1915, 1865-1878, págs. 49-70; Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), leg. 620/753, Exp. personal, 1870.
F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, t. II, Madrid, Imprenta F. García, 1873, págs. 517-525; D. de la Válgoma y Barón de Finestrat, Real Compañía de Guardiamarinas y Colegio naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de Marina, 1955, asiento 2767, pág. 390; C. Martínez- Valverde, “Biografía de Pedro Micheo e Indacoechea”, en Enciclopedia general del mar, t. V, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, págs. 1194-1195; F. González de Canales, “Biografía de Pedro Micheo e Indacoechea”, en Catálogo de pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000, pág. 238.
Roberto García Moreno