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Juan González

Biografía

González, Juan. Señor de Moya (I). ?, p. m. s. xiii – 1284. Decimoquinto maestre de la Orden de Calatrava.

Siendo clavero de la Orden y todavía en vida del anterior maestre, Pedro Ibáñez, asumió el título de maestre en 1265. No era el resultado de un cisma, sino de un acuerdo que el cronista Rades interpreta como una decisión del propio maestre titular que, “viéndose muy viejo, tomó por coadjutor del maestrazgo” al clavero Juan González, al que “consintió que también se llamasse maestre”. La extraña naturaleza de esta decisión, con toda probabilidad, esconde un complejo problema de fondo. Es bastante verosímil que Juan González representase la facción del Capítulo de la Orden que, a lo largo del gobierno de Pedro Ibáñez, había mostrado rechazo a su anticanónica elección, a su entreguismo hacia la figura del rey Alfonso X y a su autoritarismo respecto a la milicia. El blindaje político de que gozaba el maestre Pedro Ibáñez hacía difícil su remoción por parte del Capítulo, que, por otra parte, tampoco dejaría de estar dividido sobre la cuestión. Por ello, y como solución de compromiso, se llegaría al acuerdo de mantener el teórico poder del viejo maestre junto a la autoridad efectiva de su “coadjutor”. Fallecido Pedro Ibáñez en 1267, se produjo entonces la pacífica y canónica elección de Juan González.

Su gestión al frente del maestrazgo, de diecisiete años de duración, representó ciertamente una línea muy diferente a la del anterior titular. Comprometido con los sectores capitulares de la milicia menos proclives al autoritarismo maestral, fue durante su gobierno cuando se articuló de manera definitiva el sistema comendatario, que aseguraba, frente a una bien delimitada mesa maestral, auténticos beneficios a favor de los cada vez más señorializados freires caballeros de la Orden.

Por otra parte, y en contraposición al fervoroso “monarquismo” de su antecesor, Juan González daría muestras de una notable independencia política frente al rey Alfonso X, al que acabaría traicionando sumándose a los sectores nobiliarios de oposición al Monarca, con los que, en cuanto hombre muy vinculado al linaje de los Haro, se sentía profundamente solidario. Así, en el transcurso de la desestabilizadora rebelión nobiliaria que, liderada por el infante don Felipe y por Nuño de Lara entre 1271 y 1273, puso en jaque la autoridad del Rey, los maestres de las órdenes militares en general y, de modo particular, las de Santiago y Calatrava, mantuvieron una actitud sospechosamente comprensiva hacia los sublevados. Esa actitud, que no era sino cercanía ideológica a los planteamientos nobiliarios, les situaron en el terreno de una medida ambigüedad respecto a la Corona, aunque no se produjera entonces ninguna ruptura formal. De hecho, el maestre Juan González formaría parte del Consejo reunido por el Rey en Murcia, probablemente en la primavera de 1272, para dar respuesta a las reivindicaciones de los nobles, un año antes conjurados en Lerma. Más adelante, después de la consumación de la ruptura a raíz de las Cortes de Burgos de aquel mismo año de 1272, y cuando los nobles sublevados decidieron marchar hacia Andalucía cerca de su aliado granadino, una embajada presidida por el infante don Fernando, legítimo heredero del trono, intentó, en una nueva y claudicante iniciativa negociadora, un acercamiento a los nobles “desnaturalizados”; en esa embajada se hallaba presente el maestre de Calatrava, junto a los de Santiago y Alcántara. Pero aún hay más. A finales de marzo de 1273 Alfonso X se reunía en Almagro con aquellos nobles que se mantenían fieles a la Corona. Su lealtad tenía un precio y el monarca castellano no dudó en pagarlo. Reivindicaciones semejantes en el fondo y en la forma a las de los ricoshombres huidos a Granada fueron solícitamente atendidas por el Rey. Entre los magnates asistentes figuraban los responsables de todas las órdenes militares, incluido naturalmente el maestre Juan González. El doble juego no haría sino acentuarse en los meses sucesivos. Cuando el infante don Fernando se instaló en Córdoba por orden de su padre para vigilar desde cerca los movimientos de los sublevados y sus contactos con el rey de Granada, fue el maestre de Calatrava, en compañía del de Santiago, quien, entre otros, aconsejó al infante tomar la iniciativa de las negociaciones con los nobles al margen de las instrucciones dadas por el Monarca. El resultado de todo ello fue la adopción de una serie de compromisos, tan favorables a la causa nobiliaria como lesivos a los intereses de la Corona, unos compromisos que el propio infante no se atrevió a ratificar y que el Rey, en principio, denunció como constitutivos de inaceptable traición. El Rey así lo hizo saber a su hijo, y en la misiva a él dirigida, acusaba directamente al maestre de Santiago y subrayaba la sospechosa benevolencia del de Calatrava hacia Lope Díaz de Haro, uno de los cabecillas de la rebelión. Pero el Monarca finalmente claudicó y acabó aceptando la negociación sin prescindir de los “leales” servicios de los máximos responsables de las órdenes: nuevas embajadas del maestre de Calatrava ayudaron a cerrar el proceso negociador, y a su Orden fueron confiadas, en prenda del cumplimiento de los acuerdos, las rentas que durante estos años pasados el rey de Granada había dejado de pagar a Castilla.

