Abarca de Bolea Ximénez de Urrea y Bermúdez de Castro, Buenaventura Pedro. Conde de Aranda (IX), marqués de Torres, señor de la Tenencia de Alcalatén. Zaragoza, 14.IV.1699 ant. – 8.I.1742. Militar y empresario.
De noble y antiguo linaje, hijo de Bernardo Abarca de Bolea, I duque de Almazán, y de Francisca Bermúdez de Castro, Buenaventura fue bautizado el 14 de abril de 1699 en la iglesia de San Miguel de los Navarros de la capital aragonesa. Se casó el 3 de julio de 1715 con María Josefa Pons de Mendoza y Bournonville, IV condesa de Robres, perteneciente a la nobleza catalana.
El día 1 de agosto de 1719 nació en Siétamo su hijo Pedro Pablo, llamado a ser uno de los personajes más importantes e influyentes del siglo XVIII en España.
También tuvo dos hijas, la condesa de Aliaga y la marquesa de Valencina.
Tras un largo pleito con las otras ramas familiares, el 15 de mayo de 1723, Buenaventura fue declarado IX conde de Aranda. El amplio patrimonio heredado, que unió al de su esposa, incluía la tenencia de Alcalatén, a la que pertenecía el pueblo castellonense de Alcora, donde pocos años después se construiría su famosa fábrica de cerámica, aunque fue en 1725 cuando el Consejo de Castilla le declaró sucesor legal de la misma.
Hombre culto y rico, militar de profesión, Buenaventura, guiado por las ideas ilustradas que pretendían modernizar el país, decidió fundar una gran fábrica especializada en la manufactura de vajilla de loza de alta calidad, capaz de abastecer a un mercado interior, pero sin renunciar al exterior, que pudiera competir con las principales manufacturas cerámicas europeas. Así se expresaba en un memorial de la fábrica de septiembre de 1735 que “en todo el referido tiempo [desde 1729] se ha extraído de la expresada loza [manufacturada en la fábrica de Alcora] por toda España a Roma, Nápoles y muchas ciudades de la Italia; a Portugal y a algunas Provincias de Francia”.
Con la instalación de la fábrica pretendía engrandecer el prestigio de la casa a la que representaba y también aumentar sus rentas. El modelo a seguir de la producción en los primeros años fue la loza fina fabricada en la renombrada fábrica de Pedro Clerissy de Moustiers que, funcionando al menos desde 1679, abastecía de vajillas a la monarquía gala. Para llevar a cabo su ambicioso proyecto Buenaventura contrató a unos pocos maestros ceramistas españoles y a un reducido grupo de maestros ceramistas de la Provenza francesa que, comandados por el marsellés José Olerys, debían poner en marcha la producción y al mismo tiempo formar al grueso de la plantilla de operarios, en su mayoría vecinos de Alcora y desconocedores del proceso productivo de esta manufactura cerámica.
Eligió el pueblo de Alcora para su instalación, no sin antes encargar a su procurador general, Domingo Zarazaga, que visitara sus posesiones para que emitiera informes detallados y así poderlos rentabilizar mejor. Los informes para la instalación de una fábrica de loza en el pueblo castellonense de Alcora fueron muy favorables.
El edificio de la fábrica comenzó a ser construido en 1726 y su primera piedra fue colocada por el mismo Buenaventura, que se desplazó a Alcora expresamente para ello y para dictar varios bandos que hacían alusión a la manufactura. En mayo de 1727 todo estaba dispuesto para comenzar los trabajos productivos.
En 1732, el rey Felipe V le ordenó su desplazamiento a Ceuta y posteriormente le mandó a Italia, de modo que en 1736 se encontraba de campaña militar en el pueblo italiano de Suña, por lo que “en estos cinco o seis años por voluntad del Rey he estado ausente de mis negocios”, aunque estaba pendiente de ellos y, desde luego, tenía puntual noticia de la marcha de su fábrica de cerámica de Alcora.
