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Valeriano de Espinosa Díez

Biografía

Espinosa Díez, Valeriano de. Segovia, 25.VII.1563 – Madrid, 23.VI.1634. Monje cisterciense (OCist.), abad de diversos monasterios, general reformador, teólogo, historiador, místico.

Su primera formación cultural corrió a cargo de los padres de la Compañía de Jesús, quienes, al darse cuenta de su talento y bellas prendas, intentaron atraerle hacia su Orden, pero él lo rehusó, por sentirse inclinado más a un género de vida retirado del mundo. Ingresó en el monasterio de Nogales (León) a fines de 1580 o a comienzo de 1581. “Un año después de la profesión, conocido su talento, le envió la Religión a estudiar Artes al Convento de Monte de Ramo, en Galicia, junto a Orense. Y, aumentando con su cuidado esperanzas a su religión, le escogió para estudiante de Teología en su Convento de Alcalá, y después para pasante en el célebre convento de Palazuelos junto a Valladolid”. Seguidamente pasó a desempeñar el mismo cargo en Salamanca, aprovechando para seguir progresando en los estudios, hasta lograr el grado de bachiller en Teología, que se le otorgó el 26 de abril de 1587. Desde esta fecha le destinaron a la docencia en los distintos colegios por espacio de muchos años.

La reputación de hombre piadoso y recto le granjeó el ascenso a la sede abacial del colegio de San Bernardo de Salamanca. “Instado de algunos amigos para que se graduase doctor en Teología por alguna universidad, porque entonces en su religión no estaban en uso los grados que hoy usa, y no alcanzando su pobreza religiosa a los gastos demasiados que semejantes grados requieren en la Universidad de Salamanca, que parece no se estatuyeron para la virtud, sino para la fortuna; indecente estorbo que tan gran madre de las ciencias debiera excusar al valor de sus virtuosos hijos; se fue fray Valeriano a Osma, en cuya Universidad recibió grado de licenciado en Teología el 27 de marzo de 1605, y el siguiente día de doctor con muy lucidos actos.” Colmenares habla de una gran tribulación que padeció Espinosa en esa época, cuando más prestigio había adquirido por su vasta erudición teológica. Después de los señalados triunfos adquiridos en los distintos colegios y universidades, “a estas prosperidades, o más verdaderamente méritos, se opuso la fortuna, o acaso la envidia, que la que se atrevió a los ángeles en el cielo, no temerá a los hombres en los claustros. Contradijo fray Valeriano con valor y celo religioso algunas cosas que juzgó inconvenientes a la observancia y autoridad de su Religión de que le resultaron odios y persecuciones”. “Gentilidad fue decir que eran hijos de la verdad estos fieros basiliscos, pues verdaderamente nacen de la ingratitud. El perseguido con religiosa constancia se retiró a su Convento y celda, y con valor admirable a costa de su sosiego y con riesgos de su crédito, perseveró constante en lo que juzgaba justo y conveniente a su religión”. Este autor, que describe esta situación amarga de su monje paisano, basa todo su testimonio en fray Crisóstomo Henríquez, contemporáneo y súbdito de fray Valeriano, el cual no aclara los motivos ni el tipo de contrariedades, sino sólo pondera la realidad de que fueron para él un verdadero purgatorio, cuando escribe: “Demostró una constancia y grandeza de ánimo en ciertas circunstancias, trabajos y molestias que se le ofrecieron, no sucumbiendo ante la adversidad, porque estaba cimentado en la piedad y en su manera de obrar le movía un zelo religioso”. El propio Colmenares afirma que Henríquez no se atrevió a cantar la verdad de todo, en vida del interesado. Es cierto, cuando compuso la obra citada, ofrece una pequeña semblanza del padre Espinosa, deshaciéndose en elogios sobre su persona y manera de actuar. En cambio, Manrique, también contemporáneo suyo, al hablar de Espinosa, no le deja en tan buen lugar.

