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Pedro Ibáñez

Biografía

Ibáñez, Pedro. ?, p. s. xiii – 1267. Sexto maestre de Alcántara y decimocuarto de Calatrava.

De linajuda ascendencia gallega, era hijo de Pedro Ibáñez de Novoa y de Urraca Pérez. El hermano de su padre había sido el noveno maestre de la Orden de Calatrava, Gonzalo Ibáñez (1218-1232).

Cuando Pedro Ibáñez asumió el maestrazgo alcantarino como su sexto titular en abril de 1234, venía ejerciendo ya la elevada responsabilidad de comendador mayor de la Orden. En calidad de tal, había tenido un destacado protagonismo en la reciente ocupación de La Serena y, en concreto, en las conquistas de Magacela y Zalamea. Esta actividad militar sería, ya como maestre, una de las líneas argumentales más destacables de su gestión. En perfecta sintonía con las directrices del rey Fernando III, entre 1234 y 1242 los freires alcantarinos participaron, junto a los santiaguistas, en la toma de Medellín, en la conquista de Benquerencia y en la consolidación de la presencia cristiana en La Serena, ocupando, entre otras villas y castillos, los de Zafra, Hornachuelos y Hornos. Participaron también, entre 1236 y 1248, en las conquistas andaluzas de Córdoba y Sevilla y en las de las tierras del reino de Murcia.

La importancia de esta activa presencia militar en las campañas fernandinas es posible medirla a través de las donaciones regias que el maestre y su Orden recibieron por los servicios prestados: en 1234 Fernando III les entregaba la villa y castillo de Magacela; en 1236 la iglesia de San Benito y una serie de inmuebles en Córdoba, así como, años después, un donadío en la Arruzafa y treinta yugadas cercanas a la aldea de Calzadilla; en 1241 recibían el castillo y villa de Benquerencia y tres años después el de Alcocer; en 1248 una renta de 2.300 maravedís en Sevilla, y en los años sucesivos propiedades en Guadaira y la aldea murciana de Alcantarilla; finalmente, en 1253, maestre y Orden eran beneficiados con el castillo de Salvaleón y una aldea sevillana rebautizada con el nombre de Alcantarilla.

El binomio actividad militar-incremento del patrimonio se tradujo, desde el punto de vista administrativo, en un serio avance en lo relativo a articulación comendataria del señorío. Durante el gobierno maestral de Pedro Ibáñez se constituyeron las encomiendas de Magacela y Benquerencia en La Serena y se consolidaron igualmente las más septentrionales de La Bañeza, Zamora, el viejo Pereiro y Salvaleón. Como casi siempre en estos casos, el afianzamiento del señorío —al que acompañó la concesión maestral de algunos fueros, como el de la localidad pacense de Salvaleón en 1253— provocó no pocos roces con otras instituciones, por razón de límites jurisdiccionales y títulos de propiedad. Especialmente significativos fueron los sostenidos con la Orden del Temple por la heredad de Cabeza de Esparragal, por la localidad toledana de Ronda y los términos de Capilla, Almorchón y Benquerencia; también los mantenidos con los obispos de Zamora y Coria, por el cobro de diezmos y otros derechos jurisdiccionales. Pero Pedro Ibáñez no se limitó a la defensa de su señorío en el campo de los contenciosos judiciales, sino que acudió con generosidad al plano preventivo de la protección pontificia: sólo entre 1237 y 1240 la Orden obtuvo algo más de una docena de bulas provenientes de la cancillería de Gregorio IX, la mayoría de ellas en defensa de los privilegios de su institución.

La muerte de Fernando III en 1252 y la subida al trono de Alfonso X en la primavera de aquel año supuso para Pedro Ibáñez una auténtica promoción, aunque no exenta de dificultades. Si su lealtad al Rey difunto le había valido para obtener todo tipo de concesiones beneficiosas, sus lazos de amistad hacia el nuevo Monarca fueron aún más estrechos. El cronista Rades lo expresa muy gráficamente diciendo que Alfonso X fue “muy aficionado” al maestre, tanto que hizo de él una pieza insustituible en sus proyectos de afianzamiento del poder real.

La guerra luso-castellana por la “cuestión del Algarbe”, con la que se inauguró el reinado de Alfonso X, obligó al maestre a trasladar de manera definitiva la sede del convento central de la Orden desde el núcleo fundacional de San Julián del Pereiro a Alcántara, pero sería ésta la última iniciativa llevada a cabo por Pedro Ibáñez al frente de la Orden extremeña. El rey Alfonso tenía para su leal vasallo un nuevo destino, el maestrazgo de la más poderosa Orden de Calatrava.

