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Alfonso Martínez de Toledo

Biografía

Martínez de Toledo, Alfonso. Arcipreste de Talavera. Toledo, 1398 ‒ 7.III.1468 ant. Eclesiástico y escritor.

Nació Alfonso Martínez en la ciudad de Toledo en el año 1398, según él mismo dejó constancia en su obra, al igual que de otros aspectos de su biografía.

Su familia, de cierto abolengo (a juzgar por la información que suministra la propia lápida de la tumba del arcipreste, en la catedral de Toledo), le destinó primero a los estudios eclesiásticos en dicha ciudad, pero luego continuó su formación en Salamanca, donde obtuvo el título de bachiller en Decretos.

Siendo aún muy joven, desde 1415 hasta al menos 1418, gozó de una posición prestigiosa, pues desempeñó el cargo de prebendario de la capilla del rey Sancho o de los Reyes Viejos en la catedral de Toledo.

Entre 1420 y 1430 Martínez de Toledo realizó distintos viajes por el reino de Aragón, y residió en ciudades como Gerona, Valencia, Tortosa o Barcelona, donde se encontraba durante los terremotos de 1427 y 1428. En 1424 inició el litigio por el arciprestazgo de Talavera, disputándoselo y ganándoselo a Fernán García, canónigo de Talavera de la Reina. No sería la única vez que el arcipreste habría de acudir a un tribunal, pues poco después fue acusado ante el papa Martín V por Francisco Fernández, un pretendiente al arciprestazgo, de cohabitar maritalmente con una mujer, denuncia de la que se defendió en 1427 y de la que salió bien parado, pues resultó impugnada por defectos de forma.

En 1430 gozaba de la protección de Juan de Casanova, cardenal de San Sixto, que le prometió nuevos beneficios en la ciudad de Toledo. Un nuevo pleito en 1431, esta vez con Domingo González, que ocupaba entonces la supuesta vacante de la prelatura de Toledo, le hizo viajar a Roma como “familiar” del cardenal para presentar en persona el pleito en la Curia, y evitar así el largo trámite eclesiástico. Permaneció en esta ciudad casi dos años (1431-1433), ganó el pleito, y siguió ampliando sus rentas por beneficios. Por otra parte, debido a su talante bibliófilo y erudito, muy posiblemente aprovechó esta estancia para entrar en contacto con el ambiente intelectual humanista italiano.

De este viaje obtuvo además una prebenda en la iglesia segoviana de Santa María de Nieva, pero las discrepancias con el Papa por parte de su valedor, que apoyaba a los rebeldes del Concilio de Basilea, le impidieron conseguir más cargos. Sin embargo, de vuelta a la Península fue nombrado capellán de Juan II, cargo que siguió desempeñando durante el reinado del hijo de este Monarca, Enrique IV, iniciando entonces su etapa cortesana, sin renuncia de sus cargos eclesiásticos (era también porcionario de la catedral de Toledo). En este ambiente de Corte participó el arcipreste en los grandes debates de la época (por ejemplo, el de la controversia a favor o en contra de la mujer), en la escritura tratadística, en traducciones, o en la redacción de encargos literarios o científicos. La última constancia documental relacionada con su biografía es de 1466. Poco después, en un documento fechado el 7 de marzo de 1468, se hace mención de un nuevo arcipreste de Talavera, por lo que habría que situar su muerte algo antes de esa fecha.

