Carrillo Solares, Santiago. Gijón (Asturias), 18.I.1915 — 18.IX.2012. Político.
Trasladado a Madrid a los nueve años con su familia, la educación y andadura política de Santiago Carrillo transcurrió dentro del “aparato” de las organizaciones obreras españolas de inspiración marxista; primero el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y después el Partido Comunista de España (PCE). Desde muy joven ocupó puestos dirigentes en las Juventudes Socialistas, y en ellos impulsó la radicalización del PSOE. El protagonismo revolucionario de las Juventudes Socialistas se acentuó a lo largo de 1934, el mismo año que el PSOE y la Unión General de Trabajadores (UGT), tras haber perdido las elecciones generales, declaraban caducada la República del 14 de abril y declaraban a la orden del día la implantación de la república proletaria mediante la toma revolucionaria del poder. Carrillo, con diecinueve años, fue elegido secretario general de las Juventudes Socialistas en el V Congreso Nacional de abril de 1934. Este cargo le llevó a formar parte del Comité director del movimiento revolucionario alentado por los socialistas; y en compañía de sus mayores, Prieto, Largo Caballero, junto con dirigentes anarquistas, promovió la huelga general revolucionaria de octubre de 1934. Detenido a raíz de esos acontecimientos, permaneció en prisión hasta febrero de 1936. Tras una breve aproximación a un cierto “trotskismo” español, Carrillo y sus compañeros, todos ellos integrantes de núcleo dirigente del largocaballerismo en el PSOE, se aproximaron cada vez más a la Komintern desde el otoño de 1935. Nada más abandonar la prisión tras la victoria del Frente Popular, Carrillo visitó Moscú en marzo de 1936. Allí se hizo ferviente estalinista y negoció con Manuilski y Dimitrov la fusión de las Juventudes Socialistas y Comunistas. El grueso del largocaballerismo esperaba únicamente que el PCE ingresara en las filas de un PSOE revolucionario legitimado por Moscú.
El levantamiento militar del 18 de julio de 1936 proporcionó al largocaballerismo la ocasión de llevar a cabo la prometida liquidación, por vía revolucionaria, de la República del 14 de abril. España conoció durante la segunda mitad de 1936 una revolución de envergadura sólo comparable a la soviética de 1917. Pero ese proceso no impidió el avance de los militares. La revolución socialista de milicias, sindicatos y checas se encontraba al borde del colapso en el Madrid sitiado de finales de aquel año. La gravedad de la situación impulsó a Carrillo, en noviembre de 1936, a abandonar las filas del largocaballerismo e ingresar en el PCE. Desde ese momento, se convirtió en firme defensor de la intervención soviética en España y de que la Komintern llevara a cabo en España el primer ensayo de democracia popular que, conteniendo el radicalismo revolucionario y reorganizando el Estado, mantuviera la resistencia del Frente Popular y se atrajera el apoyo de las democracias occidentales. Al mismo tiempo, como consejero de Orden Público en la Junta de Defensa que se hizo cargo del poder en la capital, tras la huida del gobierno republicano a Valencia el 6 de noviembre, Carrillo aplicó una política de terror revolucionario que compartieron todas las organizaciones del Frente Popular, con especial protagonismo de las Juventudes Socialistas Unificadas. La llegada al frente madrileño de la 12.ª Brigada Internacional y de los primeros consejeros soviéticos, junto con la creciente influencia de los comunistas en los asuntos militares y policiales, coincidió así con los asesinatos de Paracuellos y Torrejón de Ardoz, donde varios miles de personas de toda edad y condición, en gran parte sacadas ilegalmente de las cárceles madrileñas, fueron fusiladas sin más. Carrillo nunca ha asumido su responsabilidad en estas matanzas, de las que niega conocer cómo tuvieron lugar, pero ratificó su total identificación con las políticas de terror en su intervención de marzo de 1937 ante el Pleno ampliado del Comité Central del PCE, al que concurrió a título de secretario general de las Juventudes Socialistas. También abogó entonces por una persecución sin límites contra el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y los “trotskistas”, en plena sintonía con la retórica al uso en los procesos de Moscú.
