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Gaspar Alonso Pérez de Guzmán y Sandoval

Biografía

Pérez de Guzmán y Sandoval, Gaspar Alonso. Duque de Medina Sidonia (IX). Valladolid, VIII.1602 – 4.XI.1664. Noble, conspirador, capitán general de Andalucía y del Mar Océano.

Quien alcanzaría fama en la historia a causa de protagonizar una de las conspiraciones más debatidas, y aún no del todo esclarecida, nació hijo de Juan Manuel de Guzmán, VIII duque de Medina Sidonia, y de Juana de Sandoval y Rojas, hija, a su vez, de Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma y privado de Felipe III. Su pertenencia a la casa de Medina Sidonia, la más rica y poderosa de España con estados y señoríos considerables en la Andalucía occidental y con, aproximadamente, 150.000 ducados de ingresos anuales (en parte alimentados por el monopolio de la pesca del atún), fue sólo una parte de su herencia; la otra vino dada por sus encumbrados parentescos que lo situaron en el centro de la vida política del siglo xvii español, lo que explica en gran medida los accidentes que jalonaron su biografía y los rumbos que tomaron sus descendientes.

Como era tradicional en los duques de Medina Sidonia, el ejercicio de sus obligaciones señoriales tenía como escenario el palacio de Sanlúcar de Barrameda, no la Corte regia. Esta señal de distinción cabía atribuirla no sólo a la necesidad de gobernar sus extensos estados y administrar unas cuantiosas rentas, sino también a un deseo de conservar la preeminencia entre la aristocracia castellana y a las exigencias de los cargos de capitán general del Mar Océano y de capitán general de las Costas de Andalucía creados por Felipe II el 8 de enero y el 21 de marzo de 1588, respectivamente, para el VII duque, Alonso Pérez de Guzmán, puesto contra su voluntad al mando de la Armada Invencible que fracasó ante Inglaterra en 1588. Sin embargo, el futuro IX duque nació en el Valladolid cortesano de 1602, ciudad a la que el duque de Lerma, su abuelo, había logrado trasladar la residencia del Monarca en detrimento, si bien sólo temporal, de Madrid. Como segundogénito que era, el gobierno de la casa no estaba destinado para él. Sólo la muerte de su hermano mayor lo convirtió en heredero.

La endogamia presidió sus dos enlaces matrimoniales: en 1622 casó con su tía paterna Ana de Aragón y Pérez de Guzmán, de la que enviudó en 1637 tras ver nacer a Gaspar Juan Pérez de Guzmán, que ocuparía el puesto décimo entre los titulares de la casa; y en 1640 contrajo nuevo matrimonio con su prima Juana Fernández de Córdoba, hija del marqués de Priego y madre del undécimo duque, Juan Pérez de Guzmán.

Tanto por el hecho en sí mismo como sobre todo por las consecuencias que traería, cabe recordar que en 1633 la hija del duque Juan Manuel —hermana, por tanto, de Juan Gaspar— se casó con Juan de Portugal, duque de Braganza y futuro rey de Portugal en 1640.

La muerte del duque Juan Manuel el 20 de marzo de 1636 dio paso a la titularidad de su heredero, hasta entonces sólo conde de Niebla. Al igual que bajo su padre, la casa de Medina Sidonia se vio sometida en estos años de intensa actividad bélica a constantes peticiones fiscales por parte de la Corona. Felipe IV esperaba de la nobleza la colaboración que sólo quienes eran señores de vasallos podían ofrecer para reclutar tropas y sufragar su mantenimiento. Se daba el caso, además, de que el valido del Monarca, Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, pertenecía a una rama menor de los Guzmanes, lo que, unido al estrecho parentesco de los Medina Sidonia con la facción de los Sandovales desde los años del duque de Lerma, parece que sirvió para que la rivalidad entre Olivares y los duques residentes en Sanlúcar fuera a más.

Con todo, hay indicios de que este distanciamiento no fue constante, incluso podría afirmarse que entre una y otra rama de los Guzmanes hubo momentos de sintonía, cuando no de colaboración en la medida en que a ambas les convenía la salvaguardia y promoción del linaje. En todo caso, queda probado que las maltrechas finanzas de los Medina Sidonia no crearon las mejores circunstancias para que se diera un buen entendimiento entre Madrid y Sanlúcar.

La colaboración del IX duque con la Corona en lo referente, por ejemplo, a la protección del estratégico litoral gaditano, la Boca del Estrecho —con singular mira a la plaza de Gibraltar—, y la asistencia a las plazas españolas y portuguesas de la costa norteafricana (Ceuta, Tánger e incluso Melilla) fueron una constante, especialmente intensa en la década de 1630.