A pesar de que como cortesano (capellán real) y como cargo eclesiástico (arcipreste) su producción se limite a los tratados doctrinales, las traducciones de carácter religioso y la historiografía, la obra del arcipreste de Talavera es una de las más singulares de la literatura medieval española. La clara conciencia literaria patente en cuanto escribía le llevó a definir un estilo personalísimo, que por norma no acataba las convenciones formales de los géneros que frecuentó. Por otra parte, su ejercicio del Derecho le facilitó la comprensión de la realidad social más inmediata, de la que fue siempre atento observador, lo cual confiere a sus escritos un original enfoque práctico además de teórico: en efecto, debió de estar siempre anotando todo cuanto consideraba curioso o de interés, para luego utilizarlo en su obra. También sus viajes le proporcionaron material de primera mano. Así, su estancia en el reino de Aragón le hizo conocer textos que habrían de influir notablemente en su concepción literaria, como la traducción catalana de Il Corbaccio, de Narcís Franch, o los tratados de B. Metge y F. Eiximenis; igualmente, ya se ha señalado que su estancia en Roma le permitiría el acceso a obras humanistas. La personalidad literaria del arcipreste, erudito que tenía siempre presente el lenguaje y las situaciones cotidianas, se formó, pues, desde una visión heterogénea y amplia de la realidad, a lo que hay que añadir la tendencia a reescribir contenidos y formas heredados de la tradición con un estilo propio, lleno de expresividad, brillantez y originalidad.

Con varios títulos (Corbacho, Reprobación del amor mundano o Arcipreste de Talavera, título este último que le otorga su autor) se ha venido conociendo la obra que, escrita por Martínez de Toledo en 1438, es considerada fundamental en la prosa castellana de la primera mitad del siglo xv. Existe de ella un manuscrito en El Escorial, si bien la tradición impresa (los incunables de Sevilla, 1498, y Toledo, 1500, y las tres ediciones de 1518, 1529 y 1547) parece que proviene de otro manuscrito, hoy perdido, y añade en el colofón un segundo título, el Corbacho. Muchas son las fuentes que hay que considerar en la composición de esta obra, como el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, el corpus de san Agustín, Jean Gerson y de F. Eiximenis, el libro tercero del Tratactus de Amore de Andreas Capellanus, el De casibus virorum illustrium de G. Boccaccio, y otros autores y obras que Martínez de Toledo pudo conocer por los florilegia medievales, tan frecuentados por escritores y predicadores.

Por otra parte, el arcipreste participó con esta obra en un debate social, cortesano y escolástico que, en la década de 1430, y en un contexto en que la poesía de cancionero buscaba nuevas vías de expresión, se había convertido en objeto de discusión de pedagogos, religiosos, filósofos y poetas: se trata del análisis del “amor”, sus efectos, su valor, y el papel que la mujer desempeña en él. A estas fuentes y a este ambiente cortesano de creación y recepción hay que añadir en el Corbacho la presencia del mundo de las leyes (al fin y al cabo las mujeres, según Martínez de Toledo, cometen y provocan delitos graves para satisfacer su lujuria), de las artes oratorias, y de las estructuras formales y semánticas típicas del sermón popular, en la línea tradicional de la didáctica medieval, ejemplarizante y misógina. Por todo ello no utiliza sólo humor o dinamismo en sus exempla (breves historias que ilustran la enseñanza del texto, características del discurso didáctico medieval), sino también profundas reflexiones sobre temas como la lujuria (en mujeres y en hombres), o el amor mundano presentado en oposición a la gloria eterna. El arcipreste era muy consciente de cuáles eran sus intenciones y cuál la forma que iba a elegir para disponer el contenido de su obra: en efecto, en los preliminares de la misma, siguiendo el canon tradicional, justifica su creación y explicita las autoridades en que se funda, así como el tipo de público al que se dirige: cualquiera al que le “pluguiere leerlo” (Gerli, 1998: 61), y, en particular, los lectores poco avisados y sin experiencia mundana.

