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Diego de Torres Villarroel

Biografía

Torres Villarroel, Diego de. Gran Piscator de Salamanca. Salamanca, VI.1694 – 19.VI.1770. Escritor y profesor de matemáticas de la Universidad de Salamanca.

Su trayectoria biográfica es el resultado de su constante ambición del éxito y reconocimiento en una sociedad que, por su humilde origen, le cerraba la mayoría de las puertas. Nació en el seno de una familia de libreros e impresores, tanto por parte del padre, Pedro de Torres, como de la madre, Manuela de Villarroel: su primo por parte materna, Antonio de Villarroel y Torres, será quien edite una buena parte de sus obras, y su tío José de Villarroel, un conocido poeta, miembro de la Academia del Buen Gusto. La situación económica de la familia empeoró notablemente cuando su padre abandonó la librería, hacia 1703, para servir a Felipe V como procurador del Común.

En 1706 entró en el pupilaje de Juan González de Dios, quien, veinte años más tarde, fue catedrático de prima de Gramática. Del pupilaje pasó al Colegio de Trilingüe de la Universidad de Salamanca con una beca de retórica, donde permaneció desde 1708 hasta 1713, con un comportamiento bien díscolo, según cuenta en su autobiografía. Su actitud rebelde y su enfrentamiento con algunos profesores y, en general, con la institución universitaria, constituirían una constante durante buena parte de su vida. Con otros jóvenes, fundó el Colegio del Cuerno o del Quendo, un grupo que se reúne para componer poesías y para algunas bromas subidas de tono. Alguna de ellas podría ser la que le fuerza, en la primavera de 1715, a su primer viaje a Portugal. A los pocos meses, en septiembre del mismo año, regresa de Portugal, y se ordena de subdiácono, obedeciendo a su padre, aunque sólo se decidirá a ordenarse de sacerdote treinta años más tarde, en febrero de 1745. Su conflictiva vida académica le llevó por un breve período a la cárcel, al intervenir en la querella entre jesuitas y dominicos sobre la alternativa de cátedras. Tras conseguir el título de bachiller en artes en la Universidad de Santo Tomás de Ávila, convalidándolo en Salamanca a los pocos días, obtiene la suplencia de la Cátedra de Astrología y Matemáticas, vacante desde 1706, durante los cursos 1718-1719 y 1719-1720. Por razones desconocidas, esta vinculación a la Universidad de Salamanca se interrumpe en el verano de 1720, con su marcha a Madrid. Su vuelta a Salamanca y a la vida universitaria, en octubre de 1726, se produce por imposición del presidente del Consejo de Castilla, lo que le lleva a opositar a una de las siete cátedras “raras”, ya que, en su condición de manteísta, no tenía ninguna posibilidad de acceder a alguna de las cátedras mayores, coto cerrado de los colegiales. Las cátedras “raras” no sólo tenían un menor prestigio (en especial la de Matemáticas), sino también un sueldo unas cuatro veces menor que el de una de Teología, por lo que vivirá en buena parte de los abundantes ingresos que le producen sus publicaciones, en especial los almanaques, haciendo alarde de ello con frecuencia. Su elección de la Cátedra de Matemáticas resulta obligado al ocupar su maestro, Juan González de Dios, la que aspiraba en principio, la de Humanidades. La insatisfacción que le produce la Cátedra de Matemáticas, por el escaso aprecio que recibe, es una de las razones que explican sus enfrentamientos con los compañeros de claustro y su afán de reconocimiento. “Yo quería esconder el hediondo nombre de astrólogo con el apreciable apellido de catedrático de otra cualquiera de las disciplinas liberales; pero [...] me rendí a quedarme atollado en el cenagoso mote del Piscator”.

El éxito y notoriedad que tanto busca le llegan gracias a los almanaques, en parte por las innovaciones que aporta a un género hasta entonces un tanto insípido y en parte también porque se le atribuía la predicción de la inesperada muerte del joven rey Luis I. Publica su primer almanaque, Ramillete de los astros, en 1718 y enseguida establece la estructura características de sus almanaques: 1) una dedicatoria, 2) el prólogo al lector, 3) la introducción al juicio del año, con una breve ficción que le permite presentar las previsiones para el nuevo año, y 4) los juicios, uno para cada estación, en los que se entremezclan las efemérides, cómputos del año y movimientos de los astros con coplas, adivinanzas, refranes y predicciones meteorológicas, de enfermedades y de imprecisos acontecimientos.

