Echeverz y Subiza, Antonio. Asiain (Navarra), 31.VII.1652 ant. – Guatemala, 25.XII.1733. Caballero de la Orden de Calatrava, “señor de la Llave Dorada, gentilhombre de la Cámara de su majestad”, comerciante en grueso, armador, ganadero, alcalde provincial de la Santa Hermandad, regidor perpetuo y alcalde ordinario, comisario general de la caballería, en Panamá; general y almirante de flotilla mercante transatlántica, presidente, gobernador y capitán general de la Audiencia de Guatemala.
Procedía de una familia encumbrada tanto en España como en América. Hijo de Pedro de Echeverz y Toro, nacido en 1617, quien fue alguacil mayor del reino de Navarra, y de Isabel de Subiza y Bernedo, ambos nacidos en Pamplona, donde se casaron en su catedral el 12 de diciembre de 1668. Antonio era hermano de Agustín de Echeverz y Subiza, caballero de la Orden de Santiago, marqués de San Miguel de Aguayo y vizconde de Santa Olalla, casado con la mujer más rica de México. Otro hermano suyo era el general Pedro Fermín de Echeverz y Subiza, fundador hacia 1693 del Real de Minas de Santiago de las Sabinas, la región norte del Nuevo Reino de León, México. También era hermano suyo Baltasar Echeverz y Subiza, caballero de Calatrava, colegial mayor de Santa Cruz, en Valladolid, y catedrático de su universidad. Tenía una hermana mayor llamada Ana Beatriz de Echeverz y Subiza.
El hermano de Antonio, Agustín de Echeverz y Subiza, casó en 1667 con Francisca de Valdés Alcega y Urdiñola, bisnieta del conquistador vasco del siglo XVI Francisco de Urdiñola, quien fundó en México la hacienda Patos (hoy General Cepeda, Coahuila), que se convirtió en un colosal latifundio que sus herederos se transmitían como mayorazgo. En 1679 el matrimonio de Francisca y Agustín se trasladó a vivir a España, y en 1682, Carlos II le concedió a Echeverz el título de marqués de la Jurisdicción y señorío de la pequeña villa de San Miguel de Aguayo y Santa Olalla en las montañas de Burgos, “en premio a su valor y celo, prudencia y brillantes servicios hechos en servicio de Dios y de la Corona”, título por el cual pagó 562 mil maravedís y otro tanto por el derecho de sucesión. Con este matrimonio se inicia el marquesado de San Miguel de Aguayo y Santa Olalla que gobernará durante muchos años uno de los mayores latifundios de que se tenga memoria en México.
En las Pruebas de Caballeros presentada en 1692 por Antonio de Echeverz y Subiza para aspirar a la Orden Militar de Calatrava, constan los detalles de su genealogía y otros particulares que sustentaban su pretensión. Allí se afirma que su partida de bautismo es del 31 de julio de 1652, de modo que presentó su pretensión cuando tenía “treinta y nueve años más o menos”, y “que pasó a Indias hace dieciséis ó diecisiete años”, es decir, entre 1675 y 1676, cuando recién se había fundado la nueva Panamá. Tendría entonces unos veintitrés o veinticuatro años. La hermana mayor de Antonio de Echeverz y Subiza, Ana Beatriz, había llegado antes que él a Panamá.
Fue bautizada en Asiain el 4 de diciembre de 1647 y casó en primeras nupcias con Miguel Francisco de Marichalar, oidor de la Audiencia de Lima y alcalde del Crimen. Tras la invasión de Henry Morgan a Panamá en 1671, el conde de Lemos, virrey del Perú, le encargó a Marichalar, con carácter interino, el gobierno de Panamá y presidencia de su Audiencia, cargos que ocupó desde el 9 de octubre de 1671 hasta la llegada del titular Antonio Fernández de Córdoba y Mendoza en diciembre siguiente. Fue Marichalar quien le siguió al gobernador de Panamá Juan Pérez de Guzmán el juicio de residencia por la pérdida de la ciudad a manos de Henry Morgan, así como a los militares responsables del desastre militar.
