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Pedro Álvarez de Villarín

Biografía

Álvarez de Villarín, Pedro. Villariño (Pontevedra), c. 1655 — La Habana (Cuba), 9.VII.1706. Militar, mariscal.

Se ignora quiénes fueron sus padres, probablemente avecinados en “Villarino, lugar del conde de Lemos”, donde nació Pedro, cuya educación denota una cuna hidalga. Su segundo apellido era un gentilicio cuya transformación se aprecia a los largo de su carrera (Villariño, Villarino, Villarín), como también su deformación en algunas citas históricas (Villamarín). Entre las diferentes formas, algunas de las cuales suprimen también el primer apellido, preferimos la que consta en su relación de servicios impresa.

Por una deposición de su primer capitán, Gregorio de Pruzos, se sabe que fue “estudiante en la Universidad de Compostela”, probable razón de que le nombrara alférez de la compañía que había de levar para el Tercio del Conde de Amarante, “formado con naturales del Reino de Galicia”. Careciendo de experiencia militar, no podía comenzar a servir de alférez salvo “suplemento de servicios”, autorización que expedían los capitanes generales en nombre del Rey, que se sabe se produjo, al menos, para otros dos alféreces de aquel tercio. Lo cierto es que Pedro sentó plaza en él, con el grado de alférez y 15 escudos de sueldo, en la compañía referida (16 de abril de 1674), el mismo día en que pasó su primera muestra en La Coruña, antes de embarcar hacia Flandes, aportando en Ostende el 29 de dicho mes.

La compañía de Pruzos fue proveída en Francisco Reinaldo y Navarro (21 de enero de 1676), que usó su facultad para nombrar sus propios oficiales, quedando Pedro reformado; dos días después, sentó plaza de soldado en la compañía del mariscal de campo del mismo tercio, aunque conservando el sueldo anterior, dado su rango de alférez reformado. En dicha situación permaneció hasta el 24 de julio de 1678, en que se le nombró ingeniero y pasó a servir de supernumerario de sargento general de batalla. Se conocen las circunstancias que propiciaron dicho nombramiento por certificaciones de distintos oficiales, ya que tuvo su origen en uno de los hechos de armas más notables de su carrera.

Pedro guarnecía la esclusa de “los tres agujeros”, al este de Vilvorde, en uno de los diques del canal que, pasando por Bruselas, recogía al sur de Halle las aguas del Sennette. Los franceses atacaron la posición, hiriendo al sargento mayor Martín de Cevallos, por lo que Pedro quedó a cargo de la defensa con sólo dieciséis supervivientes. Durante la noche siguiente (16 de septiembre de 1677), fortificó tan bien el lugar que “lo puso a prueba de cañón” y logró rechazar un nuevo asalto del enemigo hasta que fue socorrido, abortando así el intento francés de cortar la comunicación y el suministro de agua a Bruselas.

Un ingeniero, que asistió después a mejorar los trabajos, quedó tan complacido con las defensas que había levantado que le recomendó para el empleo, obteniendo plaza de ingeniero supernumerario tras pasar un examen en Bruselas.

Ascendió a capitán de infantería por patente de 24 de noviembre de 1680, aunque siguió sirviendo de supernumerario hasta 1689, en que fue nombrado ayudante general del marqués de Gastañaga, siéndolo después del conde Bruay (1691), conde de Thiennes (1692) y de nuevo del marqués de Gastañaga (1693), todos ellos sargentos generales de batalla, hasta que en 1694 pasó a serlo del marqués de Vaudemont, gobernador de las armas del Ejército de Flandes. Sirvió en todas las campañas de la Guerra de la Liga Augsburgo (1689-1697), señalándose en el socorro de Mons y retirada de la guarnición de Halle (1691), como también en la batalla de Steinkerque (3 de agosto de 1692).

Fue promovido al empleo de mariscal de campo en febrero de 1698, con 116 escudos de sueldo, pasando a servir a Italia, “cerca de la persona” del capitán general Claudio Enrique de Lorena, príncipe de Vaudemont, su antiguo jefe en Flandes, que el 17 de mayo de 1698 tomó posesión del gobierno de Lombardía.

Sin embargo, tras la invasión del Estado por el ejército imperial de Eugenio de Saboya, asistió en campaña junto al mariscal de campo, general del Ejército, el bailío Francisco Fernández de Córdoba Aguilar y Pimentel, hallándose en los infructuosos combates de Carpi (9 de julio de 1701) y Chiari (1 de septiembre), que no consiguieron desalojar a los austríacos de sus sólidas posiciones en el alto Bórmida. A la conclusión de aquella campaña, el príncipe de Vaudemont le concedió una licencia temporal de seis meses para ir a España (23 de noviembre).