Sólo se ofrece alguna luz respecto a estos sufrimientos que amargaron la existencia de Espinosa cuando, en 1608, siendo reformador general fray Pedro de Lorca, persona de unos valores excepcionales, pero de una influencia decisiva en la marcha de la congregación, era partidario —junto con un notable sector de monjes— de la supresión de los procuradores, instituidos en los primeros tiempos de la congregación, los cuales eran elegidos por los monjes para tomar parte en los capítulos. Andando los tiempos, parece que la elección de estos procuradores ocasionaba disturbios en los monasterios, por lo que muchos eran de parecer suprimirlos de un plumazo, acudiendo a la autoridad apostólica. Otros, en cambio, pensaban de distinta manera, considerándoles indispensables para la buena marcha de la congregación. Entre estos últimos se contaba como abanderado el monje segoviano.

En ese mismo año en que salió elegido fray Pedro de Lorca parece que se aprovechó la oportunidad de acabar de una vez con dichos procuradores, dado que el nuevo general era de parecer favorable a la supresión y tenía energías suficientes para llevar a cabo lo que nadie se atrevía hacer, sobre todo por cuanto era hombre que mangoneaba a su talante los resortes de la congregación. Se levantaron voces de protesta por aquella determinación, recurrieron a la nunciatura, siendo uno de los más contrarios a la decisión nuestro fray Valeriano, quien mostró un ánimo inquebrantable de no aceptar tal supresión. Chocó con la energía del nuevo general, quien, tal vez de acuerdo con el abad de Nogales, llegó el extremo inaudito de excomulgar y arrojar del monasterio a Espinosa, e, incluso, lo encarcelaron en el monasterio de Valparaíso (Zamora), donde no se dice el tiempo que permaneció en la cárcel.

Parece que en este caso concreto del castigo había por medio ciertos humos de envidia y como algo de desquite vengativo de sus émulos. Desde luego, no ha habido santo que no haya experimentado las asperezas del camino pedregoso del calvario. Precisamente por los mismos días había otro sujeto que también sufrió un verdadero calvario, por incomprensiones y malas interpretaciones de su modo de actuar. Se llamaba fray Francisco de Bivar, era monje de su mismo monasterio de Nogales. La actitud del padre Espinosa ante la prueba fue la de los verdaderos santos: humillarse, acatar los planes de Dios, vivir en completo silencio, esperando que Dios saldría en su defensa, como así sucedió. “Venció al fin el sol de la justicia —escribe Colmenares— los nublados de la persecución, y cuando más contento se hallaba en el retiro y sosiego de su celda, le sacó la obediencia a la abadía de Monte de Ramo, convento antiguo y grave en el Reino de Galicia, donde había estudiado Artes.

”Cuanto las persecuciones más nublaron los méritos del perseguido, tanto más la verdad victoriosa ilustró su valor, reconociéndose la pérdida de no emplear tal sujeto en pública utilidad. Verdaderamente semejante conocimiento en comunidades es como milagro, porque como los talentos no se miden con regla, peso o medida matemática, sino con el juicio humano, y éste siempre está perturbado (más o menos) de los afectos propios, es necesario que la excelencia sea supereminente, para que todos convengan en la aprobación del sujeto.” Después de renacer la paz, y una vez recobrado el prestigio que le distinguió siempre, habiendo dado pruebas inequívocas de su buen celo y dinamismo en la solución de los negocios, era la persona más adecuada para recibir los máximos honores que se cernían sobre él. En mayo de 1623 se celebró Capítulo General de la congregación en el monasterio de Palazuelos. Había cesado en el cargo de general fray Andrés de Trujillo y había que nombrar un sucesor por un trienio entre una terna de candidatos elegibles para tal fin: fray Ángel Manrique, fray Dionisio Cucho y fray Valeriano de Espinosa.

Parece que el primero quedó descartado desde un principio, y entre los dos restantes se dividieron los votos, empatando el resultado. En tales casos estaba previsto que quedaba elegido el más antiguo en religión, que en este caso era fray Valeriano, quedando electo general reformador.

“Contradijo fray Valeriano con valor y celo religioso algunas cosas que juzgó inconvenientes a la observancia y autoridad de su religión de que le resultaron odios y persecuciones.” Su actitud no pudo ser más acertada, en lugar de lanzarse a autodefenderse, y en vez de salir por su honra desprestigiada, siguió el proceder de Cristo, se abrazó con la cruz, retirándose al silencio de su celda, esperando que Dios saliera en su defensa, como así fue: saldría de aquella crisis con gran prestigio, hasta el punto de que la Orden le tributó los máximos honores, señal de que su conducta había quedado transparente.