Tras la caída de Barcelona, abandonó España. Era por entonces miembro suplente del buró político del PCE, contaba veinticuatro años y su exilio iba a durar treinta y siete. En una carta pública dirigida a su padre, Wenceslao, caballerista pero finalmente defensor del golpe del coronel Casado en Madrid, a principios de 1939, le acusó de haber traicionado a su clase “de la manera más vil”, en compañía de fascistas, besteiristas, caballeristas, anarquistas y trotskistas, al tiempo que declaraba su orgullo y amor ilimitados hacia el comunismo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Stalin. El pacto germano-soviético, firmado en agosto, fue asumido sin reservas por el PCE. Carrillo y la dirección comunista hubieron de abandonar suelo francés. Hasta la disolución por Stalin de la Komintern y sus organizaciones satélites en 1943, aquél desarrolló diversas tareas en México y los Estados Unidos dentro de la burocracia juvenil comunista.
Tras el suicidio de José Díaz, apoyó el paso de Dolores Ibárruri al puesto de secretaria general. Dicho apoyo supuso la integración de Carrillo en la dirección permanente del PCE, dentro de la cual se encargó de la organización del trabajo clandestino en el interior de España. Recuperada la bandera del antifascismo tras el ataque de Hitler a su aliado de la víspera, Stalin, Carrillo trató de organizar operaciones de infiltración guerrillera en la Península, que se saldaron con el fracaso. Baldíos resultaron también los intentos de aprovechar la victoria aliada para derrocar a Franco y restaurar la Segunda República. La política del PCE de intentar el derrocamiento del franquismo por las armas fue descartada por el propio Stalin. Éste, en una reunión con la dirección comunista en Moscú —algo que no había tenido lugar ni siquiera durante la Guerra Civil—, explicó, entre otros a Carrillo, la necesidad de un trabajo clandestino a largo plazo “para ganarse a las masas”, principalmente en el interior de los sindicatos verticales organizados por la dictadura. Esta reunión decisiva permaneció secreta muchos años.
El ingreso de España en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con el voto de la URSS, junto con los cambios que venía promoviendo Jruschov desde el XX Congreso del PCUS, determinó a Carrillo a hacerse con la Secretaría General del PCE. Dueño pleno del partido, elaboró, junto con Fernando Claudín y Jorge Semprún, la nueva línea política de reconciliación nacional entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil, que convertía la democracia en el objetivo con el que dicha reconciliación culminaría.
Ahora bien, el contraste entre la nueva línea política y la razón de ser marxista-leninista del PCE y su dependencia de la URSS se pusieron de manifiesto en reiteradas ocasiones. Por otra parte, la influencia del PCE sobre la opinión pública española seguía siendo extremadamente limitada, como pondría de manifiesto el fracaso de la “huelga nacional pacífica” convocada por los comunistas para mayo de 1959. Aun así, el VI Congreso del PCE, celebrado clandestinamente en 1960, revalidó la política de reconciliación nacional y la huelga nacional pacífica como medio de acabar en breve plazo con la dictadura. Carrillo, que contaba cuarenta y cinco años, vio ratificado su paso a la Secretaría General.
Durante 1962 comenzaron las discrepancias entre Carrillo y Claudín, Semprún y Javier Pradera, acerca del modo de interpretar las profundas transformaciones económicas, sociales y culturales que estaban teniendo lugar en España. Tras meses de estéril debate, tuvo lugar el desenlace en marzo de 1964. Carrillo rechazó el análisis de Claudín y sus amigos como una claudicación política, ya que, según éste, la democracia vendría “de arriba” y desembocaría en un régimen capitalista, basado en la alternancia entre una democracia cristiana y una socialdemocracia, conforme al modelo occidental, correspondiendo a los comunistas un papel secundario en todo el proceso. Carrillo insistió en la necesidad de que el PCE encabezara la lucha por la democracia. No obstante, la influencia de las tesis de los expulsados se hizo patente en algunas de las publicaciones del secretario general, como Después de Franco, ¿qué? (1965) y Nuevos enfoques a problemas de hoy (1967).
