Ibáñez de Novoa, Gonzalo. ?, s. m. s. xii – ¿1232?. Noveno maestre de la Orden Militar de Calatrava (y sexto maestre de Alcántara, según C. de Ayala).
Fue hijo de Juan Arias de Novoa, caballero de linaje gallego, y antes de ingresar en la Orden estuvo casado con María Fernández, hija del poderoso conde gallego Fernando Pérez de Traba; de su matrimonio nació Suero Páez, cabeza del linaje de los Valladares.
Era comendador mayor de la Orden cuando en 1218 falleció el maestre Martín Fernández Quintana. Fue entonces elegido como su sucesor, aunque parece que no de manera unánime: una parte del Capítulo se decantó por Martín Ruiz, que mucho más adelante llegaría a ser maestre indiscutido. Por ahora, Gonzalo Ibáñez obtuvo la confirmación en su nueva dignidad.
Con toda probabilidad, gobernó la Orden por un período de casi quince años, una larga y fructífera etapa que, en esencia, cuenta con tres aspectos especialmente reseñables: el de la consolidación de la milicia y su indiscutible primacía sobre el resto de las cistercienses existentes en la Península, el de su activa participación en tareas reconquistadoras traducidas en ampliación patrimonial de su señorío, y el de la institucionalización de la espiritualidad femenina de la Orden.
En efecto, Gonzalo Ibáñez fue, siguiendo los pasos de su antecesor, el maestre de la plena restauración de la Orden tras el desastroso período que había comenzado a cerrarse a raíz de Las Navas de Tolosa. Desde su nueva sede de Calatrava la Nueva, dio nuevos y significativos pasos en el lento proceso de normalización integradora respecto a la Orden del Císter, y desde esta renovada posición de fuerza profundizó en la política de su predecesor, tendente a dejar sentir el peso de su protagonismo institucional entre el resto de los freires peninsulares de adscripción cisterciense. En lo que se refiere a Alcántara, es bastante probable que su larga sombra se proyectara sobre el nombramiento del maestre García Sánchez, junto al cual suscribiría documentos alcantarinos en 1219 y 1222, mostrando paladinamente la primacía disciplinaria de la Orden de Calatrava sobre su filial leonesa. Algo no muy distinto se puede decir respecto a los freires portugueses de Avis, cuyo convento fue visitado por Gonzalo Ibáñez al menos en dos ocasiones, en 1222 y 1226, influyendo decisivamente en la elección de sus maestres. Se sabe, por otra parte, que en 1221, se consumaría el proceso de integración de la Orden de Monfragüe en la milicia calatrava que en aquel año recibía de manos del rey Fernando III su fortaleza y sede conventual.
El compromiso del maestre con la activa política reconquistadora de Fernando III es un segundo y decisivo aspecto de su gobierno. Ya en 1221 llegaba a un acuerdo con el maestre santiaguista Martín Peláez Barragán que, firmado en la sede conventual de Calatrava la Nueva, diseñaba toda una estrategia conjunta y bien articulada frente al enemigo musulmán, y tres años después, a comienzos de 1224, suscribía un importante pacto de hermandad con su sucesor, el maestre santiaguista García González de Candamio, y también con los responsables del Temple y del Hospital en los reinos de Castilla y León; el nuevo acuerdo, en un contexto en el que Fernando III planificaba una generalizada ofensiva contra el islam, renovaba la voluntad de todos los freires de combatir “in sarracenorum confinio contra inimicos crucis Christi”. Ahora bien, no cabe duda de que la prioritaria preocupación militar de la Orden, una vez recuperada Salvatierra —hecho que no se produjo hasta 1226—, se hallaba en tierras jiennenses. De todas formas, y hasta que esta tensión meridional diera frutos materiales a través de la adquisición de Martos, entregada por el Rey a la Orden en 1228, y expectativas formales sobre Porcuna, Víboras y ciertas rentas y propiedades en Arjona, los freires, además de protagonizar una memorable defensa del alcázar de Baeza en 1226, se limitaron a mantener el típico planteamiento de razzia fronteriza en concurso con la hueste real, con las tropas del arzobispo de Toledo, legado papal para la organización de la Cruzada peninsular, y, sobre todo, y en virtud de los acuerdos que se acaban de mencionar, con los santiaguistas y miembros de otras órdenes militares. En este sentido, el maestre Gonzalo Ibáñez participaría más adelante, en 1231, junto con santiaguistas y freires de otras milicias, en la campaña dirigida por el infante Alfonso de Molina y Álvaro Pérez de Castro, que, pasando por Sevilla, tenía por objetivo razziar los campos de Jerez obteniendo una resonante victoria frente al líder “indigenista” Ibn Hūd, victoria en la que, según testimonio de los propios musulmanes, se habría aparecido Santiago montado en su caballo blanco, enarbolando la espada y acompañado de una legión de caballeros vestidos igualmente de blanco.