Anuncia, además, que el tratado se dividirá en cuatro partes: en la primera (con treinta y ocho capítulos, la más extensa) se señala a la mujer como responsable de la perdición del hombre, puesto que fomenta el loco amor e impide aspirar al buen amor que se orienta a Dios y que garantiza la salvación del alma. En la segunda parte, en la que aparecen hasta diez exempla, pintados con gran fuerza dramática (quizás le influyeran las representaciones teatrales de las que formó parte en Toledo), el autor opta por la ilustración directa de su doctrina con un despliegue de supuestos conocimientos empíricos de las costumbres y aficiones de las mujeres, sin dejar fuera los detalles de su vida cotidiana, pintándolas con un lenguaje coloquial lleno de vida y de expresividad. A través de la recreación de diálogos y monólogos populares (recurso cercano a lo teatral y muy querido tanto por predicadores como por su auditorio) pretende mostrar que representan tal cúmulo de vicios (mentira, envidia, inconstancia, presunción, avaricia, maledicencia, lujuria, egoísmo...) que, sin duda, alejan al hombre del amor verdadero a Dios. En la tercera parte se intenta una clasificación de los hombres, atendiendo a su físico y psicología (en sanguíneos, coléricos, melancólicos y flemáticos), basándose en los postulados de la astrología. La sátira deja paso al tono grave del sermón en la cuarta y última parte, en la que el arcipreste realiza una disertación contra el determinismo echando mano no sólo de recursos persuasivos como la cita bíblica o la argumentación escolástica, sino también de un cierto lenguaje tremendista, especialmente cuando en su discurso mezcla invectivas contra la “secta” de los begardos (clérigos amanerados y perversos). El arcipreste concluye que el hombre es libre en su elección moral, puesto que, haciendo uso de su voluntad, puede vencer la influencia de fuerzas superiores como las estrellas o los hados.

El deseo de argumentar y contra-argumentar al posible auditorio (¿los feligreses, el público de la Corte?) es una constante en la obra, especialmente en su primera parte, estructurada como sermón. En la cuarta parte, el arcipreste participa de un pesimismo que es, sin duda, reflejo del discurso apocalíptico de una época en la que la continua inestabilidad política tal vez no invitaba a enfoques más animosos. Desde un punto de vista literario, la obra exhibe un abrumador dominio de los distintos registros lingüísticos (desde el más coloquial, plagado de refranes y giros populares, al más culto), a los que da variedad y viveza el hábil uso de las distintas modalidades textuales (descripción, narración, monólogo); por otra parte, si bien Martínez de Toledo parte de convenciones e ideas literarias tradicionales, es capaz de insuflarles realismo y color mediante el uso de diversas técnicas retóricas.

La segunda parte es la que ha atraído mayor atención de la crítica y la que ha hecho merecer al arcipreste de Talavera su entrada triunfal en la historia de la literatura. Si todo el texto consiste en esa combinación señalada de sermón y exempla, son precisamente estos últimos, de los que muchas veces el arcipreste se declara testigo visual, los que otorgan un valor literario al tratado. Los exempla de la segunda parte se distinguen especialmente por constituirse en discursos en estilo directo, rápido, en los cuales el autor destila un especial placer por la escritura. Las mujeres demuestran sus múltiples defectos mediante la pronunciación de largas tiradas de palabras donde lo caótico se mezcla con lo irracional, y que prueban la lista de vicios femeninos estereotipada ya en el Cuatrocientos, tras una fructífera tradición patrística y misógina.

Por todo ello, el Corbacho, que circuló tanto impreso como manuscrito en los siglos xv y xvi e influyó en La Celestina de Rojas, ha sido considerado antecedente de la novela de Cervantes y Mateo Alemán, así como anuncio de la subjetividad moderna.

Compuesta por encargo durante su etapa cortesana y en plena crisis del reinado de Juan II, la Atalaya de las corónicas es la obra más extensa del arcipreste, y ha sido conservada en ocho manuscritos (cuatro del siglo xv y cuatro del xviii), de los cuales sólo uno está completo, y ha sido editado únicamente en parte. En la Atalaya Martínez de Toledo se propone recoger y ordenar las grandes crónicas anteriores a la suya, a la vez que emite un juicio crítico sobre el interés que cada una de ellas pueda tener para un estudioso de su época. Su composición, que se inicia en 1443 y durará más de diez años, abarca desde el rey godo Walia hasta la muerte de Álvaro de Luna. La compilación del ingente material cronístico, su ordenamiento formal y la elaboración de unas conclusiones finales que se apliquen a las circunstancias concretas del presente son los objetivos que el propio arcipreste se propone en los preliminares: el resultado es la redacción de una crónica compuesta de sesenta y ocho capítulos, que se corresponden con otras tantas crónicas reales, cada una de ellas dedicada a un Monarca cuyo ejemplar reinado ha de aportar su parte a la “conclusión” final.

