González Mengo, Pedro. ¿Aguilar de Campoo? (Palencia), ú. t. s. xii – ?, 6.XII.1237. Duodécimo maestre de la Orden de Santiago.
Era hijo de Gonzalo Gil, natural de Aguilar de Campoo, posiblemente emparentado con el viejo linaje de los Manzanedo. Se ignora la fecha de su nacimiento, pero desde muy pronto debió de incorporarse a la milicia santiaguista. En ella figuraba ya como subcomendador de Uclés desde aproximadamente 1210, y en el Capítulo General que la Orden celebró en San Marcos de León en abril de 1222 figuraba ya como comendador de la sede prioral castellana. En calidad de tal, hacia finales de 1225, en compañía del maestre calatravo Gonzalo Ibáñez, protagonizó una victoriosa incursión por tierras sevillanas en el contexto de generalizada ofensiva antialmohade programada por Fernando III en la curia celebrada en Carrión el año anterior.
Fue elegido duodécimo maestre santiaguista tras la renuncia de Fernando Pérez Chacín, en noviembre o diciembre de 1226. Desde luego carece de todo fundamento documental la información del cronista Rades acerca de un maestre intermedio, un tal Pedro Alonso, hijo ilegítimo de Alfonso IX, que habría sucedido a Fernando Pérez en 1225 y apenas habría gobernado la Orden durante un año.
La elección de Pedro González Mengo se produjo en Mérida, donde los Trece se hallaban movilizados en servicio del rey Alfonso IX. Lo cierto es que en enero de 1227 figura ya en la documentación como titular de la milicia. Una de las características más destacables del relativamente largo maestrazgo de Pedro González —once años constituyen una auténtica excepción respecto a sus predecesores— fue la de una firme voluntad de fortalecer su capacidad de maniobra sobre el conjunto de la Orden, apoyándose en una estrecha colaboración con la reunificada Monarquía castellano-leonesa de Fernando III.
Esta característica se apunta ya, aunque con ribetes aparentemente contradictorios, a través de la crisis con que se inauguró la relación del nuevo maestre con Fernando como nuevo rey de León. La inicial oposición de Pedro González a la entronización leonesa del monarca de Castilla se basaba en criterios de lealtad y de interés.
Al final de su reinado, en mayo de 1229 concretamente, Alfonso IX había confirmado la propiedad del castillo de Castrotorafe a favor de la Orden en el marco de un acuerdo que incluía otras donaciones a cambio de la plena posesión realenga de la plaza recién conquistada de Cáceres. Entre las cláusulas del acuerdo, el maestre y los freires de Santiago hacían homenaje de fidelidad, con compromiso expreso de guerra, paz y treguas, por Castrotorafe en la persona del rey Alfonso y de sus sucesoras, las infantas Sancha y Dulce. Muerto Alfonso IX, sus hijas se refugiaron en la fortaleza, que se convirtió en un decidido enclave antifernandino. Al fin, Fernando III y las infantas llegaron a un acuerdo: éstas permanecerían en su refugio de Castrotorafe cobrando sus rentas, en tanto los santiaguistas recibirían compensación económica por ello. Ni el maestre Pedro González ni sus caballeros aceptaron el acuerdo y abandonaron precipitadamente la Corte, pero el Rey ordenó que les condujeran de nuevo a ella imponiéndoles bajo amenaza los términos del mismo. Este hecho provocó una escisión en la Orden, ya que una parte de los freires apelaron al Papa ante lo que consideraban una actitud del maestre finalmente entreguista ante la coacción real y también autoritaria, en la medida en que la asunción de esta actitud entreguista no había contado con el aval del Capítulo. Gregorio IX aceptó la apelación y llegó a excomulgar al maestre y a cuantos freires hubieran aceptado el acuerdo que, entre otras cosas, privaba a la Iglesia de la teórica propiedad que, desde hacía cincuenta años, debía poseer sobre Castrotorafe por concesión de Fernando II. Finalmente, en junio de 1234, ante las informaciones facilitadas por el maestre y algunos prelados castellano-leoneses, el Papa acabó aceptando los hechos consumados. Pedro González, firmemente apoyado en su nuevo respaldo político, el rey Fernando, había salido victorioso de esta grave crisis.
Fue quizá por ello por lo que el maestre decidió afrontar con pocas dosis de flexibilidad el problema heredado de su antecesor en relación con la rama clerical de su propia Orden. En efecto, el anterior maestre, Fernando Pérez Chacín, había intentado imponer su autoridad sobre el prior de Uclés y sus freires clérigos destituyendo al primero, dispersando a los segundos, nombrando un manejable prior alternativo y apropiándose de todas las rentas del priorato. El prior desplazado, Gil González, había apelado a Roma, y ahora, ya bajo el gobierno de Pedro González Mengo, la Sede Apostólica se pronunciaba a través de sentencia emitida por el cardenal-legado Juan de Abbeville, que venía a respaldar las quejas del prior agraviado, estableciendo un sistema de elección prioral que dificultaba las anticanónicas injerencias maestrales. Pedro González se vio obligado a acatar la decisión pontificia pero, desde luego, sin la más mínima voluntad de respetarla.
