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Francisco Luccini

Biografía

Luccini, Francisco. Reggio Emilia (Italia), 29.VII.1789 – Madrid, 12.II.1846. Pintor, escenógrafo.

Por exigencias familiares hizo en Módena algunos cursos de Derecho, que alternó con el estudio de los principios de pintura. En 1814 y con la ayuda de su hermano José, logró trasladarse para trabajar a su lado y muy probablemente asistió a sus clases de perspectiva en la escuela de La Lonja. Permaneció en Barcelona por espacio de veintitrés años y pintó decorados para los teatros catalanes y para el teatro de Valencia, trabajos que inició como colaboraciones con su hermano, pero que con el correr de los años le dieron un nombre con prestigio propio. En 1837 estuvo en Madrid como profesor de perspectiva en la Real Academia de San Fernando. En el documento de presentación como candidato a ocupar esta plaza dice que se decidió a solicitar el nombramiento “animado por la buena acogida que sus obras han tenido en Barcelona, donde —continúa exponiendo— ha ejercido el cargo de pintor del Coliseo principal durante 20 años consecutivos”. En el documento aludido incluye una muy extensa lista de obras realizadas entre las que destaca “un pórtico de Pompeya, una plaza griega, un templo de Vesta, un templo de Baco, una erupción del Vesubio, una capilla subterránea y una casa rústica”. Sólo por el enunciado de los decorados es evidente su formación clásica, en la que enseguida se empieza a notar un incipiente romanticismo. La Academia le otorgó el nombramiento de académico por la totalidad de los votos, en 1837.

En Madrid trabajó para el teatro del Príncipe, el de la Cruz y el Liceo Artístico Literario. En sus nueve años de permanencia en la Corte fueron muchísimas las decoraciones realizadas, y en la prensa de la época fueron particularmente celebradas las que hizo para la Redoma encantada, que se estrenó en el teatro del Príncipe en 1839, las de Los polvos de la madre Celestina, representada también en el Príncipe en enero de 1841 y que estuvo en cartel con éxito prácticamente hasta 1860, y las de La degollación de los inocentes, drama representado asimismo en el Príncipe en enero de 1840. Para el teatro de la Cruz realizó las decoraciones de Ipermestre, puesta en escena en 1838, y también varias decoraciones de La Vestal, particularmente elogiadas en las páginas de El Heraldo “por los grandes conocimientos de perspectiva, por su coloración natural y tan bien graduada, logrando una completa ilusión indicando con inteligencia los términos de los objetos e interponiendo con acierto el aire que les rodeaba y que se desvanecía con arreglo a la distancia, consiguiendo el acuerdo y la armonía que tan difíciles son de obtener y tanto garantizan el buen efecto”.

A partir de 1840, trabajaron con él su hijo Eusebio, que fue también un destacado escenógrafo, Aranda y Bravo, y poco tiempo después Avrial. Sin duda, con su presencia se reforzó la línea de influencia italiana en la escenografía española, pero sobre todo, gracias a él y a su actividad en la Academia de San Fernando, la perspectiva fue adquiriendo importancia en la formación de los escenógrafos. Junto a Gandaglia y Blanchard cubrieron las necesidades de la escena en la esperanzadora década de la regencia de María Cristina, y aunque no pueda hablarse de un momento brillante de la escenografía española, la actividad desplegada fue bastante aceptable teniendo en cuenta el cúmulo de circunstancias que pesaban sobre los escenarios de entonces.

 

Obras de ~: Interior del templo de Vesta, 1838; La redoma encantada, 1839; Los polvos de la madre Celestina, 1841; Decoraciones para el teatro del Príncipe de Madrid, entre 1837 y 1840; Telón de boca para el teatro del Príncipe y el techo de la platea del teatro de la Cruz; Decoración para el baile heroico Pizarro o la conquista del Perú, 1843; Decorados para Venganzas de un pecho noble, s. f.

 

Bibl.: J. Muñoz Morillejo, Escenografía española, Madrid, Imprenta Blass, 1923; I. Bravo, L’escenografia catalana, pról. de Antoni Dalmau i Ribalta, Barcelona, 1986; A. M.ª Arias de Cossío, Dos siglos de escenografía en Madrid, Madrid, Mondadori, 1991.

 

Ana María Arias de Cossío

 

 

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