La condena abierta de Carrillo y el PCE a la invasión de Checoslovaquia, en agosto de 1968, hizo patente el alejamiento y progresivo conflicto con la política del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) tras la destitución de Jruschov. Esa condena contribuyó, sin embargo, a acreditar la política de Pacto para la Libertad de los comunistas, cuyo crecimiento numérico dentro de España se acentuó discretamente en la segunda mitad de los años sesenta. A esa mayor verosimilitud contribuyó la aparición de una serie de grupos izquierdistas, a raíz de la Revolución cultural china de 19 y del mayo francés de 1968, que convirtieron el denominado revisionismo de Carrillo en blanco favorito de sus radicales diatribas.
Con el objetivo de asegurar el protagonismo del PCE en la situación del postfranquismo, que juzgaba próxima, Carrillo organizó una denominada “Junta democrática”, embrión de un futuro gobierno provisional que llevara a cabo la liquidación del régimen franquista. Más tarde, unificada ya con la “Plataforma” promovida por el PSOE y otros grupos minoritarios, la nueva “Platajunta” propugnó una política de ruptura que recordaba a las jornadas que siguieron a la caída de la Monarquía en 1931, una política basada en una radical desconfianza en la capacidad de Don Juan Carlos de Borbón para encabezar la transición a la democracia. Pero la muerte, el 20 de noviembre de 1975, del general Franco no desencadenó la movilización revolucionaria que esperaban. Esta situación determinó el abandono progresivo de las posiciones de ruptura antijuancarlista, en beneficio de una postura de prudente y creciente colaboración con el nuevo Rey. El paso “de la ley a la ley”, conforme al guión de la transición democrática en que se convirtió la Ley para la Reforma Política promovida por el nuevo gobierno de Adolfo Suárez, aprobada por las Cortes franquistas el 15 de diciembre, convirtió la ruptura democrática pactada en la política del conjunto de la oposición.
A comienzo de febrero de 1976, para no quedar al margen de la nueva situación política en gestación, Carrillo pasó clandestinamente a España desde París. La serenidad y la disciplina mostrada por la militancia del PCE tras el asesinato de un grupo de abogados laboralistas en Madrid, así como el contacto directo entre Adolfo Suárez y Carrillo, despejaron el camino para la legalización del PCE, que tuvo lugar el 9 de abril de 1977. El 14 y 15 de abril se celebró la primera reunión legal del Comité Central del PCE en Madrid desde la Guerra Civil. En ella se hicieron públicos los compromisos asumidos por Carrillo para la legalización de los comunistas: aceptación de la bandera bicolor y de la Monarquía, así como la defensa de la unidad de España, sin perjuicio del reconocimiento de los derechos de las nacionalidades.
En mayo, Carrillo publicó Eurocomunismo y Estado, un texto de aproximación a una socialdemocracia de raíz antifascista que criticaba el modelo soviético, si bien estos planteamientos no tuvieron continuidad y despertaron un sordo rechazo en el PCE. Por otra parte, ni la política de reconciliación ni los compromisos asumidos con la legalización del partido dieron el resultado electoral deseado en las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977: 9 por ciento de los votos emitidos y veinte diputados. No obstante, la pauta del secretario general fue de moderación, por más que fuera perdiendo credibilidad personal y política a un ritmo cada vez más intenso. Proximidad a los gobiernos de Unión de Centro Democrático (UCD), defensa de los pactos estabilizadores de la Moncloa y respeto a la Corona frente a las actitudes más radicales del PSOE caracterizaron su política.