El revuelo que ocasiona la supuesta predicción de la muerte del rey Luis I tiene como consecuencia que autores críticos con la superstición, como Martín Martínez y Feijoo, emprendan una campaña para desvelar las falsedades. Feijoo lo hace, sin referirse explícitamente a Torres, en uno de los discursos (“Astrología judiciaria y almanaques”) del primer tomo del Teatro Crítico Universal (1726). Martín Martínez realiza, en Juicio Final de la Astrología, un ataque directo a Torres, refiriéndose a la credulidad con la que se ha supuesto la predicción y a la jactancia de Torres, alabándose por ella “Oh execrable credulidad, más propia de un país de bárbaros que de prudentes y eruditos”). Torres responde a Martínez con Entierro del “Juicio Final” (1726), en donde abandona cualquier reparo en reconocer la predicción. A pesar de la firmeza con que en este escrito confirma el vaticinio (“Yo pronostiqué la muerte del malogrado Luis”), cuando en 1738 publica una recolección de sus pronósticos (Extracto de los pronósticos del Gran Piscator de Salamanca), comienza por el de 1725, precisamente el del año siguiente al que le correspondía la muerte de Luis I.

El almanaque del vaticinio es el titulado Melodrama astrológica, que el propio Torres encubre al incluirlo en sus recopilaciones, con importantes cambios, como almanaque para 1726. Debió de haberse editado, de acuerdo con la costumbre, a finales de 1723, pero salió con varios meses de retraso (tiene una segunda licencia de marzo de 1724) por culpa de la prohibición de cualquier almanaque, excepto el del Gran Piscator Sarrabal de Milán, ordenada por el Consejo de Castilla para beneficiar al Hospital General, que recibía los beneficios del Sarrabal de Milán. Torres, con un memorial al rey Luis I, consiguió el revocamiento de dicha orden y, por tanto, la posibilidad de editar Melodrama astrológica, aunque fuera con algún retraso.

La predicción que corresponde a la fecha de la muerte de Luis I, ocurrida el 31 de agosto, es la siguiente: “En el salón regio se conferencia, se disputa sobre varias cosas de guerra y política y originase una discusión y un desaire cuesta la vida a alguno”. Dado que no corresponde con el caso, podemos conjeturar que la que se identificó con el suceso fue la relativa a la lunación anterior (18 de agosto): “Se muda el teatro en salón regio. Muertes de repente que provienen de sofocaciones del corazón y algunas fiebres sinocales con delirio”. De cualquier modo, este tipo de predicciones eran muy frecuentes en los almanaques.

La fama adquirida por Torres con esta supuesta predicción hace que se le atribuya también el vaticinio de la caída del marqués de la Ensenada en 1754 (si bien la frase que se cita, poco alusiva al caso por lo demás, pertenece a un almanaque de su sobrino, Isidoro Ortiz Gallardo, El Pequeño Piscator de Salamanca).

Los almanaques, la cita anual con el lector, le proporcionan fama y dinero, de lo que se vanaglorió en numerosas ocasiones; pero, casi al final de su vida, un nuevo vaticinio le puso en una comprometida situación. Se interpretó que en el almanaque para 1766, El santero de Majalahonda y el sopista perdulario, venía anunciado el motín de Esquilache. Aunque no había nada en el pronóstico referido al caso más que la palabra motín, la noticia se extiende y el almanaque se reimprime a toda prisa. Resultó utilizado, además, para resaltar que el motín era un hecho marcado por el destino, escrito en las estrellas. La consecuencia es que, al año siguiente, el fiscal del Consejo, Campomanes, prohíbe los almanaques. No sirvieron de nada las disculpas que le habían presentado Torres y su sobrino, ni la advertencia contra la fiabilidad de sus pronósticos que incorporó en el almanaque para 1767: “Solo quiero repetirte seriamente (y esta sería la vez cincuenta de mis repeticiones, y remítote a mis prólogos), que por ningún uso ni acontecimiento creas en las adivinanzas, pronósticos y futuro de cualquier casta que sean, vayan puestos en coplas, refranes, acertijos u otra cualquiera botargada con que vengan vestidos”.

Otra predicción (y de mayor relieve) se le ha adjudicado a Torres. En un escrito anónimo, Calamidades de Francia pronosticadas por el Dr. D. Diego de Torres (sin fecha, pero posterior a 1792), se le atribuye una décima en la que se anuncia con precisión temporal y claridad meridiana la caída de la monarquía francesa como consecuencia de la Revolución: “Cuando los mil contarás / con los trescientos doblados / y cincuenta duplicados / con los nueve dieces más / entonces tú lo verás, / mísera Francia, te espera / tu calamidad postrera / con tu rey y tu delfín / y tendrá entonces su fin / tu mayor gloria primera”. Pero estos versos no aparecen en ninguna de las obras conocidas de Torres.

