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José Gutiérrez de la Vega Bocanegra

Biografía

Gutiérrez de la Vega Bocanegra, José. Sevilla, 26.XII.1791 – Madrid, XII.1865. Pintor del romanticismo español.

Ya en los años de infancia Gutiérrez de la Vega mostró gran afición por el arte, especialmente por la pintura, lo que resulta natural pues su familia, aunque modesta, tenía un cierto nivel artístico. Su padre era arcabucero grabador y tallista en madera con buena fama en la ciudad de ser gran conocedor de ambas técnicas. A esto se unía la buena reputación como pintor seguidor de Murillo de su tío Salvador Gutiérrez. Así que el joven Gutiérrez de la Vega aparece matriculado en la Academia de Sevilla en 1802 y desde ese primer momento hay constancia de que fue un alumno aventajado, de ahí que Francisco de Bruna, que era protector de la Academia, se convirtiera en su más eficaz apoyo aconsejándole que dejara el trabajo en el taller paterno y se dedicara por entero a la pintura. Él mismo le llevó a la clase de José Alaniz, con quien trabajó durante dos años, al cabo de los cuales, pasó al estudio de su tío Salvador Gutiérrez.

A juzgar por los libros de matrícula de la Academia, no parece que sus estudios se interrumpieran hasta 1817 salvo el curso que la Academia estuvo cerrada a causa de la Guerra de la Independencia. En todo caso es evidente que durante estos primeros años el joven pintor alternó sus estudios con las labores de buril en el taller de su padre. En 1811 pasó una corta temporada en Cádiz para pintar en el teatro con el profesor Zurita, modalidad pictórica que no volvió a cultivar nunca. Cuando regresó a Sevilla, abandonó el taller paterno y permaneció en el estudio de su tío, más que por seguir aprendiendo, por su admiración por Murillo para la que la cercanía de Salvador Gutiérrez era toda una garantía.

En 1813 contrajo matrimonio con Josefa López y a partir de este momento se propuso la conquista siempre dura de la fama. Pintó sus primeros retratos que inauguraron el comienzo de la primera etapa de su obra, que transcurrió entre Sevilla y Cádiz y que puede considerarse cerrada en 1832.

Probablemente sus dos primeras obras son el San Isidoro y el San Leandro, copias de Murillo, que se supone fechadas entre 1814 y 1815 y que están en el Museo del Romanticismo de Madrid. Sin embargo, la primera obra fechada que se conoce es el Retrato del Deán López Cepero de 1817 y que está en la colección del conde de Ibarra en Dos Hermanas (Sevilla). Este retrato y el que firmó en 1821 de D. Manuel Moyano y que está en colección particular en Valladolid muestran en primer lugar al pintor en contacto con personalidades destacadas de la vida sevillana, pero, sobre todo, dan la clave de sus comienzos, en los que todavía el dibujo es algo duro y el color aplicado con pincelada poco suelta. Desde el primer momento alternó la pintura de retratos con el estudio continuado de la obra de Murillo, de manera que las obras del gran pintor del XVII que estaban en las ricas colecciones de Pereira y Bravo y las bóvedas del convento de capuchinos de la ciudad hispalense se convirtieron en ocasión y escuela además de permanente estímulo para nuestro pintor.

Concretamente en el año 1821 Gutiérrez de la Vega emprendió la copia del lienzo El milagro de las aguas que Murillo hizo para el Hospital de la Caridad.

Aparte de esta copia, Gutiérrez de la Vega debió de fijarse allí, en el Hospital de la Caridad, en los otros lienzos de Murillo que representan historias de caridad ejemplificadas en el Antiguo y Nuevo Testamento.

De entre estos lienzos, el de La curación del paralítico le serviría de modelo para uno de los cuadros que en 1824 pintó para la iglesia sevillana de San Pedro. El encargo incluía tres lienzos que aún están en la iglesia y que representan a Cristo y la Samaritana, La Oración en el Huerto y el de La curación del paralítico en la piscina. De los tres, el mejor, sin duda, es este último y aun cuando la búsqueda de profundidad no es tan sabía como en el caso del lienzo de Murillo, se concede una gran importancia al escenario arquitectónico, figurando la serie de pórticos de los que habla el Evangelio de San Juan y que dan a la composición un escalonamiento de planos bastante perfecto y se percibe también una mayor facilidad en el movimiento de las figuras.

