Vera Sales, Enrique. Toledo, 3.XI.1886 – Madrid, 1.XII.1956. Pintor.
Nacido de una familia de artistas, en el ambiente finisecular de Toledo transcurrió su infancia y primera formación artística, entre las lecciones recibidas en el taller familiar y las clases del instituto de segunda enseñanza.
Sería el mayor de nueve hermanos vivos. Su abuelo, el pintor Pablo Vera y Bañón, discípulo de Joaquín Espalter y autor de las pinturas de la Sala de Jueces del Ayuntamiento de Burgos, se instaló en Toledo hacia 1870, donde había sido llamado para trabajar en la decoración de la capilla del restaurado Alcázar.
En la ciudad formó parte del Ateneo, escribiendo con frecuencia en las páginas de su órgano de prensa, y se destacó como animador del movimiento federalista y republicano local; murió en 1897. Su hijo José Vera y González, nacido en Burgos en 1863, padre de Enrique, fue su fiel continuador en los planos artístico e ideológico. En 1898 decoró el techo de la Sala Capitular del Ayuntamiento de Toledo, y como pintor paisajista imbuyó en Enrique los usos de la pintura al aire libre, ya con la ciudad de Toledo como modelo, ya en el curso de viajes que en 1900 conducen a Austria a padre e hijo. La educación del joven pintor fue la gran empresa personal de José Vera, e hizo gala de ella al retratar a Enrique, con dieciséis años, trabajando ante el caballete, en la portada que la revista Blanco y Negro le encargase para su publicación del sábado 26 de abril de 1902. Poco después, en 1904, Enrique Vera obtuvo el 1.er Premio del concurso de carteles para las Ferias de Toledo, y en 1906 ingresó en la Escuela Especial de Pintura, cuyas clases alternaba con las recibidas de Joaquín Sorolla en el Ateneo de Madrid.
Hasta 1910, se matriculó anualmente en la Escuela, sin abandonar las clases por consecuencia del servicio militar que cumplió en Madrid, pero en agosto de 1909 fue destinado con su unidad a Melilla, entrando en combate a los pocos días de su llegada. Se licenció en escasos meses y, condecorado por el Ejército con Medalla de Plata y distintivo rojo, consiguió en la exposición de Bellas Artes de 1910, en virtud del fallo de la crítica, una bolsa de viaje para ampliación de estudios en Francia, Suiza e Italia. En 1911 residió en Seelowitz (Moravia), y en la ciudad de Graz (Austria), pintando en clave impresionista abundantes vistas urbanas y paisajes estirianos, escenas de Venecia y de la isla adriática de Lussino. Desde Graz envió en 1912 sus obras a exposiciones en Viena y Múnich, y a la Nacional de Bellas Artes de Madrid, numerosos paisajes y apuntes austríacos e italianos, que le valdrán una mención honorífica y una pensión de la Diputación de Toledo para continuar sus estudios. Pensionado igualmente por la Fábrica de Armas toledana, trasladó luego su residencia a Viena, para estudiar esmalte sobre metales en la Kunstgewerbeschule. El estallido de la Gran Guerra le encontró en Toledo, organizando el taller de esmaltes de la Fábrica, y en agosto de 1914, sus paisajes toledanos y austríacos se exhibieron en la sala capitular del Ayuntamiento, con mediano relieve público. En mayo de 1915, sin embargo, colgó noventa y siete cuadros en las paredes del Salón Iturrioz, de Madrid, obteniendo un resonante éxito de crítica y ventas. La infanta Isabel de Borbón, Aureliano de Beruete, José Canalejas y otros personajes de la aristocracia y alta burguesía madrileña, se hicieron con sus obras.
Entre 1915 y 1920 se sucedieron sus viajes pintorescos por la Península Ibérica, en compañía de su padre José y de su hermano, también pintor, Pablo.
Simultáneamente, celebró exposiciones en Madrid, Bilbao, Oviedo, Santander y Toledo. En septiembre de 1916 la reina María Cristina visitó repetidamente su exposición en los salones de El Pueblo Vasco, en San Sebastián, adquiriendo una decena de cuadros del artista. Pintó Vera en Pasajes, Pancorbo y Segovia a su regreso a Toledo, dando lugar a nuevas exposiciones que tuvieron la Ciudad Imperial como principal protagonista. En 1917, el crítico Francisco Alcántara, buen conocedor de los problemas que aquejaban al patrimonio toledano, caracterizaría en Vera el final del viejo reto por representar la imposible luz del paisaje castellano. En 1918, siendo director artístico de la revista de carácter regionalista Castilla, trabajó en Cuenca y Sigüenza, dedicando a las viejas capitales castellanas una exposición celebrada un año después en el Gran Casino de El Sardinero, de la capital cántabra.
Sin embargo, con la mala acogida que en 1920 la crítica vasca, más interesada en trascender la visualidad del paisaje que en la sencillez y transparencia de la visión, diese a sus cuadros en el Ateneo bilbaíno, Vera decidió cerrar una etapa de su vida, y establecerse en su ciudad dedicado a la enseñanza artística y la promoción de la imagen de Toledo.