El renombre alcanzado por las supuestas predicciones de Torres ha llegado hasta hoy: Buero Vallejo, en Un soñador para un pueblo (1958), recoge la de la muerte de Luis I y la del motín de Esquilache, dándole el papel de portavoz del destino. Sin embargo, los ilustrados manifiestan, como es lógico, su animadversión a lo que consideran un producto de la superstición, fruto de la ignorancia. Cadalso califica las predicciones de los pronósticos, aludiendo directamente a Torres, como “despreciable delirio”. Y Leandro Moratín se refiere a la época de auge de los pronósticos como un tiempo de “inepta credulidad”. El propio Leandro efectúa una semblanza de Torres, representativa de la opinión de los ilustrados: “Estimable por la pureza y abundancia de su lenguaje, no menos que por la facilidad y gracias de estilo en el género familiar, que es el único en el que sobresalió. Aún considerado bajo este respeto, no es fácil tolerar en sus obras muchas faltas que el buen gusto desaprueba, muchas expresiones indecorosas, que sólo puede aplaudir el ínfimo vulgo. Para él escribió sus calendarios y pronósticos, que le dieron extraordinaria celebridad”.

En el período de estancia en Madrid (1720-1726), adonde volvería después con mucha frecuencia pese a sus obligaciones universitarias, no se limita a llevar una activa vida social, frecuentando tertulias y organizando diversiones en casas de nobles, sino que también estudia medicina en el Hospital General y comienza propiamente su actividad como escritor. Publica en 1724 Viaje Fantástico, una obra de divulgación que utiliza el marco narrativo del sueño para exhibir una amplia serie de conocimientos tomados del jesuita Atanasio Kircher.

En El Correo del otro mundo (1725), la ficción epistolar —que sólo al final se justifica como un sueño— le permite fundamentalmente tratar las peculiares características de sus almanaques y su actitud ante la medicina, pero también, aunque en menor medida, hacer una sátira de los procesos judiciales y defender la filosofía de Aristóteles. En realidad, la obra es una autorreflexión sobre su propia trayectoria y sobre los temas que le interesan, en la que todos los puntos de vista convergen hacia él.

Es éste, hasta su destierro a Portugal en 1732, uno de los períodos más productivos. Publica, aparte de un buen número de escritos combativos en la polémica astrológica, la primera versión de El ermitaño y Torres (1726), y la continuación de La suma medicina (1726), dedicada a la alquimia; las Visiones y Visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la corte (1727, segunda y tercera parte en 1728), una revisión crítica de la Corte, en la que acompañado como guía moral por Quevedo, será el personaje de Torres el que conduce a su ilustre compañero en un recorrido estructurado en “visitas” o escenas. Junto con otros escritos de diversos temas, publica la Vida natural y católica (1730), un libro de recomendaciones morales y médicas, complementado con Los desahuciados del mundo y de la gloria (1736, segunda y tercera parte en 1737), en donde expone, con una serie de ejemplos, los resultados de no haber seguido aquellos consejos; La barca de Aqueronte (1743, pero redactada en 1731), una visión infernal de carácter fuertemente satírico.

Junto con su amigo Juan de Salazar, se ve involucrado en un incidente inesperado, a consecuencia del cual huye a Francia por poco tiempo y es desterrado a Portugal en mayo de 1732, donde permanecerá poco más de dos años.

En 1738 inicia un proyecto que sólo se hará realidad en 1752: la publicación de unas Obras completas, quizá con el propósito de ingresar en la Academia de la Lengua. Uno de los volúmenes lo constituía la más famosa de sus obras, la Vida (1743), dividida en cuatro “trozos”. El Quinto trozo aparece en 1750, siendo ampliado en 1752, y el Sexto trozo finalmente en 1758. En los añadidos se produce un importante cambio en la perspectiva narrativa, especialmente en el Sexto trozo, que se convierte en un escrito autojustificativo.

