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Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel

Biografía

Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel. Brunswick (Alemania), 1691 – Viena (Austria), 1750. Emperatriz de Alemania, reina y regente en Barcelona durante la Guerra de Sucesión Española.

Nació en 1691 en el seno de la familia Brunswick y Luneburg, que poseía el ducado de Brunswick desde 1253 por investidura de Federico II, y estaba emparentada con la casa de Hannover, cuyo heredero Jorge se convertiría, a la muerte de la reina Ana, en rey de Inglaterra. Pese a su origen protestante, sería la destinada a casarse con el pretendiente a la Corona de España tras la muerte de Carlos II, el archiduque Carlos, que luchaba en la Península en la Guerra de Sucesión contra Felipe V. El filósofo Leibniz, que en esta época era bibliotecario y amigo de la familia Brunswick, apoyó el enlace en la Corte Imperial. Los jesuitas austríacos se encargaron de la instrucción católica de la princesa, que abrazó la nueva religión el 19 de abril de 1707 ante el obispo de Maguncia, y se trasladó a Viena. El 18 de agosto de 1707 el rey Carlos anunció su matrimonio con Isabel Cristina. El momento elegido no fue casual. Se vivía una situación difícil para sus pretensiones de heredar la Corona española tras la derrota de Almansa en primavera. Además, su rival, Felipe V, estaba a punto de tener un heredero: el infante don Luis nació el 25 de agosto. La decisión del archiduque de contraer matrimonio y el traslado a Cataluña de su esposa daban fuerza a la casa de Austria como alternativa política donde las armas habían fracasado. Las noticias procedentes de España sobre el avance de las tropas borbónicas retrasaron el viaje de la princesa a Barcelona, ciudad en la que el archiduque había establecido su Corte.

El 23 de abril de 1708 se casó por poderes del archiduque Carlos en el palacio de Schönbrunn, quien envió a Viena para que acompañasen a su esposa en la ceremonia a un pequeño séquito compuesto, entre otros, por el conde de Galve y Francisco Pérez de Segura, en calidad de secretario, encargado de enseñar a la nueva Reina el castellano durante el viaje. El conde de Cardona y almirante de Aragón, su mayordomo mayor, se desplazó a Génova para unirse a la comitiva hasta la capital catalana. A bordo de la escuadra inglesa del almirante Leake, llegó el 25 de julio a Mataró, donde fue recibida con las mayores demostraciones de júbilo. Carlos concedió a la ciudad de Mataró y a todos sus vecinos diversos privilegios. La Reina hizo entrada pública en Barcelona el 1 de agosto de 1708, en medio de grandes festejos. Con diecisiete años, las fuentes de la época la describen como un modelo de belleza y de virtudes. Isabel Cristina trajo nuevos aires a la Corte barcelonesa y se ganó muy pronto el afecto de los catalanes, que tuvieron de ella una opinión muy favorable, incluso en los momentos más difíciles. Pieza esencial en el juego político a partir de ahora, su presencia en la Corte catalana constituyó un aliciente para la causa austracista.

Isabel Cristina desempeñó, durante la Guerra de Sucesión, un papel similar al de la primera esposa de Felipe V, María Luisa de Saboya. Su acción de gobierno se inició en la Junta de Italia, donde adquirió la experiencia en el sistema político de la Monarquía.

En 1710, durante la segunda incursión aliada en Castilla, se quedó en Barcelona al frente del gobierno austracista, como regente, cerca de seis meses. Se pueden establecer dos fases en la regencia: una primera caracterizada por un clima de esperanza y una segunda marcada por las dificultades. En esta etapa, Isabel Cristina pudo constatar el apoyo popular. Convocó frecuentes consejos que contaron con su presencia y tuvo como principales colaboradores a ministros de entera confianza del rey Carlos. La defensa del Principado, en ausencia del grueso del ejército, constituyó una preocupación primordial. En esta etapa se planeó también la conquista de Valencia, para afianzar el dominio aliado en la Corona de Aragón. La Reina llegó a establecer un gobierno interino para el reino con valencianos residentes en Barcelona, en tanto se restablecía la antigua forma de gobierno, modificada tras el decreto borbónico de Nueva Planta. La ofensiva aliada en Castilla acabó con la victoria de Felipe V en Brihuega y Villaviciosa en diciembre de 1710.

En 1711 los acontecimientos dieron un giro radical, tras la muerte de José I, pues convertía al archiduque Carlos en emperador y abría una etapa incierta en la Guerra de Sucesión. Se decidió entonces, a propuesta de los holandeses, que el archiduque se marchara a Frankfurt a recibir la Corona imperial y que se quedase Isabel Cristina en Barcelona como gobernadora.

