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Charles Henri de Lorraine

Biografía

Lorraine, Charles Henri dePríncipe de Vaudémont. Bruselas (Bélgica), 17.IV.1649 – Commercy (Francia), 1723. Gobernador de Milán.

Nacido en Bruselas el 17 de abril de 1649 (según algunas fuentes en 1642), el príncipe de Vaudémont ha pasado a la historia como hijo natural del duque de Lorena Carlos IV (1604-1675). En realidad nació de una segunda boda que su padre, después de haber solicitado la anulación de la primera concertada con su prima Nicole de Lorena, hizo con Beatriz de Cusance.

La anulación fue impugnada por su primera mujer con el apoyo de Francia y el segundo matrimonio no fue jamás confirmado, en parte por el designio del cardenal Richelieu de encontrar de este modo una vía legal para ampliar la soberanía del Rey Cristianísimo sobre el territorio lorenés. Durante la Guerra de los Treinta Años, Francia había ocupado algunas fortificaciones lorenesas y, para contrarrestar esta presencia en el ducado, Carlos IV intentó reforzar la alianza con los Habsburgo, empeorando aún más las relaciones con los franceses. Así en 1634, para evitar peores consecuencias, el duque de Lorena abdicó en favor de su hermano, Nicolás Francisco (1609-1670), que decidió casarse con Claudia (1612-1648), hermana de Nicole. Los franceses declararon nula también esta boda y ocuparon militarmente Nancy obligando al nuevo duque a huir. Carlos IV se enroló en las filas del ejército imperial y combatió firmemente contra Francia para recuperar el Estado, si bien todos sus esfuerzos fueron vanos, también por las vacilaciones y cambios de alianza que caracterizaron su estilo político.

En 1662 encontrándose asfixiado por las deudas, se vio obligado a vender la expectativa de la sucesión del ducado de Lorena al Rey Sol. En 1670 después del fallecimiento del duque Nicolás Francisco, el Rey Sol expulsó a Carlos IV de Lorena y ocupó nuevamente el ducado. Dejando definitivamente sus tierras, Carlos IV cedió el título ducal a su sobrino Carlos, hijo de Nicolás Francisco, protegido por la Corte de Viena y estimado como fiel aliado de la causa imperial. En esta decisión de Carlos IV pesaba la conciencia de que, como nunca se reconoció la validez de su matrimonio con Beatriz de Cusance, con toda certeza habría sido muy difícil el reconocimiento de su hijo Carlos Enrique como duque. A él, su padre Carlos IV le dejaba algunos títulos menores: el principado de Liahenn, el condado de Bitchen y Falkenstein, la propiedad de las ciudades de Saarwerden y Bonquenom, la baronía de Hoheneck y de Fenetrange, el señorío de Reichshofen, Sarguemine y Saralbe y de parte de la de Sarck, además de rentas en las salinas de la Borgoña.

De la boda concertada en 1669 con su prima Ana Isabel de Lorena-Elboeuf (1649-1714) nació en 1670 un hijo varón, Carlos Tomás, que fue orientado a la carrera militar en las huestes imperiales. Además, el 7 de enero de 1675 Carlos Enrique estipuló un acuerdo con su primo Carlos de Lorena según el cual el príncipe de Vaudémont le reconocía el título de duque a cambio del reconocimiento de los señoríos y títulos anteriormente citados que, en su mayor parte, habían sido ocupados por Luis XIV. Si, como es probable, el príncipe de Vaudémont quería obtener algo más, la situación no era fácil sobre todo porque, mientras su primo Carlos estrechó los lazos que su padre Nicolás Francisco había anudado con los Habsburgo, Vaudémont, por el contrario, se encontró inicialmente aislado en las dos Cortes Habsburgo de Viena y Madrid a causa de la conducta de su padre.

