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Francisco de Rojas y Escobar

Biografía

Rojas y Escobar, Francisco de. Toledo, c. 1446 – 23.II.1523. Diplomático, caballero de la Orden de Calatrava y comendador mayor de Mestanza, de Puertollano, de Almodóvar del Campo y de Aceca.

Primogénito del matrimonio formado en 1443 por Alonso de Cáceres y Escobar y Marina de Rojas, los primeros años de su vida debió de pasarlos en el seno de la casa familiar en Toledo a cuya nobleza pertenecían sus padres y demás familiares. Dado su carácter de primogenitura y heredero, por tanto, de los principales títulos y distinciones de tan esclarecido linaje, su formación se orientó al principio al ejercicio de las armas, donde, como otros nobles de su tiempo, encontró en el escenario de la guerra de Granada el lugar idóneo para mostrar sus dotes y cualidades personales, a la vez que un decidido apoyo hacia el proyecto político y religioso que encarnaban los Reyes Católicos. No obstante, no faltó tampoco en sus años de niñez y juventud una esmerada instrucción en el campo del intelecto y la cultura, llegando a graduarse en Cánones y Leyes, siendo por ello reconocido como uno de los grandes letrados de su tiempo y, asimismo, uno de aquellos miembros de la aristocracia castellana que encarnaban los valores y categorías del caballero que no sólo no despreciaba sino que reconocía la utilidad de la formación intelectual en el seno de una sociedad que, cada vez más, apostaba por estos valores.

A mediados de 1480 comenzó su actividad diplomática, la cual habría de prolongarse prácticamente hasta el final de sus días. Su primera misión le llevó a Roma en tiempos de Inocencio VIII con la intención de obtener del Pontífice el reconocimiento pleno sobre la autoridad y potestad de los Reyes Católicos en relación con los asuntos de la Iglesia española, especialmente en todo lo que tenía que ver con la provisión del arzobispado de Sevilla hacia la que el Papa tuvo que ceder en beneficio de la voluntad real. No faltaron tampoco en aquella primera embajada otros asuntos, como la obtención de las bulas y licencias necesarias para la fundación del Monasterio de Comendadoras de la Orden de Santiago de Granada y, de carácter algo más espinoso, la concesión de la bula de la Cruzada hacia la que canalizó todos sus esfuerzos y para la que también fue enviado a Roma de forma extraordinaria el embajador Íñigo López de Mendoza, II conde de Tendilla.

Nada más volver de su embajada romana a finales de 1491, a comienzos del año siguiente fue enviado, de nuevo como embajador, a Bretaña con la intención de actuar, en nombre de los Reyes Católicos, como mediador en el conflicto entre la duquesa Ana de Bretaña y el rey Carlos de Francia después de que este último pretendiera anexionar el ducado a la Corona gala a la muerte del padre de aquélla.

Roma y Bretaña se convirtieron, pues, en el escenario de la formación diplomática de Francisco de Rojas que, en 1493, recibió uno de sus encargos de mayor responsabilidad al ser enviado a la Corte alemana de los Habsburgo para tratar directamente con el emperador Maximiliano sobre el enlace del príncipe Juan, primogénito de los Reyes Católicos, con la archiduquesa Margarita de Austria, así como el de la princesa Juana y el archiduque Felipe, en el marco de aquella política de alianzas matrimoniales en las que los Monarcas habían puesto mayor énfasis e interés por los beneficios políticos y hegemónicos que de ello podían obtener. No era éste un asunto sencillo de resolver, sobre todo por los múltiples recelos que tal proyecto podía despertar en otras potencias cercanas, como era el caso de Francia, que reconocía así las verdaderas intenciones que traducían esta doble unión. Durante casi dos años anduvo Francisco de Rojas moviéndose por las principales Cortes de Francia, Alemania y Flandes allanando cualquier tipo de disensión y abriendo el camino de un acuerdo global que hiciera posible el matrimonio de los príncipes con los archiduques, hasta que el 10 de febrero de 1496, en virtud de los poderes que tenía asumidos, se desposó en Bruselas con Felipe y Margarita de Austria y en nombre de los príncipes españoles, Juana y Juan respectivamente.

Celebrado el doble enlace y antes de partir de nuevo hacia España, le encomendaron los Reyes Católicos que regresara con la archiduquesa Margarita con objeto de celebrar en tierras hispánicas, y con toda la solemnidad que el acontecimiento demandaba, su matrimonio con el príncipe heredero, en el que los Monarcas habían puesto todas sus esperanzas de sucesión dinástica, aunque la temprana muerte del mimo poco tiempo después fue el inicio de una serie de largos proyectos frustrados.

Su permanencia en Flandes durante todo el tiempo que duraron las negociaciones, primero, y preparación, después, del doble matrimonio real, permitió estar a Francisco de Rojas en contacto directo con la rica cultura flamenca con la que se relacionan buena parte de sus experiencias como promotor y mecenas, especialmente de objetos artísticos, pues a su regreso, entre otras cosas, regaló a la reina Isabel la Católica un extraordinario Breviario, conservado en la actualidad en la British Library de Londres, cuyas miniaturas habían sido ilustradas por Gerard David, uno de los grandes maestros de la pintura flamenca del siglo xv. Asimismo encargó allí un retablo, ahora en paradero desconocido, en el que él mismo aparece representado y que, según parece, pudo ser realizado por Hans Memling, otro artista igualmente representativo de esta época.

