Luisa Isabel de Orleans. Versalles (Francia), 11.XII.1710 – París (Francia), 16.VI.1742. Reina de España, esposa de Luis I.
Hija de Felipe de Orleans, regente de Francia, y de la señora de Blois, hija natural de Luis XIV. Se la conocía en la Corte francesa como mademoiselle de Montpensier. A pesar de su rango, creció sin recibir la educación apropiada para una princesa. Ni siquiera estaba bautizada y hubo de serlo apresuradamente para poder casarse. Recibió el bautismo el 22 de octubre de 1721. Su abuela paterna, la princesa palatina, la criticaba con dureza: “No puede afirmarse que mademoiselle de Montpensier sea fea; tiene los ojos bonitos, la piel blanca y fina, la nariz bien hecha, aunque un poco delgada; la boca muy pequeña. Sin embargo, a pesar de todo esto, es la persona más desagradable que he visto en mi vida; en todas sus acciones, ya hable, o coma o beba, impacienta, por lo que ni yo ni ella hemos vertido lágrimas cuando nos hemos dicho adiós”.
Su suerte cambió al acordarse su casamiento con el heredero de la Corona española. Al producirse la reconciliación entre las dos ramas de la dinastía borbónica, por el Tratado hispano-francés de 1721, entre el rey de España y el regente de Francia, se selló el acuerdo mediante un doble vínculo matrimonial, la boda del príncipe de Asturias, Luis, con una hija del duque de Orleans, la princesa Luisa Isabel, y el futuro enlace del rey de Francia, Luis XV, con la infanta española María Ana Victoria —casamiento éste que nunca llegaría a realizarse—. Su padre el regente trató de dar a la boda el máximo relieve. Se confeccionó un rico ajuar para la novia y se le enseñó español. Como anota la Gazeta de Madrid de 18 de noviembre de 1721: “[...] se han hecho también 40 vestidos para la señora princesa de Montpensier, de muy ricas telas, que valdrá a 500 libras la vara de algunas de ellas; y los diamantes que el Rey [Luis XV] tiene destinados para regalarla, importará 8.000 libras, y el señor duque de Orleans hasta 5.000 y un maestro de lenguas va dos veces al día al Palacio Real, para enseñar la lengua española a esta Princesa”.
El intercambio de princesas se realizó en la frontera hispano-francesa, en la isla de los Faisanes en el río Bidasoa, el 9 de enero de 1722. Luisa Isabel se entrevistó con su futuro esposo por primera vez de incógnito en Cogollos el 19 de enero y el encuentro oficial se produjo en la villa de Lerma el 20 de enero de 1722. La misa de velaciones se ofició al día siguiente. Convertida en Princesa de Asturias, demostró a su llegada a España la enorme satisfacción que sentía ante tan alto destino. En general, causó buena impresión y pareció adaptarse bien a su nuevo país. El duque de Saint Simon, que fue el embajador encargado por la Corte francesa para negociar las dobles bodas, escribía: “La Princesa de Asturias, desde que pasó los Pirineos, ha dado muestras de mucho ingenio y deseo de agradar, así como de carecer de la más vulgar educación. Fácil para amoldarse a las costumbres españolas y para comprender la grandeza inesperada en que se encuentra, no echa nada de menos. [...] Demuestra gusto por el Príncipe y complacencia para con los infantes, ninguna atención por nadie, poco recuerdo de Francia y de sus padres, mucha niñería, y apego a sus fantasías”. Su esposo también la recibió con mucho agrado, tal como indicaba también Saint-Simon: “Su alegría ha sido grande cuando se ha visto casado [...]. Parece amar y buscar a la Princesa”. Poco después Luisa Isabel se reunió en la Corte madrileña con una de sus hermanas menores, pues se concertó el futuro casamiento del infante Carlos con mademoiselle de Beaujolais, Felipa Isabel, quinta hija del duque de Orleans, pero tampoco este matrimonio llegaría a realizarse.
La abdicación de Felipe V —Real Decreto de 10 de enero de 1724— convirtió a la joven pareja formada por Luis e Isabel en nuevos Reyes de España. Luisa Isabel al convertirse en Reina contaba trece años. Físicamente atractiva, pero pésimamente educada en la frívola Corte de su padre el Regente, su conducta como Reina escandalizó a todo el mundo y amargó a su esposo, que la quería sinceramente. El marqués de San Felipe comentaba la falta de adaptación de la joven Reina a la severa etiqueta de la Corte española: “Estos desórdenes y vivezas de la Reina eran perjudiciales a su salud, y desairadas en la majestad, con llaneza, aunque inocentes, extrañas en lo atento y serio de la nación. Fomentaban estas libertades algunas lisonjeras camaristas, poco dóciles a las órdenes de la camarera mayor [...]. Estas severas leyes del palacio español han tolerado las reinas con gran resignación y ejemplo, y se tenía presente la modestia, gravedad y consumada virtud con que vivía la reina Isabel, mujer del rey Felipe; y todo esto daba más resalto a las vivezas, al parecer intolerables, de una reina niña que no comprendía los inconvenientes de aflojar ni declinar de aquel alto decoro y sostenimiento que compete a la Majestad”. La joven Reina no sabía comportarse a la altura de la responsabilidad que exigía su condición regia. Bebía con exceso, hasta embriagarse, comía sin medida, se exhibía ligera de ropa y cometía toda clase de locuras, impropias de la decencia y del protocolo.