No se conoce con exactitud cuáles fueron las circunstancias, lo cierto es que en el transcurso de 1254 el maestre calatravo Fernando Ordóñez falleció tras ser probablemente forzado por el Rey a renunciar a su dignidad. Inmediatamente después, la voluntad del Monarca convertía a Pedro Ibáñez en nuevo responsable de la Orden de Calatrava, al frente de la cual se mantendría, aunque no de forma absolutamente pacífica, hasta su fallecimiento en 1267. A lo largo de estos trece años, el maestre se convirtió en un fiel representante del Rey y de sus particulares designios, en lo concerniente a las órdenes militares en general y a la de Calatrava en particular.

Fiel, aunque no siempre eficaz. Nada más acceder al maestrazgo, Alfonso X había solicitado del Capítulo General del Císter la unificación de las Órdenes de Calatrava y Alcántara, bajo el control de la primera y el gobierno de su nuevo maestre, pero la iniciativa no prosperaría. Pocos años después, en 1260, otra decisión real provocaba descontento e incluso escándalo en el Capítulo Cisterciense: el maestre Pedro Ibáñez, a requerimiento del Monarca, había puesto en sus manos todas las fortalezas de la Orden. Más adelante, por último, Alfonso X decidió, en 1264, trasladar la sede central de la Orden desde su convento de Calatrava hasta la villa fortificada y fronteriza de Osuna.

Las tres iniciativas tienen un único denominador común: el deseo del Rey de someter a su voluntad la Orden de Calatrava, con la activa colaboración de su maestre. Si el proyecto real se hubiera finalmente impuesto, se habría convertido en una única gran Orden Militar Cisterciense regida por un íntimo colaborador del Rey, a cuya disposición entregaba su inmenso y decisivo patrimonio castral y cuya orientación militar y fronteriza, reforzada con el traslado del convento central a Osuna, la apartaba de inevitables tentaciones de presión señorial, nacidas de una excesiva concentración fundiaria y jurisdiccional en las tierras manchegas del Campo de Calatrava. Pero ninguna de las iniciativas del Monarca, sin duda entusiásticamente apoyadas por el maestre, encontró el apoyo del conjunto de la Orden. El fracaso de las tres así lo demuestra.

Sin embargo, parece que sólo en uno de los casos, la Orden, o al menos un sector de ella, pudo responder con algo más que resistencia pasiva o actitudes testimoniales. Se trata del intento maestral de poner en manos del Monarca las fortalezas de la institución.

Es más que probable que, a raíz de la escandalosa iniciativa, algunos freires —probablemente comendadores de núcleos fortificados resistentes a los planes del Rey y su maestre— fueran expulsados del reino. Ciertamente, por aquellas fechas fue cuando debió de producirse la forzada salida del reino de algunos calatravos acusados de prestar “auxilium, consilium et favorem” a los enemigos del Rey. El papa Urbano IV intercedió por ellos en enero de 1263, facilitando los nombres de cuatro, uno de los cuales muy bien podría tratarse del comendador mayor de la Orden. De confirmarse este último dato, se podría estar ante un movimiento de cierta envergadura, dada la dignidad del implicado. Y es que, frente a un maestre impuesto por el Rey, como era Pedro Ibáñez, su discrepante comendador mayor bien podía representar una corriente de opinión, por lo menos significativa, en el interior de la Orden.

De todas formas, pocos testimonios más se pueden aducir sobre un movimiento del que es posible sospechar que pudiera tener más relevancia de lo que dejan traducir tan escasos datos. Sin embargo, también es cierto que no es difícil asociar otras noticias a la resistencia que pudo provocar entre comendadores y caballeros calatravos el intrusismo regio y la servil actitud del maestre hacia el mismo. Se sabe que algunos de ellos abandonaron la Orden, rompiendo compromisos de profesión y llevándose consigo bienes de las encomiendas. Una disposición papal de mayo de 1264 prohibía taxativamente a los freires fugitivos de la Orden de Calatrava, que profesasen en otra institución en tanto no hubieran satisfecho las caballerías, dinero u otros bienes que se hubieran llevado a expensas de ella. Debieron de producirse también encarcelamientos: no se tiene la certeza de que existiera relación directa con los acontecimientos desencadenados a raíz de 1260, pero se sabe que en 1267 el papa Clemente IV exigió al Rey la puesta en libertad de ciertos freires caballeros que se hallaban en prisión.