Más aún: a causa de lindar los señoríos del duque con las tierras de Portugal, donde se produjo una preocupante cadena de motines antifiscales entre 1637 y 1638 —en Évora, capital del Alentejo, y en todo el Algarbe—, Medina Sidonia fue encargado de comandar una fuerza reclutada en sus tierras cuyo fin consistió en apaciguar y reprimir la revuelta, como en efecto hizo. Esta conexión entre el duque y Portugal, que contaba con precedentes como el matrimonio del IV duque de Braganza Jaime con Leonor de Mendoza, hija del III duque de Medina Sidonia, a comienzos del siglo xvi, se había visto revalidada, como ya quedó indicado, por el nuevo enlace de la hermana de Gaspar con el duque de Braganza. De ahí que los sucesos de 1637 y, sobre todo, la aclamación del Braganza como rey de los portugueses el 1 de diciembre de 1640 fuera a abrir inevitablemente una nueva etapa en las relaciones entre la más conspicua casa española y la Corona.

De entrada, tras conocerse la noticia de la rebelión portuguesa, Felipe IV ordenó al duque que se ocupara del cierre y vigilancia del tramo de frontera lusa que tocaba a sus dominios. Algo que entraba dentro de lo natural, pero que en las circunstancias personales de Gaspar su ejecución constituía toda una declaración de fidelidad al Monarca y un acto implícito de condena del gesto de su cuñado y de su hermana, ahora reina de Portugal. ¿Cómo reaccionaría el duque ante el dilema de servir ciegamente a la Corona, de la que tanto había recibido, y la posibilidad de encumbrar su linaje auspiciando el triunfo, aunque fuera pasivamente, de una Guzmán convertida en la consorte de un nuevo Monarca? Parece que los rumores comenzaron a clarificar este problema. Ya en diciembre de 1640 corrió la voz de que Medina Sidonia había recibido con algo más que satisfacción la noticia de la Restauración bragancista. La difusión del rumor debió de ser lo bastante considerable como para obligar al propio duque a escribir a Felipe IV asegurándole la falsedad de tamaña maledicencia y declarándose leal vasallo. “Quemara en una hoguera —añadió— a los duques de Bragança porque no se ocasionasen discursos del vulgo”. Pero entre agosto y septiembre de 1641 se descubrió lo que al parecer fue una conjura del duque, en connivencia con su pariente Francisco Antonio de Guzmán y Zúñiga, VI marqués de Ayamonte (1606-1648), para ocupar Cádiz y Sevilla con la ayuda de tropas portuguesas, proclamarse rey de Andalucía (“donde era amado de todos y señor de tantos lugares”, según reza un documento portugués) y, según la propia declaración realizada por el duque (o que le obligaron a realizar) proteger así “a los parientes de Portugal” y mantener sus estados a salvo de la voracidad de la Corona. ¿Qué había de cierto en todo ello? Para empezar, es difícil estar seguros sobre la atribución del impulso de la conjura: si bien Domínguez Ortiz apunta hacia el marqués de Ayamonte, la verdad es que tanto los Braganza como el mismo Medina Sidonia pudieron también ser los responsables de la iniciativa, dado el beneficio que a todos podía reportarles. Los tratados de alianza firmados por Juan IV con Francia y las Provincias Unidas en el verano de 1641 establecieron la concertación de una triple armada francoluso- holandesa que debería asaltar la flota del tesoro americano y tomar la ciudad de Cádiz. No se olvide además que en agosto de 1641 había sido desbaratada en Lisboa una importante conspiración de signo austracista que perseguía acabar con el nuevo Rey. Por tanto, bien pudieron ser los Braganza los instigadores del acto que supuestamente hubiera protagonizado el duque. Se trataba, a fin de cuentas, de movilizar las clientelas, de activar los lazos de linaje —de ahí la fácil captación del marqués de Ayamonte—, y de promocionarse en virtud del “amor de los vasallos”, tácticas por lo demás habituales entre los poderosos del Antiguo Régimen. De hecho, la preocupación de Olivares una vez que tuvo noticia de la conjura —gracias a la información de Clara Gonzaga de Valdés y, sobre todo, de Francisco Sánchez Marques, español detenido en Lisboa y que logró congraciarse con los portugueses hasta lograr huir a España—, consistió en tratar el grave asunto de estado como una cuestión de desdoro familiar. Y en parte era realmente las dos cosas. El caso es que se ordenó a Medina Sidonia presentarse en Madrid al tiempo que se le desposeyó del cargo de capitán general de la Costa de Andalucía. Temiéndose lo peor y ante el retraso de la armada lusa que, con sus aliados, debía haberse ya puesto a la vista de Cádiz, el duque se dio por perdido y acudió a la Corte a solicitar el perdón real, que Felipe IV le concedió como un mal menor, aunque a cambio de servir en el frente de Extremadura con mil lanzas pagadas a su costa. Según el embajador de Florencia en Madrid, tal era el interés del Gobierno en traer a la Corte a Medina Sidonia que Luis de Haro, sobrino de Olivares, fue despachado en busca del duque a Sanlúcar el 3 de septiembre, en tanto el diplomático toscano le preparaba un veneno para, en caso de negarse a obedecer Gaspar, hacérselo llegar a Luis para matar al duque sin más contemplaciones.