El distanciamiento respecto al Rey de los maestres de las órdenes militares, en general, y el de Juan González, en particular, no haría sino acentuarse en los años siguientes. La oposición a Alfonso X, tras la muerte de su heredero Fernando en 1275, pronto empezaría a organizarse en torno a la figura de su segundo hijo Sancho. Éste acabaría enarbolando la bandera de las “libertades” del reino frente al autoritarismo paterno, y tras esa bandera no tardaron en alinearse la mayoría de los sectores nobiliarios, también las señorializadas órdenes militares. Éstas habían actuado junto al infante en la ofensiva antimeriní que el futuro heredero supo desplegar tras la muerte de su hermano, y ello fue ocasión para un estrechamiento de lazos que se convertiría en pacto formal cuando a comienzos de 1282 el infante don Sancho iniciara la rebelión abierta contra su padre: en febrero de aquel año Juan González, en compañía del maestre santiaguista Pedro Núñez, proclamaba solemnemente su adhesión a la causa sanchista en la ciudad de Jaén, y poco después asumía un papel destacado en las Cortes de Valladolid, en las que se consumó la ruptura del reino, dando paso a la guerra civil que caracterizó los últimos años del reinado de Alfonso X. Desde luego, el maestre calatravo vio muy pronto compensado su fervor sanchista. Ya en 1280, el infante había decidido entregarle Villa Real, símbolo alfonsino de la autoridad monárquica. Ahora, en Valladolid confirmaba aquella decisión y entregaba también a la Orden de Calatrava la parte de los pozos de Almadén que no eran todavía de su titularidad. La mutua devoción de ambos personajes, infante y maestre, no se detendría ahí. Antes de abandonar Valladolid, Juan González se integraba en el movimiento sanchista de hermandades estableciendo un acuerdo puntual con el Concejo y Obispado de Segovia. Era un nuevo y activo gesto de beligerancia antialfonsina que no dejaría de ser recompensado antes de finalizar el año con cesiones de propiedades en Arcos y Écija.

El desarrollo de la guerra civil coincidió con los últimos años de vida del maestre. Es probable que antes de morir promulgase alguna ordenanza o disposición relativa a provisión de vestuario a la comunidad, pero no es mucho más lo que puede decirse de su gestión interna al frente de la Orden: la intensa politización de su mandato lo impidió. Su muerte se produjo el mismo año de la del Rey al que decidió combatir, 1284.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara. Chronica de Calatraua, Toledo, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 45r.-48r.; I. J. de Ortega y Cotes, J. F. Álvarez de Baquedano y P. de Ortega Zúñiga y Aranda, Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava, Madrid, 1761 (ed. facs. Barcelona, 1981), págs. 89-146; C. de Ayala Martínez, “La monarquía y las órdenes militares durante el reinado de Alfonso X”, en Hispania, 51/2 (1991), págs. 409-465; “Las órdenes militares en el siglo xiii castellano. La consolidación de los maestrazgos”, en Anuario de Estudios Medievales, 27/1 (1997), págs. 262-266; Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, 2003, págs. 153 y 207.

 

Carlos de Ayala Martínez

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