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Jaime Antonio Lefevre

Biografía

Lefevre, Jaime Antonio. Alsacia (Francia), 20.IV.1689 – ?, c. 1747. Jesuita (SI), bibliotecario, confesor real.

Ingresó a los quince años en la Compañía de Jesús (1704) y, tras sus estudios y una estancia en Estrasburgo, sustituyó a su fallecimiento al también jesuita Guillermo Clerck (o Clarke) en el confesionario real de Felipe V, pues el heredero don Fernando le profesaba gran simpatía por haber recibido de sus labios consuelos de muchas melancolías. Mientras la reina Isabel de Farnesio seguía obsesionada con los casamientos de sus hijos, después de los triunfos y derrotas de la Corona española en Italia, el 9 de de julio de 1746, el Rey exclamó: “Yo me muero; que llamen a un confesor”. Antes de que llegase el padre Lefevre, al incorporarse, una cogestión acabó con la vida del débil Felipe V, sólo en presencia de Isabel de Farnesio y del confesor de ésta, a la sazón Antonio Miloni, que apareció apresuradamente y le dio la absolución condicional.

Cuando llegó Lefevre animó a los médicos a una sangría, que no pudo evitar la muerte del Monarca, por la cual subían al trono su hijo Fernando y Bárbara de Braganza.

El aparentemente débil, tímido y escrupuloso Fernando VI mantuvo en un principio al jesuita francés en el confesionario real. Según el nuncio, “era un hombre probo y franco, que no se movía por sus intereses, sino por principios de moral, muy rigorista, y afecto a la Compañía”. Esta tozudez motivó probablemente su posición irreducible y el recelo de Roma en el asunto del Patronato: tradición regalista española según la cual el Rey mantenía una serie de privilegios en su relación con la Santa Sede. Convencido además de que el Vaticano hostilizaba por entonces a la Compañía de Jesús, adoptó una actitud contraria a las pretensiones vaticanas, mostrándose decididamente regalista. Tanto las gestiones del nuncio Enrico Enríquez para ganárselo como la mediación del embajador de Francia para que el confesor “diventara católico romano” resultaron inútiles, mientras el Rey compartía por entero la opinión del jesuita.

Ante esta complicada situación, el nuncio, aconsejado por el embajador de Portugal, solicitó al Papa que escribiese al monarca lusitano para que éste intercediese ante su hija, la reina Bárbara de Braganza, y de este modo inclinase al Monarca a soluciones de concordia, desentendiéndole de los consejos del confesor.

El ministro Carvajal y el embajador portugués se encargaron así de eliminarle, y, no sin resistencia por parte de los Reyes, fue exonerado de su cargo.

Sorprendido por la noticia, pues la gestión se realizó con el mayor sigilo —la desconocía incluso el marqués de la Ensenada—, el confesor rehusó toda clase de regalos y el dinero que se le ofrecía. Cuando el 16 de abril de 1747, se dirigía a impartir el sacramento de la reconciliación a Fernando VI, pidió al Rey que le dijese si no estaba contento con sus servicios.

Éste se limitó a contestar que sus súbditos deseaban que tomase un confesor español, si bien él podía continuar confesando a la reina Bárbara de Braganza, mientras la portuguesa encontraba quién la dirigiese.

Lefevre se negó y se dirigió en cambio al palacio de los Afligidos a confesar a la infanta María Antonia.

Esto, según afirma él mismo en carta al obispo de Rennes, le acabó de perder. Aquella tarde se le cesaba en su cargo, aunque se le permitía el uso de un coche y todas sus asistencias. El jesuita dijo a Carvajal que renunciaba a todo y que tenía bastante con tomar una galera y restituirse a su colegio, en donde no necesitaba cosa alguna: que lo que importaban sus asistencias “podía S.M. aplicarlo a tantas deudas de justicia a favor de sus vasallos”, y que así se lo dijera al Rey de su parte.

A la carta de Carvajal, dirigida al secretario de Isabel de Farnesio encargándole que eligiera confesor de los infantes, la respuesta fue que sus altezas querían continuar con el padre Lefevre, pues desde pequeños dirigía sus conciencias, y que la Reina unía sus súplicas a las de sus hijos para que el jesuita suspendiera su previsto viaje a Francia. El Rey, con su estilo directo, dispuso que habrían de elegir confesor español. No sin rabia, Bárbara de Braganza tomó como confesor al jesuita Joaquín González, rector de Valladolid, y los infantes a otro padre de la Compañía, Martín García, rector del colegio de Granada, mientras Lefevre era puesto, sin más, en la frontera de Francia en un coche de la real caballeriza. Lefevre falleció probablemente en el país galo en torno a 1747.

 

Bibl.: A. Laguna, Carta sobre la vida y muerte del P. Guillermo Clarke, s. l., 1743; V. Bacallar, marqués de San Felipe, Comentarios de la guerra e Historia de su rey Felipe el animoso, Génova, Matheo Gavizza, 1782; W. Coxe, España bajo el reinado de la Casa de Borbón, Madrid, Mellado, 1846; A. Baudrillart, Philippe V et la Cours de France, París, 1890; A. Astrain, “El Confesor del Rey”, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, t. VII, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1925, pág. 164; J. de Uriarte y M. Lecina, Biblioteca de escritores de Compañía de Jesús pertenecientes a la antigua Asistencia de España, t. II, Madrid, A. Ferrusola, 1925-1930, pág. 240; L. Cuesta, “Jesuitas confesores de reyes y directores de la Biblioteca Nacional”, en Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, 69 (1961), págs. 129-174; M. Gutiérrez Semprún, “Confesores jesuitas de los reyes de España”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 601-602; P. M. Lamet, Yo te absuelvo majestad: Confesores de Reyes y reinas de España, 219-221, Madrid, Temas de Hoy, 1991-2004.

 

Pedro Miguel Lamet