Hallándose en Galicia, hubo de presentarse forzosamente en la Corte, a raíz del llamamiento general a todos los oficiales con licencia o reformados (4 de marzo), ante la noticia de un previsible ataque inglés sobre la Península. Llegó el 6 de mayo, pero hasta el 20 de julio no se le dio destino. Debía regresar a Galicia, junto con el también mariscal de campo Alonso de Pinilla y seis compañías de caballos, para asistir al capitán general de aquel reino, príncipe de Barbençon, “en las funciones que se ofrecieren”. Se incorporó el 7 de agosto, mes y medio antes de que arribara la escuadra francesa del almirante Châteaurenaud, dando escolta a los galeones de la plata, que no habían entrado en Cádiz al saber que la flota inglesa les aguardaba. Barbençon le encargó el gobierno de Vigo, presidiando el castrillo del Castro y el fuerte de San Sebastián con ochocientos hombres, sobre todo marineros de la flota y milicianos. El 22 se octubre surgió ante Vigo la flota anglo-holandesa, con cincuenta navíos de línea. Aunque todos los cañones de la plaza abrieron fuego, no pudieron impedir su paso a la ensenada de Rande, al fondo de la ría, donde aniquilaron a la inferior armada franco-española (23-24 de octubre), que hubo de incendiar los galeones para impedir su caída en poder del enemigo. Después, saquearon Redondela pero no se decidieron atacar a Vigo, dada su privilegiada situación y poderosa artillería, marchándose finalmente el 30 de octubre.

Mucho tuvo que ver la eficaz puesta en defensa de la plaza, que no se repitió en 1719, cuando los ingleses la tomaron fácilmente (21 de octubre). Barbençon elogió sus disposiciones, que recompensó el Rey con su ascenso al grado de sargento general de batalla (21 de mayo de 1703), siendo enseguida designado capitán general de Cuba (18 de junio de 1703). No obstante, permaneció en Galicia hasta el 18 de octubre, en que partió a la Corte para jurar su nuevo cargo, donde se hallaba aún el 12 de abril de 1704.

A partir de este momento, desaparece el rastro documental del personaje. Ni siquiera se conserva el expediente de su pasaje a Indias, con la preceptiva licencia de embarque para el equipaje y criados. No obstante, se sabe que llegó a La Habana en mayo de 1706 y, sin tomar la posesión del interino Chirinos, partió hacia Veracruz. Regresó el 2 de julio, cuando ya estaba en La Habana Pierre Le Moyne d’Iberville —famoso corsario canadiense al que se venera como héroe nacional en su país— que había zarpado de Brest aquel mismo año, con doce vasos, y venía de asolar las colonias inglesas de Saint Kitts y Nevis, en las Antillas. Pedro no trajo de Veracruz más que un navío con trescientos soldados, pero aguardaba más.

Parece que ambos compartían instrucciones secretas sobre una operación conjunta, se dice que contra las colonias británicas de Norteamérica, pero se llevaron el secreto a la tumba. No dejaron de verse un solo día hasta el 8 de julio, en que enfermaron súbitamente y murieron el día siguiente, uno en su residencia de la Real Fuerza y el otro a bordo de su buque insignia, surto en el puerto. Pronto se sospechó de un envenenamiento, quizá inducido o ejecutado por los mismos agentes jamaicanos que, antes de su regreso de Veracruz, habían provocado un motín contra los franceses y que Pedro apaciguaría después con su presencia. A falta de pruebas, prefiere la Historia que D’Iberville murió de malaria, inseparable compañera de sus travesías y a la que hasta entonces había vencido; lo cierto es que las tripulaciones francesas llegaron diezmadas a Rochefort (14 de septiembre de 1706), pero transportaron felizmente más de seis millones de ducados.

Quizá aquella operación secreta sobre la que tanto se ha escrito y especulado en Canadá, no formara sino parte de la vasta diversión planeada para camuflar el primero de los embarques de plata con destino a un puerto francés, en adelante destino más seguro de las remesas americanas mientras duró la guerra.

Todos los biógrafos de La Moyne d’Iberville le mencionan, pero ninguno profundizó mínimamente en su vida.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Memorial y certificaciones manuscritas, 1680-1701, E-1282 y E-1623; Archivo General de Indias, Indiferente, 136, n.º 155, relación de servicios impresa, 1704.

J. L. Sánchez Martín, “Apuntes para una reconstrucción histórica de los tercios del siglo xvii (i)”, en Researching & Dragona (Madrid), vol. I, n.º 2 (1996), págs. 4-24.

 

Juan Luis Sánchez Martín