El retrato moral que fray Crisóstomo Henríquez dejó de él no puede ser más lacónico, a la vez que convincente y lleno de encomio: “Varón severo, dotado de una gran pureza de costumbres, bien que esta severidad era atemperada por su rica personalidad centrada en la humildad”. Añade que estas eximias virtudes le granjearon el ascenso a tantas dignidades como estuvo revestido a través de su vida. Dios lleva a las almas por caminos inverosímiles a los humanos, para conseguir de ellas los fines que en su altísima Providencia les tiene señalados. Quería que fray Valeriano ahondara no solamente en las virtudes y se dispusiera para prestar aquellos grandes servicios a la Orden, sino al mismo tiempo esperaba de él una vasta erudición, que daría su fruto a través de sus escritos.

Aquel retiro en su celda, impuesto por la maledicencia y envidia permitidas por Dios, fue el gran medio para que su pluma se desatase y produjera unas obras que han inmortalizado su nombre. “En este retiro —según Colmenares— por no padecer nada de ocio, que en los hombres de valor no hacer algo es padecer mucho, obrar solo para si es sequedad, y aprovechar a otros verdadera imitación de Cristo, se dio a escribir tratados espirituales y doctos, Comentarios morales a Job, agradeciendo sin duda al profeta y maestro los provechosos documentos que le había dado su doctrina para padecer calamidades.” Tantos trabajos emprendidos en bien de la Orden fueron minando su salud, de suerte que necesitó ponerse en manos de médicos. Con este fin le destinaron a Madrid, más por necesidad que por deseo de su alma, puesto que ambicionaba más los monasterios alejados del comercio humano. Bien se ve en esta relación anónima que enviaron a Colmenares, en vida del propio Espinosa: “Después de el oficio se fue a vivir a Madrid donde al presente reside contemporizando mas con su salud que con su gusto; pues tanto ruido de cosas, ni dice con su encogimiento ni con su profession”.

A pesar de ir a Madrid en busca de remedios a sus dolencias, por los cuales murió en vísperas del día san Juan Bautista de 1634, a punto de cumplir setenta y un años de edad. Según muchos autores, murió el día 24. Fue inhumado con grandes honores en la bóveda de la capilla de Nuestra Señora del Destierro, del monasterio de Santa Ana.

 

Obras de ~: Commentaria et explicationes ad Constitutiones Clementis VIII, Salamanca, 1602; Guía de religiosos, Valladolid, 1623 (3 libs. “instruyendo novicios, enseñando provectos y advirtiendo a prelados con doctrina y ejemplos”); Centinela del alma, s. f. (ms.) y Aparato de cosas varias, y Miscelanea sententiarum, s. f. (ms.) (ambos en el archivo del monasterio de Nogales).

 

Bibl.: B. Mendoza, Synopsis monasteriorum Congregationis Castellae, s. f. (ms.) (Biblioteca de San Isidro de Dueñas, pág. 52); C. Henríquez, Phenix reviviscens, Bruxellae, Typis Ioannis Meerbecii, 1626, págs. 460-462; D. Colmenares, Historia de la insigne ciudad de Segovia, vol. III, Segovia, 1637 (ed. facs. Segovia, Academia de Historia y Arte de San Quirce, 1975, págs. 205-210); A. Manrique, Anales Cistercienses, t. IV, Lugduni, Iacobi Cardon, 1642-1659, págs. 669-703; C. de Visch, Bibliotheca scriptorum sacri ordinis cisterciensis, Coloniae Agripinae, Joannem Busuaeum Bibliopolam, 1656, pág. 314; R. Muñiz, Biblioteca Cisterciense española, Burgos, por Joseph de Navas, 1793, págs. 110 y 111; T. Baena y González, Apuntes biográficos de escritores segovianos, Segovia, Imprenta de la ciudad de Alba y Santiuste, 1877, págs. 189- 192; E. Martín, Los Bernardos españoles, Palencia, Gráficas Aguado, 1953, pág. 56; E. Manning (ed.), Dictionaire des auteurs Cisterciens, Rochefort, Abbaye Notre Dame de St. Remy, 1975, pág. 234; A. Linage Conde, Historia del monacato en España e Hispanoamérica, Salamanca, Universidad Pontificia, 1977, pág. 337; D. Yáñez Neira, Segovianos ilustres en la orden del Císter, Segovia, 1991, págs. 78-81.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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