Marichalar falleció meses más tarde, a mediados de 1672.
En segundas nupcias, Ana Beatriz casó en la catedral de Panamá el 16 de noviembre de1675, con Justiniano Justiniani Morcelli, natural de Nocera (Roma), agente de la Compañía Grillo y Lomelin en Panamá, en la que ocupó el cargo de superintendente general del Asiento de Negros. Había sido consejero del Rey y alguacil mayor del Supremo Consejo de Italia. En Panamá fue elegido alcalde ordinario en 1676. Hijos de este matrimonio fueron Francisco Justiniani y Echeverz, nacido en Panamá el 17 de agosto de1673 (así consta en el expediente y, si no es error, nacería antes del matrimonio, lo que no se aclara), y Pedro Antonio Justiniani y Echeverz, bautizado en la catedral panameña el 15 de enero de1678. Ambos recibieron la Orden de Santiago en 1695, residiendo a la sazón en la Corte como pajes de Su Majestad.
Dados estos antecedentes, y teniendo en cuenta los lazos económicos y sociales que había contraído Ana Beatriz por sus dos matrimonios, se explica que Antonio de Echeverz viajara a Panamá tras la segunda boda de su hermana. Lo cierto es que no tardó en entroncarse con la sociedad panameña y en pocos años su prosperidad económica era notoria, gracias verosímilmente a sus previos vínculos familiares.
Antonio de Echeverz casó en la catedral de Panamá el 7 de julio de 1687 con María González Salado y Andújar, nacida en Portobelo (Panamá), hija del militar de carrera Francisco González Salado, radicado en el istmo panameño, quien ejercía el cargo de sargento mayor de las milicias cuando se produjo el ataque de Henry Morgan a esa ciudad el año 1671, y de Juana de Andújar y Terrin, nacida también en Portobelo.
De su matrimonio con María González Salado tuvo doce hijos: tres murieron pequeños y otros fallecieron antes de 1734. Para esta fecha sobrevivían seis hijos: María Isabel, Pedro, Bernardo, Fermín, Manuela y Antonio de Echeverz y González. Algunos de estos hijos tuvieron una igualmente nutrida descendencia que a su vez emparentó con otros linajes panameños de primera fila, como los Urriola, los González Cordero, los Ramírez de Arellano, los Tambino, los Troyano, los Romero Parrilla y sus primos los Justiniani Echeverz. Los Echeverz de esta primera generación tenían enlaces familiares e intereses económicos extendidos por todo el continente.
Los hijos de Antonio de Echeverz y Subiza que dejaron más huella en la documentación panameña por ser los que mayor ruido causaron en su tiempo, fueron María Isabel (generalmente llamada sólo Isabel) y Antonio. Isabel casó con el calatravo burgalés y próspero hombre de negocios Pedro González Cordero (nacido en La Madrid el 5 de julio de 1664). De esta unión no nacieron hijos, aunque Pedro tuvo dos hijas naturales a quienes dejó herencia. Este matrimonio ofreció en 1739 un donativo de 85.350 pesos de ocho, para fundar un convento de monjas carmelitas en la ciudad de Panamá, pero este proyecto no logró concretarse por la muerte del marido. Al enviudar Isabel y abrirse a concurso la llamada “contrata de por alto” para la introducción de esclavos a Panamá, hizo postura para llevar la representación de dicho negocio, pero no se le concedió.
Antonio e Isabel tenían otro hermano de nombre Pedro, quien murió en un naufragio en el canal de las Bahamas. Había casado también con una hija de Lucas Romero Parrilla, de modo que Antonio y Pedro eran además concuñados, una situación que era entonces bastante frecuente dadas las prácticas endogámicas de las elites coloniales.