De nuevo la destreza lingüística y la conciencia de autoría del arcipreste (que le lleva, por ejemplo, a recrear de manera totalmente original, en aras de un mayor efecto literario, ciertos pasajes históricos, o a usar de manera libre inesperados efectos cómicos) quedan patentes en este texto.

Atribuidas a su pluma son las Vida de san Ildefonso (que cuenta con el añadido de una traducción tratadística de este santo titulada De la perpetua virginidad de Santa María) y de san Isidoro (esta última con más problemas de atribución al arcipreste), composiciones ambas de carácter hagiográfico que Martínez de Toledo podría haber escrito hacia 1444. Seguramente se trata de refundiciones de obras latinas. Las dos presentan similitud de contenido con los temas del Corbacho, aunque su estilo y léxico parezcan en principio diferentes. Igualmente, es materia de debate si la “Demanda” o epílogo que aparece a partir de la edición de 1498 del Corbacho se debe a la pluma del arcipreste, pues no figura en el manuscrito, si bien el estilo literario de la primera presenta ciertas coincidencias con el famoso tratado misógino. En este añadido, el autor, tras ser atacado en sueños por un grupo de mujeres irritadas, pide perdón por lo dicho anteriormente sobre la condición femenina.

Finalmente, el Vencimiento del mundo y el Invencionario, obras que durante un tiempo fueron atribuidas al arcipreste, han sido objeto de una serie de estudios que revelan que esta filiación es prácticamente imposible; de hecho, hoy se cree que la segunda de estas obras fue probablemente escrita por Alonso Núñez de Toledo.

 

Obras de ~: Arcipreste de Talavera o Corbacho, 1438: ms. h. III.10 de la Biblioteca de El Escorial (ed. Sevilla, Meinardo Ungut y Estanislao Polono, 1498; ed. Toledo, Pedro Hagembach, 1500; ed. Toledo, Arnau Guillén de Brocar, 1518; ed. Logroño, Miguel de Eguía, 1529; ed. Sevilla, Andrés de Burgos, 1547; ed. de M. de Riquer, Barcelona, Selecciones Bibliófilas, 1949; ed. de J. González Muela, Madrid, Castalia, 1970; ed. de M. Ciceri, Módena, Società Tipografica Editrice Modenese, 1975; ed. de M. Gerli, Madrid, Cátedra, 1998, 3.ª); Atalaya de las crónicas, 1443-1453: ms. Egerton 287 de la British Library; ms. 1892 y ms. 2.F.4 de la Real Biblioteca; ms. Codex palatinus vindobonensis 3424 de la Nationalbibliothek de Viena; ms. X.i.12 de la Biblioteca de El Escorial; ms. 26- 1-21 de la Real Academia de la Historia; ms. 72 de la Real Academia Española; ms. 1040 de la Biblioteca de Catalunya (ed. [diez primeros capítulos] de R. A. del Piero, Dos escritores de la baja Edad Media castellana (Pedro de Veragüe y el Arcipestre de Talavera, Cronista Real), Madrid, Real Academia Española, 1970; ed. de R. A. del Piero, “La Corónica de Mahomad del Arcipreste de Talavera”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, XII (1960), págs. 21-50; ed. [parte de la Atalaya] de I. Bombín, Ann Arbor, University of Michigan, 1978; ed. de J. Larkin, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1983); Vida de San Ildefonso, circa 1444 (atrib.): ms. M-226 de la Biblioteca Menéndez Pelayo; ms. b-III-1 de la Biblioteca de El Escorial; ms. 1178 de la Biblioteca Nacional (ed. de J. Madoz y Moleres, San Ildefonso de Toledo a través de la pluma del Arcipreste de Talavera, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1943; ed. de J. Madoz y Moleres, Arcipreste de Talavera: Vidas de San Ildefonso y San Isidoro, Madrid, Espasa Calpe, 1952); Vida de San Isidoro, circa 1444 (atrib.): ms. b-III-1 de la Biblioteca de El Escorial; ms. 1178 de la Biblioteca Nacional; J. Madoz y Moleres, op. cit.

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Rebeca Sanmartín Bastida

 

 

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