El rey Luis acabó por perder la paciencia ante las locuras de su esposa. En una de sus muchas cartas a Felipe V e Isabel Farnesio el Rey se mostraba desolado: “Voy a contar a VV. MM. que la Reina, cuando fui anoche a cenar, estaba tan extraordinariamente alegre, que me parece que se encontraba embriagada, aunque no esté muy seguro de ello. [...] Esta mañana la Reina ha estado en San Pablo en bata, ha almorzado y después se ha ido a lavar pañuelos. Durante este tiempo, he hablado con el Padre Labroussel, que no sabía nada, y ha quedado muy escandalizado. En seguida habló con la Reina, que le escuchó, prometiéndole corregirse. Ha asistido a la misa mayor porque he esperado media hora para que se vistiese. Después ha comido bastantes porquerías, y después de haber comido se ha puesto en camisa y en esta forma se ha asomado a la gran galería de cristales, en donde la veían desde todas partes lavar los azulejos. De suerte que no veo otro remedio que encerrarla, porque el mismo caso hace de lo que le dijo el Rey [Felipe V], como si se tratara de un cochero. Suplico a VV. MM. me digan cuándo juzgarán a propósito sea encerrada, dónde será preciso encerrarla y qué personas le destinaré para que estén con ella, pues estoy desolado sin saber lo que me espera”.
La situación llegó al extremo de que el Rey se vio obligado a recluirla en el viejo alcázar de los Austrias, bajo la vigilancia de la camarera mayor, condesa de Altamira, despachando a todo su séquito francés. Pese a todo, el rey Luis quería a su esposa y temía aumentar el escándalo con el castigo, por lo que la perdonó muy pronto, tras sólo dieciséis días de encierro. Luis explicaba en una carta a los Reyes padres el reencuentro con su esposa: “Empiezo mi carta por anunciar a VV. MM. que la Reina se halla ya en el Retiro. Estuve en Troje, y habiéndola encontrado a mi vuelta en el Puente Verde, según lo tenía dispuesto, la abracé y la puse en mi carroza”. Pero las excentricidades de Luisa Isabel no acabaron y las relaciones con su esposo siguieron siendo difíciles.
Aunque los nuevos Reyes se dedicaron con interés a su nuevo oficio de reinar, no eran ellos quienes llevaban verdaderamente las riendas del gobierno, pues seguían bajo la tutela de Felipe V e Isabel de Farnesio. Pero no hubo tiempo para que asumieran plenamente la Corona, pues el reinado de la joven pareja acabó tan inesperadamente como había comenzado. Luis I enfermó de viruela el 15 de agosto. Dos semanas después, ante el agravamiento de su salud, el día 30, firmó un acta, por la cual devolvía a su padre todo lo que había recibido de él, otorgaba poder a su favor para hacer testamento y le recomendaba muy particularmente a la Reina su esposa. El jueves 31 de agosto de 1724 falleció Luis I en Madrid. La reina Luisa Isabel, que tantas muestras había dado de frivolidad y extravagancia, mantuvo durante la enfermedad de su esposo un supremo ejemplo de generosidad y abnegación, cuidando personalmente a su marido con total entrega, hasta el punto de contagiarse y caer enferma de viruela también ella. El reinado relámpago de la desdichada Soberana había durado sólo ocho meses. La pareja real no había tenido hijos.
Para la joven viuda comenzó entonces una larga etapa de tristeza y soledad. Luisa Isabel, por imperativos del luto riguroso, vivía apartada en la Corte española. Al poco tiempo, con motivo de la ruptura del acordado matrimonio de Luis XV con la infanta María Ana Victoria, fue devuelta a Francia. El 15 de marzo de 1725 tuvo que abandonar Madrid, para no volver nunca. Tampoco encontró un lugar en la Corte francesa. Primero residió un tiempo en el castillo de Vincennes, después se trasladó a París, donde vivió relegada, enferma y empobrecida, reclamando el pago de la pensión que le correspondía como Reina viuda y solicitando la ayuda de la Familia Real española sin conseguirla. En este lamentable estado sobrevivió unos cuantos años, hasta su muerte, ocurrida en el palacio de Luxemburgo, en 1742, cuando todavía no había cumplido treinta y dos años. Fue enterrada en la iglesia de Saint Sulplice de París.
Bibl.: L. de Saint-Simon, duc de Rouvroy, Mémoires, Paris, Truc, 1953-1961, 7 vols. (Bibl. de la Pléiade); V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la guerra de España e historia de su rey Felipe V, el Animoso, ed. y est. prelim. de C. Seco Serrano, Madrid, Atlas, 1957 (Biblioteca de Autores Españoles, 99); Duquesa de Orleans [Carlota-Isabel], Lettres de Madame Duchesse D’Orleans, née princesse Palatine 1672-1722, pref. de P. Gascar, ed. y notas de O. Amiel, Paris, Mercure de France, 1981 (2.ª ed. 1985); M. Reder Gadow, “Honras y exequias en Málaga por la muerte de la Serenísima Reina Doña Luisa Isabel de Orleans, viuda de Luis I (1742)”, en Baetica (Universidad de Málaga), 19, II (1997), págs. 161- 173; A. Danvila, Luis I y Luisa Isabel de Orleáns: El reinado relámpago, Madrid, Alderabán, 1997; M.ª V. López-Cordón, M.ª Á. Pérez Samper y M.ª T. Martínez de Sas, La Casa de Borbón. Familia, corte y política, Madrid, Alianza Editorial, 2000, 2 vols.
María Ángeles Pérez Samper