Antonio de Echeverz y González, bautizado en la catedral de Panamá el 17 de abril de 1694, siguió las huellas de su padre, y fue tan arbitrario y tiránico como éste. Le sucedió en la vara de alcalde provincial de la Santa Hermandad, y fue elegido varias veces alcalde ordinario del cabildo capitalino. Casó en la catedral de Panamá el 10 de febrero de 1720 con la hija del que fuera tesorero de la Real Hacienda en Panamá por muchos años Lucas Romero Parrilla, su paisana María Josefa Romero Parrilla (bautizada en 19 de marzo de1689 y testó en 2 de agosto de 1763) y de esta unión nació en 1726 Manuel Nicasio Echeverz Romero, quien fue colegial del Real Colegio de San Martín, en Lima, donde se graduó de bachiller en artes y se doctoró en Teología el año 1747. Este año regresó a Panamá, donde se vinculó a su universidad y llegó a ser elegido procurador general de la ciudad.
Antonio de Echeverz y González sirvió el cargo de su propiedad de alcalde de la Santa Hermandad de Panamá y Portobelo entre 1724 hasta 1728 (se le confirmó el título el 2 de abril de 1726). Para esta última fecha fue nombrado por la Corona corregidor de Trujillo, en Perú, cargo que desempeñó durante catorce años. Regresó a Panamá y en 1744 se le encuentra ejerciendo nuevamente la alcaldía de la Santa Hermandad.
En 1752 falleció, sin haber hecho la renuncia oficial de la alcaldía provincial, aunque su viuda María Josefa Romero solicitó de inmediato que se la adjudicasen a alguno de sus hijos, Fermín o Bernardo Antonio, recayendo en este último.
Bernardo Antonio había seguido a su padre a Trujillo.
De Trujillo, Bernardo pasó a Guayaquil, donde el corregidor le nombró alférez, teniente y capitán comandante de una de las compañías milicianas, cargo que confirmó el virrey. Luego regresó a Panamá, donde fue electo alcalde ordinario y el virrey Eslava le nombró en 1748 gobernador interino de Veragua, como sucesor de Luis Vasoigne, hasta que le sucedió el titular Santiago Matías Gutiérrez. En 1753, nuevamente en Panamá y ya muerto su padre, el gobernador de Panamá Manuel de Montiano, conocido por sus estrechas relaciones con el clan Urriola-Echeverz, obvió una omisión del escribano, que había declarado de propiedad regia la alcaldía provincial de la Santa Hermandad, y se la entregó a.i. mientras llegaba la confirmación real. En febrero de 1755, por considerarlo uno de los “sujetos beneméritos” de Panamá, el gobernador Montiano lo recomendaba a la Corona, reseñando los méritos y servicios de sus antepasados y suyos propios. Bernardo ejerció la alcaldía provincial hasta 1756, cuando la deja vacante para trasladarse a Guayaquil.
En un memorial que presentó en Madrid en abril de 1712, Antonio de Echeverz y Subiza afirmaba que sus servicios públicos en Panamá habían empezado en 1680, por “haber servido más de treinta y cinco años en la provincia de Tierra Firme”, lo que confirma su fecha de llegada al país hacia 1675 o 1677. En la lista de sus merecimientos señalaba en el memorial que en 1680 había contribuido con otros vecinos en la construcción de murallas de la nueva ciudad Panamá, fundada en 1673. El 1 de julio de1683, “entró a servir la vara de alcalde provincial de la Santa Hermandad, quemando palenques de cimarrones y negros y consiguiendo la quietud del reino”. Remató el cargo en ocho mil pesos, pagando tres mil al contado. Al adquirir este cargo, a Echeverz se le concede a petición suya la facultad de nombrar un teniente con voz y voto y asiento en el cabildo de Portobelo, lo que sería fuente de constantes conflictos con el cabildo portobeleño y con otras altas autoridades de esa ciudad, sobre todo con el teniente general José de la Rañeta.
