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Alberto Gómez de las Bárcenas

Biografía

Gómez de las Bárcenas, Alberto. Madrid, 22.XII.1927 – Angola, 5.V.1997. Monje cisterciense (OCist.), fundador de una Trapa femenina en Angola, historiador.

A pesar de haber nacido en Madrid, vivió en Palencia y se educó en el colegio de los maristas. Dada su proximidad a la abadía de la Trapa de San Isidro de Dueñas, nada extraña que sintiera muy pronto la llamada de Dios hacia aquel monasterio, donde ingresó a los dieciocho años. De carácter alegre y simpático, parecía hecho para la vida de comunidad, habiendo seguido todos los grados correspondientes a la misma, y acoplándose a la deficiente formación cultural que se daba en aquellos tiempos.

Ya desde sus primeros tiempos, mostró predilección especial por los estudios históricos, pues, recién ordenado sacerdote en 1952, fue uno de los que contribuyeron a formar la subcomisión de historia del Císter en España, dependiente de la general que había de toda la Orden, y que comenzó a trabajar con verdadero entusiasmo, pero en la que pronto comenzaron a fallar algunos de los componentes de la misma, al darles destinos que les impedían dedicarse con prioridad al tema de la historia. No obstante, quedaron algunos trabajos estimables, entre ellos la obra firmada por E. Martín, Los Bernardos españoles, editada en Palencia en 1953, obra, si bien poco voluminosa, aún no superada.

Destinado a Francia para entablar contacto con los directivos de la Comisión Histórica de la Orden, Gómez de las Bárcenas aprovechó el tiempo no sólo para perfeccionarse en el francés, sino también para recoger un verdadero arsenal de noticias sobre temas monásticos que le servirían para ilustrar sus conferencias y trabajos. Al regresar a San Isidro se encontró con un plantel de monjes jóvenes como pocas veces o nunca se había conocido. Entonces, los superiores juzgaron conveniente establecer el llamado Juniorado, que iba a ser un término medio entre el noviciado y sacerdocio, porque en él vivirían los jóvenes profesos sometidos a ciertas prácticas comunitarias y bajo la dependencia de un maestro que se hiciera responsable de su formación. El padre Alberto, con su carácter envidiable y simpático, unido a una basta cultura, era el hombre apto para asumir ese papel. Estuvo al frente varios años, años difíciles, porque fueron los precursores del Vaticano II, en los cuales penetró en la Iglesia un aire de independencia e insumisión. Algo de eso llegó a San Isidro, sobre todo cuando comenzaron esos jóvenes a frecuentar las aulas universitarias romanas, regresando de la Ciudad Eterna muchos de ellos con una fe lánguida.

En esos mismos años mostró un afán incansable por despertar en las comunidades sentimientos de fraternidad, pues el Císter está dividido en dos grandes familias, la Estrecha y la Común Observancia, con la agravante de que esta segunda está dividida en multitud de congregaciones diferentes. Los primeros padres del Císter crearon una sola familia, unida por los lazos de la caridad, debido al cambio y vicisitudes de los tiempos. Hacia mitad del siglo pasado se comenzaba a fomentar el espíritu ecuménico en la Iglesia, igualmente dividida. El padre Alberto fue uno de los pioneros en tratar de unir las observancias para dar ejemplo al pueblo cristiano y para corresponder a los deseos de los Pontífices que lo estaban recomendando cada poco. No consiguió nada, al parecer, sino sólo predisponer los ánimos para llegar a esa unión deseada. Nadie le puede negar, sin embargo, aquella insistencia por lograr formar de la Orden una sola familia.

También mantuvo una controversia llamativa con un padre benedictino de Silos defendiendo con tesón la pertenencia de santa Gertrudis la Magna a la Orden Cisterciense, mientras el monje de Silos la consideraba benedictina, polémica relativa, pues benedictinos y cistercienses viven la misma espiritualidad trazada por san Benito. Aunque está demostrado que en el monasterio de Helfta —donde vivió la santa— se observaban los usos y costumbres cistercienses, ni benedictinos ni cistercienses se interesaron por aquel plantel de vírgenes del que salieron varias santas, por haber sido dominicos y franciscanos quienes se ocuparon de dirigirlas en el camino de la perfección. La desaparición del archivo a causa de las guerras, fue motivo de la gran confusión reinante hasta el siglo xix, en que se aclararon un tanto los hechos.

