Cetina, Gutierre de. Sevilla, ¿1514-1517? – Puebla de los Ángeles (México), 1557 ant. Poeta petrarquista, autor del famoso madrigal “Ojos claros, serenos”.
En la difusión y el aprecio de la poesía de Gutierre de Cetina ha pesado la falta de una edición de su poesía durante muchos años. A lo largo de los Siglos de Oro, los textos de Cetina quedan reducidos, salvo alguna puntual excepción, a una circulación manuscrita que no fue tan amplia como la de otros poetas.
Hay que esperar hasta finales del siglo XIX para disponer de una edición con voluntad de completa (la de Joaquín Hazañas y la Rúa, publicada en 1895), por más que a lo largo de esa centuria distintos investigadores vayan preparando el camino para el magnum opus que todavía sigue siendo la edición de Hazañas y la Rúa a la que hay que acudir, al menos para leer los poemas más extensos. Pero también pesa en la difusión de la obra de Gutierre de Cetina otro factor más lábil como es el oscurecimiento que la fama de algunos poemas del sevillano ha proyectado sobre el resto de su producción, pues el enorme aprecio del madrigal más famoso de la literatura española, “Ojos claros, serenos”, ha dejado en la sombra otras composiciones igualmente dignas de estima. Y es que la poesía de Gutierre de Cetina se caracteriza por una amplia variedad que va desde el cultivo del soneto de acabada factura, hasta la introducción del madrigal en España (género en el que logrará el conocidísimo ejemplo paradigmático ya mencionado), hasta una amplia dedicación al género epistolar (horaciano o no), entre otras muchas formas (canciones, octavas, sextina, etc.). Tampoco hay que desdeñar en la valoración de la influencia de Cetina la importancia que tiene su obra poética en el Nuevo Mundo, pues sus poemas petrarquistas son los más representados en el temprano cancionero novohispano Flores de Baria Poesía, recopilado en México en 1577, y cabe pensar en Cetina como el introductor e impulsor de la nueva poesía italianista en América.
La vida de Gutierre de Cetina sigue envuelta en brumas. Durante algún tiempo, las noticias de su vida eran las que figuraban en el manuscrito del pintor y escritor Francisco Pacheco, Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, compuesto en Sevilla y fechado en 1599. Sin embargo, la documentación de los archivos ha modificado diversos aspectos de esa biografía. No se duda de su nacimiento en Sevilla, pero es incierto el año en que ocurrió, que puede situarse entre 1514 y 1517, aunque otros lo colocan en 1520. Tampoco parece haber constancia de la fecha de su muerte, aunque se sabe que en 1557 ya no vivía, según lo prueba un documento judicial. Esas fechas enmarcan una biografía breve que ronda los cuarenta años. Perteneció Cetina a una familia hidalga “que había aumentado su riqueza”, dice Álvaro Alonso, “gracias a sus vínculos con el mundo de la administración y del comercio”.
Quizá estudió humanidades antes de partir a la Corte, en Valladolid. Ruth Pike discute la hidalguía de la familia y se inclina por un origen converso de los Cetina, después de analizar el árbol genealógico de Gutierre de Cetina con numerosos detalles documentales y variadas técnicas de investigación para reconstruir un pasado que los descendientes de los judíos y los eruditos a veces se han empeñado en borrar o en ignorar. Sin embargo, no parecen rastrearse rasgos de ese origen converso en la obra de Gutierre de Cetina.
Como en el caso de otros autores cuya biografía se ha vuelto borrosa con el paso del tiempo, se han deducido algunos datos biográficos de su obra, pero si ésta es una opción generalmente arriesgada cuando se trata de textos literarios, lo es aún más al manejar la poesía petrarquista, una poesía basada en buena parte en la imitación y en la recreación de tópicos. Por eso, la localización de diversos poemas en las riberas de distintos ríos, la variedad de los poéticos nombres de las amadas, incluso el tono amargo de algunas composiciones, han de ser utilizados con prudencia, pues quizá no correspondan a una localización real, a mujeres de carne y hueso siempre, o a un período de redacción que se identifique con la madurez, respectivamente.