Esta mezcla de moderación y distanciamiento eurocomunista de las raíces leninistas y prosoviéticas del PCE abrió grietas cada vez más profundas en la unidad del partido. Crecieron las demandas de democracia interna, una forma apenas enmascarada de un antiguo conflicto entre el aparato carrillista y los elementos dirigentes del interior. A esta pugna se añadieron las tendencias centrífugas de los partidos comunistas catalán y vasco, cuya política leninista de autodeterminación había estimulado el PCE desde los años treinta. La escasa dimensión electoral de los comunistas apenas se corrigió en las elecciones generales de 1979, siendo clara, por el contrario, la tendencia a un progresivo retroceso en sucesivas consultas generales y autonómicas. La promulgación de la Constitución y la crisis posterior de UCD hicieron inviable la política de Carrillo de tratar de apoyarse en los centristas para condicionar a su vez al PSOE. Los socialistas rechazaron, por su parte, una política de unidad de la izquierda en cualquiera de las versiones propuestas por aquél entre 1980 y 1982. Acosado por los fracasos electorales, la contestación interna y el ánimo de venganza de los prosoviéticos dentro del partido, dimitió de la Secretaría General y del Comité Central el 4 de noviembre de 1982. Con el paso del tiempo retornó a las filas del PSOE, mientras el PCE se desentendía de los valores de la transición y rechazaba el eurocomunismo.
Obras de ~: Nuevos enfoques a problemas de hoy, Paris, Éditions Sociales, 1967; Demain l’Espagne, entretiens avec Régis Debray et Max Gallo, Paris, Seuil, 1974; Eurocomunismo y estado, Barcelona, Crítica, 1977; El año de la Constitución, Barcelona, Crítica, 1978; 9.º Congreso del PCE, del 19 al 23 de abril de 1978; Memoria de la transición: la vida política española y el PCE, Barcelona, Grijalbo, 1983; El año de la peluca, Barcelona, Ediciones B, 1987; con A. Schaff, Problemas del Partido: el centralismo democrático, Madrid, Ahora, 1988; Memorias, Barcelona, Planeta, 1993 (2006); La gran transición: ¿cómo reconstruir la izquierda?, Barcelona, Planeta, 1995; Juez y parte: 15 retratos españoles, Barcelona, Plaza y Janés, 1996; Un joven del 36, Barcelona, Planeta, 1996; La Segunda República: recuerdos y reflexiones, Barcelona, Plaza y Janés, 1999; ¿Ha muerto el comunismo?: ayer y hoy de un movimiento clave para entender la convulsa historia del siglo xx, Barcelona, Plaza y Janés, 2000; Después de Franco, ¿qué?, ed. facs. con est. prelim. por M. Gómez Oliver, Granada, Universidad, 2003; La memoria en retazos: recuerdos de nuestra historia más reciente, Barcelona, Plaza y Janés, 2003; La crispación en España: de la guerra civil a nuestros días, Barcelona, Planeta, 2008.
Bibl.: M Bizcarrondo, Octubre del 34: Reflexiones sobre una revolución, Madrid, Ayuso, 1977; F. Claudín, Documentos de una divergencia comunista, Barcelona, Iniciativas Editoriales (El viejo topo), 1978; J. Luelmo y H. Winston, Eurocomunismo y Estado o la desintegración de P.C.E. y la ruptura con el movimento comunista internacional, Akal, Madrid, 1978; P. de Vega y P. Erroteta, Los herejes del PCE, Barcelona, Planeta, 1982; M. Azcárate, Crisis del eurocomunismo, Barcelona, Argos Vergara, 1982; F. Claudín, Santiago Carrillo. Crónica de un Secretario general, Barcelona, Planeta, 1983; R. de la Cierva, Carrillo miente. 156 documentos contra 103 falsedades, Madrid, Fénix, 1994 (2.ª ed.); Historia actualizada de la Segunda República y la guerra de España. 1931-1939. Con la denuncia de las últimas patrañas, Madrid, Fénix, 2003; J. Ruiz, El Terror rojo: Madrid, 1936, Barcelona, Espasa, 2012; Paracuellos. Una verdad incómoda, Madrid, Espasa, 2015; M. Aznar Soler y J. R. López García (eds.), Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 1, Sevilla, Renacimiento, 2016, págs. 526 – 529; G. Morán, Grandeza, miseria y agonía del PCE. 1939-1985, Akal, Madrid, 2017.
Luis Arranz Notario