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García Fernández

Biografía

Fernández, García. ?, p. m. s. xiii – 1284. Séptimo maestre de la Orden de Alcántara.

Fue natural de Galicia pero su linaje de procedencia no resulta evidente si se debe vincularlo al solar pontevedrés de los Barrantes o, como parece más probable, al orensano de Ambia. En cualquier caso era clavero de la Orden de Alcántara cuando a comienzos de 1254 la voluntad real le puso al frente de la milicia como séptimo titular del maestrazgo y sucesor de Pedro Ibáñez. En efecto, fue entonces cuando Alfonso X procedió a un reajuste a nivel de dignidades maestrales acorde con sus indisimulados designios centralizadores y, más en concreto, con su deseo de obtener una mayor cuota de control sobre las Órdenes Militares.

Consecuencia de todo ello fue la designación de su fiel consejero Pedro Ibáñez como maestre de Calatrava y su sustitución al frente de Alcántara por otro hombre de previsible lealtad alfonsina como era el clavero García Fernández.

Desde luego, el nuevo maestre no defraudó las expectativas de Alfonso X, ya que su larga gestión al frente del gobierno de la Orden, treinta años, estuvo jalonada por servicios a la Monarquía de muy diversa índole. Se sabe, por ejemplo, que en compañía de los maestres de Santiago y Calatrava estuvo a comienzos de 1256 en hueste a servicio de Dios y a servicio del Rey sofocando el levantamiento musulmán que en aquella fecha se produjo en Orihuela. No se tienen datos ciertos que avalen la intervención del maestre García Fernández en esa otra gran rebelión de los mudéjares andaluces y murcianos que, en connivencia con el emir de Granada, protagonizaron entre 1264 y 1268, pero algún indicio permite suponerla; para empezar, y desde hacía no mucho tiempo, los alcantarinos disponían de propiedades en algunas de las zonas afectadas, concretamente en las comarcas de Sanlúcar y Jerez. Se sabe, por otra parte, que el maestre sí estuvo atento a la defensa del reino cuando se produjo el desembarco de los meriníes en Tarifa en mayo de 1275.

Con todo, no fueron las intervenciones frente a los musulmanes el aspecto más llamativo de la leal predisposición de García Fernández hacia Alfonso X y su política. En este sentido resulta mucho más significativo su alineamiento con las tesis realistas en los diversos enfrentamientos que sostuvo el Rey Sabio con distintos sectores del reino, y en especial con los nobiliarios.

García Fernández queda, en efecto, al margen de las críticas que el Monarca dirige a otros responsables de Órdenes Militares, en concreto al santiaguista Pelayo Pérez Correa y al calatravo Juan González, con motivo de la actitud ambigua, cuando no desleal, que mostraron en el transcurso de la desestabilizadora crisis de 1271-1273. Pero donde el alineamiento del maestre alcantarino junto al Monarca resultó más firme, incluso contundente, fue con motivo de la sublevación del infante Sancho, líder de un importante sector del reino enfrentado en abierta guerra civil contra Alfonso X entre 1282 y 1284. En aquella ocasión, y cuando el resto de las Órdenes Militares con sus respectivos maestres al frente cerraban filas en torno al infante rebelde, la excepción la constituyó la milicia alcantarina, o quizá más bien el leal alfonsino que era García Fernández, ya que algunos significativos sectores de la Orden mostraron su disconformidad respecto al maestre y su inequívoco apoyo al Monarca. En efecto, Alfonso X había dado orden en 1282 a García Fernández para que combatiese al infante Sancho desde todas las villas y fortalezas de su jurisdicción, una orden que el maestre se apresuró a cumplir haciendo un llamamiento a todos los castillos de los partidos de La Serena y de Alcántara. A ese llamamiento no respondieron unánimemente todos los miembros de la milicia; no lo hizo, al menos Fernando Páez, comendador mayor de la Orden, que abrió el castillo de Alcántara al infante Sancho y sus seguidores, desoyendo clamorosamente las instrucciones de su maestre. Parece poco probable que tan destacado freire alcantarino actuara de forma aislada, máxime teniendo en cuenta que, en el fragor de la contienda y cuando aún vivía García Fernández, muy probablemente se llegó a proclamar maestre con el apoyo del infante rebelde.

El leal talante del maestre García Fernández hacia el Rey se vio generosamente recompensando a lo largo de todo su prolongado gobierno. Nada más acceder al maestrazgo, entre 1254 y 1255, Alfonso X le hizo objeto de más de quince privilegios confirmatorios que contribuyeron a consolidar de manera muy eficaz las propiedades y derechos de la Orden.