La vida de Gutierre de Cetina parece coincidir con los límites del reinado de Carlos I (1516- 1556), monarca al que sirvió durante su estancia en Italia (1538-1548) en varias misiones militares y diplomáticas que le llevaron a viajar por Europa, África del Norte e incluso América (en un primer viaje que se fecha en 1546), donde se habían establecido algunos de sus parientes (como su tío materno Alonso del Castillo, que fue comerciante en América y murió en México; también se establecieron en el Nuevo Mundo todos los hermanos varones de Gutierre de Cetina). La estancia en Italia, esencial para los escritores españoles del período e incluso más tarde en tanto que experiencia formativa (y en el caso de Cetina elemento propio de su generación literaria), obedece inicialmente a los intereses militares, aunque sumados los elementos culturales y los militares se adaptan perfectamente a la figura del poeta-soldado, tan característica de la llamada “generación de Garcilaso”.
Cetina volvió a América y en 1554 recibió una herida grave de la que murió poco después. Las circunstancias están recogidas en documentos del Archivo General de Indias. Parece, según Armando de María, quien ha exhumado el “testimonio de cierto proceso criminal seguido en la Ciudad de Los Ángeles y terminado en la Audiencia de México en 1554, contra Hernando de Nava por heridas que causó a Gutierre de Cetina”, que se trata del poeta y no de algún homónimo.
De acuerdo con de María, Cetina, obligado a permanecer en Los Ángeles para curar de calenturas, trabó amistad con Hernando de Nava, hijo del conquistador Bartolomé Hernández de Nava. Una noche en que Cetina paseaba con otro amigo, Francisco Peralta, fue atacado por dos hombres que hirieron al poeta en el rostro, confundiéndolo con su amigo. Peralta cortejaba a la misma mujer que Nava, quien estuvo detrás del ataque. La gravedad de las heridas y la falta de una cura adecuada causaron la muerte de Gutierre de Cetina, en fecha imprecisa, pero antes de 1557.
Como poeta se suele encuadrar a Cetina en la primera generación petrarquista, también llamada la “de Garcilaso”, aunque por su fecha de nacimiento, tardía en comparación con la de los otros miembros (Boscán, Hurtado de Mendoza), es considerado un epígono.
Además, su temprana muerte le impide, a diferencia de Hurtado de Mendoza y Acuña, conocer la España de la Contrarreforma. Comparte con los poetas del grupo los rasgos que se han venido considerando propios de una generación literaria, y algunos otros: el viaje a Italia, la admiración e imitación de los modelos italianos, la utilización del endecasílabo y la métrica de origen italiano, la predilección por el tema amoroso, etc. Como Garcilaso, y a diferencia de Boscán y Hurtado de Mendoza, los textos conservados atestiguan una escasa, que antes se creía nula, dedicación al octosílabo, pues sólo se conocen diez poemas de ese metro. Mucho más significativa, pues constituye el grueso de su producción, es su cultivo de la poesía italianista, con imitaciones de Petrarca y de otros poetas italianos (Castiglione, Tansillo, Ariosto, Sannazaro, etc.). Cerca de la mitad de las imitaciones de textos de otros autores se basan en poemas de Ausias March, poeta que interesa también a otros poetas de su grupo (Boscán, Garcilaso y Hurtado de Mendoza), aunque Cetina le dedica mucha más atención, pues sus imitaciones alcanzan casi la cincuentena. No sólo la imitación, tan característica del Renacimiento, es un rasgo importante en Cetina (que comparte con otros autores), sino también la capacidad de fusión renacentista que se manifiesta, por ejemplo, en la unión de la musicalidad de Tansillo y los temas de March.
A pesar de la existencia de un par de piezas en prosa, Cetina es sobre todo poeta. A la hora de estudiar y valorar su producción poética hay que tener en cuenta los diversos problemas de atribución, algunos aún sin resolver (como la conocida versión de la heroida VII de Ovidio, “Epístola de Dido Eneas: Cual suele de Meandro en la ribera”, que se atribuye también a Hurtado de Mendoza y Acuña), y la falta de ediciones ya mencionada. Su poesía se ha conservado en distintos manuscritos, aunque uno de ellos es especialmente importante tanto por el número de piezas que contiene (más de doscientas cincuenta) como por tratarse presumiblemente de una copia del original, según indica (“sacadas de su propio original que dexó de su mano escrito”). Se trata del manuscrito titulado Primera parte de las obras en verso de Gutierre de Cetina, de la colección Rodríguez Moñino-Brey que hoy se custodia en la Real Academia Española. La presencia de los poemas de Cetina es sumamente significativa en otro manuscrito del siglo XVI, una antología de diversos poetas que circuló muy pronto por el virreinato americano de Nueva España. Se trata del cancionero titulado Flores de baria poesía recoxida de varios poetas españoles. Recopilóse en la ciudad de México. Anno del nascimiento de NRO Saluador Ihuchristo de 1577 annos, en el que Cetina es el poeta más representado, con más de ochenta composiciones. Los primeros poemas impresos de Cetina aparecieron en las Anotaciones de Fernando de Herrera, de 1580. Después, en los siglos XVIII y XIX, son hitos significativos las publicaciones de López de Sedano (Parnaso español, colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos, vols. VII, VIII y IX, de 1773, 1774 y 1778 respectivamente), Adolfo de Castro (Poetas líricos de los siglos XVI y XVII, de 1854) y Bartolomé José Gallardo (Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, en el vol. II, de 1866), aunque la edición más completa, con todos sus problemas, de la poesía de Cetina sigue siendo la de Hazañas y la Rúa.