Antes de tres años, en mayo de 1231, el maestre había colocado a un nuevo incondicional al frente del priorato que se comprometió en Capítulo General a poner a disposición del maestre los recursos económicos de la rama clerical de la Orden. Nuevas apelaciones a Roma por parte de los freires clérigos afectados no modificarían la situación, al menos en vida del maestre Pedro González. Éste, por su parte, no dejaría de ensayar a partir de 1233 idénticos procedimientos para someter el ánimo y apropiarse de las rentas del clero conventual de San Marcos de León.
Estos avances del autoritarismo maestral contaban con el beneplácito del rey Fernando que, en contrapartida, disponía de la fiel colaboración santiaguista en su decisiva ofensiva antimusulmana, a su vez, también generosamente compensada por la Monarquía.
Se sabe, por ejemplo, que, tras la conquista de Montánchez en 1230, Pedro González Mengo y sus freires participaron en una victoriosa razzia que en 1231 arrasó campos cordobeses y sevillanos llegando a Jerez y enfrentándose allí con éxito al ejército acaudillado por el líder indígena Ibn Hūd. En aquella ocasión, según testimonio de la Crónica General de España, no pocos testigos, incluidos musulmanes, vieron al mismísimo Santiago montado sobre caballo blanco enarbolando el estandarte de la victoria en apoyo de la causa cristiana.
El maestre Pedro González no dudaría, en 1233, en solicitar de reyes y príncipes cristianos el apoyo pecuniario que permitiera sufragar la constante edificación santiaguista de “castra et munitiones in frontaria sarracenorum Hispaniae”, y, en efecto, la labor reconquistadora desplegada por sus freires en aquellos años fue realmente significativa. Rodrigo Íñiguez, comendador mayor de la Orden en León, tomaba Medellín a comienzos de 1234, y sus hombres participaban en la conquista de Alange, Santa Cruz, Magacela y Hornachos, estas dos últimas conquistadas en 1235. Ciertamente, el flanco suroeste de la frontera castellano-leonesa con el islam era objetivo de atención prioritaria para los santiaguistas, quienes también participarían, todavía en vida de Pedro González Mengo, en las operaciones conducentes a la conquista de Córdoba en 1236.
Naturalmente que esta intensa colaboración con la Monarquía en materia reconquistadora obtenía compensaciones en forma de concesiones patrimoniales, rentistas y de protección jurídica, y no dejaba de ser un aspecto previo de la irrenunciable labor colonizadora que cabe atribuir al maestrazgo de Pedro González Mengo. En 1229 había concedido carta-puebla y el fuero de Uclés a los vecinos de la villa conquense de Torre de Don Morant. Poco después, hacia 1230, puso en marcha un mercado en Fuentidueña, junto a Alarilla, en el Tajo, que la competencia del arzobispo de Toledo y su mercado de Torrijos no permitiría prosperar. Por otra parte, Villanueva de la Fuente, en el Campo de Montiel, ya estaba poblada en 1232; Mérida recibía un primer fuero conjunto del arzobispo de Compostela y de las autoridades santiaguistas en 1235, y un año después el maestre Pedro González, en el Capítulo General de Zamora entonces celebrado, concedía el fuero de Cáceres a Montánchez.
La intensa actividad desplegada por el maestre Pedro González no decayó hasta el final de sus días. Todavía en mayo de 1237 establecía un decisivo y pormenorizado acuerdo con los freires del Hospital de San Juan de Jerusalén sobre delimitación de términos y organización y distribución de las respectivas explotaciones ganaderas.
El maestre fallecía meses después, en los últimos días del año, el 6 de diciembre de 1237 concretamente, y aunque no se sabe con exactitud dónde ni cómo —algún cronista sugirió que fue en combate con los musulmanes—, su cuerpo fue trasladado al convento de San Marcos de León para recibir allí sepultura.
Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Sanctiago, Toledo, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 27v.-30v.; A. F. Aguado de Cordova, A. A. Alemán y Rosales y J. López Agurleta, Bullarium Equestris Ordinis S. Iacobi de Spatha, Madrid, 1719 (Series Magistrorum Ordinis Militiae Sancti Iacobi y págs. 87-111); D. W. Lomax, “The Order of Santiago and the Kings of León”, en Hispania, 18 (1958), págs. 18 y ss.; La Orden de Santiago (1170-1275), Madrid, 1965, págs. 11, 18, 31, 55, 61, 71-72, 103, 122, 125, 146, 150, 161, 191, 203 y 207; P. de Orozco y J. de la Parra, “Comendadores de la Orden de Santiago”, [Primera] Historia de la Orden de Santiago. Manuscrito del siglo xv, de la Real Academia de la Historia, pról. de D. de Angulo, intr., transc., notas y apéndice del marqués de Siete Iglesias, Badajoz, 1978, págs. 364-366; M. Rivera Garretas, La encomienda, el priorato y la villa de Uclés en la Edad Media (1174-1310). Formación de un señorío de la Orden de Santiago, Madrid-Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1985, págs. 214-218 y docs. 129-163; C. de Ayala Martínez, “Las órdenes militares en el siglo xiii castellano. La consolidación de los maestrazgos”, en Anuario de Estudios Medievales, 27/1 (1997), pág. 245; “Fernando III y las órdenes militares”, en VV. AA., Fernando III y su tiempo (1201-1252). VIII Congreso de Estudios Medievales, León, Fundación Sánchez Albornoz, 2003, págs. 67-101.
Carlos de Ayala Martínez