En las décadas de 1670, 1680 y 1690 Carlos Enrique sirvió a los Habsburgo de España en Flandes; en 1675 fue condecorado por la prestigiosa Orden del Toisón de Oro, posteriormente, desde 1682 hasta 1691, tomó el cargo de capitán general de la Caballería del ejército español en Flandes. Atormentado por molestos trastornos de salud, el príncipe de Vaudémont fue con su mujer a Italia en las primaveras de 1690 y de 1692, buscando alivio en la suavidad del clima para sanar las graves afecciones bronquiales de las que ya sufría desde 1682. A pesar de los problemas que lo afligían, participó en la Guerra de la Liga de Habsburgo directamente bajo el mando de Guillermo de Orange (1650-1702), que podía considerar un viejo compañero de armas y fue su principal protector en la siguiente etapa de su carrera. Pero para llevar a cabo sus proyectos dinásticos y sus ambiciones personales tenía que ampliar las instancias de representación de sus intereses y redimensionar su aislamiento. A partir de 1696 a la alianza con el rey de Inglaterra se le sumó la del potente conde de Melgar, último almirante de Castilla, político influyente y hábil soldado, con el cual estableció una sólida amistad. El almirante intentó procurar al príncipe de Vaudémont algunos cargos de gobierno en los territorios de la Monarquía.

De este modo Carlos Enrique se convirtió en aliado con aquella facción de la Corte de Madrid que en la cuestión de la sucesión española apoyaba la línea de los Habsburgo, volviendo a sostener la alianza imperial de la que el padre se había separado treinta años antes. Ponerse bajo la protección del almirante significó para Vaudémont cooperar con un personaje poderoso y por su mediación intentar lograr la solución definitiva a la cuestión de sus títulos y territorios. A cambio el almirante por medio de Vaudémont podía ampliar su círculo de patronazgo, expandir su influencia en Flandes y fortalecer sus lazos con las Cortes de Viena y Londres. Desde el 1696 Vaudémont procuró que en las negociaciones internacionales los distintos representantes de las potencias tomasen en cuenta su caso como el de quien tenía intereses en Lorena, como en efecto escribió el rey de Inglaterra al enviado Borcel que estaba negociando en La Haya.

En la primavera de 1696 el almirante avisó a Vaudémont que el rey de España tenía intención de ayudarlo; en junio de 1697 fue promovido para el gobierno de Milán, pero aún en el otoño del mismo año Vaudémont intentó activar todos los canales que tenía a su disposición para obtener algo más. Dado que Leopoldo de Lorena (hijo de su primo Carlos, fallecido en 1690) en el tratado de Rijswijk había sido reconocido como duque de Lorena por las potencias internacionales, Vaudémont deseaba que le reconociesen sus títulos y propiedades, y probablemente deseaba que el gobierno de Milán fuera transformado —como le había sucedido a Maximiliano de Baviera con el gobierno de los Países Bajos— en un auténtico dominio permanente. Además, no se debe olvidar que las continuas concertaciones internacionales sobre la sucesión a la Corona española podían conducir a la definitiva solución de todas las cuestiones políticas y dinásticas pendientes en Europa. Además, la calidad del ducado de Milán, que el rey de España poseía como feudo imperial, implicaba que en caso de muerte del soberano-vasallo, Milán volvería de pleno derecho al Imperio. Este pacto habría podido llevar al ducado de Milán a la condición de ser endeudado de nuevo a un aliado del Imperio considerado fiable y que, como en el caso del príncipe de Vaudémont, además podía ser considerado acreeedor por la herencia lorenesa perdida. En enero de 1698 había recibido el nombramiento de gobernador y ya en primavera Vaudémont había tomado posesión del cargo que podía ser considerado una indemnización. Vaudémont fue gobernador del Estado de Milán nueve años, durante los cuales se pueden distinguir tres fases: la primera (1698-1701) se caracterizó por el intento de crear una Corte y fuertes lazos con la elite local. Vaudémont anhelaba un tratamiento ceremonial extraordinario, que implicaba el título de “Alteza” y las noticias que circulaban sobre él en Milán durante los primeros meses de su gobierno le presentaban como un príncipe que conservaba derechos de sucesión al ducado de Lorena, mantenía relaciones con la gran aristocracia europea y era tratado como príncipe del Imperio. Cuando llegó a Milán el príncipe le acompañaba un séquito compuesto por treinta y siete personas y cincuenta y siete caballos. Inicialmente entre la nobleza local y los potentados italianos se puso de relieve una cierta resistencia a reconocer el tratamiento de Altezza, posiblemente porque no lograba entender cómo esta cuestión hubiera podido influir sobre los equilibrios locales y las relaciones entre los príncipes de la península. En Milán, sólo las grandes familias aristocráticas acostumbradas a los ambientes internacionales, como los Borromeo Arese, los Archinto o los Trivulzio, podían entender que codearse “con los grandes” aumentaba su prestigio en vez de disminuirlo.

