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Cipriano Segundo Montesino Estrada

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Biografía

Montesino y Estrada, Cipriano Segundo. Valencia de Alcántara (Cáceres), 26.IX.1817 ‒ Madrid, 27.VIII.1901. Pionero de la Ingeniería Industrial y político.

Hijo del médico y pedagogo liberal Pablo Montesino Cáceres (1781-1849), que en 1822, durante el Trienio Liberal, fue diputado en Cortes, desde muy temprana edad la vida de Cipriano Segundo Montesino estuvo ligada a los avatares de la política, pues con la reinstauración del absolutismo en 1823, su padre se vio obligado a exiliarse, trasladándose la familia a Gran Bretaña, cuando él tenía apenas seis años.

El primer destino, junto con otros tantos expatriados de la época, fue la isla de Jersey, en la que Cipriano comenzó sus primeros estudios, para pasar posteriormente a Londres, donde prosiguió su formación.

La muerte de Fernando VII en 1833 determinó el regreso de la familia a España, donde Pablo, que en suelo inglés se había empapado de las teorías pedagógicas en boga, iba a erigirse en destacado inspirador de las reformas educativas de aquellos años, nombrado director de Instrucción Primaria en 1835 y consejero de Instrucción Pública al año siguiente.

El cambio de reinado marcó el desmantelamiento final del Antiguo Régimen y el inicio de las reformas liberales, que afectaron a todos los órdenes de la vida, social, política y económica. La abolición de privilegios, las desamortizaciones, los intentos de reforma fiscal o los cambios en el sistema educativo se desarrollaron, sin embargo, en un ambiente convulso (guerras carlistas, levantamientos, pronunciamientos militares) y con el lastre de una constante escasez de presupuestos. En el campo de la enseñanza técnica, al que se vinculará Montesino, tras el cierre por vez segunda en 1823 de la Escuela de Caminos y Canales, quedaba un largo camino por recorrer. Con todo, en la etapa final del reinado de Fernando VII, de la mano del ministro Luis López Ballesteros habían visto la luz algunas iniciativas, de interés para el futuro de las enseñanzas industriales. En 1824, con la mirada puesta en Francia, fue creado el Real Conservatorio de Artes, desde el que se abrirá la vía institucional para la ingeniería industrial moderna, y que, amén de recoger los fondos del Real Gabinete de Máquinas del período ilustrado, iba a funcionar como oficina de patentes, institución organizadora de las exposiciones industriales, y escuela y taller para el aprendizaje de las artes y oficios, orientada a la formación de los artesanos.

En 1829, ante la evidencia de la dependencia técnica del país y la falta de expertos y profesores en artes industriales, nuevamente López Ballesteros promovió la institución de una serie de plazas de pensionados en el extranjero para seguir el avance de las escuelas del ramo, principalmente la de Lieja y la pronto prestigiosa École Centrale des Arts et Manufactures de París, establecimiento inicialmente privado y luego estatal, creado ese mismo año por iniciativa de un pequeño grupo de industriales y científicos con el objetivo de formar ingenieros superiores para la pujante industria gala.

En el año 1834, fecha de la reapertura en Madrid de la Escuela de Caminos, Cipriano Montesino ingresó como alumno en la École Centrale de París, tras la obtención en el mes de febrero de una de las pensiones citadas. Compañeros suyos de beca y estudios fueron el madrileño Eduardo Rodríguez y el valenciano Joaquín Alfonso, que, como él, se graduaron como ingenieros civiles en 1837. Los tres llegarían a ser tras su regreso catedráticos en el Conservatorio de Artes, jugando un papel relevante en la creación poco después en España de la carrera de ingeniero industrial, con su participación en la formación de un centro superior de enseñanza —el Real Instituto Industrial— llamado a dar respuesta a la creciente necesidad industrial del país y para el que se tomó como modelo en muchos aspectos la escuela francesa.

Al abandonar ésta, con veinte años como tenía, Cipriano no dio por terminada su formación y en breve tomó de nuevo rumbo a Londres, donde vio prorrogada su pensión. Durante los dos años siguientes permaneció en las islas británicas, estudiando los grandes establecimientos fabriles y la construcción de todo tipo de máquinas, y trabajando en los mejores talleres mecánicos. Finalmente, en 1839, retornó a España.