Toledo será ya su casi exclusiva inspiración, con cuyas vistas y paisajes afirmó en las exposiciones nacionales la fama y el reconocimiento crítico que cosechase en las galerías durante la década pasada. En 1922 obtuvo con una vista parcial de Toledo la 3.ª Medalla, viéndose sus cuadros en el Salón Witcomb de Buenos Aires, donde los llevase en el equipaje su hermano Pablo, emigrado a la Argentina en aquel mismo año. En Toledo, desempeñó, desde 1923, el encargo de maestro del Taller de Escenografía y Pintura sobre telas, en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, en la que ya había actuado como ayudante meritorio desde tiempo atrás.
En 1924 presentó dos grandes panorámicas de Toledo en la Exposición Nacional. Tras celebrar su ascendente en el viejo pintor romántico Pérez Villaamil, el crítico Vegue y Goldoni le incluyó con ambas en la estirpe de Beruete, por su hallazgo “de las notas del color netamente toledano”. Entre 1926 y 1928 la revista Blanco y Negro publicó frecuentes portadas y páginas artísticas de Vera, en las que, pintando al temple en clave impresionista, obtuvo unas calidades visuales y decorativas, polivalentes tanto para la ilustración gráfica como para la pintura de caballete, y que en 1927 fueron celebradas por la crítica de Barcelona en la última exposición que celebró fuera de Toledo.
Desde 1929 era numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, a la que accedió con un discurso titulado Toledo en su aspecto pictórico. En 1931 fue nombrado representante en Toledo del Patronato Nacional de Turismo, mientras seguía cultivando la ilustración gráfica como síntesis decorativa y visual de las atmósferas de luz y color de su ciudad. Dibujó por entonces numerosas portadas de revistas locales y regionales, sin dejar de aparecer sus temples toledanos en Blanco y Negro. En agosto de 1936, con la ciudad desbaratada por la sublevación del Alcázar, Vera trabajó en el inventario y recogida de bienes culturales en los conventos toledanos, colaborando con el Comité de Defensa del Patrimonio creado en la ciudad por el Frente Popular. Su padre José Vera, que fuera presidente local del Partido Republicano Radical Socialista, murió el 27 de septiembre, aparentemente de muerte natural, el mismo día que entraba en Toledo a sangre y fuego el Ejército de África. No obstante, colaborando a su vez con el juez especial nombrado por los rebeldes para investigar la actuación de aquel Comité, quedó Enrique Vera libre de responsabilidad y fue nombrado alférez de Vanguardia adscrito a la Comisaría General del Patrimonio Artístico Nacional. En 1945 obtuvo el Premio del Ejército de la Exposición Nacional con una vista parcial de Toledo y el Tajo desde las rocas del valle, dominada por los relieves del derruido Alcázar, y concedido por un jurado presidido por el veterano crítico José Francés.
Alarmado por las penosas vicisitudes que en las décadas posteriores a la Guerra Civil sufrió el patrimonio cultural toledano, y encerrado en su actividad docente de la Escuela de Artes, pasó Vera en Toledo los últimos años de su vida. Obsesionado con retrasar su jubilación hasta cuando le fuera posible, ésta le llegó finalmente el 3 de noviembre de 1956, al cumplir la edad reglamentaria de setenta años. Habiendo viajado a Madrid para tratar en el Ministerio asuntos relacionados con su nueva situación, se suicidó ahorcándose en la noche del 1 al 2 de diciembre de aquel año.
Obras de ~: Toledo desde San Lucas, c. 1915; Vista de Segovia (Otoño), 1916; Jardín de Cigarral con Toledo al fondo, 1923; Vista de Toledo, 1924; Puente de Alcántara y Castillo de San Servando, 1924; Puente de Alcántara y Covachuelas (Toledo), 1926; Toledo desde los Cigarrales, 1926; Vista de Toledo desde el camino de la Virgen del Valle, c. 1927; Vista de Toledo, 1928- 1929; Puerta del Corral de Don Diego, 1928; Toledo desde los Cigarrales, 1948; Barco de Pasaje, c. 1948.
Bibl.: S. Gómez Eizaguirre, “Crónica de Arte. Exposición Enrique Vera”, en El Pueblo Vasco (San Sebastián), 15 de septiembre de 1916; J. Francés, “El paisajista Enrique Vera”, en La Esfera (Madrid), n.º 149, 4 de noviembre de 1916; F. Alcántara, “Notas de Arte. Exposición de Enrique Vera en la Casa Iturrioz”, en El Imparcial (Madrid), 22 de abril de 1917; J. Iribarne, “El movimiento artístico en el País Vasco”, en Cervantes. Revista Hispano- Americana (Madrid) (mayo de 1919); F. Dorado Martín, Pablo, José y Enrique Vera, tres pintores de Toledo, Toledo, Diputación Provincial, 1986; J. P. Muñoz Herrera, “Enrique Vera Sales. El Poeta de la Luz. Biografía crítica”, A. Serrano de la Cruz Peinado, “El toledanismo de Enrique Vera en su contexto artístico” y J. Cobo, “Perfil intelectual de una familia de artistas”, en Enrique Vera. El Paisaje y la Luz, Toledo, 2003.
José Pedro Muñoz Herrera