En todo caso, Vaudémont logró crear un grupo de afectos que constituyeron, junto con los oficiales de la guardia, y algunos representantes extranjeros, el núcleo de su Corte. Entre éstos, con seguridad, estaban los Archinto, los Isimbardi, los Litta, los príncipes Trivulzio, el conde Rossi, residente del duque de Parma, y el conde Carlo Borromeo Arese con su mujer, la condesa Camilla Barberini, que antes de la entrada oficial en la ciudad y de instalarse los Vaudémont en el palacio regio-ducal, fue encargada por el castellano Fernando Valdés de invitar a todas las damas para presentarse a la nueva gobernadora. Así pues, muy consciente de la debilidad de sus propios apoyos en la Corte, en esta primera fase el nuevo gobernador se decantó en sentido filohabsburgo-filoimperial y adoptó un comportamiento de príncipe atemperado, prestando mucha atención a las relaciones cortesanas. En las frecuentes cenas e invitaciones a palacio buscó integrar la ya articulada Corte que lo acompañaba a su llegada en la ciudad, con la de los nobles lombardos. En este sentido fue muy importante también el mecenazgo teatral y artístico y, sobre todo, la reestructuración del teatro de corte, puesta en marcha en la primavera de 1699. Un indicio concreto que Vaudémont pensaba quedarse allí en una manera no provisional fue la decisión de no alquilar, como ya había sucedido en el pasado, la residencia durante sus vacaciones, sino adquirir una en la zona de Milán Gorla-Precotto y acondicionarla a su gusto y a sus necesidades.

Para todo esto fueron necesarios grandes medios y el príncipe-gobernador pretendió enseguida un tratamiento especial con respecto a su salario, pidiendo que se le diera el sueldo extraordinario también en tiempo de paz. Por consiguiente, cada año el magistrado ordinario se vio obligado a dictar órdenes excepcionales para recuperar los fondos necesarios destinados a retribuir al gobernador, el cual, no obstante esto, dejó a su marcha una enorme deuda cuyo valor ascendía a más de 30.000 escudos.

Después del fallecimiento del rey de España Carlos II, para el príncipe de Vaudémont comenzó la segunda fase de su gobierno (1701-1704) en Milán, en la que tuvo que organizar la guerra. En el contexto de la sucesión optó por la esfera filoborbónica. Para explicar esta decisión no hay que olvidar que el 13 de marzo de 1700 el rey de Francia había firmado en Londres —y el 25 de marzo en La Haya— otros acuerdos en los que se establecían los nuevos criterios de repartición de la herencia española. En estos nuevos tratados de partición, entre otros territorios, al delfín de Francia le correspondería también el ducado de Lorena y de este modo el duque Leopoldo habría perdido el Estado reconquistado sólo dos años antes y se le habría compensado con la posesión de Lombardía. En los acuerdos no se hacía ninguna referencia explícita a Vaudémont. Dado que al lado de los Habsburgo no había obtenido nada, mientras las instancias representativas de sus intereses habían fallecido o habían perdido el poder como el almirante, Vaudémont se decantó por mostrarse fiel al nuevo rey de España Felipe V, nieto del Rey Sol, y del cual era conocida su total dependencia al abuelo, o sea, al hombre más poderoso y emprendedor del contexto político europeo de su tiempo.