A su regreso, se alistó en la Milicia Nacional y se unió al partido progresista, iniciando así una participación activa en la política del siglo, que le llevó, a partir de este momento, entre otras cosas, a ser diputado en numerosas legislaturas y al rango de senador al morir. Desde estas fechas mostró su adhesión al general Baldomero Espartero, el héroe de Luchana, que ese año de 1839 selló con el Convenio de Vergara el inicio de la pacificación del país, y a quien la Reina Gobernadora concedió entonces el título de duque de la Victoria. Con él, tomó parte activa en los acontecimientos políticos de 1840 —la Revolución de Septiembre— que condujeron a la renuncia de la regente María Cristina y llevaron al general al poder como jefe de una regencia interina que se extendió hasta mayo de 1841, en que se convirtió en regente único hasta 1843. Durante esta etapa Montesino fue distinguido con puestos oficiales —fue nombrado oficial de obras públicas del Ministerio de la Gobernación— y en 1843 representó en las Cortes como progresista a uno de los distritos de su provincia natal de Cáceres.

La vinculación a la política no impidió al ingeniero decantarse al mismo tiempo por la actividad docente.

El 17 de octubre de 1842 obtuvo la Cátedra de Mecánica del Conservatorio de Artes, que ocupó hasta el año siguiente, en que fue reemplazado por Manuel María de Azofra, al abandonar él el país.

Tras los pronunciamientos de 1843, que llevaron a la caída de Espartero y abrieron paso a la Década Moderada, con Isabel II en el trono una vez proclamada su mayoría de edad, Montesino fue de los pocos amigos que siguió al general en su exilio, embarcándose con él en agosto en el navío inglés Malabar rumbo a Londres, ciudad por él bien conocida. Precisamente en esta época contrajo matrimonio con una sobrina política del militar, Eladia Fernández Espartero, quien, a la muerte sin descendencia directa de su tío en 1879, iba a recibir el título de duquesa de la Victoria, que quedó desde entonces en la familia Montesino, con Cipriano Segundo como duque consorte.

Durante los cuatro años que duró la expatriación, además de Gran Bretaña, éste visitó Portugal, Italia, Suiza y Alemania, lugares donde adquirió nuevos conocimientos teóricos y prácticos en su ramo.

El Decreto de amnistía de 1847 posibilitó el regresó a España de Baldomero Espartero, al que el ingeniero acompañó hasta Madrid, donde el joven matrimonio fijó su residencia. Fruto de esta unión nacerían en los siguientes años seis hijos: Jacinta, Teresa, Virginia, Amalia, Pablo, que heredó el ducado, y Luis, que, como su padre, fue ingeniero industrial (graduado por la Escuela de Barcelona en 1891) y diputado en Cortes.

Estando todavía en el extranjero, el 3 de abril de 1847 Cipriano Segundo Montesino fue elegido académico de la Real de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la que, con apenas treinta años, se cuenta entre los miembros fundadores. La Academia había sido creada tan sólo unos meses antes por iniciativa del ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas Mariano Roca de Togores, estableciéndose en el Real Decreto fundacional, de fecha de 25 de febrero, la cifra de treinta y seis académicos. Inicialmente fue designado presidente interino el marqués del Socorro, que ya había ocupado tal cargo en la Real Academia de Ciencias Naturales de Madrid —institución creada en 1834 por iniciativa de un grupo de personalidades del ámbito científico con el fin de promover el estudio y propagación de las ciencias—, que ahora desapareció, dejando paso a la nueva agrupación. En 1848 fue elegido presidente efectivo de ésta el general Zarco del Valle, al que en 1866 siguió de nuevo el marqués citado, hasta 1882 en que lo sustituyó Cipriano Montesino. Para entonces, éste, miembro de número por la sección de ciencias físicas, había sido primeramente vocal y secretario de su sección, vicesecretario de la Academia de 1848 a 1861 y su vicepresidente desde 1875.

A la par que se incorporaba a la docta corporación, en septiembre de 1847 Montesino fue repuesto en la cátedra del Conservatorio de Artes, institución de la que en 1843 había sido nombrado director su compañero en Francia y ahora en la Academia, Joaquín Alfonso.