En 1685 recibe en propiedad la Alcaldía Provincial de la Santa Hermandad, y a poco se extiende el rumor de que su fortuna tuvo origen ejerciendo este cargo tras capturar esclavos fugitivos que no entregó a sus amos legítimos. En 1685, sigue diciendo el memorial, “fue nombrado capitán de caballos en ocasión que a la vista de Panamá se hallaban embarcaciones enemigas ingleses con ánimo de apoderarse de la plaza sitiándola durante catorce meses que estuvieron. Continuó en ese empleo hasta 1699 que a su pedimento se le reformó”. A principios de 1700, el presidente de Panamá, conde de Canillas, comunicaba que el navío Campechano, de Echeverz, había realizado viajes desde Portobelo con vituallas y pertrechos para las tropas que expulsaron la colonia escocesa de Nueva Caledonia, en Punta Escocés. “En 1702 por noticia de enemigos ofreció diez mil pesos en junta de vecinos, ademas de 200 caballos.” En el momento de presentar este memorial en la Corte, era dueño de un navío de 36 cañones, el Jesús María y José, de la fragata La Magdalena, y del navío apodado El Campechano.
Era dueño de más de cincuenta esclavos, de recuas de mulas, chatas y bongos en el río Chagres, almacenes y tiendas. En 1710, en el embargo a sus propiedades rurales hasta completar cuatro mil pesos se registraron varios hatos donde tenía más de cuatro mil reses para el abasto de la capital; también miles de caballos, y cientos de mulas y ovejas. Cuando se inventariaron las casas incendiadas en Panamá, en el “Fuego Chico” de 1756, consta que había dejado en herencia cuatro propiedades inmuebles en la capital por un valor agregado de 29.264 pesos. Una casa la tenía en la calle de El Taller, otra en la de Puerta de Mar, otra en la “calle que va para San Felipe [Neri]”, y la de la calle de La Merced, donde vivía, es evaluada en más de quince mil pesos.
Echeverz y Subiza se había convertido en el hombre más rico y poderoso de Panamá entre fines del siglo XVII y principios del XVIII, dominando la escena pública hasta 1724, cuando abandona el país para trasladarse a Guatemala. Cuando adquirió la Orden de Calatrava, pagó por el derecho de juramentarse en Panamá sin tener que viajar a España (como más tarde haría su yerno el futuro calatravo Pedro González Cordero, marido de su hija María Isabel, quien hace su vigilia en la iglesia de Santo Domingo y recibe los espaldarazos de la Orden en la iglesia de San José, en Panamá). Como es obvio, eximirse de viajar al convento de Calatrava para la juramentación a cambio de una cierta suma, que seguramente era considerable, evidencia suficiente liquidez económica. Su enorme fortuna, calculada para 1710 en ochocientos mil pesos de ocho reales, consistía en barcos para la navegación de altura, varios latifundios, tal vez los mayores del país, extensos hatos ganaderos, esclavos, casas, transportes, numerosas mulas, y por supuesto el comercio. Para entonces ya había enviudado, casándose en segundas nupcias con Rufina de Artunduaga y Ríos.
En 1710 firmó un contrato con la Corona para llevar una flotilla de navíos de su propiedad que transportaría a Cartagena y Panamá doscientos cincuenta caballos, pertrechos militares, bulas, mercurio y papel sellado. Echeverz ostentaría el rango de general y almirante, y en el viaje de retorno se comprometía a transportar el tesoro real y un millón y medio de libras de tabaco para la fábrica de cigarros de Sevilla. La escuadra o flotilla consistía en tres navíos que equipó a su costa y un total de 1.290 toneladas. Pero el viaje no se pudo realizar hasta 1713, y enfrentó muchos problemas. Fue retenido en Cartagena tres meses, y encontró los mercados saturados de mercancías francesas.
En 1715, en el viaje de retorno, la flotilla, azotada por un huracán, naufragó en el canal de las Bahamas, perdiéndose todos los navíos y ahogándose uno de sus hijos.