Se dispone, finalmente, de otro dato significativo que, hipotéticamente, podría asociarse al descontento generalizado que traducen los hechos expuestos. La crónica de Rades afirma que en 1265 el maestre Pedro Ibáñez, “viéndose muy viejo, tomó por coadjutor del maestrazgo” al clavero Juan González, al que “consintió que también se llamasse maestre”. Tal situación se prolongó todavía durante dos años, hasta que en 1267 falleció Pedro Ibáñez. El dato no deja de sorprender. Lo hace el hecho de que la consciente vejez del maestre titular no implicara una renuncia, como en otras ocasiones había sucedido, y lo hace también, sobre todo, la instauración de este inédito mecanismo de cooptación que, de hecho, convirtió el gobierno de la Orden, al menos durante dos años, en una auténtica diarquía.

Quizá la clave de tal situación hay que buscarla en lo que podría constituir una solución pactada, fruto de una lucha de intereses contradictorios: el firme apoyo de la Monarquía a un leal servidor y la creciente oposición interna que, entre caballeros y comendadores, suscitó el gobierno de un maestre autoritario, más preocupado por los intereses de la Corona que por los de su propia Orden. Las diversas iniciativas de Pedro Ibáñez —o mejor su leal colaboración en las del Rey— dejaron tras de sí destierros de freires calatravos y probablemente también huidas y encarcelamientos. En estas circunstancias no es extraño que un clamor interno se alzase contra el maestre. Muy pronto ese clamor pudo adoptar la forma de un cuestionamiento de su irregular elección. En enero de 1256, Alejandro IV recordaba que los procedimientos de institución y destitución de un maestre calatravo debían ajustarse a lo que la normativa cisterciense prescribía para los abades de la Orden. La firme actitud del Rey impediría que la oposición pudiera materializarse en algo más concreto, pero lo que probablemente no pudo impedir es que, arguyendo la vejez del maestre, el clavero de la Orden fuera aupado por el Capítulo a la más alta responsabilidad de la institución, con el fin de fiscalizar la acción del maestre titular. Y es que, si la iniciativa del nombramiento de coadjutor hubiera partido de Pedro Ibáñez, lo coherente es que hubiera estado acompañada de su propia renuncia y no de la irregular atribución del título de maestre para quien no había sido elegido como tal. No deja de ser significativo, por otra parte, que el maestre-coadjutor, confirmado en la dignidad tras el fallecimiento de Pedro Ibáñez, no se mostrara nunca especialmente leal al rey Alfonso X. No era, sin duda, su candidato, como tampoco lo fue seguramente del realista maestre anterior: su ascenso era más bien el resultado de una transacción que había garantizado la continuidad de su predecesor y que permitía ahora el mantenimiento de una pacífica sumisión de la Orden hacia la Corona.

No pensemos, sin embargo, que todo el gobierno maestral de Pedro Ibáñez al frente de Calatrava fue un mero rosario de crisis internas de carácter institucional. La Orden en este período cumplió con eficacia sus tareas habituales de control e intervención en la frontera. Se sabe, por ejemplo, que, junto a santiaguistas, la presencia de freires calatravos en ella fue decisiva para pacificar en 1253 las revueltas producidas en tierras gaditano-sevillanas, en vísperas, por tanto, del acceso de Pedro Ibáñez al maestrazgo, y no parece improbable que esos mismos freires actuaran en 1262 frente a la Niebla musulmana; lo que, desde luego, sí hicieron fue protagonizar conocidos episodios en la neutralización de la insurrección mudéjar-granadina de 1264; ejemplo de ello fue el heroico comportamiento del comendador de Matrera al frente de su fortaleza, que es narrado por la Crónica de Alfonso X. Claramente, a raíz de entonces, calatravos, y también santiaguistas, se erigirían en guardianes de la nueva y consolidada frontera con Granada.

La muerte del maestre Pedro Ibáñez, coartado en su autoridad en sus dos últimos años de vida, le sorprendió en 1267, cuando aún la sublevación mudéjar-granadina no había sido definitivamente sofocada.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Alcantara, y parte Chronica de Calatraua, Toledo, Juan de Ayala, 1572, fols. 9v.-10v. y fols. 44r.-45r. respect. (ed. facs., Barcelona, Ediciones El Albir, 1980); I. J. de Ortega y Cotes, J. F. Álvarez de Baquedano y P. de Ortega Zúñiga y Aranda, Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava, Madrid, 1761 (ed. facs. Barcelona, Ediciones El Albir, 1981), págs. 89-126; A. de Torres y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, t. I, Madrid, Imprenta de D. Gabriel Ramírez, 1763, págs. 264-340; C. de Ayala Martínez, “Las órdenes militares en el siglo xiii castellano. La consolidación de los maestrazgos”, en Anuario de Estudios Medievales, 27/1 (1997), págs. 258-266; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 68- 135; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, Marcial Pons Historia-Latorre Literaria, 2003, págs. 311-316, 334, 711 y 729.

 

Carlos de Ayala Martínez

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