Por los años en que el padre Alberto se hallaba al frente del escolasticado, ingresó en San Isidro un misionero portugués de la Congregación del Espíritu Santo, que trabajaba en Angola, cuya vocación debía ser sui generis, a juzgar por los resultados. No le debía de ilusionar mucho el Císter en el sentido de perseverar en la Orden, sino que toda su ilusión era hacer una fundación cisterciense en Angola. Y comenzó a hacer campaña. En un principio casi nadie le hizo caso, pero la insistencia machacona de aquel espiritano, poco a poco fue calando en algunos, y al fin se planeó la fundación de Angola, en Belavista. Inicialmente se desplazaron el propio propagandista y el padre Roberto. El misionero, una vez embarcados los compañeros de viaje y puesta en marcha la nueva casa del Císter, creyó cumplida su misión y se volvió a su congregación. Fueron enviando más monjes de San Isidro cada cierto tiempo. En 1960 le tocó la vez al padre Alberto, que no puso el menor obstáculo, antes acogió el nombramiento con ilusión. Prestó señalados servicios en aquella nóvel fundación, llegando a ser prior titular de la misma durante varios años.

El padre Gómez tiene en su haber un nuevo hito: el haber trabajado con una tenacidad pocas veces superada en fundar en Angola una Trapa femenina que sigue dando fruto. Él fue quien logró traer a España a algunas jóvenes angoleñas para que se formaran en monasterios femeninos, y una vez que tenía un grupo dispuesto, cuando llegó la hora de fundar la nueva casa, sufrió contrariedades inauditas. Al fin logró que las religiosas italianas aceptaran la fundación. Precisamente, murió entre ellas. Al cesar en el cargo, por sentirse falto de fuerzas, regresó a España donde permaneció algunos años, pero le tiraba con fuerza Angola, y allá se fue de nuevo, pero al poco tiempo, habiéndose declarado un cáncer de médula espinal, aunque le propusieron regresar a España donde tendría más medios para poder intentar la curación, rehusó hacerlo, prefiriendo morir entre los negros.

El padre Alberto, cuando todavía no había terminado su carrera sacerdotal, se dedicó a desbrozar un campo inexplorado y totalmente virgen, la Heráldica cisterciense, logrando dejar a la posteridad un avance muy estimable sobre esta materia. Tuvo que partir de cero y lanzarse a una labor ímproba de búsqueda que causa no poca admiración, por la rareza de la misma, por no tener ningún modelo que le sirviera de guía y por la agravante de haber realizado el trabajo desde el encierro del monasterio, sin poder salir a estudiar in situ la temática de ningún monasterio, así como la documentación necesaria. En 1951 lanzó una circular en Cistercium (pág. 151) en la que exponía la naturaleza de la obra, y a la vez pedía la cooperación generosa de todas aquellas personas que pudieran facilitarle lo que pedía. Las respuestas fueron satisfactorias en parte, pues la mayoría de los monasterios, al estar abandonados, en ruinas y en poder de particulares, no tenían idea de lo que se pedía.

Con el fruto obtenido, y en colaboración con el padre Alberico Feliz Carvajal, monje del mismo monasterio de San Isidro, llevó a cabo la elaboración de la Heráldica cisterciense hispano lusitana, aparecida en el n.º 19 de la revista Hidalguía de Madrid, en 1956, obra concisa, pero de gran valor por ser lo único que se conoce sobre el tema en España. En ella se recogen noventa escudos, tanto de monasterios masculinos como femeninos. Muchos les contestaron; otros, en cambio, dieron la callada por respuesta. Esto explica las lagunas continuas que se advierten en la obra, sobre todo por lo que respecta a los emblemas de las abadías portuguesas y el hecho de no ofrecer a veces más que el diseño del escudo, sin el respectivo color.

 

Obras de ~: “Super Chartam Charitatis”, en Cistercium, II (1950), págs. 47-51 y 80-82; “Texto de la primera Carta de caridad”, en Cistercium, II (1950), págs. 86-89; “La Verdad sincera de Císter. Ensayo reconstructivo de una espiritualidad”, en Cistercium, VII-VIII (1955-1956); “Heráldica cisterciense hispano lusitana”, en Hidalguía, n.º 19 (noviembre- diciembre de 1956); “Fiesta de Todos los Santos de la Orden”, en Cistercium, IX (1957), págs. 254-260; “La dirección espiritual de la conciencia en la espiritualidad benedictina”, en Cistercium, XI (1959), págs. 12-18; “Misioneros del Monacato: PP. Cistercienses de San Isidro de Dueñas fundan una Trapa en Angola”, en Cistercium, XI (1959), págs. 37- 38; “Las Homilías mariana de San Amadeo de Lausana”, en Cistercium, XI (1959), págs. 122-129; “Virgo Mater (El misterio de la virginidad fecunda, iluminado por los Padres del Císter)”, XII (1960), págs. 283-296; “Apuntes para la historia de Nuestra Señora de Belavista”, en Cistercium, XIII (1961); “Devoción mariana de la Orden Cisterciense”, en Cistercium, XVI (1964), págs. 53-65; “La humildad cisterciense”, en Cistercium, XVII (1965), págs. 21-35; “Rasgos más notorios de nuestra piedad”, en Cistercium, XV (1963), págs. 245-254.

 

Bibl.: D. Yáñez Neira, “Fray Alberto Gómez de las Bárcenas (1927-1997)”, en Hidalguía (1998), págs. 591-608.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

 

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