Es en estos años de la década de 1820 en los que el pintor iba teniendo una clientela abundante, lo que demuestra un éxito de su labor de retratista. Precisamente a esos éxitos se debe que en 1825 se le nombre en la Academia ayudante de pintura con el sueldo anual de 100 ducados. Asimismo, de los premios que otorgaba la Academia, Gutiérrez de la Vega obtuvo en 1828 el correspondiente a la clase de Trazos, al mismo tiempo que Esquivel obtenía el de la clase del Natural. Todo permite asegurar, pues, que el artista estaba durante estos años sevillanos en contacto con gente que ocupaba puestos destacados que le proporciona una clientela bastante numerosa que le brindó una posición desahogada y que se mantuvo constante entre 1824 y 1832. En 1829 Gutiérrez de la Vega volvió a Cádiz envuelto ya en una cierta aureola de celebridad, nada menos que como huésped del cónsul inglés Brackenbury, y tanto en esta casa como luego en la de los Monsalves de Sevilla, donde vivió casi tres años Richard Ford, tendría ocasión de ir incorporando a su obra notas características de la pintura inglesa, influencia que a partir de estos momentos mantendrá hasta el final de su vida.

Gutiérrez de la Vega debió de ver pintura inglesa primero en casa del coleccionista Standish y luego en la de los Brackenbury y los Ford y, desde luego, esa manera poética tan afín a su temperamento debió de resultarle algo casi familiar porque lo incorporó a su obra con total naturalidad. El primer retrato donde es perceptible esa influencia inglesa es un Retrato de señora (1828) que está en la colección A. Sánchez de Madrid, pero, como es lógico, los lienzos más representativos de esta faceta de acercamiento a la pintura inglesa coincidieron con la estancia en Cádiz y son los Retratos del Sr. y la Sra. Brackenbury, fechados en 1830, y el de las hijas de ambos que, aunque sin fecha, debe estar realizado en este mismo año, retrato este último que tiene la particularidad de ser doble, algo muy inglés y muy poco habitual entre los retratos españoles. El pintor regresó a Sevilla y, en el corto espacio de tiempo que transcurrió hasta su traslado a Madrid en compañía de Antonio María Esquivel, desplegó una actividad extraordinaria especialmente en lo que se refiere a retratos: el del Marqués de Moscoso, el de su mujer, el de Francisco Saavedra, D. José Arias Saavedra y otros muchos que harían la lista interminable y en los que demuestra haber alcanzado un estilo propio en el que mezcla una técnica bastante valiente con un dibujo sólido en el que han desaparecido ya los titubeos iniciales. Todos participan de ese aire inglés que tanta elegancia otorga a sus pinceles.

La etapa sevillana en la que también hay cuadros de género, debe cerrarse con los retratos del matrimonio Ford, fechados los dos en 1831 y actualmente en la colección B. Ford de Londres y en los que el artista se afirma en esa mezcla gratísima de elementos españoles e ingleses.

La amistad con el cónsul británico debió de hacerse muy estrecha, porque en un determinado momento le pidió que viajara con él a Inglaterra para conocer bien la pintura inglesa, pero, debido a las obligaciones familiares, Gutiérrez de la Vega no pudo aceptar la invitación.

No cabe duda de que estos éxitos animaron al pintor a trasladarse a Madrid, y para preparar su relación con la Academia de Bellas Artes envió de regalo una copia del retrato que Murillo hizo a Andrés de Andrade y algo más tarde se dirigió a la Academia manifestando su deseo de optar a los premios establecidos por la corporación. Al quedar inscrito en esta oposición, marchó a Madrid en compañía de Esquivel. El tema que todos debían ejecutar era el descubrimiento del Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa. El fallo del concurso fue para Gutiérrez de la Vega decepcionante, sin embargo insistió en que la Academia le permitiera optar al título de académico de mérito, se le admitió y el tema que ejecutó fue La última comunión del rey Fernando III el Santo. El dictamen fue totalmente favorable, de manera que el pintor se quedó ya en Madrid donde empezaron a abrírsele perspectivas muy halagüeñas.