De nuevo en España y hasta su reincorporación a nuevas misiones diplomáticas se instaló en Toledo para tratar algunos asuntos relacionados con la casa y familia de la que era titular. En 1498 fue, no obstante, nuevamente convocado para marchar a Roma en donde iba a desempeñar una embajada cerca de la Santa Sede.

En esta ocasión la tarea principal de su actividad giraba en torno a los problemas que habían vuelto a surgir con la ocupación del Reino de Nápoles, que era entonces la principal causa de preocupación de los monarcas españoles ante un inminente peligro de pérdida de prestigio y hegemonía en la península italiana si se perdía este reino. Ocho años duró su estancia romana, a lo largo de los cuales confirmó también una bula papal que aseguraba a los Reyes Católicos el control perpetuo de las rentas de las órdenes militares. Intervino, además, en la elección de algunos pontífices de la época, como Alejandro VI, Pío III y Julio II.

En 1507 vino de su embajada Francisco de Rojas, siendo recibido por el rey Fernando y demás miembros de la Corte para dar cuenta de todo lo realizado, al fin de lo cual se trasladó a Toledo, no sin antes ser recompensando por sus servicios con el nombramiento de comendador mayor de Mestanza, de Puertollano, de Almodóvar del Campo y de Aceca, villas vinculadas con la Orden de Calatrava de la que fue uno de sus más importantes componentes. De Roma se trajo también algunas bulas pontificias para instituir dos o más mayorazgos así como una o dos capillas y, lo más importante, una bula juliana que le autorizaba a elegir el lugar que desease para su enterramiento y el de sus familiares, constituyendo así el primer paso para una importante fundación que se materializaría en la construcción de la capilla de la Epifanía de la iglesia de San Andrés de Toledo, donde quedaron instalados los cuerpos de sus padres y donde ordenó que fuese llevado el suyo al fin de sus días.

No vio cumplido, sin embargo, uno de sus deseos más anhelados, el de la obtención del hábito y capelo cardenalicio y, aunque repetidas veces los solicitó al Rey, no encontró éste nunca el momento adecuado para atender la petición del embajador. Fue en 1505 cuando finalmente lo solicitó al Pontífice a través del Sacro Colegio de Cardenales de la Iglesia de Roma, aunque presentando a dos candidatos, Francisco de Cisneros y Francisco de Rojas, obteniéndolo el primero sin gran dificultad.

Hasta la muerte de Fernando el Católico en 1516 y todavía después de ella, no cesó la participación de Francisco de Rojas en el marco político de su tiempo tal y como demuestra su intervención en el episodio de las Comunidades de Castilla, que fueron, además, de especial virulencia en las tierras toledanas donde éste tenía su residencia. En ellas aportó parte del dinero necesario para componer la defensa contra los comuneros, lo que le trajo no pocos problemas con los partidarios de estos, hasta el punto de verse obligado a refugiarse en la localidad de Layos, próxima a Toledo, que había comprado algún tiempo antes a los descendientes del adelantado de Castilla, Juan Carrillo.

Murió en Toledo el 23 de febrero de 1523 y, como afirmaba un siglo más tarde uno de sus descendientes, “cargado de años, i enfermedades que la vejez trae consigo, i lleno de virtudes, i seruicios hechos a sus Reies, i señores, y de agradecimientos que sus Magestados mostraron, i esperanças que le dieron de satisfacerlos [...]”.

 

Fuentes y bibl.: P. de Rojas, Discursos ilustres, históricos i genealógicos, a Don Pedro Pacheco, del Consejo de su Magestad en el supremo de Castilla, i general Inquisición, i Canónigo de la Santa Iglesia de Cuencia, por D. Pedro de Rojas, cavallero de la Orden de Calatrava, Conde de Mora, Señor de la Villa de Laios i el Castañar, Toledo, Juan Ruiz de Pereda, impresor del Rey nuestro señor, 1636; A. Rodríguez Villa, “Don Francisco de Rojas, embajador de los Reyes Católicos”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, XXVIII y XXIX (1896), págs. 180- 202, 295-339, 364-402, 440-474 y págs. 5-69, respect.; P. de Rojas, Historia de la Imperial, Nobilísima, Inclita y Esclarecida ciudad de Toledo, Toledo, Zocodover, 1948; F. de Borja San Román y Fernández, “La parroquia de San Andrés. Notas históricas”, en Toletum, 15 (1984), págs. 207-219; M. P. López Pita, “Francisco de Rojas: embajador de los Reyes Católicos”, en Cuadernos de Investigación Histórica. Publicación del Seminario Cisneros de la Fundación Universitaria Española, 15 (1994), págs. 99-157; M. Á. Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia Española, vol. IV, Madrid, Biblioteca de Diplomática Española y Ministerio de Asuntos Exteriores, 1995; J. M. Martín García, Arte y diplomacia en el reinado de los Reyes Católicos, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2002.

 

Juan Manuel Martín García