De entre las composiciones poéticas de Gutierre de Cetina sin duda el texto más famoso es el madrigal “Ojos claros, serenos”, que para Lara Garrido es “culminación de toda una lírica semipopular y cortesana”.
Una parte de su fama se debe a esa sabia fusión comentada y otra descansa en la música que el maestro Guerrero compuso para el madrigal. Más allá del éxito que atestiguan las imitaciones, alguna a lo divino, Alonso señala que incluso en este madrigal se percibe el toque ingenioso de otras composiciones en el final: “Ojos claros, serenos / ya que así me miráis, miradme al menos”. Los madrigales hacen evidente la deuda italiana, cuando combinan endecasílabos y heptasílabos, pero en alguno se percibe el nexo con la poesía de cancionero (como en “Cubrir los bellos ojos” que distribuye las rimas según el esquema de la redondilla, como indica Alonso). Los sonetos de Cetina se caracterizan por una cuidada construcción y por la importancia que concede a la técnica, característica esta que lo acerca a los poetas de la segunda mitad de la centuria. Entre esas técnicas se puede destacar el empleo de la rima interior (como en el soneto “Yo, señora, pensaba antes, creía”), o el uso de la enumeración diseminativo-recolectiva (como en el soneto “Siendo de vuestro bien, ojos, ausentes”) que después disfrutará de cierta preferencia en el gusto barroco. De entre los sonetos de Cetina gozan de justa fama el dedicado al simbolismo de los colores (“Es lo blanco castísima pureza”); el que trata de la ruina de Cartago, imitación de un soneto de Castiglione, que anticipa en la literatura española el gusto barroco por las ruinas, en esta ocasión no como visión moral, sino como correlato de la experiencia personal (“Excelso monte do el romano estrago”); o uno de los dos sonetos dedicados a la heroica defensa de los españoles de la plaza de Castilonovo (“Héroes glorïosos, pues el alto cielo”). El soneto es en Cetina y en otros poetas una forma que acepta, además de los contenidos del mundo de la lírica amorosa, otros temas.
De los textos extensos de Cetina, el corpus más amplio es el de las epístolas, de muy diverso signo, que, como testimonio de una dedicación en la que no perseveran ni Boscán ni Garcilaso, acerca a Cetina al interés que por la epístola mostró Hurtado de Mendoza, con un corpus mucho más amplio, en el que se incluyen varias epístolas o cartas en octosílabo. Las epístolas de Cetina se valen del endecasílabo y prefieren el terceto encadenado para tratar cuestiones de amores, para imitar hasta tres epístolas de las Heroidas de Ovidio (aunque una de ellas, como se ha indicado, también se atribuye a otros dos poetas), para desarrollar asuntos humorísticos (se le ha atribuido “La pulga”, que es de Hurtado de Mendoza, y “La cola”, que en otras fuentes se prohíja a Mendoza) sobre la Corte y, más específicamente, sobre el tópico que contrapone la vida en la aldea frente a la compleja vida en la urbe (como en la epístola “A Baltasar de León”, más conocido como Baltasar del Alcázar).
