Garcilaso de la Vega y Vargas, Sebastián. Badajoz, c. 1500 – Cuzco (Perú), 18.V.1559. Capitán, conquistador.
Aunque el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas alcanzó importantes méritos personales, su sitial en la historia se debe principalmente al hecho de haber sido el padre del famoso cronista mestizo Inca Garcilaso de la Vega. Según Aurelio Miró Quesada, su nacimiento tuvo lugar en la ciudad extremeña de Badajoz alrededor de 1500 (A. Miró Quesada, 1994).
Su padre fue Alonso Hinostroza de Vargas, señor de Valdevesilla, que venía de una familia que incluía a grandes literatos, como el marqués de Santillana y el poeta Garcilaso de la Vega, y su madre, Blanca de Sotomayor y Figueroa.
De este matrimonio nacieron nueve hijos, de los cuales cuatro fueron varones y cinco mujeres. Las tres menores de estas últimas fueron internadas en conventos de monjas y las otras dos contrajeron matrimonio.
Una, Beatriz de Figueroa, lo hizo con el capitán Fernando de Guillada, y la otra, Isabel de Vargas, con Alonso Rodríguez de Sanabria. El hermano mayor, llamado Gómez Suárez de Figueroa y Vargas se casó con Catalina de Alvarado. El que le siguió, y que a la postre resultó el protector del Inca Garcilaso de la Vega en España, fue Alonso de Vargas y Figueroa, conocido como Francisco de Plasencia antes que ascendiese a capitán, casado con Luisa Ponce de León (Miró Quesada, 1994: 16).
De los cuatro varones, sólo Juan de Vargas, casado con Mencía de Silva, acompañaría al padre del cronista mestizo en su viaje al continente americano. La fecha de la travesía es hasta el momento desconocida.
Sólo se sabe que ambos hermanos debieron de establecerse en Guatemala y vincularse al antiguo capitán de Hernán Cortés llamado Pedro de Alvarado. Se tienen noticias de que por 1534 se encaminaban hacia el mar del Sur rumbo a Perú. Primero llegarían a Puerto Viejo y desde allí seguirían hacia Quito.
Debelada la rebelión de Rumiñahui por Sebastián de Benalcázar, luego de la muerte de Atahualpa, Diego de Almagro, que venía de retorno, por no ser más necesaria su presencia en estas regiones norteñas, se topó con Alvarado. Tal encuentro estuvo a punto de ser violento, amainándose gracias a ciertas negociaciones en las cuales Almagro ofreció 100.000 pesos a cambio de los navíos, caballos y otros recursos que traía Alvarado. Asimismo se dejó libertad para que los seguidores de este último optaran por unirse a los conquistadores de Perú.
Ya concertados ambos ejércitos, se dirigieron a Pachacámac, donde se encontraba Francisco Pizarro.
Alvarado emprendió el retorno a su gobernación en Guatemala, mientras que muchos de sus hombres se quedaron, llegando a tener como destino final la ciudad de Cuzco. Al capitán Garcilaso de la Vega se le dio el encargo de ir a la conquista de la provincia de Buenaventura en la actual Colombia, viaje que a la postre resultó un tanto desventurado.
De regreso en Perú, le tocó vivir el desenfreno de las guerras civiles producto del rompimiento de los vínculos entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro.
No se puede decir que tomase partido por uno de los dos bandos. En un primer momento llegó a Cuzco como prisionero de Almagro y en otra oportunidad corrió una suerte semejante con Gonzalo Pizarro. Sin embargo, con este último alcanzó cierta cercanía que le deparó algunas recompensas, como hacerse con el extenso repartimiento de Tapacarí en la región de Cochabamba a cambio de acompañar a este medio hermano de Francisco Pizarro en la conquista de Charcas.
A pesar de no ser un incondicional de éste, Pizarro en su accionar contra el pacificador Pedro de la Gasca, y más específicamente Diego Centeno, no pudo dejar de ayudarlo cuando en la batalla de Huarina fue descabalgado.
Viéndolo en semejante trance, generosamente le facilitó su caballo Salinillas para que saliera del apuro en que se encontraba. Tal acto de hidalguía a la postre resultaría perjudicial para su hijo mestizo, pues la justicia española lo esgrimiría para privarlo de algunos bienes significativos que reclamaba como herencia por ser prueba del apoyo que brindó su padre a la causa de un traidor a la Monarquía.