Seguramente fue ésta la última empresa de cierta relevancia “cruzada” en la que participó el maestre, quien, o bien falleció en 1232, o bien se vio entonces obligado a renunciar a su dignidad, quizá por presiones políticas de naturaleza difícil de precisar. Lo cierto es que, antes de esa fecha, Gonzalo Ibáñez había dejado apuntada una tercera línea de actuación de notable importancia para la vida religiosa de la Orden de Calatrava: la institución de dos monasterios femeninos y, con ellos, la creación de un campo para la espiritualidad de la mujer en el marco de la milicia. El caso más relevante es el de San Felices de Amaya, al noroeste de Burgos, un monasterio que era propiedad de la Orden desde finales del siglo xii, pero que sería refundado bajo disciplina cisterciense como fruto, en 1219, de un acuerdo entre el maestre Gonzalo Ibáñez y un matrimonio compuesto por hacendados miembros de la nobleza local, García Gutiérrez y María Suárez, quien, una vez viuda, se convertiría en abadesa de la institución. El objetivo del acuerdo, en virtud del cual el matrimonio aportaba una buena dote, era que en el nuevo establecimiento religioso “vivieran todas las freiras de Calatrava comunalmente” y que, además, sirviera de refugio para mujeres e hijas de caballeros de la milicia. El monasterio se situaba bajo la protección de la Orden de Calatrava y quedaba disciplinariamente sujeto a la abadía de Morimond. El segundo monasterio, el de San Salvador de Pinilla, cerca de Atienza (Guadalajara), había sido fundado en 1218, pero en realidad, probablemente, no quedó asociado a la Orden de Calatrava hasta mediados del siglo xiii, después de muerto el maestre Gonzalo Ibáñez.
Aunque, como se ha apuntado ya, no se conoce a ciencia cierta las circunstancias en que se produjo el final de su maestrazgo, resulta innegable la importancia del mismo y su proyección fuera incluso de la Península. Quizá fuera, en efecto, una razón de prestigio la que movió en 1229 al papa Gregorio IX a donar al maestre, a instancias de la casa real leonesa, el monasterio del Santo Ángel de Ursaria, en la diócesis de Troia, en tierras apulienses del reino de Sicilia.
Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, parte Chronica de Calatrava, Toledo, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 34v.
y 39r.; I. J. de Ortega y Cotes, J. F. Álvarez de Baquedano y P. de Ortega Zúñiga y Aranda, Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava, Madrid, 1761 (ed. facs. Barcelona, 1981), págs. 47- 66; C. de Ayala Martínez, “Las órdenes militares en el siglo xiii castellano. La consolidación de los maestrazgos”, en Anuario de Estudios Medievales, 27/1 (1997), págs. 247-248; “Las órdenes militares castellano-leonesas y la acción de frontera en el siglo xiii”, en C. de Ayala Martínez, P. Buresi y Ph. Josserand (eds.), Identidad y representación de la frontera en la España medieval (ss. xi-xiv), Madrid, Casa de Velázquez-Universidad Autónoma, 2001, págs. 123-157.
Carlos de Ayala Martínez