Echeverz prestaba dinero a los virreyes cuando llegaban a Panamá, comprometiéndoles de esa manera a que apoyasen sus intereses, y en 1693 desafió al presidente marqués de la Mina, hasta conseguir que le depusieran y enviaran a España, donde perecería en un calabozo. El marqués a su vez le acusó de contrabandista de esclavos y mercancías. Fue también célebre su pugna con el teniente general de Portobelo, José de la Rañeta, su mortal enemigo. En enero de 1710, con ocasión de la elección municipal, usualmente controlada por Echeverz, que dominaba la corporación desde hacía años, La Rañeta, que ocupaba interinamente el gobierno de Tierra Firme, trató de imponer a sus propios candidatos. Echeverz se opuso, y ante la amenaza de prisión por La Rañeta, acompañado por sus adláteres, buscó asilo eclesiástico en la catedral, donde permaneció hasta octubre siguiente. El cargo de La Rañeta era vitalicio y tenía la prerrogativa de sustituir en las acefalías al presidente de la Audiencia, gobernador y capitán general de Tierra Firme. En consecuencia, fue en dos ocasiones y por largos períodos el máximo poder en Panamá, creando alianzas y enemistades, de manera que cada vez que retornaba a la jefatura del gobierno lo aprovechaba para cobrar venganza contra sus adversarios de la capital. La Rañeta embargó a Echeverz en cuatro mil pesos y a los demás capitulares, mancomunadamente, en otros seis mil pesos, y finalmente logró desterrarlos a España, pero todos fueron sobreseídos y regresaron triunfantes, y el propio Echeverz, al frente de la flotilla de galeones ya mencionada. Es más, cuando viajó a España en 1710 había solicitado que se le otorgara el nombramiento de general de la Armada de Barlovento, y aunque esto no le fue concedido, el mismo hecho de su pretensión evidencia el predicamento que gozaba o creía gozar Echeverz en la Corte. En el Consejo de Indias, las alegaciones del propio Echeverz y de los demás capitulares que le acompañaban influyeron para que éste dictaminara que nunca más el teniente general de Portobelo fuese La Rañeta o el que le sucediera, ocupase las vacantes de la presidencia y gobernación de Panamá. Y aunque por real consulta de 11 de noviembre de 1711 el Rey aprobó las acciones de La Rañeta, por otra de 8 de octubre anterior había ordenado que se le devolvieran a Echeverz y a los demás capitulares lo que se les había embargado.
En cierto pleito que tuvo Echeverz en Panamá el año 1704, sus enemigos le calificaban de “rencoroso”, mientras que el Consejo de Indias recordaba en consulta de 1712 que “sabía por experiencia, que era hombre de natural belicoso y vengativo”.
En 1724, siendo ya septuagenario, la Corona nombró a Antonio de Echeverz y Subiza presidente, gobernador y capitán general de la Audiencia de Guatemala, adonde llegó el 2 de noviembre de 1724 y tomó posesión del cargo el 1 de diciembre siguiente. Antes de abandonar Panamá, renunció a la alcaldía provincial de la Santa Hermandad el 25 de junio de 1724, a favor de sus hijos Antonio de Echeverz y González y Fermín de Echeverz y González, y de Joseph de Arillaga, “en cualesquiera de los tres el que primero se presentase con esta renuncia y el título”. El cargo fue adquirido por su hijo Antonio, quien pagó por el mismo sólo cuatro mil pesos (la mitad de lo que había pagado su padre, por ser de “primera renuncia”).
Echeverz dejaba en Panamá una extensa red de alianzas y parentescos que dominarían la escena pública hasta mediados del siglo.
En Guatemala Echeverz fue tan arbitrario y absoluto como lo había sido en Panamá. La historiografía guatemalteca le recuerda sobre todo por el proceso que (según Batres) se siguió a los asesinos del bachiller Lorenzo Álvarez de Asturias (según Juarros el homicidio se perpetró en el presbítero Lorenzo de Orozco). Condenó a muerte a uno de los procesados, y presionó a la Audiencia para que condenara igualmente a muerte a los otros dos implicados. Se ejecutó el fallo, y se siguió instruyendo averiguación por el robo de dinero que, de las Cajas Reales, se enviaba a Veracruz. Por la demora en proceder del oidor Tomás de Arana, Echeverz le dictaminó auto de confinamiento y embargo de bienes. Arana se refugió en sagrado, y Echeverz se apropió de los autos, llamando a la Audiencia para tratar el proceso, y tras haberse resistido los oidores, los mandó meter presos para desterrarlos al castillo de San Fernando de Omoa, en la costa Caribe de Honduras. Al conocerse estos excesos, el pueblo se amotinó, arrebató a los oidores de la escolta y los condujo a un templo para que se acogieran a asilo eclesiástico. Echeverz a su vez, violentando la ley, organizó otra Audiencia más complaciente. Las quejas del oidor Arana y del obispo llegaron a oídos del virrey en México, que ordenó restablecer la Audiencia legítima, aunque debido a las distancias esto tardó en suceder. Finalmente, el 11 de julio de 1733, luego de llegar su sucesor, Echeverz entregó el bastón de mando.