Al poco de haber dado en su autobiografía testimonio de su éxito, recibe un duro golpe, del que nunca se repondrá del todo: en el edicto del 25 de julio de 1743, la Inquisición ordena recoger hasta que sea expurgada La vida natural y católica (que había publicado con todas las licencias en 1730). Imprime enseguida una edición expurgada con un memorial al tribunal inquisitorial en el que se muestra sumiso y arrepentido. Nada será lo mismo después. En febrero de 1745 se ordena como sacerdote y ese mismo año padece una grave enfermedad (que refiere con detalle en el Quinto trozo de su Vida). A partir de entonces sus objetivos se centran en obtener la jubilación, en transmitir la cátedra a su sobrino y colaborador, Isidoro Francisco Ortiz Gallardo, y en publicar sus obras completas.

Obtiene del Real Concejo la jubilación en mayo de 1751, a pesar de no haber cumplido los años de docencia exigidos y del informe hostil de la Universidad. Su nueva situación le permite preparar con tranquilidad sus obras completas. Se publican en 1752, por suscripción pública —por primera vez en España— con una larga lista de suscriptores, encabezada por el rey Fernando VI, pero en la que no figuraba la Universidad de Salamanca.

Un nuevo conflicto le enfrenta con sus compañeros de claustro desde 1758 hasta 1762, que tiene que resolver el Real Consejo, cuando Torres y su sobrino Isidoro Ortiz se proponen crear una academia de matemáticas.  La muerte de Isidoro Ortiz en noviembre de 1767, que era para él más que un sobrino, casi un hijo espiritual, entristece sus últimos años. Le sustituye en la cátedra el hermano de Isidoro, Judas Tadeo Ortiz Gallardo, cuya incompetencia habría sido denunciada ante Campomanes.

Una grave enfermedad reduce sus ocupaciones. Otorga testamento en mayo de 1768 y muere, en el palacio de Monterrey de Salamanca (en cuanto que administrador de la casa de Alba), el 19 de junio de 1770 a los setenta y seis años de edad.

Su última publicación había sido editada en 1766, cerrando una vasta y variada obra de al menos ciento cuarenta y seis escritos, entre los que se encuentran, además de los almanaques que le dieron fama y dinero: la Vida; los Sueños; una comedia, una zarzuela y varias piezas teatrales menores (entremeses y bailes); los numerosos escritos polémicos; dos hagiografías; un buen número de poemas; obras de divulgación y escritos sobre variadísimas materias (ascética, medicina, agricultura, apicultura, hidrología, geología, el arte de torear, etc.).

 

Obras de ~: Viaje fantástico, Salamanca, 1724 (ed. de M. Pérez López, Salamanca, Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, 2005); Correo del otro mundo al Gran Piscator de Salamanca, Salamanca, Eugenio García de Honorato y San Miguel, 1725 (ed. de M. Pérez López, Madrid, Cátedra, 2000 y Salamanca, Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, 2005); El ermitaño y Torres, Madrid, Sevilla, L. de Haro, 1726 (reimpr.); Sacudimiento de mentecatos habidos y por haber, Madrid, Gabriel del Barrio, 1726 (ed. de M. Pérez López, Madrid, Cátedra, 2000); Ocios políticos en poesías de varios metros, Madrid, Juan de Moya, 1726; Montante cristiano y político en pendencia música médica diabólica, Madrid, Juan de Moya, 1726 (ed. de M. Pérez López, Salamanca, Fundación Salamanca Ciudad de Cultura, 2005); Visiones y visitas de Torres con D. Francisco de Quevedo por la Corte, Madrid, 1727 (segunda y tercera parte, 1728; ed. de R. P. Sebold, Madrid, Espasa Calpe, 1966); Vida natural y católica, Madrid, A. Marín, 1730; La barca de Aqueronte, 1731 (ed. de G. Mercadier, París, Institut d’Etudes Hispaniques, 1969); Los desahuciados del mundo y de la gloria, Madrid, 1736 (segunda y tercera parte, 1737; ed. de M. Pérez López, Madrid, Editora Nacional, 1979); Juguetes de Talía, Salamanca, Antonio Villarroel, 1738 (t. II, Sevilla, D. López de Haro, 1744); Extracto de los pronósticos, Salamanca, A. Villarroel, 1739; Sueños morales, Salamanca, A. Villarroel, 1743; Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Dr. D. D. De T.V., Madrid, Imp. del Convento de la Merced, 1743 [Quinto trozo, 1750 (ed. ampl., 1752); Sexto trozo, 1758; ed. de G. Mercadier, Madrid, Castalia, 1972; ed. de M. Pérez López, Madrid, Espasa Calpe, 1989]; Libros en que están reatados diferentes cuadernos... (obras completas), Salamanca, 1752; Textos autobiográficos, ed. de G. Mercadier, Oviedo, Cátedra Feijoo, 1978.

 

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Emilio Martínez Mata