Antes de partir, el nuevo Emperador dejó establecida la forma de gobierno: además del Consejo de Estado y de los demás tribunales, se constituyó una Junta de Gabinete o de Regencia con instrucciones precisas sobre su funcionamiento para que la asesorasen en el despacho. Algunos nobles próximos, colaboradores del rey Carlos, lo acompañaron al Imperio, aunque permaneció al lado de la Reina el secretario de Estado y del Despacho marqués de Rialp. El mariscal Starhemberg se encargó de las operaciones bélicas, a pesar de la progresiva pérdida de apoyo de los aliados.

La regencia de Isabel Cristina, entre septiembre de 1711 y marzo de 1713, representó la continuidad en el gobierno. Celosa de su autoridad y en ocasiones autoritaria, se comprueba que la Reina no se dejó manejar por sus ministros de Estado, aunque parece que supo encauzar las tensiones con ellos con más habilidad que el archiduque. No era momento para reabrir un debate político como el que había estallado meses antes tras la publicación del Epítome de Grases (1711). A nivel interno, la Reina tuvo que atender frecuentes incidentes entre las autoridades locales y el gobierno de Barcelona, agudizados por la crisis bélica.

Los últimos meses de dominio austríaco estuvieron marcados por el descubrimiento de diversas conspiraciones tanto en Barcelona como en otros territorios austracistas, como Mallorca, lo que indica el cambio de actitud que se había operado en algunos sectores de la población en la adhesión a la causa austríaca.

La necesidad de dinero para pagar a las tropas se hizo cada vez más apremiante. Al abandono británico del conflicto, se sumó el cambio de coyuntura que se produjo en la economía catalana hacia 1711. Se incrementó la participación de los territorios italianos en el sostenimiento de la guerra en Cataluña y se aumentó la carga impositiva, lo que provocó fuertes resistencias en aquellos territorios. La consecuencia de los abusos de las tropas motivaron que los presidentes de los tres brazos dirigieran una representación el 4 de marzo de 1713 para que se activara el Tribunal de Contrafacciones.

Isabel Cristina demostró capacidad para hacer frente a las dificultades y a las adversidades, siguiendo siempre las indicaciones del Emperador. Durante los meses que precedieron a la firma de los Tratados de Utrecht se deterioró la situación catalana. Se acercaba el final de la guerra. La realidad internacional se imponía también en Cataluña. El 24 de febrero Isabel Cristina comunicó al Consejo de Aragón la orden del emperador Carlos VI de regresar a Viena en la escuadra que ofrecía la reina inglesa. Pese a lo inevitable, no se quiso dar la idea de desamparo y la Emperatriz organizó el gobierno como si éste fuera a durar tras su partida. En el marco de los acuerdos de Utrecht, el 2 de marzo de 1713 se firmó el Tratado de Evacuación y el 15 de marzo el mariscal Starhemberg fue nombrado capitán general de Cataluña. En un Decreto de 17 de marzo, Isabel Cristina ordenaba la expedición de despachos de empleos y mercedes otorgadas para “consuelo de sus vasallos” y abría la puerta de la esperanza a los austracistas que decidieran exiliarse.

La noticia de la marcha de Isabel Cristina disparó la tensión en el principado. Se temió un levantamiento popular y se planteó la posibilidad, luego descartada, de sacarla a escondidas. El 19 de marzo salió la ya Emperatriz del puerto de Barcelona a bordo de la flota naval inglesa. La Reina escribió entonces al marqués de Rialp: “Jamás puedo yo querer a otra nación, que yo quiero a los catalanes y lo haré toda mi vida”.

Durante su viaje de regreso a Viena, Isabel Cristina mantuvo una interesante correspondencia con el marqués.

Rialp, ausente el Emperador de Barcelona y en un entorno difícil, no desaprovechó la ocasión para ganarse su favor y su confianza, como antes lo hiciera con el archiduque Carlos. El papel de Isabel Cristina cuando llegó a Viena en 1714 cambió radicalmente y, apartada de las tareas institucionales de gobierno, se dedicó al coleccionismo y a obras de caridad. En 1716 nació un varón, pero falleció a los pocos meses; sólo sobrevivieron dos de sus hijas, por eso, su vida, como la de Carlos VI, estuvo marcada por los problemas de la sucesión, pese a la solución recogida en la Pragmática Sanción (1713). A la muerte del Emperador en 1740, la historia parece repetirse: Isabel Cristina vivió una nueva Guerra de Sucesión, la austríaca, y tuvo que ayudar a sostener la causa de su hija María Teresa con el mismo empeño que había puesto años atrás en la defensa de la causa austracista en España.

 

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Virginia León Sanz