Lo mismo hizo el papa Alejandro IV en el transcurso de los años 1258 y 1259, cuando la Cancillería pontificia, en un contexto de armónicas relaciones con el rey de Castilla y quizá precisamente por ello, expidió casi una docena de bulas a favor de la Orden de Alcántara preservando derechos y viejos privilegios eclesiásticos de la milicia. Muy activo se mostró, por otra parte, Alfonso X a la hora de premiar al maestre alcantarino incrementando el magro patrimonio de que disponían sus freires en las feraces tierras de Andalucía: en los años sesenta recibían bienes en tierras de Sanlúcar y Jerez, y más adelante, en 1279, las villas y castillos de Morón y Cote, aunque, eso sí, con una condición que el enrarecido clima político, que muy pronto se impuso en Castilla, impidió materializar: la ubicación del convento mayor de la Orden en Morón. En ese enrarecido clima político, convertido en abierta guerra civil, se produciría la última gran muestra de afecto y agradecida confianza del Rey hacia el fiel maestre: su nombramiento como albacea en el codicilo testamentario de enero de 1284.

Al margen de las fecundas consecuencias que se derivan de los vínculos políticos entre Rey y maestre, y aunque quizá tampoco en este caso convenga olvidarse de ellas, García Fernández debe ser considerado como uno de los más decisivos responsables de la Orden de Alcántara en lo relativo a la definitiva institucionalización de la milicia. Seguramente no es equivocado atribuirle un especial protagonismo en el proceso de constitución de una diferenciada mesa maestral que intentó ser base firme para el ejercicio de una inequívoca autoridad sobre el conjunto del señorío, un señorío perfectamente articulado ya sobre una vasta red de encomiendas. Quizá esta decidida apuesta de García Fernández, que venía a reforzar su poder como maestre frente a la privilegiada oligarquía de freires comendadores, fue posible gracias al inequívoco apoyo del Rey, atento a favorecer entre las Órdenes Militares modelos de centralización más fáciles de controlar. Pero es posible que esta apuesta encontrara también la firme oposición de no pocos freires que, aprovechando los aires de reivindicación señorial que traía consigo la revuelta de don Sancho, creyeran llegado el momento de defender privilegios y rentas frente al autoritarismo maestral: el comendador mayor, Fernando Páez, abierto partidario del infante, bien pudo ser el intérprete de este receloso y oligárquico sentimiento.

En cualquier caso, el maestrazgo de García Fernández contempló un importante avance en la territorialización del sistema comendatario. Durante el mismo hay referencias de comendadores en Toro, Destriana y Bercial, noticias acerca de la bailía de Valhelas y datos indirectos sobre los primeros comendadores de Valencia de Alcántara. Tampoco es cuestionable la excepcional labor de consolidación poblacional llevada a cabo por el maestre y materializada en la concesión de casi una decena de cartas forales: en 1256 a Villabuena de Gata y Raigadas, un año después a Alcántara, en 1262 a Valencia de Alcántara, en 1266 a La Zarza y dos años después a Rollán y Becilla de Valderaduey, y finalmente, en 1270, a Zalamea. Desde luego, tampoco le faltó ánimo al maestre para defender la jurisdicción de su señorío frente a templarios y hospitalarios y sobre todo frente a los obispos de Coria, Badajoz, Zamora o Idanha.

La muerte del maestre, en los primeros meses de 1284, no debió producirse mucho después de la del rey Alfonso X. Su cuerpo recibió sepultura en la iglesia conventual de Alcántara, sede ya consolidada de la Orden.

 

Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara. Parte Chronica de Alcantara, fols. 10v.-11v., Toledo, 1572 (ed. facs. Barcelona, Ediciones “El Albir”, 1980); A. de Torres y Tapia, Crónica de la Orden de Alcántara, t. I, Madrid, Gabriel Ramírez, 1763, págs. 341-414; C. de Ayala Martínez, “Las órdenes militares en el siglo xiii castellano. La consolidación de los maestrazgos”, en Anuario de Estudios Medievales, 27, 1 (1997), págs. 273- 277; B. Palacios Martín (ed.), Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara (1157?-1494), I. De los orígenes a 1454, Madrid, Editorial Complutense, 2000, págs. 133-228; C. de Ayala Martínez, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos xii-xv), Madrid, Marcial Pons Historia- Latorre Literaria, 2003, págs. 205, 334 y 629; F. Novoa Portela, “Algunas consideraciones sobre los Maestres alcantarinos desde el nacimiento de la Orden hasta 1350”, en Revista de Estudios Extremeños, 59 (2003), págs. 1068-1069.

 

Carlos de Ayala Martínez

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