Varias de ellas se dirigen a personas reales: “A don Jerónimo de Urrea”, “A la princesa de Molfeta”, “Al príncipe de Ascoli”, “A don Diego Hurtado de Mendoza”, o la ya citada “A Baltasar de León”. La dedicada a Diego Hurtado de Mendoza es quizá la epístola que más rasgos horacianos presenta y es además una epístola que se fecha, por los acontecimientos que relata, en torno a 1543, muy próxima, por tanto, al nacimiento del género en España que viene de la mano de la epístola que Garcilaso dirige a Boscán, en 1534, y de las que cruzan poco tiempo después Hurtado de Mendoza y Boscán. En muchas de las epístolas, como ocurre en otros autores, se percibe un cambio poético que tiene más que ver con la poética de la epístola que con la personalidad del autor, pues la epístola tiende a tratar de asuntos cotidianos, en un estilo medio o bajo, y, desde su origen, está muy influida por la sátira. Por ello no debe sorprender que el Cetina de varias epístolas muestre un tono y un humor alejados de la rigurosa concepción que impone el petrarquismo en sus sonetos, por ejemplo.
El tema dominante de los distintos géneros poéticos es el amor, de corte petrarquista, con sus conocidas características (el contraste entre el bien pasado y el mal presente, la inaccesibilidad de la dama, etc.).
Son importantes también los temas relacionados con la sátira (en la que se incluye la crítica de la corte y la ciudad) y el panegírico (de personajes como Carlos V, el príncipe de Ascoli, o los españoles que murieron en Castilnovo, etc.). Entre las peculiaridades literarias de la poesía de Cetina cabe destacar la “falta de contención”, al comparar su poesía con la de Garcilaso, que “hace que los más felices hallazgos pierdan parte de su eficacia”, según Lara Garrido. Además, como petrarquista, Alonso encuentra algunas diferencias con los compañeros de época o grupo, como “la importancia que concede a la descripción del cuerpo femenino”, en particular los ojos, y su tendencia a “ciertos manierismos” que se traducen en juegos de ingenio.
A diferencia de Garcilaso y otros poetas de la época, Cetina no cultivó el género de la égloga, aunque eso no significa que no haya una presencia pastoril en sus versos. De hecho, bajo la máscara pastoril de Vandalio (el “Andaluz”) compuso diversos poemas a Dórida primero y a Amarílida después.
Se atribuyen a Cetina, sin que se haya puesto en duda su paternidad, dos textos en prosa: el Diálogo entre la cabeza y la gorra y la Paradoja en alabanza de los cuernos. De ambas piezas, hasta hace poco tiempo, sólo se conservaba un único testimonio manuscrito, pero recientemente se ha localizado otro testimonio manuscrito de las dos, en la Fernán Núñez Collection de la Bancroft Library, en la Universidad de California, campus de Berkeley: se trata del manuscrito 180 que las copia seguidas y las atribuye expresamente a Gutierre de Cetina. La Paradoja pertenece al cultivado género de los encomios paradójicos que busca elogiar seres u objetos habitualmente despreciados, como ocurre, en esta ocasión, con el motivo de los cuernos, tan querido de los textos satíricos y burlescos.
El Diálogo parece ser una adaptación de un texto italiano.
Se han perdido las supuestas obras de teatro que escribió, tanto en Sevilla (“aquella famosíssima Comedia en Prosa de la bondad Divina”, según Pacheco) como en Nueva España (“un libro de Comedias Morales, en prosa i verso; i otro de Comedias profanas”, también según el retrato que traza Pacheco en el Libro de descripción de verdaderos retratos).
Con una vida que no parece haber superado los cuarenta años, repartida entre la probable Sevilla natal, las campañas en Italia y los dos viajes a México, Gutierre de Cetina forma parte de la historia de la literatura española por su obra poética. En ella destaca, por la calidad y por la fama obtenida, el conocidísimo madrigal “Ojos claros, serenos”. Pero, además, Cetina es autor de numerosos sonetos de gran calidad técnica y de una amplia y rica poesía. Sin embargo, por la falta de una edición de sus textos, hasta finales del siglo XIX, la importancia y el significado de Cetina en la literatura española no siempre han sido reconocidos.
Su gusto por la musicalidad y una evidente facilidad versificadora, además de una concepción personal de la poesía, dotan a sus textos de una frialdad o falta de intimidad que no se supera con el dominio técnico.
Entre los indiscutibles logros hay que anotar el cultivo en España del madrigal italiano en una época muy temprana, la utilización de la difícil sextina de origen provenzal, la composición de un amplio corpus epistolar, etc. Anticipa Cetina, en cierto modo, algunas notas definitorias de la poesía española de la segunda mitad del siglo XVI. No se discute la importancia de Gutierre de Cetina en la propagación del petrarquismo en México a través del cancionero Flores de Baria Poesía.
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José Ignacio Díez Fernández