La historiografía guatemalteca convencional le recuerda como “gobernador arbitrario, descomedido y caprichoso”, “califa absoluto”, “atrabiliario”, “bárbaro” y otros calificativos de ese tenor. Congruente con la mentalidad de la época, Echeverz era a la vez devoto cristiano, y pagó de su peculio la construcción del convento de Santa Clara en Guatemala. Luego de testar el 26 de noviembre de 1733, murió en esta ciudad el 25 de diciembre siguiente, de ochenta y un años cumplidos. Según Domingo Juarros, fue ente rrado en la iglesia de la Compañía de Jesús, Antigua Guatemala.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Órdenes Militares, Orden de Santiago, exp. 4239: Pruebas de Francisco Justiniano y Echeverz; Órdenes Militares, Orden de Calatrava, exp. 799: Pruebas de Antonio y de Baltasar de Echeverz y Subiza, año 1692; Estado, Orden de Carlos III, exp. 999: Pruebas de la Orden de Carlos III para Luis de Urriola y Echeverz, oidor en Chile en 1796; Juicio de Residencia del gobernador Manuel Montiano, Panamá, año 1759, Consejos 20644; Archivo General de Indias (Sevilla), Consulta del Consejo de Indias (Madrid), 3.VI.1712, Panamá 105; Título de alcalde provincial de A. de Echeverz y Subiza, Panamá 188; Memorial de servicios a la Corona de A. Echeverz y Subiza, Panamá 105; Consulta del Consejo de Indias en Sala de Justicia, Madrid, 10.VII.1712, Panamá 105; Más documentos sobre A. Echeverz y Subiza, Panamá 28, 59, 130, 147, 148, 149, 150, 172, 183, 184, 188, 189, 232; Carta del gobernador M. Montiano al rey sobre cualidades y méritos de Bernardo Antonio de Echeverz, Panamá, 15.II.1755, Panamá 300; Archivo General de la Nación (Bogotá), Nombramiento de Bernardo Antonio Echeverz gobernador de Veragua, año 1748, Fondo Empleados Públicos de Panamá, t. I, folios 91-95.
D. Juarros y Montúfar, Compendio de la Historia de la ciudad de Guatemala, Guatemala, I. Beteta, 1808-1818, 2 vols. (ed. crítica y est. prelim. de R. Toledo Palomo, Guatemala, Editorial Piedrasanta-Academia de Geografía e Historia de Guatemala, 1999); A. Batres Jáuregui, América Central ante la historia, Guatemala, Talleres de Sánchez y de Guise, 1920, págs. 271-272; G. Lohmann Villena, Los Americanos en las órdenes nobiliarias, t. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947, págs. 435-436; G. J. Walker, Política española y comercio colonial, 1700-1789, Barcelona, Ariel Historia, 1979, págs. 95 y ss.; A. Castillero Calvo, Arquitectura, Urbanismo y Sociedad, La Vivienda Colonial en Panamá, Panamá, Biblioteca Cultural Shell, 1994, apéndice n.º 6, pág. 356; Sociedad, Economía y Cultura Material, Historia Urbana de Panamá la Vieja, Buenos Aires, Editorial e Impresora Alloni, 2006, sobre todo el capítulo XVIII, págs. 815-817 y 823-829.
Alfredo Castillero Calvo