Una determinada historiografía —Gregorio Marañón, la actual duquesa de Medina Sidonia— ha sugerido la posible invención de la conjura o la han negado directamente, achacando esta historia al intento de Olivares de arruinar a la rama mayor de los Guzmanes. Aclarado que el compromiso de un aristócrata con el relumbre de su linaje estaba por encima de cualquier rivalidad entre las diferentes ramas del mismo, dilucidar si la conjura realmente existió parece hoy un ejercicio no irrelevante, aunque sí menor respecto de las preguntas que sobre las relaciones entre la casa de Medina Sidonia y la Corona puede formularse la moderna historiografía. Así, a la luz de las consecuencias que tuvo la crisis de 1641 en los duques andaluces es como se puede avanzar en los significados de aquel episodio, más allá de la certificación de una factualidad difícil de verificar.

Es sabido que, tras ser perdonado, Medina Sidonia hizo público un célebre desafío al duque de Braganza que, en el lenguaje de una nobleza cuyos signos de identidad se hundían en un pasado mítico y ya por entonces algo anacrónico, no había terminado de perder su vigencia en lo referente a los modos de articular la defensa del honor. Ridiculizado aquel gesto por quienes con su crítica buscaban denigrar la Monarquía hispánica y enterrar el ministerio del pariente del duque —Olivares—, en realidad cabe decir que movilizó la pluma de más de un teólogo y jurista que recibieron de la Corona el encargo de dilucidar la pertinencia, legalidad y oportunismo del desafío. Son éstas las claves de una cultura política que deben considerarse a la hora de desentrañar también las restantes consecuencias de la conjura. Así, aunque perdonado una vez, el duque nunca debió desafiar la orden de la Corona de mantenerse alejado de Sanlúcar. Aquí regresó desde La Garrovilla (actual provincia de Badajoz) en junio de 1642, sin permiso real y quizás animado a retar al gobierno de un Monarca cada vez más contestado. De vuelta a su señorío, el duque liberó presos, recuperó el favor del pueblo mediante dádivas en metálico y criticó el daño infligido a su casa por las exacciones continuas. Se erigió, consciente o no, en un reclamo para los descontentos señores andaluces.

Felipe IV no perdió la ocasión de castigar esta desobediencia: aunque se habló de una segunda conjura que aún pareció más endeble y desdibujada que la primera, más bien parece que lo que la Corona aprovechó fue la ocasión para dar ejemplo de una autoridad muy poco respetada ya entre los grandes. La confiscación de Sanlúcar al duque representó un golpe mortal a las rentas de Medina Sidonia, al que ahora se desterró al castillo de Coca, luego a Tudela de Duero, una breve estancia en Lerma y finalmente a Valladolid, donde murió en 1664. Siempre estuvo vigilado. La llamada “Junta de las materias del duque de Medina Sidonia” se mantuvo firme en no levantar la guardia sobre el duque, temerosa de que huyera a Francia o Portugal o incitara a la revuelta “en estos reinos”. El marqués de Ayamonte, encarcelado desde 1641, vio suspendida la pena capital a la que había sido condenado hasta que se decidió aplicársela en 1648.

 

Bibl.: G. Marañón, El Conde-Duque de Olivares. La pasión de mandar, Madrid, Espasa Calpe, 1936; P. Armero Manjón, “El último señor de Sanlúcar de Barrameda”, en Archivo Hispalense (AH), 86 (1957), págs. 201-207; A. Domínguez Ortiz, “La incorporación a la corona de Sanlúcar de Barrameda”, en AH, 147-152 (1968), págs. 215-231; M. Nieto Cumplido, “Cartas inéditas del duque de Medina Sidonia y la conspiración de Andalucía”, en Boletín de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, 89 (1969), págs. 155-173; A. Garrido Aranda, “Actualización de un problema historiográfico: la conspiración del IX duque de Medina Sidonia”, en VV. AA., Actas del I Congreso de Historia de Andalucía. Andalucía Moderna, vol. II, Córdoba, Universidad, 1976, págs. 29-40; A. Domínguez Ortiz, “La conspiración del duque de Medina Sidonia y el marqués de Ayamonte”, en Crisis y decadencia de la España de los Austrias, Barcelona, Ariel, 1984, págs. 113-153; L. I. Álvarez de Toledo, Historia de una conjuración (La supuesta rebelión de Andalucía en el marco de las conspiraciones de Felipe IV y la independencia de Portugal), Cádiz, 1985; R. Valladares, La rebelión de Portugal, 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la Monarquía Hispánica, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1998; L. Salas Almela, Colaboración y conflicto. La Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía, 1588- 1660, Córdoba, Universidad, 2002.

 

Rafael Valladares

 

 

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