Desde la llegada de éste al cargo, se había alentado la reforma del establecimiento, que además de cambiar de sede y ampliar sus dependencias, evolucionaba, junto con sus enseñanzas, hacia una escuela técnica moderna. En ello, aparte del impulso industrial español del momento, se hizo sentir la impronta de los antiguos pensionados, que, además, como es el caso de Alfonso y Montesino, contaban con buenas relaciones en las esferas del poder y la política. Desde la dirección general de instrucción pública, Antonio Gil de Zárate —de quien el padre del ingeniero fuera colaborador— alentó el Real Decreto de 4 de septiembre de 1850, considerado como el texto fundacional de la carrera de ingeniero industrial, y que vio la luz siendo ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas Manuel Seijas Lozano. A través de él se regulaban las enseñanzas industriales en todos sus niveles: elemental, de ampliación y superior. Al año siguiente abrieron sus puertas el Real Instituto Industrial de Madrid y las escuelas industriales de Barcelona, Sevilla y Vergara. El Instituto, que entre otras cosas pasó a englobar las estructuras y actividades del Conservatorio de Artes, fue hasta la Ley Moyano del 57 el único centro para la formación de ingenieros superiores. Inicialmente Joaquín Alfonso renovó en él como director y Montesino se mantuvo en plantilla al frente de la Cátedra de Construcción de Máquinas y más adelante de la de Complementos de Mecánica. A la marcha de Alfonso en 1853, quedó por un tiempo como director interino de la institución. En apoyo de su labor docente, escribió el Resumen del curso de Construcción de Máquinas, del que en 1854 hizo una edición limitada de catorce ejemplares litografiados, que entregó a sus discípulos. La primera promoción de ingenieros industriales salió de las aulas en 1856, año en que al tiempo revalidaron su título los antiguos pensionados, profesores ahora en gran parte, que habían estudiado en el extranjero (Montesino lo hizo en la especialidad de Mecánica). Hasta el abrupto cierre del Instituto en 1867 fueron doce las promociones de ingenieros formadas en su Escuela Central en Madrid.

En 1854 Cipriano Segundo Montesino, nunca separado de la política, abandonó la actividad docente por pasar a alto cargo de gobierno. Durante la revolución de julio de ese año, que tras La Vicalvarada puso fin a la Década Moderada y llevó al poder a Espartero, marchó a Logroño en busca del general y regresó con él a Madrid. El Gobierno entonces formado le nombró director general de Obras Públicas, cargo que —con Francisco de Luxán como ministro de Fomento— ocupó hasta 1856 en que se produjo la caída del militar. Durante este bienio progresista desplegó una intensa actividad, tanto desde la dirección general como desde su escaño de diputado, para el que su provincia natal le eligió de nuevo en 1854. Se asignaron ahora desde las Cortes créditos importantes para las vías de comunicación, y se votaron más de cincuenta disposiciones sobre ferrocarriles, alentadas la mayoría por Montesino desde la dirección general. El ingeniero extremeño —que en 1851 había conducido en su viaje inaugural el segundo ferrocarril peninsular español, de Madrid a Aranjuez— fue uno de los más destacados inspiradores de la famosa Ley de Ferrocarriles de 1855, que impuso un plan general para todo el territorio nacional y que, amén del impulso dado a la construcción de los mismos, especialmente a lo largo de la década siguiente, entre otras cosas, consagró el ancho de vía español. Entre otros, atento a su región de nacimiento, se impulsó ahora el estudio del ferrocarril extremeño por la cuenca del Guadiana y asimismo se activó la construcción de carreteras en la zona. También de estas fechas data la reconstrucción del puente romano de Alcántara o los estudios sobre la navegabilidad del Tajo entre esta población y la frontera lusa. En otro orden de cosas, también en 1855 promulgó Luxán el Plan orgánico de las escuelas industriales, por el que se reorganizaba la enseñanza industrial. Al final del mandato de Montesino como director general, vio la luz la Memoria sobre el estado de las obras públicas en España, documento pionero en su género, que compendia los trabajos emprendidos durante la época y resulta de gran interés para el conocimiento de la actividad del ramo.

Cuando se produjo la caída del gobierno progresista —tras la que dimitió— Montesino se encontraba en París, a raíz de su nombramiento el año anterior como individuo de la Comisión Internacional para el Estudio del Canal de Suez, a la que acudió como único representante español en su calidad de académico, siendo asimismo más tarde el representante patrio en el acto de inauguración del canal. Como resultado de esta misión redactó su Memoria sobre el Rompimiento del istmo de Suez, publicada en 1857.

En 1858, además de ser reelegido diputado, el ingeniero pasó a la empresa privada, al ser nombrado director gerente de la Compañía del ferrocarril de Tudela a Bilbao, constituida un año atrás, tras autorizarse la subasta de la línea en 1856. Con el británico Charles Vignoles al frente de la construcción, asistió como director —lo fue hasta 1866— a la terminación de las obras en el plazo previsto de cinco años, en 1863.