Se inició, pues, la etapa madrileña en la vida y en la obra de Gutiérrez de la Vega. Hay un buen número de cuadros que testimonian su rápida conquista de prestigio en el medio madrileño. Fue el momento en que su amigo y protector Juan Grijalva le introdujo en Palacio, donde hizo el primer retrato de la Reina Gobernadora, quien durante estos primeros años le distinguió sobre otros pintores encargándole varios retratos. El primero, ejecutado en La Granja, presenta a la Reina de busto, un poco a la manera de los retratos realizados por Vicente López, y está fechado en 1833. A este siguieron otros retratos. Además la Reina le encargó el retrato de Isabel II y Luisa Fernanda niñas (1833) en el que hizo gala de su facilidad para componer una escena de tono familiar muy influida por la pintura inglesa. Luego, entre los años 1833 y 1846 hizo varios retratos de Isabel II, sin duda el más grato el que se guarda en el Alcázar de Segovia, de técnica suelta y casi abocetada, que demuestra que fueron estos años los que marcaron la culminación de su carrera como pintor, los retratos de Isabel II culminan con el que se expone en las salas del Museo del Romanticismo de Madrid, representada de pie y con todos los atributos de la Corona y que, a pesar de ser un retrato con todo el aparato de lo oficial, toda la figura de la Reina está envuelta en un aire de naturalidad que choca con el escenario palaciego, y en cuanto a la técnica el pintor era ya dueño de su propio estilo, dibujaba con toques sueltos y lograba espléndidas transparencias.

Entre los retratos que realizó de Isabel II, éste es, quizás, el que deja ver la influencia de Goya.

También es en estas décadas de 1940 y 1950, cuando sus retratos, abundantísimos, muestran que al estilo que el pintor traía de Sevilla, con ese agradable poso de influencia inglesa, añadía ahora un acercamiento a la pintura de Goya que revierte en una técnica muy suelta y al mismo tiempo un aire de naturalidad menos elegante y más directo. En 1832 está fechado el Retrato de señora, de la colección Maura de Madrid, en el que tanto el dibujo como la técnica recuerdan a Lawrence, o diría que incluso en la suavidad con que envuelve al modelo recuerda también a Van Dyck. De entre los retratos que recuerdan a Goya cabe destacar algunos, como el de Su mujer moliendo colores (1837).

Pero, sin duda, los mejores están pintados en la década de 1844-1855, como por ejemplo, el de Bravo Murillo, en el Ministerio de Fomento (1848), o el de D. Ramón de Santillán en el Banco de España (1852).

Pero Gutiérrez de la Vega pintó muchísimos, concurrió a exposiciones y además participó activamente en las tertulias literarias y artísticas del Liceo, del que fue uno de sus más entusiasmados fundadores.

Asombra el número de lienzos de tema religioso en una época en que el altar ha dejado de ser un lugar de encargo para los artistas y en este sentido hay que destacar los lienzos de santas que pintó Gutiérrez de la Vega, donde sólo el esquema y la composición recuerdan a la serie de santas de Zurbarán; cabe destacar la Santa Águeda, Santa Catalina, o La Magdalena despojándose de sus joyas, que es copia de un lienzo de Valdés Leal. El Museo del Prado guarda asimismo un espléndido Martirio de Santa Catalina. En el mismo Museo hay que llamar la atención sobre La maja desnuda, que evoca en su fluidez técnica y en su composición los prototipos de Tiziano.

Durante estos años el pintor cruzó una abundante correspondencia con la Academia de Sevilla, que le había nombrado teniente director, para que regresara a su ciudad, pero el pintor no volvió y, por tanto, a la altura del año 1850 quedó desligado completamente de ella. Mientras tanto, el pintor reclamó incansablemente a la Reina que le hiciera efectivo su nombramiento de pintor de cámara, pero sistemáticamente se le respondía que se haría cuando hubiera una vacante.

A pesar de su abundante clientela, los últimos años del pintor no fueron afortunados. Los encargos disminuyeron, el ansiado nombramiento no llegó nunca y además los documentos demuestran que en Palacio casi se le consideraba un estorbo; de manera que Gutiérrez de la Vega murió en diciembre de 1865 seguramente solo y desilusionado.

 

Obras de ~: San Isidro y San Leandro, 1814 y 1815; Retrato del Deán López Cepero, 1817; Retrato de D. Manuel Moyano, 1821; Cristo y la Samaritana, La oración del huerto, La canción del paralítico en la piscina, 1824; Retrato del Sr. Brackenbury, Retrato de la Sra. Brackenbury, 1830; Retrato del Sr. Ford, Retrato de la Sra. Ford, 1831; Retratos de Isabel II y Luisa Fernanda niñas, 1833; Retrato de Isabel II, 1842; Retrato de Isabel II, 1845; Santas Justa y Rufina, 1846; Retrato de Juan Bravo Murillo, 1848; Santa Águeda, 1854; Retrato de caballero, 1856; La Virgen con el Niño, 1857.

 

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Ana María Arias de Cossio

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