Chantal Sampedro, Matilde. Villa del Prado (Madrid), 25.I.1908 – Palma de Mallorca (Islas Baleares), 19.IX.2001. Hija de la Caridad (HC), delegada por la visitadora para las comunidades de las islas Baleares, asistenta de la visitadora de España y fundadora del Colegio de San Vicente de Paúl y Cuna-Guardería Santa Luisa de Marillac.
Fueron sus padres Domingo Chantal y Nicolasa Sampedro, de los que recibió una educación basada en la lealtad a las sanas tradiciones, al trabajo y a la ayuda generosa a los demás. A los veintiséis años ingresó en la Compañía de las Hijas de la Caridad (1 de septiembre de 1934). El día 13 de junio de 1935 llegaba destinada a la inclusa de Palma de Mallorca, donde años más tarde (1947) fue nombrada superiora de la institución hasta 1956, gestionando el día a día de la inclusa y organizando el traslado de los niños a la nueva Casa de la Infancia edificada en el extrarradio de la ciudad.
La posguerra, dura para todos, lo fue especialmente para la inclusa de Palma, dependiente de la caridad popular y de los escasos recursos de la Diputación. Es aquí y en estas circunstancias donde Matilde pone en juego su creatividad. No duda en salir a los pueblos para pedir alimentos básicos para los niños o regatear los precios.
Años más tarde, comentando sus experiencias al frente de la inclusa, solía decir: “¡Nunca he sufrido tanto como cuando teníamos que dar a los niños medio plátano!”.
Hecho el traslado a la nueva inclusa, aprovecha los espacios colindantes para poner un nutrido gallinero. Solía decir: “El niño: limpio, nutrido y educado. Es nuestro sagrado deber”, objetivo que logró con la ayuda de sus compañeras y de las personas de buena voluntad de las que supo rodearse. Intuitiva y pedagoga nata, ejercía como maestra en la inclusa, utilizando un método activo, variante del sistema Montesori. En unos cuadernos, hoy desaparecidos, recogía la programación diaria de sus clases, destacando en geografía y geometría.
Su exquisito amor a los niños, el respeto a sus vidas y la obligación de mirar por su futuro hicieron que Matilde “mimara” los procesos de adopción. La isla de Mallorca, fiel a sus principios humano-cristianos, se inclinaba hacia la infancia desvalida y era frecuente la adopción de niños. El reparo de algunas familias para adoptar niños nacidos en Mallorca hizo que Matilde se pusiera en contacto con inclusas de la Península, sobre todo de La Coruña y Málaga. Gracias a su mediación, pasaron de quince los niños acogidos por otras tantas familias.
La plena dedicación a la inclusa no le impidió a Matilde ver los problemas de su entorno. En terrenos muy próximos nacía una barriada con más de mil familias llegadas a Palma en busca de trabajo. Muchos niños (tres mil) reclamaban una acción urgente, allí donde no había escuela ni guarderías. Se puso en marcha, consultando prudentemente a sus superiores y dando a conocer sus proyectos a las autoridades educativas. Resulta iluso pensar en una escuela “sin solar y sin dinero [...]”.
No se amedrentó, salió a la calle a “pedir préstamo sin intereses”. A pesar de ser conocida por sus dotes de organización y su preocupación por la infancia, hubo negativas a sus demandas. Su tesón logró la realización del proyecto: una familia costeó el solar, un maestro de obras rebajó los precios y “piedra a piedra” nació el Colegio de San Vicente de Paúl y Cuna-Guardería Santa Luisa de Marillac (1 de abril de 1956). Hasta ir ampliando las aulas, se pudieron acoger doscientos niños.
Muchas madres podían ir tranquilas al trabajo ya que, por diez pesetas, sus hijos tendrían educación y un “plato de sopa caliente al mediodía”. Los niños traían su bocadillo, que en algunos casos consistía en “un trozo de pan con aceite y una hoja de lechuga dentro”, hecho constatado que hería el corazón de sor Matilde...
Otro reto... Solicitó a la Junta de Protección de Menores de Palma una subvención para poder dar a los niños un segundo plato de comida. Conseguido este objetivo, mejoró mucho la alimentación de los niños en esa barriada de C’as Capiscol. Las maestras eran hijas de la caridad que ya ejercían en la Casa de la Infancia o que se habían ido preparando mientras se gestaba la fundación de la escuela. El gallinero aludido anteriormente “era el oficio de las hermanas que estudiaban”; el cuidado de las aves, tan necesario para el sustento, no impedía la dedicación que requería lograr los títulos necesarios para el proyecto-escuela. Así ejercía Matilde la autoridad, con sentido práctico y pensando en lo que ello podía aportar al bien de los niños.
“El botiquín”, como se le llamó al pequeño dispensario situado a la entrada de la escuela, fue durante muchos años el recurso sanitario más próximo para las familias de C’as Capiscol y viviendas del Generalísimo.
Una hija de la caridad, practicante, inyectaba, hacía primeras curas y tomaba la tensión. Si era necesario, y previo aviso, visitaba a los enfermos por las barriadas cuando terminaba su oficio principal: la cocina.
El Diario de Mallorca de octubre de 1956 no duda en llamar “gran obra en la barriada de Ca’s Capiscol”, al complejo educativo y asistencial que estaba naciendo. De “estupenda obra social a cargo de unas monjitas” lo calificaba el Diario Baleares (13 de octubre de 1956), añadiendo los primeros versos del apólogo de Juan Alcocer: “Una colonia de hormigas”. El Ayuntamiento de Palma de Mallorca elogió la obra educativa en el pleno que nombraba tres calles contiguas al Colegio (San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac y Santa Catalina Labourée), solicitadas por Matilde. Durante la década de los sesenta fue creciendo la demanda de puestos escolares y Matilde vio necesaria la ampliación de locales, supervisando ella misma las obras y modificando los planos del arquitecto si así lo creía conveniente, con la autoridad que le daba su conocimiento innato en construcción y materiales. Se creó una sección especial, posibilitando el que algunas niñas pudieran hacer el bachillerato.
Importante fue, en estos años, la atención a las jóvenes trabajadoras, “enseñándoles a leer y escribir” o “redactándoles las cartas que escribían a sus familias o novios” de Albacete, Toledo, etcétera.
Su acción fuera de la isla no fue menos importante, dada su responsabilidad. Compartió el proceso de división de España en nueve provincias canónicas; fue nombrada asistenta de Cataluña, Baleares y Huesca.
Alma fue de la inclusa, motor sin tregua del Colegio de San Vicente de Paúl y estímulo eficaz en la Compañía de las Hijas de la Caridad en los momentos en que compartió sus proyectos y dificultades. En plenitud de facultades, dejaba a su alrededor la impresión que dejan los grandes: “su vida fue un servicio a los más débiles”.
Bibl .: “Una gran obra en marcha en la popular barriada de Ca’s Capiscol”, en Diario de Mallorca, 12 de octubre de 1956, pág. 3; J. Andreu Alcover, “Una estupenda obra social a cargo de unas monjitas”, en Diario Baleares, 13 de noviembre de 1956, pág. 4; “La Parroquia Suburbana de San Francisco de Paula [...] cuenta con más de 3.000 niños”, en Diario de Mallorca, 21 de febrero de 1959, pág. 4; Anales (Barcelona), vol. 18 (1965), pág. 88.
Rosa Mendoza González, HC