Aquel primer ingreso a Cuzco como prisionero de Almagro tuvo lugar en 1536. Dos años más tarde, en 1538, este socio de Francisco Pizarro fue vencido por las huestes de su hermano Hernando en la batalla de las Salinas y ejecutado con la pena del garrote unas semanas después. Por estos años, el capitán Sebastián debió de conocer a la Ñusta, a la que haría su pareja y que devendría en la madre del autor de los Comentarios reales. Su nombre de pila fue Isabel y el de su estirpe, Inca Chimpu Ocllo. Su padre fue Huallpa Túpac Inca, identificado como el cuarto hijo del emperador Túpac Yupanqui y de la Coya Mama Ocllo, y su madre la Palla Cusi Chimpo, también entroncada con la más rancia nobleza Inca.
Un año después de la muerte de Diego de Almagro, el 12 de abril de 1539, nació en la ciudad de Cuzco aquel ilustre mestizo que con sus crónicas alcanzará un sitial privilegiado en las letras universales. Tiempo después, al parecer, la pareja tuvo una niña de la cual se sabe muy poco.
A pesar de que el cronista mestizo fue hijo natural, su padre debió de haberlo tenido en alta consideración desde un primer momento, pues el nombre que le dio fue el mismo que habían ostentado otros miembros de su familia, como fue el caso de su hermano mayor y otro antepasado. Tal apego se tradujo años más tarde en el hecho de quedarse con el padre cuando se separó de la madre.
La unión de ambos duró más de diez años. Presiones ejercidas por la Corona española al parecer influyeron en la separación. Siguiendo estos dictados de naturaleza política, escogió como esposa formal a una dama española que se llamaba Luisa Martel de los Ríos. Tal matrimonio se forjó en junio de 1549 y, casi al mismo tiempo, el propio Sebastián cedió a Juan del Pedroche, un personaje un tanto desconocido, su concubina indígena para que forjara una unión formal a la cual él mismo contribuyó con los gastos y otorgándole una dote.
Pudo asumir estas responsabilidades porque, desde que se benefició con el extenso repartimiento de Tapacarí, su fortuna y proyección política fueron creciendo.
Al final de su vida sus logros consistieron en el repartimiento ya aludido, que le dejaba una renta anual que oscilaba entre 21.000 y 13.000 pesos; tres estancias encima de Cochaxasa y una más en Huaynarina; una chacra de coca llamada Havisca en Paucartambo; una casa en la esquina de la plaza de Cusipata en la ciudad de Cuzco y, quizá, algunas propiedades más. Gracias a estos ingresos pudo asignarle a su hijo 4.000 pesos de oro y plata ensayada y marcada para que pudiese ir a estudiar a España.
Sin lugar a dudas, el capitán Sebastián llegó a poseer una gran fortuna, tanto que llevó una vida social muy intensa, organizando suntuosos banquetes en su casa que alcanzaron muchos comentarios. Esta posición económica debió de granjearle conexiones significativas, al punto de alcanzar el puesto de corregidor de Cuzco en 1554. Aunque su gestión no fue prolongada —duró alrededor de dos años—, pudo realizar obras de importancia.
Su salida de tal cargo coincidió con la llegada del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, quien al parecer no le tenía muchas simpatías. En 1557 dio señales de querer regresar a España, pero sus intenciones se frustraron por una enfermedad que le sobrevino y que acabó con su vida. El 18 de mayo de 1559 murió en la ciudad de Cuzco y años más tarde su hijo repatriará sus restos a España, dándoles descanso eterno en la iglesia de San Isidoro de Sevilla.
Un año más tarde, cumpliendo con los deseos de su padre, Gómez Suárez de Figueroa o el futuro Inca Garcilaso de la Vega, partió para España donde descubriría su amor a las letras que lo llevaría a ocupar un sitial de gloria en la historia universal que redundaría también en sus progenitores.
Bibl.: C. Sáenz de Santamaría (SJ), “Estudio Preliminar”, en Obras completas del Inca Garcilaso de la Vega, t. I, Madrid, Atlas, 1960 (Biblioteca de Autores Españoles), págs. VII-LXX; A. Miró Quesada, El Inca Garcilaso, Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica de Perú, 1994.
Juan Ossio Acuña