Estas actividades Montesino las hizo compatibles con otras dedicaciones e intereses, contándose por entonces la traducción que junto a Pedro Gómez de la Serna hizo de los Principios de Economía Política de Mac Culloch (1855), su participación en la Sociedad Libre de Economía Política, fundada en 1857 para potenciar el debate sobre esta materia, o asimismo en la Asociación para la reforma de los aranceles de aduanas, dos años después. En paralelo a ello continuaría su asistencia a la Academia de Ciencias, en la que en 1861 encabezó el acto de recepción del ingeniero Lucio del Valle.

En 1862 sus conocimientos en materia ferroviaria le valieron a Montesino ser nombrado por el Gobierno individuo de la comisión de estudio de la Exposición Internacional de Londres de ese año, motivo con el cual ese verano visitó de nuevo la capital británica.

Fruto de este viaje, en 1863 publicó su Memoria sobre el material de ferrocarriles en la exposición de Londres de 1862.

Tras el triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868, que provocó la caída de Isabel II, Montesino fue elegido de nuevo diputado en las Cortes de 1869, en las que, al dirimirse la cuestión real, votó por Amadeo, formando parte de la comisión que al año siguiente se trasladó a Italia para acompañar al nuevo Rey en su camino a Madrid.

También en 1869, fue nombrado presidente de la recién formada Asociación Nacional de Ingenieros industriales, de la que al cesar en el puesto, siguió siendo presidente de honor. No había concluido el año, cuando en el mes de diciembre, el ingeniero fue designado director de los servicios de explotación y construcción de la compañía de ferrocarriles MZA, cargo que iba a ejercer durante casi tres décadas, hasta 1897, y al que sumó, más tarde, la vicepresidencia del consejo de administración. Sus conocimientos y laboriosidad trascendieron a la empresa que, si al entrar al frente de la misma, atravesaba un momento delicado en medio de la turbulenta situación del país y tenía 1.420 kilómetros en explotación, en 1899 había pasado a los 3.650 kilómetros, habiéndose prácticamente duplicado los ingresos de la compañía desde 1874. Durante esta larga etapa, entre otras mejoras, se empezó el paso del carril de hierro al de acero, se estableció el servicio de coches cama o se incentivó desde la dirección la formación del personal, aprobando los reglamentos de las diversas escuelas que la empresa mantenía. En la ampliación de la red, especialmente desde 1875, se avanzó en la adquisición de líneas pertenecientes a pequeñas empresas, como la del Ferrocarril de Córdoba a Sevilla, en 1875, la de Ciudad Real-Badajoz en 1880 o la de Aranjuez Cuenca en 1884, entre otras. En 1891 se obtuvo la concesión del ferrocarril de Valladolid a Ariza y en 1899 se integró la red catalana, tras su compra a TBF.

La intensa actividad desplegada al frente de la compañía no le impidió a Montesino desarrollar en estos años su labor en otros campos. Así, desde 1875 ocupó, según se ha dicho, la vicepresidencia de la Academia de Ciencias, y la presidencia desde 1882, potenciando en este período la mejora de las instalaciones de la institución, que en 1897, coincidiendo con su cincuenta aniversario, estrenó sede en el edificio que todavía ocupa hoy. Entre 1877 y 1923 la corporación estuvo oficialmente representada en el Senado por uno de sus miembros, honor que le cupo al ingeniero en sucesivas ocasiones desde 1881 hasta el final de sus días. De hecho, y aunque progresivamente alejado de la política activa a partir de la Restauración (1875), ya había sido senador por su provincia en la legislatura de 1872-1873, y fue en dos ocasiones vicepresidente de la cámara alta, la primera durante esa misma legislatura y la segunda en la de 1893-1894. En esta etapa fue accionista de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1875 y que tan decisivo papel iba a jugar en la vida educativa e intelectual del país.

En 1897, abatido por el fallecimiento de su esposa, Cipriano Montesino dejó la dirección de MZA, aunque hasta el final de sus días se mantuvo en el Consejo de Administración. A la edad de ochenta y cuatro años, murió en Madrid, el 27 de agosto de 1901. Para entonces atesoraba en su haber las más diversas distinciones y honores: académico correspondiente de la Academia de Ciencias de Lisboa, miembro de la Asociación Internacional del Fomento de Nápoles, Gran Cruz de Carlos III, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, Gran Cruz del Mérito Militar, etc.