En efecto, sus escritos demuestran que tenía un conocimiento profundo de su fábrica y que tenía una constante preocupación por su buena marcha y por la obtención de privilegios y exenciones reales que favorecían, no sólo a la empresa, sino también a sus empleados. Peticiones que el conde elevó bien pronto al monarca Felipe V y le fueron concedidas en mayo de 1729 por un período de quince años. Buenaventura tenía proyectado ocuparse personalmente de su fábrica a su regreso de Suña y hacer cuantiosas inversiones para que “la Fábrica se ponga corriente y en estado de perfecto comercio”.
Por desgracia, sufrió una larga enfermedad que le apartó de sus ocupaciones y le originó grandes dispendios antes de su muerte, acaecida prematuramente en 1742, cuando contaba tan sólo cuarenta y dos años de edad.
En su testamento, de diciembre de 1741, autorizaba la venta de trigo y algunas propiedades que tenía en Aragón, incluso, la de la fábrica de cerámica de Alcora si ello fuera necesario para pagar los cuantiosos gastos que le ocasionaba su enfermedad.
En este contexto, hay un contrato de arrendamiento de la fábrica de cerámica, el primero que se conoce, de diciembre de 1737, que debía estar vigente por un período de seis años. El documento está firmado por la esposa de Buenaventura, “Condesa de Robres y de Aranda”. Finalmente, todo indica que el arrendamiento de la fábrica fue abortado por el público y categórico desacuerdo del subdelegado de la Junta de Comercio y juez privativo de la fábrica, a la sazón gobernador de Castellón, Simón de Rueda y Corro (1729-1740), que alegaba que tres de sus capítulos invadían sus competencias. La enfermedad de Buenaventura, que seguramente le incapacitaba, fue la presunta causa de que ese mismo año Felipe V dictara un decreto nombrando a su esposa “administradora general de todas las rentas y útiles de ella [la fábrica] para atender a su desempeño”.
A su muerte dejó a su hijo y heredero, Pedro Pablo, posesiones y título nobiliario, convirtiéndose en el X conde de Aranda, pero también una situación económica delicada que le obligó a comprometer sus posesiones en Valencia, incluida la tenencia de Alcalatén.
Sin duda, el mayor logro de Buenaventura fue la fundación de la fábrica de Alcora y a él cabe atribuir el mérito de ser el primer empresario español propietario de una fábrica moderna de producción de loza fina en el país.
Bibl.: H. Requin, Histoire de la faïence artistique de Moustiers, t. 1, Paris, George Rapilly, editeur, 1903, pág. 7; M. Escrivá de Romaní, Historia de la cerámica de Alcora, Madrid, Fortanet, 1919, págs. 18-19; J. Sánchez Adell, Primeros años de la Fábrica de cerámica de Alcora (nuevos datos para su historia), Valencia, Diputación Provincial de Valencia y Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1973, págs. 11, 59-60 (doc. XXXIV), 73 (doc. L), 87-89 (docs. LXXI-LXXII), 95-101 (docs. LXXIX-LXXX); L. Julien, L’art de la faïence à Moustiers, Aix-en-Provence, Edisud, 1991, pág. 13; P. Moreno Meyerhoff, “Genealogía y patrimonio de la casa de Aranda”, en El conde de Aranda, catálogo de exposición, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1998, págs. 37-5; M. C. Ansón Calvo, “La herencia paterna de D. Pedro Pablo Abarca de Bolea, X Conde de Aranda”, y A. Sanz de Bremond y Mayáns, “El secuestro de los Estados de Aranda en el reino de Valencia y sus consecuencias” en El conde de Aranda y su tiempo, vol. II, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, Diputación de Zaragoza, 1999- 2000, págs. 151-187 y págs. 207-217, respect.; X. Todolí Pérez de León, La fábrica de cerámica del conde de Aranda en Alcora. Historia documentada (1727-1853), Alicante, Asociación de Ceramología, 2002, págs. 27-30, 35-40, 283-286 (doc. n.º 1); X. Todolí Pérez de León, Análisis crítico de la “Historia sucinta de la fábrica de loza fina de Alcora desde su fundación, año 1727, hasta últimos del año 1805. Por D. Josef Delgado, intendente de la misma”, Valencia, Asociación de Amigos del Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí, 2006, págs. 17, 19-21.
Ximo Todolí Pérez de León