La tercera fase del gobierno del príncipe de Vaudémont en Milán se caracterizó por el problema de la lealtad al nuevo Monarca y a la Corona de España, y a los Habsburgo. Entonces España estaba dividida entre una Corte borbónica en Madrid y una Corte Habsburgo establecida desde 1705 en Barcelona por el archiduque Carlos de Austria, candidato imperial a la sucesión. En Milán eran filoimperiales las familias de la nobleza titulada más antigua y las familias de más reciente extracción, aquellas que habían crecido desde el punto de vista social gracias a la venalidad de los oficios y a la política de los últimos Austrias. El momento de mayor consenso para el régimen hispanoborbónico en Lombardía fue cuando Felipe V realizó su viaje a Italia, en 1702. La noticia de que en 1704 el archiduque Carlos había desembarcado en Lisboa y que en 1705 había logrado conquistar Barcelona y establecido allí una Corte desde la cual promulgaba edictos con el nombre de Carlos III de España, incrementó el descontento en Milán que Vaudémont se esforzó en acallar a toda costa. Además en el mismo año murió en el castillo de Ostiglia su único hijo, Carlos Tomás, quien servía en el mando del ejército imperial.

Probablemente también este hecho influyó sobre su modo de administrar el gobierno de Milán y sobre sus proyectos futuros. En este sentido, se puede entonces distinguir entre la manera elegida de tratar a los diversos partidarios filoimperiales, la nobleza de un lado y el grupo de personas de clase media-baja de otra parte. Respecto de la nobleza fue diferente el grado de la persecución y castigo de los delitos. Mientras al conde Carlo Borromeo Arese le bastó retirarse temporalmente de la vida pública y dedicarse a la gestión del patrimonio familiar, se dio también el caso de los hermanos Visconti que fueron obligados a dejar el ducado y huir a Viena. Peor fue en cambio el caso del marqués Cesare Pagani (rico y potente, pero parvenue) que fue encerrado en las cárceles de Pizzighettone.

En resumidas cuentas, en el modo con el que Vaudémont eligió tratar con los filoimperiales pudo también medirse la grandeza del linaje, la complejidad de los vínculos de amistad, políticos, familiares, y sobre todo la prudencia política de tales personajes.

Diferente resulta el tratamiento para los disidentes de extracción social medio-baja entre los que se encontraban algunos sacerdotes, que en sus prédicas ya no se callaron sus críticas al gobierno borbónico: con ellos Vaudémont mostró rigor y dureza, como si quisiera conseguir a través de la eliminación física de los disidentes muchos y más importantes objetivos personales, como, por ejemplo, la pretensión del gobernador, ya anciano y sin descendientes directos, que deseaba conservar alguna esperanza de ser príncipe del Estado que gobernaba o de ver, en cualquier caso, reconocida una soberanía gracias al favor de los Borbones. Después de la victoria del ejército imperial cerca de Turín y de la entrada en Milán del príncipe Eugenio de Saboya el 26 de septiembre de 1706, Vaudémont huyó con gran celeridad del Estado, dejando no sólo deudas, sino también muebles y carrozas, como si se hubiera convencido de poder volver tarde o temprano.

Tras la retirada de Italia del ejército francés el príncipe se estableció en Commercy, una especie de enclave entre el ducado de Lorena y el condado de Bar, cuyo señorío le fue cedido en 1708 por su hermana Ana, princesa de Lillebonne. En la ciudad lorenesa Vaudémont vio pasar los últimos años de su vida. Allí quiso plasmar la cifra de su estilo, reconstruyendo el castillo y confiándole en 1709 el proyecto al arquitecto Nicolas de Orbay a partir de los planos efectuados por Germain Boffrand. Fueron completamente reorganizados los espacios internos y externos, dándole al complejo formas principescas y además de construir una espléndida fachada, quiso también recrear aquella vida de Corte sin la que no podía ni siquiera concebir su existencia.

Murió en 1723 después de haber hecho su testamento en 1710 en el que había nombrado heredero de sus títulos y propiedad al bisnieto Leopoldo de Lorena, pero dejando el usufructo de los bienes a su mujer, o en caso de muerte de ésta, a su hermana Ana.

 

Fuentes y bibl.: Bibliothèque Nationale de France, Collection de Lorraine; Archivio di Stato di Miláno, Uffici Regi, p.a., Litta Modignani, Araldica in Ispecie, Titolo II; Archivio Storico Civico di Miláno, Belgioioso; Dicasteri, cart. 302; Archivio di Stato di Modena, Carteggio Ambasciatori, Miláno.

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Cinzia Cremonini

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