 

Obras de ~: Resumen del Curso de Construcción de Máquinas (1853-54), 4 vols. [Madrid?], 1853-1854; trad. y notas de Principios de economía política/ J. R. Mac Culloch, Madrid, Imprenta de M. Sanz y Gómez, 1855; Memoria sobre el estado de las obras públicas en España en 1856: presentada al Excmo. Sr. ministro de Fomento por la Dirección General de Obras Públicas [...], Madrid, 1856; Rompimiento del istmo de Suez: memoria que acerca de la unión del mar Rojo al Mediterráneo por medio de un canal marítimo, presenta al Gobierno de S.M, Madrid, 1857; “Canal del Istmo de Suez. Carta de D. Cipriano Segundo ‘Montesino”, en Revista de Obras Públicas, 6 (1858), págs. 249-250; “Discurso del Excmo. Sr. D. Cipriano Segundo Montesino”, en Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias en la recepción pública del Sr. Lucio del Valle, Madrid, Imprenta de José C. de la Peña, 1861; Memoria presentada por el Ilmo. Sr. Dn. Cipriano Segundo Montesino como individuo de la comisión encargada del estudio de la exposición internacional de Londres de 1862.- Clase V. Material de ferro-carriles, Madrid, 1863; Carta al Excmo. Sr. Ministro de Fomento acerca del trazado del ferro-carril directo de Madrid a Lisboa entre Malpartida de Plasencia y Abrantes, Madrid, 1874; “Discurso del Excmo. Sr. D. Cipriano Segundo Montesino”, en Discursos leídos ante la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la recepción pública del Excmo. Sr. D. Práxedes Mateo Sagasta el día 20 de junio de 1897, Madrid, Imprenta de L. Aguado, 1897, págs. 33-65.

 

Bibl.: M. Prieto y Prieto, La Asamblea Constituyente de 1869. Biografías de todos los representantes de la nación, t. III, Madrid, Imprenta de Tomás Rey y Cía., 1869; “Participación del Estado en las obras públicas. Opinión del Sr. Montesino”, en Revista de Obras Públicas, 20 (1872), pág. 243; VV. AA., Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias, artes, etc., t. XIV, Londres, W. M. Jackson Editor, s. f., pág. 99; J. Sanguino Michel, “Crónica General. D. Cipriano Segundo Montesino. Despedida a un cacereño”, en Revista de Extremadura, 3 (1901), págs. 379-380; J. Muñoz del Castillo, “Cipriano Segundo Montesino”, en Revista de Extremadura, 5 (1903), págs. 289-298; VV. AA., Enciclopedia universal ilustrada europeo americana, t. XXXVI, Barcelona, Hijos de J. Espasa eds., [1908-1930], págs. 606-607; J. M. Alonso Viguera, La ingeniería industrial española en el siglo xix, Madrid, Blass Tipográfica, 1944; M. Foronda Gómez, Ensayo de una bibliografía de los ingenieros industriales, Madrid, Estades Artes Gráficas, 1948, págs. 388-392; F. Wais, “Ferroviarios ilustres. Don Cipriano Segundo Montesino”, en Vía Libre (diciembre de 1967), págs. 24-25; J. M. Torroja Menéndez, “Los presidentes de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales”, en VV. AA., Homenaje al Prof. D. Manuel Lora-Tamayo, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1975, págs. 12-13; VV. AA., Diccionario Histórico de la ciencia moderna en España, vol. II, Barcelona, Ediciones Península, 1983, págs. 78-79; L. Vega Gil (coord.), Pablo Montesino y la modernización educativa en España, Zamora, Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo, 1998; J. M. Cano Pavón, “El Real Instituto Industrial de Madrid (1850-1867): medios humanos y materiales”, en Llull, 21, n.º 40 (1998), págs. 33-62; Estado, enseñanza industrial y capital humano en la España Isabelina (1833-1868). Esfuerzos y fracasos, Málaga, Imprenta Montes, 2001; J. M. Martínez- Val Peñalosa, Un empeño industrial que cambió España. 1850-2000. Siglo y medio de ingeniería industrial, Madrid, Síntesis, 2001, págs. 21-67; R. Alcaide González, Reseña del libro “Ministerio de Fomento. Memoria sobre el estado de las Obras Públicas en España en 1856”, en Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, 7, n.º 394, 25 de agosto de 2002, en http://www.ub.es/geocrit/b3w-394.htm; J. Ramón Teijelo, “Aproximación al Real Conservatorio de Artes (1824-1850): Precedente institucional de la ingeniería industrial moderna”, en Quaderns d’história de l’enginyeria, 5 (2002-2003), págs. 45-65; G. Lusa Monforte, “La creación de la escuela industrial barcelonesa (1851)”, Barcelona, Escola Técnica Superior d’Enginyeria Industrial de Barcelona, UPC, Documentos de la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona, n.º 11, 2001.

 

Amaya Sáenz Sanz

 

 

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